Nada está más
incorporado al horizonte de pre comprensión de casi todos que los sindicatos
deben tener el derecho de huelga, como habitualmente se lo entiende, para
luchar contra el pérfido capitalismo. No es un fenómeno argentino, es un
problema mundial.
El marxismo ha logrado
convencer a casi todo el mundo, excepto a los que han leído y comprendido a Bohm-Bawerk,
Mises y Hayek, que el aumento de salarios se debe la “lucha” sindical. Craso error.
El aumento generalizado de salarios sólo puede deberse al aumento de la demanda
de trabajo, y ello sólo se produce por el aumento de la inversión y la
fabricación de nuevos bienes de capital que permitan producir más en menos
tiempo. El subdesarrollo es el precio de todos los socialismos, marxismos e
intervencionismos que aún no han logrado entender la relación entre la tasa de
capital y el nivel de salarios.
Los sindicatos pueden, por la fuerza, hacer que: a) el gobierno
emita moneda para pagar los salarios públicos, lo cual produce inflación y, por
ende, menos salario; b) que los empleadores se vean forzados a subir los
salarios, en cuyo caso baja la demanda de trabajo, produciendo ello
desocupación, y, además, los gobiernos expanden el crédito para que los
empleadores puedan absorber el salario más caro, y esa expansión del crédito
produce también inflación y por ende una disminución del salario real.
Pero, como dije, los
sindicatos hacen esto por la fuerza.
Esto es, declaran una huelga e impiden a otros trabajadores que cubran sus
puestos. Eso es lo que habitualmente se conoce como “derecho de huelga”,
aceptado y protegido por todas las legislaciones de las naciones occidentales
(excepto en aquellas donde “gobierna el proletariado”, por supuesto).
Ese derecho de huelga,
así entendido, no sólo produce una baja en el salario real, como hemos
explicado, sino que es en sí mismo un atentado contra el Estado de Derecho. Nadie
tiene el derecho de impedir a otro ocupar un puesto de trabajo abandonado por
otro. Ello es ilegal e inmoral. Pero como Occidente, putrefacto de marxismo, ha
aceptado esa modalidad porque cree que ello es “en nombre de los trabajadores”,
entonces la permite. Por eso los piquetes, que no son un invento del
peronismo-kirchnerismo argentino, sino la modalidad obligada del derecho de
huelga así entendido.
Esos piquetes son una
quiebra del Estado de Derecho y, por ende, un estado dentro de otro estado. Si
un estado limitado, constitucional, no puede hacer cumplir la ley, porque otra
ley, contradictoria con la pirámide jurídica, se lo impide, o porque está
temeroso de hacerlo por las amenazas sindicales, que son siempre amenazas
delictivas, entonces se está enfrentando a un grupo que se ha salido del Estado
de Derecho, ha organizado un grupo con sus propias normas y desafía al poder
constitucional. O sea, una mafia, por definición, o un ejército paralelo.
Los intentos de
distinguir entre el derecho de huelga, así entendido, y los abusos del derecho
de huelga, son por ende conceptualmente
vanos. Ya el derecho de huelga, así entendido, es ilegal, y por ende ni
siquiera puede haber abuso, como su hubiera un uso racional o legal.
Por ende, todos los
desmanes, amenazas, violencias y crueldades realizadas por los sindicalistas, ipso facto delincuentes organizados, ipso facto mafiosos aunque marchen a
Luján y tengan las sacrílegas bendiciones de los obispos, forman parte de la
misma naturaleza del sindicalismo entendido
como lucha contra el capitalismo mediante el así llamado derecho de huelga.
Esto sucede en todo el
mundo.
En el caso argentino,
casi todos olvidan que Perón fue un
fascista en sentido estricto (y por ende socialista), un seguidor de Mussolini que organizó a los
sindicatos según la Carta Del Lavoro
del dictador italiano. La violencia y la corrupción del sindicalismo argentino
quedó por ende elevada a la enésima potencia por la organización sindical
peronista, cáncer sacrosanto e intocable que nadie se atreve a enfrentar, pero
fundamentalmente, que casi nadie entiende como lo que es: una mafia violenta, mediante la cual se conduce toda la hiel
putrefacta de la pulsión de agresión de todo ser humano investido de semejante
poder que, para colmo, está investido de aprobación moral. Porque muchos
coinciden que el sindicalismo argentino está corrupto pero creen que se lo
puede reemplazar por otros dirigentes, sin ver el problema del sistema en sí
mismo. Como si la mafia de Chicago o New York se hubiera podido solucionar, en
su momento, con dirigentes mafiosos “buenos”. No, el problema no son las
personas, sino el sistema. Podrás encontrar un Don Corleone más dialogante, más
racional, al cual sobornar mejor, o una bestia ideologizada que para colmo de
mafioso sea pro-Maduro (otro mafioso), pero es mafia, gente: una banda de
delincuentes, y con los años, uno más bestia que el otro, de los cuales,
esperemos, Dios se apiade de su alma.
Mientras tanto, esto
forma parte de esas pre-suposiciones
marxistas que conducirán
inexorablemente a la desaparición de este mal experimento llamado Argentina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario