domingo, 20 de abril de 2008

LOS DOCTORES DE LA LEY

No sé por qué nos cuesta tanto preguntar al doctor y escuchar a los que saben.
Nuestra rebeldía ante el saber conducirá a que perdamos el mundo.
Las organizaciones tienen su sentido y sus fines. Para lograrlos, están sus reglamentos. Sus maestros (porque hay muchos maestros). Los que hablan. Los que son mirados.
Ellos hacen cumplir sus reglamentos. Por el bien de los demás. Ellos tienen la dura tarea de imponer las penas si los reglamentos no se cumplen. Son incomprendidos por aquellos que no entienden algo tan sencillo, y sufren permanentemente esa injusticia.
Ellos hacen que las organizaciones sigan siendo lo que son.
Ellos fundan, dictaminan y establecen. Ejercen el poder legítimo. Ellos vigilan para que el bien no se disperse.
Ellos existen.
De vez en cuando aparece en su camino alguien que no existe ni quiere existir. Pero no, no lo dejarán no existir. Lo buscarán, lo sacarán de su escondite, y lo harán resistir.
Ellos excomulgarán y declararán la traición del que no existe.
Porque ellos existen y planifican. El poder es su existencia y sufren en silencio el murmullo de quienes no lo entienden.
Ellos saben que hay un mundo anárquico y, lo peor, espontáneo, fuera del ámbito de su mirada vigilante, de su racionalidad eficiente. Su bondad los hace avanzar y avanzar sobre ese mundo, que murmulla a sus espaldas las peligrosas músicas de la risa, del llanto, de lo que ahora no toca.
Ellos dan los discursos oficiales, los diplomas y, de vez en cuando, te conceden una audiencia.
Qué terrible sería el mundo sin ellos.
Alabada sea su existencia.

sábado, 12 de abril de 2008

Existir, insistir, resistir.

En el principio era el aula. Yo existía. Enseñaba, dialogaba, pensaba, investigaba. Preparaba programas, planes, los presentaba, los discutía, los peleaba. Ellos me lo pedían y yo lo creía.
Yo existía.
Lentamente comencé a darme cuenta de que la existencia se había transformado en insistencia. Preparaba programas, planes, los presentaba, discutía y peleaba. Preparé post grados, doctorados, departamentos de investigaciones y revistas. Insistí mucho tiempo.
Pero, finalmente, he llegado a la etapa más refinada del ser, la nada. Yo ya no existo. Yo no existo. Tampoco existía antes, pero no me daba cuenta. Pero ahora, la insistencia, la forma ingenua de la existencia, tampoco existe. Yo no existo ni insisto. Ya no preparo nada, no discuto, nada. Enseño, dialogo, pienso, investigo, amo. Nada más. Para ellos, los doctores de la ley, he muerto por fin. Pueden estar tranquilos. Yo ya no existo, yo ya no insisto. Ahora, sólo resisto. Es la hora de la resistencia, la forma más sutil del ser. La mejor para unos, la más devastadora para otros. Es la forma de ser que dice “no”. No a ellos. Si a otros.
Quiénes son los unos, quiénes son los otros, no importa. Es escatológico. El tiempo de la resistencia ha llegado. La resistencia no tiene planes. No tiene organizaciones. Tampoco resiste a ellos. Sólo desvía y sigue. Se expande espontáneamente en las rendijas del poder de los que existen. Se vierte con silencio y abundancia en aquellos que miran para ser mirados, y hablan para ser escuchados. Queda en la memoria de los que aman. Se esconde de los que mandan. Se rebela sin agredir. No castiga, ni ataca, no lastima. No hace nada. Sólo es, no siendo nada. No necesita triunfar, porque ya murió. Por eso vive.
Live long and prosper.

sábado, 5 de abril de 2008

NO SE DEBEN CORTAR RUTAS

Con este pequeño artículo toda la “derecha” argentina me va a querer matar pero, en fin, ya hubo conatos de excomunión cuando critiqué a Bush y cuando, pasando a temas menos importantes, osé decir que López Murphy no debía presentarse a elecciones. Es que en realidad yo nunca he formado parte de la derecha argentina, en cierto sentido. Soy un liberal clásico, lo cual implica vivir en una teoría de la relatividad política. Y por eso mejor publicar esto en mi blog personal y que mis amigos se rían un rato.
En el 2005 escribí un artículo cuyo título era “Cómo ser liberal clásico en América Latina y no morir en el intento”. Allí, como diagnóstico de la inestabilidad política de toda la región, dije:

“….Pero ese pasado cultural, “declinado” en otras regiones, en América Latina nunca se dio. No creo que pueda aplicarse a ella las tijeras de Hayek. Al contrario, lo que tenemos aquí, históricamente, son dos líneas enfrentadas, ambas de corte autoritario.
Por un lado, toda la tradición colonial española. Algunos sostienen que los municipios españoles representaban ya una vivencia de libertades civiles similares a la tradición federal anglosajona. Estamos abiertos a ello; sólo afirmamos, nada más ni nada menos, que la estructura de gobierno colonial, de tipo vertical, del rey, al virrey y etc., era en sí mismo una estructura autoritaria, arquitectónica, que respondía más a un estado concebido como padre, más que como la “administration” anglosajona. A su vez, no creo que se pueda decir que había una tradición de libertades individuales similar al common law como presupuesto cultural. Había noción de ley natural, pero no de “ley” jurídicamente limitante del poder[1]. La estructura vertical del poder interactuó con una creencia cultural básica: el gobierno no es la administración de bienes públicos, sino los mandatos de un rey, un padre, un caudillo, un jefe revolucionario. Había toda una tradición teorética católica que iba en sentido contrario (Suárez, Molina, Vitoria, la escuela de Salamanca) pero no llegó a convertirse en sistema cultural.
Por el otro lado, llegaron a América Latina ideas contrarias, sí, pero ligadas a los que Hayek llamaría constructivismo, derivado del racionalismo antirreligioso europeo. Los sistemas republicanos y laicales propuestos eran más bien de corte roussoniano. Hubo dictadores ilustrados en América Latina, que intentaron “reformar” el sistema colonial, coherentemente enfrentados a su pasado religioso. Sus ideas eran más bien afrancesadas, más bien dependientes de la enciclopedia francesa más que de la religiosidad laical de las colonias norteamericanas. Coherentemente, “imponían” sus reformas a sangre y fuego. Redactaban constituciones republicanas, separaban Iglesia y estado, dictaban códigos civiles donde trataban de racionalizar el respeto a la propiedad, trataban que el estado educara en las “ciencias y letras”, y avanzaban sobre el indígena ya no para hacerlo cristiano, sino “ciudadano”[2]. Todo ello en medio de un marco cultural indiferente u hostil a las reformas propuestas, un marco cultural que no sabía vivir sin el “padre”, por lo cual estos gobiernos adoptaban más bien la figura de un padre “civilizador” laical. Virrey católico, caudillo militar, presidente “fuerte” laical, todos ellos encarnaban el mismo tipo ideal weberiano de padre fuerte y protector.”

O sea: la tentación de violencia vive en izquierdas y derechas en América Latina. Contra autoritarismos de gobiernos de izquierda, la derecha quiso y quisiera responder con un autoritarismo del otro lado. Nadie quiere confesarlo, pero he conocido liberales argentinos que verdaderamente pensaban que la solución para la Argentina era un probo militar presidente y un ministro liberal de economía. Ese era todo el esquema institucional que bastaba. Brillaban allí por su ausencia las advertencias hayekianas sobre el aprendizaje, las bases culturales de las instituciones libres.
Hoy nadie quiere decirlo abiertamente tampoco, pero muchos sueñan con que Cristina Kirchner caiga después de un cacerolazo como el que derrocó a De la Rúa (en realidad no es eso lo que lo derrocó, sino un quién….). Otros, sencillamente, no sueñan, ni piensan, ni menos aún escriben. Reaccionan. Pero en esa reacción se ve la anomia institucional en la que vivimos.
No se deben cortar rutas, y punto. Es un delito, pero fundamentalmente es un atentado a derechos individuales de otros.
Claro que los Kichner y sus secuaces no tienen ninguna autoridad para decirlo. Ello es obvio. Obvio es también que vivimos en una dictadura encubierta. Pero, ¿cómo se vuelve a la estabilidad institucional en la Argentina? Con la violencia, seguro que no. Con lo cual entramos en un planteo consecuencialista menos deontologista que el imperativo categórico que vive en el título de este artículo.
¿Quién tiene el poder en Argentina? ¿El que corta mejor una ruta? Si ese conato medio ingenuo de revolución que hizo el campo hubiera volteado a la tan odiada Cristina, ¿a un supuesto cristino liberal lo voltearía otro corte de ruta…….. Menos piadoso? ¿Ese es el orden institucional en Argentina?
¿Qué queda por hacer entonces? Nada. La cosa era antes. Por eso la oposición debía unirse; por ello me uní a las propuestas (desesperadas) para una oposición unida en Argentina, no “liberal clásica” pero al menos no kichnerista. Obviamente no sucedió. Ahora, ya está. El peronismo es un drama cultural, pero es férreo y coherente. ¿Quiénes creemos que son los Kirchner y sus secuaces? ¿Nenes de mamá que se van a asustar? Ahora han endurecido su posición. Y los comandantes marcos de la revolución frustrada, y los sectores medios que los apoyaron, ¿qué creen que es una revolución? Si de cortar una ruta se trata, la izquierda sabe cómo hacerlo. Capuchas, palos en mano, algo más por si acaso, y no se mueven. Y lo que quieren es enfrentarse con la gendarmería y que haya sangre, no asaditos. Eso es lo funcional y maquiavélicamente útil a la toma del poder. Y el desabastecimiento: ¿verdaderamente sabemos lo que es un desabastecimiento en serio? ¿Verdaderamente “por dignidad” los centros urbanos hubieran soportado semanas y semanas de supermercados vacíos? ¿Sí? ¿Seguro?
La revolución no es el camino. No es el camino ético, porque la violencia no es camino para nada; no es camino institucional, porque sólo aumenta nuestra anomia institucional, y no es camino estratégico cuando se convierte en un conato ingenuo que enardece al poder en el poder y lo ratifica en su lenguaje, que es la violencia. Ya hay amenazas a la libertad de prensa. Ya hay peores amenazas para lo poco que queda de comercio y propiedad.
Que las retenciones son impuestos distorsivos iguales a las tarifas arancelarias, es obvio. No pueden tener ninguna medida económicamente eficiente y son todas absolutamente injustas. Que sólo sirven para aumentar las arcas del estado central, es obvio, y ese es el problema, y no tanto “la caja de los Kirchner”: ¿o acaso la caja de otro gobierno las justificaría? Todo es obvio, como obvio es que si son delincuentes los asambleístas ecologistas que cortan los caminos a Uruguay, también lo son los asambleístas que corten el paso a Buenos Aires.
Si no se quiere pagar un impuesto, no se paga y se soportan las consecuencias del soviet que venga a reclamar su robo. Eso hubiera sido, tal vez, una revolución en paz. Tal vez. No sé.
¿Qué hacer? Vuelvo a decir, no hay nada que hacer. Para los que puedan, Ezeiza es el camino. Para los que no podamos, la fortaleza de resistir lo que venga, de seguir escribiendo mientras se pueda, y la pequeña esperanza de que quizás en el 2011 estos feroces autoritarios se hayan desgastado o haya cometido algún colosal error político. Pero es posible que en el 2011 sólo quede Ezeiza o la cárcel.
No da mucha “seguridad” pensarlo, pero…. Ser liberal es, precisamente, ser no violento. Los liberales estamos perdidos en una sociedad violenta. Somos parias políticos y sociales. Por eso escribí “cómo ser liberal en América Latina”….. O sea, una sociedad violenta, sin instituciones, donde gana el más fuerte.
Es verdad que existe la legítima defensa, es verdad que en una guerra conviene, a veces, tomar partido…. Pero, ¿define eso la filosofía política? ¿Si? ¿Entonces tenía razón Hobbes? La pregunta es, entonces, ¿es posible ser liberal?
Allí termino.

[1] Es muy interesante al respecto la contraposición que se observa en dos “tipos ideales” weberianos filmados sin advertirlo por la cultura pop televisiva y cinematográfica. Me refiero al shefiff y a el “Zorro”. El primero podía ser vencido, o no, pero tenía a “la ley” de su parte, una ley que tenía una “existencia jurídica” independiente del triunfo eventual de pistoleros diversos o shefiffs caídos en desgracia. El Zorro, en cambio, representa a una ley natural y a una derecho a la resistencia a la opresión ante un sistema en el cual “no había ley”, sino la voluntad del comandante del lugar y-o un delegado del virrey. Una vez hubo un comandante “bueno”, pero, claro, duró sólo un capítulo para el que “Zorro” siguiera ejerciendo el derecho a la resistencia. Ahora muchos creen que el Zorro es Castro y que el comandante es Bush...
[2] ¿Fue la Constitución argentina de 1853 una “refutación” a lo que estamos diciendo? ¿O una corroboración? ¿No habrá sido un trágico ejemplo de “normas” escritas que no se convierten en cultura?