Nunca me voy a olvidar
del Partido Liberal Republicano que se intentó formar allá por 1984/85 como
opción ante la “intervencionista” UCEDE. Eran no más de 10 que se reunían en la
inolvidable escuelita de Sánchez Sañudo. Se terminaron disolviendo porque se pelearon
por el Patrón Oro.
Las circunstancias
mundiales, ahora, han cambiado, y han surgido temas y problemas que multiplican
las divisiones.
Ya hablé varias veces
de esto; en una de esas oportunidades distinguí entre tres grandes corrientes:
la neo-kantiana (Mises, Hayek, Popper), la neo-aristotélica (Rothbard, Ayn
Rand) la iusnaturalista clásica (escolásticos, liberales católicos del s. XIX,
Novak, Sirico, Liggio, Chafuén, etc.), y en general la gente del Acton Institute.
Las tres tienen
diferencias filosóficas importantes y es utópico pensar que las van a superar,
aunque obviamente durante mucho tiempo pudimos trabajar juntos en muchas cosas.
Ahora hay dos
circunstancias que han cambiado esa paz transitoria.
Primero el tema del
lobby LGBT. Los más iusnaturalistas (y NO
me refiero ahora al Acton Institute) insisten en el error conceptual de la
ideología del género, que va contra la ley natural, etc., y se enfrentan por
ende con el escepticismo de los neokantianos y los neoaristotélicos en esos
ámbitos, que defienden a la homosexualidad, al transexualismo y etc. como
opciones morales legítimas en tanto, por
supuesto, no atenten contra derechos de terceros. Y se matan por eso.
Los
dos grupos no se dan cuenta de la importancia de su coincidencia en “en tanto
no atenten contra derechos de terceros”. Porque ninguno de
ellos afirma que el estado deba imponer leyes que coactivamente obliguen a
hablar de un modo determinado, a contratar de un modo determinado, a enseñar de
un modo determinado. ESA
coincidencia en la libertad individual es la clave en estos momentos. La
defensa de las libertades de expresión, religiosa, de propiedad, de asociación.
Suponer que nos vamos a poner de acuerdo en el tema de la ley natural es vano.
Y por ende podemos trabajar juntos, porque el lobby LGBT se llama lobby
precisamente porque sus pretensiones son
totalitarias: que todos hablamos con lenguaje neutro so pena de ir presos, que nadie pueda hablar libremente de sus
convicciones en materia sexual sin ir
preso, que nadie dentro de su institución pueda hacer o decir cosas que NO
coincidan con la ideología del género sin
ir preso, etc. Y con ESE totalitarismo, ¿hay algún liberal clásico o
libertario que coincida? Me resultaría extraño, por más que sus fuentes sean
Santo Tomás, Kant, Ayn Rand o el Sr. Spock.
Otro tema sobre el cual
nos hemos peleado mucho últimamente, sobre todo en Argentina, es el aborto.
Pero que casi ningún liberal clásico era abiertamente anti-abortista ya lo
sabíamos hace milenios y no había problema. Todos los rothbards-boys estaban a
favor y los Mises y Hayek-boys dudaban. Y la despenalización ya regía en
Argentina, en dos casos, hace décadas. Y que de hecho ninguna mujer iba presa por abortar ya lo sabíamos todos
hace mucho y nadie se peleaba. El problema fue que la ley presentada fue una
ley que obligaba a todos los institutos
estatales y privados a realizar el aborto, y sin ningún tipo de objeción de
conciencia institucional. Muchos liberales argentinos miraron para otro
lado, y fue allí cuando yo mismo les advertí: cuidado, eso sí que no es liberal, no tenés que ser un Juan Pablo II fan para
estar en contra de ello. Ese es el
problema y allí sí, de hecho, los liberales deberíamos haber presentado un
frente claramente unido y no fue así. Fue preocupante.
Otro tema es el ascenso
al poder de líderes “de derecha” que obviamente no son liberales pero que ponen
un freno evidente al socialismo del s. XXI, al totalitarismo del lobby LGBT y a
algunas otras cosas bonitas. Allí de vuelta nos estamos peleando todos porque
no sabemos mucho de la realpolitik o
del mal menor. Ningún liberal que yo sepa defiende a XX en tanto XX sino porque es
una opción mejor ante los Clinton,
los Obama, los Lula, los Kirchner, etc. O sea, en los duros momentos de las difíciles
opciones en el mundo real, nadie “apoya” al mal menor en cuanto mal, sino como
estrategia para que el mal mayor no avance, y además es importante denunciar
siempre los dobles estándares hipócritas de la izquierda. Ello debe hacer con
prudencia, obviamente. Si se hace acaloradamente y descalificando al otro o
excomulgando a alguien porque piense que en cuanto mal menor Trump es mejor que
Hilary, entonces estamos en problemas.
Ciertos principios son
también importantes. Violaciones del
Estado de Derecho, de libertades individuales, incluso cierto lenguaje agresivo
e insultante, no debemos admitirlas ni siquiera al mal menor o al bien menor.
Cuidado porque entonces es verdad que un
fascista es un liberal asustado. Incluso en esos momentos nos debemos perdonar
los sustos, pero el miedo no convierte en justo lo que es radicalmente injusto.
Finalmente, se extraña
en todos nosotros, últimamente, cierta delicadeza en las formas, el apreciarnos
como somos, el perdonarnos, el aceptar nuestras falencias, y se extraña una
buena formación filosófica, hermenéutica y epistemológica, que bajaría los
decibeles de muchas discusiones. Debates tales como si fulano no es un “verdadero”
liberal porque es un free banking, o
que tal interpretación de Mises es la “verdadera” y el que no se da cuenta es
un imbécil, y así ad infinitum, lo
que revela es que nuestra calidad intelectual y moral ha caído. Son como los
debates cuasi-religosos de los grupos que surgen a partir de un “fundador”:
cuál es el verdadero pensamiento del fundador, quiénes son los verdaderos
intérpretes del fundador, cuáles son los textos canónicos del fundador, etc. Son
debates que no existirían con un mínimo training en historia de la filosofía,
epistemología y hermenéutica. Cuidado, gente, los liberales no podemos salir al
ruedo de la batalla de estos días por haber leído un librito y por
fanatizarnos, como si no hubiéramos salido de los 15 años. Un poco más de
estudio, un poco más de bondad, tolerancia y perdón, un poco menos de neurosis
obsesivas y pensamiento monotemático, un poco menos de sentirse pontífices
máximos y excomulgantes, son todas cosas necesarias para los nuevos liderazgos
que necesitamos. No son cosas que se aprenden en un curso. Son fruto de una
terapia, por un lado, y de una conversión del corazón, por el otro.