domingo, 7 de diciembre de 2025

LOS QUE NO NOS VACUNAMOS NO ANDAMOS POR ALLÍ CON METALES PEGADOS AL CUERPO

Se ha popularizado mucho, y ha sido objeto de burla y sarcasmo, el video de un grupo de antivacunas con un señor con metales pegados al cuerpo y otro tipo de argumentos que sólo han servido para desacreditar un tema que no tiene nada que ver con eso.
Formo parte de un grupo de personas no vacunadas contra el Covid 19, pero no lo hicimos porque supiéramos de algo que pasaría después, ni porque tuviéramos informes atemorizantes de ciertos efectos secundarios. Tampoco andamos por allí asustando a los ya vacunados, ni estamos pregonando que todas las vacunas son perjudiciales, y menos aún estamos pidiendo prohibir la vacunación. 
No lo hicimos por una decisión individual, a la que creo que teníamos derecho, basada en la evaluación costo-beneficio. 
1. Fueron vacunas experimentales de emergencia. No soy biólogo, pero sé que actúan en el ARN mensajero. Como paciente, tengo derecho tanto al consentimiento informado como al rechazo informado de cualquier tratamiento médico experimental.
2. Las farmacéuticas estaban legalmente protegidas de responsabilidad civil y/o penal por los efectos adversos. 
3. Ya en su momento, algunos biólogos y médicos advirtieron, equivocadamente o no, sobre la miocarditis como posible efecto secundario. Como paciente, tengo derecho a evaluar el costo-beneficio de inocularme un tratamiento experimental sobre el cual había un margen de duda, sobre todo para quienes tenemos condiciones cardíacas congénitas. 
4. Desde el principio, algunos decidimos asumir el riesgo de infectarnos con un coronavirus que no nos iba a matar: no teníamos condiciones preexistentes, éramos menores de 65 años y nuestro sistema inmunológico estaba en buenas condiciones. 
5. Desde el principio, hubo tratamientos alternativos, con fármacos autorizados, que fueron repentinamente prohibidos, y penada toda difusión y discusión. Eso me resultó muy sospechoso de un tema político más que médico. 
6. No formo parte de los grupos antivacunas. Pero soy partidario de la libertad de expresión en todos los ámbitos. Estoy formado en Popper y Feyerabend y por ende considero que todo está abierto a la libre crítica, incluso lo que nos parezca absurdo. 
7. Acción y reacción. Los antivacunas absolutos son una reacción. Se los critica duramente. Muy bien, pero igual crítica merecen los que forzaron la vacunación contra el Covid 19 con medidas totalmente soviéticas y violatorias de todas las libertades individuales habidas y por haber. 
8. Quien tema contraer el Covid 19 que se vacune, y no tiene nada que temer, por ende, si es que la vacuna es efectiva. Sobre la efectividad de las vacunas también hay debates que creo que deben desarrollarse con toda libertad. 
Nada de esto es absurdo ni ridículo. Mucho menos cuando quienes tratan de ridiculizarlo fueron partidarios, en su momento, del totalitarismo cruel y degradante más absoluto. 

domingo, 30 de noviembre de 2025

domingo, 23 de noviembre de 2025

GRACIAS TRUMP POR FACILITAR LAS COSAS.....

Quienes no padecemos del "Trump Derangement Syndrome" siempre hemos tratado de entender el fenómeno político de Trump desde una perspectiva más distante, más desapasionada, enmarcándolo en una típica reacción contra el autoritarismo de los demócratas, en una mezcla muy complicada entre el nacionalismo norteamericano y pinceladas libertarias. Allí mismo, en USA, los libertarios que no tienen nada que ver con el famatismo de los MAGA la tienen muy difícil. Han apoyado tal o cual medida, han criticado otras y han tratado de mantener la distancia de los MAGA al mismo tiempo que la distancia de los fanáticos demócratas, que serían capaces de convertir a los Estados Unidos en Cuba, ipso facto, si pudieran. 

Pero últimamente Trump se ha encargado de convertir esa dificultad en una casi imposibilidad. Ha llamado a una periodista "piggy" y ha dicho que quisiera colgar a ciertos congresistas demócratas. Sí, claro que no era en serio, pero tampoco era un Reagan´s joke. 

No sigamos. 

Detengámonos allí. 

Igual que aquí, muchos dirán: ya está el lunático filósofo preocupado por las formas. La política es así: es lo que hay; son ellos o nosotros, etc. 

Claro que hay fenómenos de acción y reacción, pero el efecto bumerang de las reacciones sólo produce otras reacciones del lado contrario y así sucesivamente. 

Por un lado, puede ser divertida la desfachatez y soltura de ciertos políticos de derecha, ajenos a las  formas de los especialistas en imagen, atrayendo a un electorado harto de la hipocresía de los políticos tradicionales, habitualmente insípidos, indolentes e ineficaces en lograr resultados concretos. Pero la decadencia cultural actual no permite distinguir entre una cosa y otra: entender la reacción, por un lado, y perder la distancia crítica, por el otro. Lo primero no debe conducir a lo segundo. No solo desde el punto de vista deontológico, sino también desde el consecuencialista. 

Deontológico, porque las formas SON contenidos. La reacción contra la izquierda debe ser una reacción moral, en la que el trato a los demás forma parte de la ética libertaria, que luego se trasluce en una concepción del poder. Un líder con autoridad moral no avanza más no porque no pueda, sino porque no debe. Los hubo en su momento. Adenauer, De Gasperi, Rueff, Einaudi, Erhard, etc. Reagan incluso. Que no surjan personalidades parecidas y/o que no logren ahora ningún apoyo es síntoma de una decadencia moral generalizada. 

Consecuencialista, porque esas actitudes sólo dan argumentos a la izquierda y sólo aumentan la polarización, que va socavando lentamente los "constitutional essentials" de los que hablaba Rawls, y que son la base para la estabilidad política y jurídica, a largo plazo, de las sociedades libres.

Que el mundo sea ahora más difícil que antes no es un argumento para conformarse con la decadencia.

Tal vez sea al revés. 


domingo, 9 de noviembre de 2025

MILEI AND MAMDANI: A POLARIZED WORLD

 Last week, my brilliant former student and close friend, Juan Luis Iramain, published a highly insightful article, "The New Politics" (https://infomedia.consulting/comms/la-nueva-politica.php), in which he explained remarkable similarities between two figures whose ideologies could not be more different: Milei and Mamdani. These similarities pertain to their modes of political conduct. One might be tempted to say "different content, but similar modes," yet, considering that the medium is the message, there are also overlapping contents, despite the divergent cited authors and campaign proposals. It is not our intention here to summarize Juan Luis’s article; the reader may consult it without difficulty. It suffices to underscore the obvious: their confrontational approaches, defiant style, ostensible spontaneity, emotional appeals, and radicalism. All are strikingly alike. And voters become fascinated.

But why?

We have long asserted that the globalization anticipated after the fall of the Berlin Wall was not the free international market that many, including me, ingenuously envisioned at the time. It was, and continues to be, an interventionist economy, as Mises described in Part VI of his treatise, Human Action, published in 1949, not 1991, when a tentative hope emerged after World War II. Moreover, and most troublingly, the United Nations radicalized in two respects: an obsessive planning of the entire world and, secondly, the content of such planning, focused on what I call the third phase of Marxism: the exploitive white heteropatriarchal capitalist versus newly recognized oppressed collectives—African Americans, indigenous peoples, women, sexual minorities. The first aspect epitomizes Hayek’s grim prophecy in The Road to Serfdom and represents the peak of central planning, opposed vigorously throughout their lives by Mises and Hayek, especially the latter, who denounced central planning as the radical ignorance of complex social phenomena (The Theory of Complex Phenomena, 1964)—the culmination of a lifelong academic project denouncing the abuse of reason, initiated even before WWII with the full awareness that it sought to save Western civilization from destruction, a destruction perhaps unfolding even now.

Against this liberticidal central planning, designated the United Nations, there have been and continue to be two types of reactions. The first, more common, encompasses diverse nationalisms, religious or otherwise, where national sovereignties appear as the only bulwark against the planning beast whose tentacles reach into the minutest facets of daily life worldwide. The second is the libertarian reaction, which I consider correct, privileging the preservation of individual freedoms against this planning. This second option is crucial but...

If these reactions are somewhat unclear in academia, what can one expect in politics, where both reactions interact more intensely? Ultimately, these are reactions. Even those of us who have studied libertarian ideas for years were caught off guard by the post-1991 quasi-Soviet radicalization of planning. The bipolar world before 1991 was simpler and admitted moderate leaders like Reagan, beneath whom radical positions lurked mostly in academic corridors. Since 1991, however unnoticed, the era of moderates ended. New movements arose, which, according to Karina Mariani, represented wars lost while we slept (https://www.amazon.es/Las-guerras-perdiste-mientras-dorm%C3%ADas/dp/B0DW1GZC14). The woke culture, coercive impositions (in education and health) of the LGBT agenda by governments, postmodern culturalism, immigration contrary to the rule of law, the purported right to information and alleged hate crimes, radical environmentalism, Mother Earth ideology, and finally the Soviet-like paroxysm of the pandemic, formed the breeding ground for reactive political movements, which exclude moderates and where nationalists and libertarians coexist in uneasy, sometimes fractious, alliances.

Amid this, political actors and voters tend to react rather than act. Poor Mises: never envisioned this world of human reaction, but it is our reality. Many who voted for Trump did so against Biden; many who voted for Milei did so against Massa; many who voted for Mamdani did so against Trump, with a level of emotionalism fitting the verbose, confrontational, dichotomous—and evidently inconsistent—style of these politicians. In them coexist religious concerns, libertarian elements, a free economy, external debt, and nationalist nostalgia, all bundled together. Their campaign chief is the same: the radical left, nourished by the UN (which takes local forms in each country), pushing matters to a point of no return (as has always been the case) that decades ago triggered civil wars and military coups but now, thankfully, translates into desperate voters, factional democracies, and caudillo-like leaders. What is the option?

The future is unpredictable for me. It is also impossible for me to know what a moderate libertarian leader would do in this jungle of survival. The current Churchills, less sophisticated, set aside Chamberlains, and the present-day Hitlers and Stalins are invisible, omnipresent, and borderless.

Meanwhile, the Mileis and Mamdanis of the world multiply, and the rest remain silent, confused before a historical panorama that surpasses our best theories. Except one: central planning is not only a failure; it is the death of Western civilization.