Cardenal Janis Pujats, arzobispo emérito metropolitano de Riga (Letonia)
+ Tomash Peta, arzobispo metropolitano de la archidiócesis de María Santísima en Astana (Kazajstán)
+ Jan Pawel Lenga, arzobispo-obispo emérito de Karaganda (Kazajstán)
+ Joseph E. Strickland, obispo de Tyler (EE. UU.)
+ Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la archidiócesis de María Santísima en Astana (Kazajstán)
Recientemente,
se ha sabido por los servicios de noticias y diversas fuentes de información
que en relación con la emergencia de Covid-19, en algunos países se han
producido vacunas utilizando líneas celulares de fetos humanos abortados, y en
otros países se planea producir tales vacunas. Hay cada vez más voces de los
eclesiásticos (conferencias episcopales, obispos individuales y sacerdotes) que
dicen que en el caso de que no haya una alternativa para una vacunación con
sustancias éticamente lícitas, sería moralmente permisible para los católicos
usar vacunas, a pesar de las líneas celulares de bebés abortados que han sido
utilizados en su desarrollo. Los partidarios de tal vacuna invocan dos
documentos de la Santa Sede (Pontificia Academia para la Vida, “Reflexiones
morales sobre vacunas preparadas a partir de células derivadas de fetos humanos
abortados” del 9 de junio de 2005 y Congregación para la Doctrina de la Fe,
Instrucción “Dignitas Personae, sobre ciertas cuestiones bioéticas” del
8 de septiembre de 2008), que permiten el uso de dicha vacuna en casos
excepcionales y por tiempo limitado sobre la base de lo que en teología moral
se denomina cooperación material remota, pasiva con el mal. Los documentos
mencionados dicen que los católicos que usan tal vacuna tienen al mismo tiempo
“el deber de expresar su desacuerdo al respecto y de pedir que los sistemas
sanitarios pongan a disposición otros tipos de vacunas”.
En el
caso de las vacunas elaboradas a partir de líneas celulares de fetos humanos
abortados vemos una clara contradicción: entre la doctrina católica que rechaza
categóricamente y más allá de la sombra de una ambigüedad el aborto en todos
los casos como un grave mal moral que clama al cielo por venganza (ver
Catecismo de la Iglesia Católica 2268, 2270 y sigs.), y la práctica de
considerar las vacunas derivadas de líneas celulares fetales abortadas como
moralmente aceptables en casos excepcionales de “necesidad urgente”, sobre la
base de una cooperación material remota pasiva. Argumentar que tales vacunas
pueden ser moralmente lícitas si no hay alternativa es en sí mismo
contradictorio y no puede ser aceptable para los católicos. Cabe recordar las
siguientes palabras del papa san Juan Pablo II sobre la dignidad de la vida
humana por nacer: “La inviolabilidad de la persona, reflejo de la absoluta
inviolabilidad del mismo Dios, encuentra su primera y fundamental expresión en
la inviolabilidad de la vida humana. Se ha hecho habitual
hablar, y con razón, sobre los derechos humanos; como por ejemplo sobre el
derecho a la salud, a la casa, al trabajo, a la familia y a la cultura. De
todos modos, esa preocupación resulta falsa e ilusoria si no se defiende con la máxima
determinación el derecho a la vida como el derecho primero y
fontal, condición de todos los otros derechos de la persona” (Christifideles
laici, 38). El uso de vacunas elaboradas a partir de células de niños no
nacidos asesinados contradice la máxima determinación de
defender la vida por nacer.
El
principio teológico de la cooperación material es ciertamente válido y puede
aplicarse a una gran cantidad de casos (pago de impuestos, uso de productos del
trabajo de esclavitud, etc.). Sin embargo, este principio difícilmente se puede
aplicar al caso de las vacunas elaboradas a partir de líneas celulares fetales,
porque quienes las reciben consciente y voluntariamente, entran en una especie
de concatenación, aunque muy remota, con el proceso de la industria del aborto.
El crimen del aborto es tan monstruoso que cualquier tipo de concatenación con
este crimen, incluso uno muy remoto, es inmoral y no puede ser aceptado bajo
ninguna circunstancia por un católico una vez que ha tomado plena conciencia de
él. Quien usa estas vacunas debe darse cuenta de que su cuerpo se está
beneficiando de los “frutos” de uno de los mayores crímenes de la humanidad
(aunque con pasos remotos mediante una serie de procesos químicos).
Cualquier
vínculo con el proceso de aborto, incluso el más remoto e implícito,
ensombrecerá el deber de la Iglesia de dar testimonio inquebrantable de la
verdad de que el aborto debe ser rechazado por completo. Los fines no pueden
justificar los medios. Estamos viviendo uno de los peores genocidios conocidos
por el hombre. Millones y millones de bebés en todo el mundo han sido
sacrificados en el útero de su madre, y día tras día este genocidio oculto
continúa a través de la industria del aborto y las tecnologías fetales y el
impulso de gobiernos y organismos internacionales para promover tales vacunas
como uno de sus objetivos. Los católicos no pueden ceder ahora; hacerlo sería
tremendamente irresponsable. La aceptación de estas vacunas por parte de los
católicos, sobre la base de que sólo implican una “cooperación remota, pasiva y
material” con el mal, le haría el juego a sus enemigos y debilitaría el último
baluarte contra el aborto.
¿Qué otra
cosa puede ser el uso de líneas celulares fetales de niños abortados que la
violación del orden de la creación dado por Dios, ya que se basa en la
violación grave de este orden al matar a un niño por nacer? Si a este niño no
se le hubiera negado el derecho a la vida, si sus células (que desde entonces
se han cultivado varias veces en el tubo de ensayo) no estuvieran disponibles
para la producción de una vacuna, no podrían comercializarse. Por lo tanto, hay
una doble violación del orden sagrado de Dios: por un lado a través del aborto
mismo y, por otro lado, a través del atroz negocio de comercializar el tejido
de los niños abortados. Sin embargo, este doble desprecio del orden de la
creación nunca puede justificarse, por supuesto tampoco a través de la
intención de preservar la salud de una persona a través de una vacuna basada en
este desprecio del orden de la creación dado por Dios. Nuestra sociedad ha
creado una religión sustituta: la salud se ha convertido en el mayor bien, un
dios sustituto al que se deben hacer sacrificios. En este caso con una vacuna
basada en la muerte de otra vida humana.
Al
examinar las cuestiones éticas que rodean a las vacunas, tenemos que
preguntarnos: ¿por qué fue posible todo esto?, ¿por qué surgió en la medicina,
cuyo propósito es traer vida y salud, la tecnología basada en el asesinato? La
investigación biomédica que explota a los inocentes no nacidos y utiliza sus
cuerpos como “materia prima” para el propósito de las vacunas parece más
similar al canibalismo. También debemos considerar que, en el análisis final,
para algunos en la industria biomédica, las líneas celulares de los niños no nacidos
son un “producto”, el abortista y el fabricante de la vacuna son el “proveedor”
y los receptores de la vacuna son consumidores. La tecnología basada en el
asesinato tiene sus raíces en la desesperanza y termina en la desesperación.
Debemos resistir el mito de que “no hay alternativa”. Al contrario, debemos
proceder con la esperanza y la convicción de que existen alternativas y que el
ingenio humano, con la ayuda de Dios, puede descubrirlas. Este es el único
camino de la oscuridad a la luz y de la muerte a la vida.
El Señor
dijo que en el fin de los tiempos incluso los elegidos serán seducidos (cf. Mc
13:22). Hoy, toda la Iglesia y todos los fieles católicos deben buscar
urgentemente fortalecerse en la doctrina y la práctica de la fe. Al enfrentar
el mal del aborto, más que nunca los católicos deben “abstenerse de toda
apariencia de mal” (1 Tes. 5:22). La salud corporal no es un valor absoluto. La
obediencia a la ley de Dios y la salvación eterna de las almas deben tener
primacía. Las vacunas derivadas de las células de los niños no nacidos
cruelmente asesinados son claramente de carácter apocalíptico y posiblemente
presagien la marca de la bestia (cf. Apoc 13:16).
Algunos
eclesiásticos de nuestros días tranquilizan a los fieles afirmando que una
vacunación con una vacuna Covid-19, preparada con líneas celulares de un niño
abortado es moralmente lícita, si no se dispone de alternativas, justificándola
con una llamada “cooperación material y remota” con el mal. Tales afirmaciones
de los eclesiásticos son altamente anti-pastorales y contraproducentes,
considerando la creciente industria del aborto y las tecnologías fetales
inhumanas, en un escenario casi apocalíptico. Es precisamente en este contexto
actual, que probablemente aún podría agravarse, que los católicos
categóricamente no pueden alentar y promover el pecado del aborto ni siquiera
de una manera muy remota y leve aceptando la mencionada vacuna. Por eso, como
sucesores de los Apóstoles y Pastores, responsables de la eterna salvación de
las almas, consideramos imposible callar y adoptar una actitud ambigua respecto
a nuestro deber de resistir con “la máxima determinación” (san Juan Pablo II)
contra el “crimen indecible” del aborto (Concilio Vaticano II, Gaudium
et Spes, 51).
Esta
nuestra declaración fue redactada con el asesoramiento de médicos e científicos
de diferentes países. Una contribución sustancial vino también de los laicos,
de las abuelas, abuelos, padres y madres de familia, de los jóvenes. Todos los
consultados independientemente de su edad, nacionalidad y profesión rechazaron
unánime y casi instintivamente una vacuna elaborada a partir de líneas
celulares embrionarias de niños abortados, al mismo tiempo que consideraron la
justificación del uso de esa vacuna sobre la base de una “cooperación material
a distancia” y de algunas analogías, como inadecuadas para una aplicación en
este caso. Eso es reconfortante y al mismo tiempo muy revelador, pues su
respuesta unánime es una demostración más de la fuerza de la razón y del sensus
fidei.
Más que nunca
necesitamos el espíritu de los confesores y mártires que evitaron la menor
sospecha de colaboración con el mal de su época. La Palabra de Dios dice: “Sed
simples como hijos de Dios sin reproche en medio de una generación depravada y
perversa, en la cual debéis brillar como luces en el mundo” (Fil. 2, 15).
12 de
diciembre de 2020, Memoria de la Santísima Virgen María de Guadalupe
Cardenal
Janis Pujats, arzobispo emérito metropolitano de Riga (Letonia)
+ Tomash
Peta, arzobispo metropolitano de la archidiócesis de María Santísima en Astana
(Kazajstán)
+ Jan
Pawel Lenga, arzobispo-obispo emérito de Karaganda (Kazajstán)
+
Joseph E. Strickland, obispo de Tyler (EE. UU.)
+
Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la archidiócesis de María Santísima en
Astana (Kazajstán)