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La opinión pública argentina –si es que eso existe- ha
sido sacudida por el bestial crimen de Fernando Baez Sosa, realizado por otros
jóvenes a la salida de un “boliche”. Mi tesis es que el asombro es parte del
desconocimiento de la naturaleza humana y de las prevenciones que debemos
tomar.
Muchos odian a Freud, pero ese odio no refuta que al
nacer somos todos perversos polimorfos, con una pulsión de vida concomitante
con una pulsión de muerte que tiene un importante aspecto descripto por Freud
en su “El malestar en la cultura”. Ese aspecto es la pulsión de muerte devenida
en pulsión de agresión, dado el narcisismo originario. No le queremos creer y
ese es el problema. Somos roussonianos. Creemos que el ser humano nace bueno.
Pero no, somos unas bestias. Así de simple.
En ese territorio bestial, avanza el super yo, las
normas, que deben ser impuestas por los “no”, los límites, el rol paterno (no
necesariamente igual a la masculinidad biológica). Así nos socializamos y “civilizamos”.
El super yo deja en esos territorios conquistados un destacamento militar por
si sus habitantes se rebelan de vuelta. Ese destacamento militar es la culpa,
parte esencial de toda estructura neurótica (porque de lo contrario somos
perversos o psicóticos). La analogía es de Freud.
Por ende, lo que nos hace “civilizados” es ese super
yo, esa fuerte culpa que limita nuestra pulsión de vida y la pulsión de
agresión. Por eso no somos perversos sexuales o criminales absolutos, pero si
el rol parental no estuvo, o fue muy limitado, nos convertimos en perversos o
en psicóticos incontrolables.
Siempre cito este párrafo de Freud y pregunto a continuación
quién se lo puede refutar:
“….un
ser entre cuyas disposiciones pulsionales también debe incluirse una buena
porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa
únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de
tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de
trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento,
para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos,
martirizarlo y matarlo. Homo homini lupus:
¿quién se atrevería a refutar este refrán, después de todas las experiencias de
la vida y de la Historia? Por regla general, esta cruel agresión espera para
desencadenarse a que se la provoque, o bien se pone al servicio de otros
propósitos, cuyo fin también podría alcanzarse con medios menos violentos. En
condiciones que le sean favorables, cuando desaparecen las fuerzas psíquicas
antagónicas que por lo general la inhiben, también puede manifestarse
espontáneamente, desenmascarando al hombre como una bestia salvaje que no
conoce el menor respeto por los seres de su propia especie. Quien recuerde los
horrores de las grandes migraciones, de las irrupciones de los hunos, de los
mogoles bajo Gengis Khan y Tamerlán, de la conquista de Jerusalén por los píos
cruzados y aun las crueldades de la última guerra mundial, tendrá que
inclinarse humildemente ante la realidad de esta concepción”. (El malestar en la cultura, 1930).
En todos nosotros habita esa crueldad sádica y bestial.
Si no sale es porque el super yo es firme, porque el rol parental fue muy
bueno, o porque la Gracia de Dios redime. Pero siempre está allí, amenazante:
el territorio pulsional conquistado no es por ello convertido en un valle
natural de bondad.
Todo esto es totalmente compatible con el dogma
cristiano del pecado original.
Por supuesto, esto se manifiesta en cada lugar y
tiempo de modo diferente. Pero cabe preguntarse si la degeneración actual de una parte de la cultura argentina no tiene que ver con los hijos que algunos supuestamente educan. Muchas familias argentinas son disfuncionales,
sencillamente porque se desentienden de sus hijos. Muchos padres no tienen
autoridad moral, no es que no sepan sino que no pueden decir no, no pueden dialogar, abandonan a sus hijos en esas cárceles corruptoras llamados colegios, y además los
abandonan a su suerte y crecen mirando y escuchando cualquier cosa,
absolutamente cualquier cosa, sin que esos padres puedan formarlos en el
pensamiento crítico. Che
boludo, pelotudo, andá a cagar, no son expresiones neutras, son un juego de lenguaje
de una cultura esencialmente agresiva que el niño absorbe desde sus primeros
minutos de vida y precisamente de su núcleo familiar más cercano. Sin formación
religiosa, sin formación humanística, sin ningún tipo de formación en una razón
dialógica, crecen abandonados a sus pulsiones apenas controladas por un super
yo debilitado. Es un milagro que no sucedan cosas peores. Luego, desde la
adolescencia, “porque lo hacen todos”, (masificación, alienación, fenómenos también analizados por Freud) van a esos antros de bestialidad
llamados boliches, donde consumen drogas, alcohol, ruido ensordecedor,
sexualidad histeroide (2), que des-inhiben aún más ese débil sistema nervioso aún
en formación. Luego, la furia. El territorio pulsional apenas conquistado se
rebela nuevamente contra el débil imperio y la barbarie conquista nuevamente a
una Roma debilitada e hipócrita.
A los dramas endémicos de Argentina se suman estas
generaciones perdidas, estos padres confundidos, esta cultura del “boludo” que
se lo sabe todo. Los asesinos de Fernando –como los de Ariel Malvino- pueden
estar tranquilos. Han iniciado su camino a la Presidencia de La Nación.
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(1) En la foto: 60 segundos de golpes bestiales en la cabeza de Fernando.