(Del cap. 4 de mi libro “Nueva introducción a la
EA de Economía”. Clase cuatro: (Martes 12-9-2000).
Se preguntarán ustedes por qué he titulado esta
clase “las restricciones a la producción”. Bien, en realidad estoy haciendo
honor a la terminología de Mises, en su tratado de economía, cuando habla de
gran parte de las medidas intervencionistas. Porque lo que ellas, logran, en
conjunto, es eso: restringir la producción, bajar la tasa de ahorro, de
inversiones, de demanda de trabajo, de salario real. Hay un “circuito”,
análogamente hablando, que ya hemos aprendido. Hay una “cadena” proporcional
entre más ahorro, más inversiones, más demanda de trabajo y mayor salario real
y por ende mayores (no iguales) oportunidades para todo el mundo. Todas las
políticas intervencionistas atentan de un modo u otro contra la primera parte
de esta cadena. Y por eso no se puede ser un buen economista –como decía Hayek-
siendo “sólo economista”. Hay condiciones jurídicas, políticas y culturales que
favorecen al ahorro y otras que lo desfavorecen. La economía, por todo lo que
expusimos en la clase 1, simplemente dice: dejen al mercado ser tal. Esto es, libre.
De las políticas intervencionistas que más
restringen la producción, las más típicas son el impuesto progresivo a la renta
y los aranceles.
Comencemos por el tema de los impuestos
progresivos.
No vamos a comenzar (aunque sea un tema
importante) con el tema del estado y su justificación, que es un tema que
habitualmente rodea al tema de los impuestos. No tenemos tiempo de
introducirnos en las profundidades de la filosofía política, simplemente diré
que la existencia de “estados-naciones” como los concebimos hoy en día es algo
que damos por sentado y deberíamos preguntarnos más seguido su por qué.
Pero no sigamos o de lo contrario nos vamos de
tema. Todos los impuestos tienen sus dificultades. Ninguno es totalmente
“neutro”, esto es, ninguno deja de afectar de algún modo al proceso de mercado.
Sin embargo, entre los economistas austríacos ha habido un consenso en oponerse
al impuesto progresivo a la renta, quedando nuevamente como los “malos de la
película”. ¿Por qué esta oposición a lo que parece más justo, esto es, que más
paguen los que más ganan, y progresivamente?
Nuevamente, es el tema de la escasez. Para
minimizar los efectos de la escasez hay que aumentar el ahorro, y para ello hay
que “liberar recursos”. Eso tiene que ver con la noción de ahorro potencial.
El razonamiento es el siguiente. Con lo que cada
uno “tiene”, hay dos posibilidades: gastarlo o no. Eso implica consumo, en el
primer caso, o ahorro, en el segundo. Bueno, no ahorro necesariamente en el
segundo caso: usted puede donar sus bienes, o quemar sus billetes (¿nadie lo
haría, no?) o ponerlos en su casa, lo cual en la Argentina aún se sigue
haciendo, y es una forma especial de ahorro.... Pero se presupone que en una
economía moderna y con circuito bancario organizado, gran parte de lo que no se
consume se destina al ahorro en el mercado de capitales.
Por lo tanto, si nosotros gravamos impositivamente
a alguien en el momento de consumir (impuesto al consumo) no digo que sea eso
excelente, pero al menos podemos estar seguros de que no son recursos que se
podrían haber destinado al ahorro. Pero si gravamos directamente las ganancias
y todo tipo de “activos” que tiene una persona, ya empleador, ya empleado,
estamos tomando recursos que “potencialmente” podrían haberse destinado al
ahorro. Si usted tiene 10 en su bolsillo, y yo lo saco impositivamente antes de
que usted lo consuma, estoy sacando tal vez 5, tal vez 8, tal vez 2 que podrían
haber sido destinados al circuito bancario de ahorro. Por lo tanto, los
impuestos a las ganancias implican una menor cantidad de ahorro potencial. Y ya
vimos lo que eso significa: menor tasa de capital, y, ya sabemos, menor salario
real para todos. Más escasez de la que ya hay.
Si el impuesto es progresivo, peor. Si cuando más
uno gana más le sacan, tal vez ciertas inversiones que se podrían haber
realizado no se hacen.
Por lo tanto los impuestos a la renta, ya
progresivos o no, implican sencillamente un menor nivel de vida para toda la
población. Se saca a “los ricos” para solucionar la pobreza, y lo que se logra
es incrementarla. Otra vez, el paradójico resultado de toda política intervencionista.
Dado que los austríacos razonan habitualmente con
lo que “no se ve” (Hazlitt) esto es... ¡Difícil de ver! Es fácil ver las obras
públicas, es fácil ver a un gobernante dando un gran discurso, con una aureola
de santidad sobre su cabeza, como si fuera Gandhi, anunciando todo lo que va a
repartir, fruto de sus impuestos.... Lo difícil es ver “lo que no hay”, como
consecuencia de esas políticas: todo el ahorro y las inversiones que no se
realizaron porque el estado sacó y gastó (a pesar de que su propaganda dice
“invertir”) en otras cosas; es difícil ver todos los recursos en salud,
alimentación, vivienda, etc., que quedaron desatendidos porque el gobierno sacó
y gastó.... Con la infundada creencia socialista de que los particulares no
pueden ocuparse de todo ello, o con la infundada creencia marxista, en el
sentido estricto del término, aún hoy en día, de que con esos impuestos
“mitigamos” los efectos de la explotación capitalista....
Por eso viene bien resaltar aquí que la economía
de mercado es un sistema que funciona con personas normales, personas, como
decía Sto Tomás, “la mayor parte de las cuales no son perfectas en la virtud”.
Para que aumente el ahorro y los salarios reales de todos no es necesario
contar con héroes, con grandes gobernantes ni con sacrificados e incorruptos
contribuyentes. ¿De dónde salen, en una economía de mercado, los recursos que
alimentan al mercado de capitales que implican un aumento de ahorro y por ende
una mayor tasa de capitalización? Pues de millones y millones de actos
cotidianos de ahorro de pequeños ahorristas, como todos ustedes, que tienen
(tenemos) sus dineritos en el banco y sostienen con ello las pocas inversiones
genuinas que nuestra economía intervenida tiene. Pero les aseguro que lo que
podemos ahorrar está limitado por muchas cosas, entre ellas, lo que el estado
ya nos ha sacado con todo tipo de impuestos, y entre ellos el de ganancias.
P.: Si dos empresas ganan lo mismo, ¿es justo que
paguen lo mismo?
R.: En estas cosas creo que hay que guiarse por un
sano criterio de utilidad social. Lo que es justo o no en las políticas
impositivas es, creo yo, sencillamente lo que aumente o no el ahorro existente,
pues de eso depende el nivel de vida de nuestros semejantes. Así que yo no me
preocuparía de cuánto tiene que pagar cada empresa. Sencillamente creo que debe
eliminarse todo tipo de impuesto a las ganancias. Sencillamente todos. No estoy
exagerando. Ya hablé muchas veces de los dramáticos efectos de la escasez. La
miseria y la pobreza. No tenemos que escatimar esfuerzos en la lucha contra
todo lo que la cause.
P.: ¿Pero hay algún país que sobreviva que haya
eliminado el impuesto a las ganancias?
R.: Bueno, yo diría que sobrevivieron a su no
eliminación.... Sobre todo aquellos cuyas condiciones jurídicas y políticas
fueron tan estables que promovieron una tendencia al ahorro mucho mayor que la
presión impositiva, que jugaba en contra.... Por eso pueden ustedes imaginarse
los efectos terribles de estos impuestos en las naciones subdesarrolladas.... Y
si a eso agregamos la inflación.... Las revoluciones..... Las guerras....
Bien, cambiemos de tema....
Vamos al tema de los aranceles. Les aseguro que si
el punto anterior los asombró, este les va a asombrar mucho más. En esta
carrera contra el tiempo que estoy librando, he decidido organizar el tema de
este modo.
Primero, vamos a razonar un poquito “in
abstracto”. ¿Cuáles son los efectos de colocar o sacar un arancel? Un arancel
es una especie de impuesto a los productos importados. Esto está muy bien
explicado en “La economía en una lección” de Hazlitt. Vamos a suponer que este
reloj importado sale $ 10. Es un ejemplo, nada más, para razonar sobre el tema.
Tenemos un reloj cuyo precio en el mercado internacional es de $ 10. Ahora
vamos a suponer que se lo grava en $ 5, con lo cual sale, en el país, $15. Todo
esto con los argumentos habituales: para proteger o estimular la industria
nacional de relojes, para que haya más ocupación, más producción local, etc.
Tenemos entonces que cada vez que alguien compra
un reloj en el país, está dando al gobierno $ 5. Ahora multipliquen eso por
millones y millones de veces que se compra un reloj. Van a obtener una cifra
muy abultada. Son recursos que han sido sacados del circuito de ahorro e
inversión, y del consumo de otros bienes, para ser enviados al estado.
Ya vimos los perjuicios de sacar recursos del
circuito de ahorro e inversión. No los quiero cansar con eso. Porque tenemos
ahora algo nuevo. Dije que a esos recursos se los sacaba también “del consumo
de otros bienes”. ¿Y qué hay con eso? Pues que, como vimos en la clase uno, en
un mercado libre, sin privilegios ni protecciones legales, sólo se mantienen en
el mercado quienes menos errores cometan. Se producirá entonces una tendencia a
concentrar la producción en áreas donde naturalmente la productividad es mayor.
Si alguno de ustedes es empresario y trabaja sin protecciones es obvio que
sería un grueso error poner una heladería en la Antártida. Pero,
claro, los errores no son siempre tan gruesos, y para eso está el sistema de
precios, para avisarnos de algo que anda mal, cuando nuestros costos van
subiendo e incurrimos en pérdidas. Por ende, un mercado libre, donde también
haya mercado libre internacional, concentrará la producción en aquellas áreas
naturalmente más productivas y aquellos productos que sean naturalmente más
costosos tenderán a ser importados. Otra vez, la escasez. Los costos altos
tienden a ser mitigados del mercado importando más barato aquello que sería
caro en cierta región, y exportado aquello que naturalmente salga más barato.
Pero si el arancel desvía la producción a sectores protegidos, los costos
aumentan y la productividad global disminuye. La división del trabajo es una de
las grandes armas contra la escasez. Los aranceles atentan directamente contra
ella. Los costos internos aumentan y por eso la capacidad de ahorro interno
disminuye.
Pero, me podrán decir, ¿acaso los otros
economistas ignoran todo esto? No. Los más inteligentes partidarios del
proteccionismo (no me refiero a empresarios y sindicalistas que piden aranceles
simplemente por intereses sectoriales) tienen detrás de los aranceles una
teoría más amplia, que estuvo muy de moda en los años 70 aunque no ha perdido
su vigencia (ahora se la presenta con un vocabulario distinto). Muchos piensan
que los países subdesarrollados nunca van a salir adelante porque tienen una
estructura de producción dependiente de los países desarrollados. Son
agroexportadores o mono-exportadores de materias primas, que venden al exterior
a bajo precio, mientras importan, muy caro, productos manufacturados. Para
salir de esa situación deben tener una política arancelaria fuerte y
desarrollar así su industria nacional para entonces sí, estar en condiciones de
competir con el extranjero. Esto sigue estando detrás de las guerras tarifarias
entre los bloques, tema que retomaremos hacia el final.
Vamos a relacionar esto con la clase dos. Esta
teoría de la dependencia estructural tiene un error que se ve claramente a la
luz de la teoría austríaca de la formación de capital, que en última instancia
es la teoría austríaca del desarrollo. ¿Cómo se constituye el ahorro y todo lo
que le sigue (inversiones, etc.) en determinada región, llámese país, nación, o
lo que fuere? Ya lo hemos visto: hay que abstenerse de consumir ciertos
recursos en el presente para destinarlos al ahorro, esto es, al consumo futuro,
lo cual implica que esos recursos ahorrados sirven para la producción de bienes
de capital. Si una región está tan subdesarrollada que el ahorro interno sería
casi nulo o muy lento, se recurre al capital prestado. Esto es, si las
fronteras son libres las inversiones extranjeras podrán entrar libremente. Debe
haber estabilidad política y jurídica, incluyendo esto último que las
condiciones sean iguales para todos (esto es, el estado no debe proteger a
ninguna industria, ni nacional ni extranjera). Con esta apertura de las
fronteras al capital extranjero, más la libertad migratoria, la lucha contra la
pobreza comienza a vencerse.
Otra vez, les pido no que me den la razón
inmediatamente, sino que hagan el esfuerzo de ver las cosas al revés de lo que
habitualmente se supone. La causa del subdesarrollo es que no se han dado las
condiciones de estabilidad política y jurídicas necesarias para un mercado
libre. La causa del subdesarrollo es el intervencionismo o el directo
socialismo, ya desde el inicio o por el medio de la historia de un país (como la Argentina). La causa del
subdesarrollo es por ende también la protección arancelaria con la cual
supuestamente se quiere desarrollar un país. El efecto del subdesarrollo puede
ser, perfectamente, países exportadores de materias primas baratas. Eso es
efecto de políticas intervencionistas que han frenado la acumulación de capital.
Por lo tanto, aquello que se recomienda para solucionar esa situación
(aranceles y otros controles) es precisamente lo que la provoca o lo que la
aumenta y prolonga. Por otra parte, este tipo de intervencionismo es compatible
ya con industrias privadas protegidas, ya con industrias nacionalizadas. En la Argentina se hicieron
las dos cosas. El efecto fue la pobreza y la miseria, y aumentar la que ya
estaba. Y el acusado fue un mercado libre que nunca se aplicó....
En mi opinión la teoría de la dependencia
estructural es una fuerte y nueva versión de la clásica teoría marxista de la
explotación. Marx decía que la acumulación de capital sólo se producía merced a
la explotación (trabajo hecho y no remunerado) del sector obrero y que por ende
en las naciones “capitalistas” iba a haber ricos cada vez más ricos y pobres
cada vez más pobres. Pero en los países desarrollados del hemisferio norte los
sectores medios se expandieron, lo cual parecía contradecir la teoría de Marx.
Pero entonces se dio una perfecta contrarréplica. La teoría marxista seguía
vigente, trasladada a nivel internacional. Hay “países ricos” porque explotan a
los países pobres del sur. Lo que gana un obrero de un país rico del hemisferio
norte, lo pierde un obrero del hemisferio sur.
Como vemos el aparato conceptual marxista nunca
logró captar el proceso de acumulación de capital. Siempre concibieron una
torta estable. Algunos socialistas siempre hablaban de repartir la torta. Marx
era más sagaz. Vio que la torta crecía, pero también concibió ese crecimiento
“a expensas” de otros: los explotados. Los neomarxistas latinoamericanos nunca
pudieron ver, entonces, la causa del subdesarrollo de estas regiones. La
riqueza de los países ricos aparecía como la causa de su pobreza. Siempre que
alguien gana algo, hay otro que pierde. Pero no es así. Todo lo visto hasta
ahora nos muestra que es al revés: en la medida que aumenta la tasa de capital,
la demanda de trabajo aumenta, los precios bajan y el salario real de todos
aumenta. Para entender esto hay que hacer un verdadero esfuerzo de cambiar la
perspectiva mental y tomar conciencia del marxismo cultural en el que nos
encontramos. El marxismo de ningún modo ha caído de nuestras mentes. Cuando
nuestros dirigentes sindicales hablan de “planes de lucha” para defenderse de
la explotación de un supuesto capitalismo, y cuando todo tipo de intelectuales
justifican la violencia por ellos aplicada, ¿de qué estamos hablando? ¿De Martín Luther King?
Ahora bien, hemos visto el origen de gran parte de
los sectores industriales protegidos. Me parece adecuado llamar a eso “el
drama” de la protección. ¿Por qué? Porque estamos parados sobre este sistema
canceroso. Habitualmente en Latinoamérica, pero también en muchos otros países,
hay sectores productivos asentados sobre décadas y décadas de protección
arancelaria. Familias enteras dependen y han dependido siempre, tanto económica
como culturalmente, de esos sectores. Para ellos es sencillamente un drama la
eliminación de la protección. Obvio que debe hacerse, tal vez gradualmente.
Pero los problemas políticos, culturales, psicológicos y morales de esta
“curación” son enormes. Son los problemas de una política de transición. Con
esto no quiero decir que debe evitarse el problema, porque de lo contrario se
agudiza. La no transición agudiza los problemas, no los soluciona (alguien
puede seguirse endeudando y mientras sigue la fiesta nadie se da cuenta, hasta
que llega el contador, el abogado, la policía....). Pero independientemente de
las políticas concretas de transición que apliquemos, hay una pregunta clave:
¿quiénes produjeron el drama? No los economistas austríacos, precisamente, que
siempre se opusieron a todo tipo de políticas intervencionistas. De todos
modos, ahora que ciertos países están intentando aplicar economías de mercado,
los economistas austríacos tienen una buena oportunidad para trabajar en temas
de transición, tema que hasta ahora no ha sido su especialidad.
¿Hay hasta aquí alguna pregunta aclaratoria?
P.: Hablando de protección.... En este momento es
vox populi que la industria argentina ha sido destruida porque se abrió la
entrada a cualquier producto de cualquier lugar del mundo, de modo que se
destruye la industria argentina, con la consecuente desocupación. ¿Cuál es la
solución?
R.: Independientemente del caso argentino, quiero
aclarar que, en cuando a la interpretación de lo que en general es un arancel,
su reducción o eliminación no implica
una “destrucción”, sino más bien una “transformación”, un
reacomodamiento de los factores productivos. Si usted tiene $ 10 en su
bolsillo, destinados a la industria X protegida, y sin el arancel usted dispone
de $ 8 pesos más, porque el precio del producto no es entonces 10 sino 2,
entonces sucede lo contrario a la imposición de un arancel. Esos 8 pueden ser
destinados al consumo de otros bienes y servicios, o al ahorro. En ambos casos
aumenta la demanda de bienes y servicios en el presente o se los destina para
la fabricación de nuevos bienes de capital. En cualquier caso la eliminación
del arancel dejó recursos liberados para otros sectores, y lo importante es que
esos sectores no estén protegidos para que el proceso no se repita. Como vemos,
no hay destrucción, sino una especie de creación de nuevos sectores
productivos, con la “curación” consiguiente de la des-economización de recursos
que se producía en la etapa anterior.
Su pregunta me lleva a hablar de la tan mentada
globalización, pero eso lo dejamos mejor para el final.
P.: Pero en ese proceso de transformación nos
podemos morir en el intento...
R.: Nos estamos muriendo ahora. Bueno, me explico.
Hay que cambiar la interpretación de lo que
significa una política de transición. Yo no he negado sus dificultades, las he
afirmado expresamente, pero por algo dije que mientras dura la fiesta nadie se
da cuenta. Esto es, no es cuestión de decir “estamos bien ahora y en la
transición vamos a estar mal”. No, estamos mal ahora. En la transición lo que
va a estar bien es el bien común, pero no los intereses sectoriales. Pero hay
que tomar conciencia de lo que significa el costo social de la no-transición.
Usted habló de morir en el intento. Pues bien: ¿cuántos niños se mueren de
hambre en la Argentina,
diariamente, o padecen terribles desnutriciones a causa de las políticas que en
este curso hemos venido denunciando? Le aseguro que no son pocos. Las
condiciones infrahumanas de vida ya existen en nuestro país y, vuelvo a decir,
el eje central del debate es qué las causa. Y yo respondo: no las políticas de
transición a una economía de mercado. Por otra parte, ¿de qué economía de
mercado me hablan en la
Argentina? ¿De unas cuantas empresas privatizadas con
privilegios y monopolios? Está bien que en la realidad todo es una cuestión de
grado.... No quiero ser pesimista. Pero por favor no confundan a Menem o a De la Rúa con Mises.... Esa
confusión, por favor, no....
P.: ¿Pero no hubo proteccionismo en EEUU, sobre
todo en el noreste, y aún lo hay?
R.: Sí, sencillamente hubieran estado mejor sin
todo eso. Yo no les estoy “tirando hechos por la cabeza”, sino que estoy
tratando de cambiar la interpretación de ciertos fenómenos sociales. Así que el
desarrollo industrial de EEUU no es un argumento ni a favor ni en contra de lo
que yo digo. Todo depende de cómo se lo interprete.,
P.: ¿Qué opina de la economía informal, de la que
habla Hernando de Soto?
R.: Bueno, es uno de los miles de temas de los que
no pude hablar. Pero es muy interesante. Cuantas más reglamentaciones hay,
cuanto más intervencionismo hay, hay un sinfín de cosas que usted tiene derecho
natural a hacer pero que quedan sin embargo “fuera de la ley”. Pero fuera de
una ley injusta, contraria al derecho natural. En Perú, donde Hernando de Soto
hizo ese estudio, toda la industria del transporte era informal, porque era
imposible asumir los costos que el estado imponía con sus reglamentaciones....
Y muchas personas lograron evitar el hambre ofreciendo servicios sin el control
de estado.... El también estudió que si usted quería poner una pequeña o
mediana empresa, el número de reglas exigidas por el estado cuando se imprimían
en hojas de computación era de 600 metros....... Sí, aunque no lo puedan
creer..... Y después los grandes intelectuales se preguntan por la causa de
pobreza en Latinoamérica, y siguen acusando al capitalismo global..... Santo
Dios.....
P. ¿Y qué me asegura que mi ahorro se convierta en
inversión?
R.: Nada ni nadie se lo puede asegurar
necesariamente, claro, por eso hemos hablado hasta el cansancio de condiciones
políticas y jurídicas estables para un mercado libre.... Que creen las mejores
condiciones que “favorezcan” ese proceso. Justamente, el proceso de ahorro y
acumulación de capital es tan difícil... Las masas, como diría Ortega, dan por
sentado que un día se levantan y ahí está un supermercado, y trabajo, y
salarios para comprar todo eso... Creen que es fácil.... Por eso el otro día
hablaba yo de la visión de conjunto. No debe suponerse que la economía es algo
aislado de otros fenómenos sociales. Hayek, dado que era un excelente
economista, habló, en su libro “Los fundamentos de la libertad” de las razones
por las cuales la democracia es conveniente, y una de ellas era cierta
tendencia al aprendizaje cívico que se produce con la estabilidad política. En
cada elección los electores pueden aprender de sus errores pasados. Eso,
mantenido durante décadas, ayuda notablemente a la paz y estabilidad que son la
mejor garantía humana para el desarrollo. Por eso Mises y Hayek, en su
filosofía política, eran tan poco proclives a las revoluciones violentas.
Bueno, esta es una cuestión de filosofía política un tanto larga, pero la doy
como ejemplo de tratamiento conjunto de los temas.
Pero hablando de temas, nos fuimos un poco de tema
y nos queda el último punto.
Este último punto, sobre el libre comercio
internacional y la libre inmigración y emigración, va a ser como una especie de
“cierre”, que “abra” alguna humana esperanza a este mundo difícil.
Un mercado libre internacional como el que
proponen los austríacos es una situación posible, plausible, que implica un
libre movimiento de capitales y de personas. Eso no significa tener plata para
comprar pasajes. No, significa algo mucho más concreto. Significa que no hay
trabas jurídicas para emigrar o inmigrar. Lo cual significa, a su vez, que los
austríacos están en contra de cosas a las cuales nos hemos acostumbrado y que casi
no cuestionamos. Un mercado libre es incompatible con aduanas, pasaportes,
visas y todo tipo de regulaciones e impedimentos para entrar y salir de un
país. Para entender esto hay que tener en cuenta una filosofía social de fondo,
muy bien explicada por Mises en su libro “Liberalismo”. En esa filosofía social
cada persona más no significa más escasez, más problemas, sino mayor riqueza.
Estamos tan acostumbrados a filosofías intervencionistas, para las cuales la
torta siempre debe ser repartida frente a una población en aumento, que no
concebimos una situación donde cada persona, trabajando libremente y ofreciendo
sus servicios en el mercado, implique un mayor aumento en la productividad
global y, por ende, una torta que crece, y no para pocos, como habitualmente se
cree, sino para cada vez más gente, por el referido aumento en el salario
global como fruto de las mayores inversiones. Pero hoy en día no se piensa así,
y por eso se recomiendan políticas de fronteras cerradas, políticas
restrictivas frente a la inmigración, donde personas humanas, que no tienen más
ni menos que la dignidad que Dios les dio, son sometidas a todo tipo de
vejámenes por querer entrar simplemente a trabajar libremente. Y en eso los
campeones son los actuales EEUU, donde sus dirigentes políticos y sus
empresarios y sindicalistas creen que la inmigración significa una menor torta
para repartir, cuando hemos visto que, si liberaran el mercado, cada persona se
pondría a trabajar en aquello para lo cual tiene natural productividad, y si comete
muchos errores, sea del país o no, no podrá quedar en el mercado por las
pérdidas en las que incurre. Pero no sólo en EEUU: no hay lugar, prácticamente,
donde no se esté convencido que “uno más” significa “menos para mí”. Si se
piensa así, hay que ser realmente héroe
para proclamar la solidaridad para con el pobre y al mismo tiempo “dejarlo
entrar”. De lo contrario se vive en la habitual hipocresía: grandes discursos
solidarios, al mismo tiempo que se mantienen las fronteras cada vez más
cerradas: más visas, visas de trabajo, persecución de “inmigrantes
indocumentados”, etc. Un mercado libre implica la posibilidad de hacer
realmente algo por todos los pobres y refugiados del mundo al mismo tiempo que
se aumenta la productividad global: abrir las fronteras, eliminar las aduanas,
visados, pasaportes y todo tipo de controles para con la libre movilidad de las
personas. Por eso, como bien explicó Mises, nacionalismo, estatismo y
militarismo van de la mano... Claro, esto no cubre todos los aspectos del corazón
humano, donde las razones para la intolerancia y los prejuicios negativos son
más amplias y complejas.... Pero lo que estoy proponiendo es al menos posible a
nivel de sistema político y económico.
De acuerdo con lo que estoy diciendo, quiero
enfatizar que, a pesar de los declamados intentos de abrir el mercado a nivel
internacional, estamos muy lejos de ellos tal como la describe Mises en su ya
citada obra de 1927. Las llamada actualmente “globalización” es una política de
bloques cerrados que luchan entre sí: Mercosur vs. Nafta, Nafta vs. Union
Europea, etc. En el fondo también todos esos gobernantes, que conciben y firman
esos acuerdos, también conciben al mundo como una torta fija cuya repartición
hay que disputarse. En un mercado libre, el libre comercio no depende de
acuerdos políticos, de nada que funcionarios estatales firmen o decidan. En un
mercado libre los gobiernos no comercian entre sí, y no puede haber deuda
pública porque los gobiernos sólo obtienen sus recursos de los impuestos
indirectos al consumo. Si verdaderamente se abren las fronteras, yo hago una
llamada telefónica a un amigo de EEUU, arreglamos nuestro negocio por teléfono,
o por e-mail, y él me vende a mí lo que acordemos, sin regulaciones ni
aranceles. En una política de mercado libre, si un ciudadano paraguayo quiere
venir a vivir a la Argentina,
simplemente viene y se instala, como si yo quisiera instalarme a vivir en
Mendoza. Sin visas ni humillantes persecuciones por “indocumentado”. En un
mercado libre no hay “indocumentados”. No hay necesidad de documentos por los
cuales el gobierno nos controle. Sólo hay personas que no atentan contra el
código penal y los que sí, y sólo estos últimos son acusados y sometidos a
juicio justo. Y no hay necesidad de otros códigos.
No quiero ser pesimista, no quiero decir que
estamos igual, a nivel internacional, que hace 60 años, pero hay que ser claro
y no identificar actuales políticas de globalización con la sencillez de la
política de mercado libre estudiada y propuesta por los austríacos. El gobierno
no debe decirle a usted qué importar, qué no, a qué arancel, etc. Meir
Zylberberg, que estuvo aquí la semana pasada, me hizo acordar de un artículo de
él escrito en 1963, cuando yo tenía 3 años.... En el que describe la situación
de la Argentina
en ese momento. Voy a leer una parte: “Control de cambios, Dirección de
impuesto a los réditos, Banco Central, Corporación del Transporte
Metropolitano; injerencia en el tránsito de carreteras interprovinciales,
control de precios, Junta Reguladora de la Producción Agropecuaria,
barreras migratorias, Marina y Aviación Comercial del Estado, nacionalización
de los depósitos bancarios, ferrocarriles, teléfonos, puertos, usinas
eléctricas, agremiación y previsión social compulsiva, tales son los hitos que
van generando el camino hacia la actual frustración y decadencia”.
Bueno, dejo a cada uno de ustedes ver si hemos
cambiado mucho o poco....
P.: Hablando de las negociaciones entre
bloques.... Supongo que lo que se pretende es tratar de equilibrar de algún
modo desigualdades, debilidades.... No es fácil para México comerciar con
EEUU.... A un mejicano le va a resultar más fácil conseguir un buen salario en
EEUU, que al revés.... Yo supongo que la negociación viene del compromiso que
el gobierno tiene con sus respectivos
pueblos de ofrecerles, de algún modo, mejores condiciones de
negociación....
R.: Bueno, vamos a tratar de acercar posiciones.
Por supuesto que los ciudadanos de EEUU y México van a estar mejor ahora con el
Nafta que 40 años atrás. Pero para lograr esa integración hay una vía más
rápida desde el punto de vista conceptual, pero más lenta en cuanto a su
implementación sencillamente porque es más difícil de aceptar. La vía rápida,
conceptualmente, es quitar controles y abrir las fronteras. Pero esto es a su
vez lento por los intereses sectoriales. Es lo que dije antes sobre el drama de
la protección. No va a ser fácil esa liberalización de la que hablo para
personas que han basado su existencia en un sector protegido por el estado. Tal
vez como política gradual lo que usted dice tiene su importancia. De todos
modos insisto: no quiero ser pesimista, no quiero decir que la situación sea un
total desastre; simplemente quiero insistir en que no hay crisis del
capitalismo global, como dice Soros: hay crisis del intervencionismo global. No
hay horror económico, como dice una pensadora francesa; el horror es el
intervencionismo económico, a parte del horror del corazón humano, cuyo
solución no está en nuestras manos humanas....
P.: Con respecto al tema de los monopolios, ¿cuál
es la posición de la escuela Austríaca?
R.: Bueno, un poco ya lo dijimos en la primera
clase, cuando hablamos de la libertad jurídica de entrada. Pero hay que agregar
que en este tema los austríacos han tenido diversas fases. Por influencia de
Mises se hablaba de un precio de monopolio, cuando, en un mercado libre, un
productor era capaz de reducir su producción sin que caiga su demanda, elevando
el precio. Mises insistía en que esa situación era muy rara y difícil de
mantener. Su discípulo Rothbard afirmó que en un mercado libre todos los
precios son de mercado, que el precio de monopolio sólo es posible con un
mercado protegido. O sea que con libertad jurídica de entrada al mercado, sin
ningún tipo de protecciones ni siquiera contra el mercado libre internacional,
es imposible que una demanda sea “absolutamente inelástica” con respecto a un
bien (o sea, que aumente el precio y la demanda no se derive a productos
sustitutos). De este modo los austríacos se enfrentaron desde siempre contra otra
teoría marxista clásica, la de la concentración monopolística. Marx afirmaba
que en el capitalismo los factores de producción tienen una tendencia a la
concentración en pocas manos. Claro, alguien puede decir que eso está
sucediendo. Pero el caso es saber por qué. Los austríacos afirman que a medida
que va creciendo el radio de acción de una empresa, va disminuyendo
paulatinamente el radio de precios libres de otros bienes y servicios que antes
competían. Pero entonces la empresa se enfrenta, a medida que crece, con el
mismo problema del socialismo que explicó Mises en 1922: la imposibilidad de
cálculo de costos y precios por la ausencia de precios libres. Cuanto más
amplio es su margen de acción, a la empresa se la hace cada vez más difícil
hacer ese cálculo y comienza a incurrir en pérdidas. A menos que.... Que esté
protegida por el estado. Las grandes y enormes corporaciones, que después se
las trata de fraccionar por ley, son fruto de prebendas y privilegios obtenidos
por los “lobbys” en los congresos que generan todo tipo de intereses
sectoriales. Y de vuelta lo mismo: esa es la antítesis del mercado libre,
aunque las empresas sean nominalmente privadas.
P.: Yo me quería referir a los derechos de
propiedad que existen sobre los descubrimientos científicos. Esas patentes,
¿son derechos de propiedad o son también fruto del intervencionismo?
R.: Bueno, no todos los austríacos han estado de
acuerdo en eso. Creo que con el tema del patentamiento industrial hay dos
riesgos que correr. Sus partidarios dicen que si no los ponemos, la creatividad
industrial y los estímulos a las invenciones disminuyen. Sus no partidarios
dicen que el riesgo de monopolio jurídico es inmediato. Yo me decidiría a
correr el primer riesgo y no el segundo. Es tan necesaria la desregulación del
mercado hoy en día, que las patentes deben ser eliminadas aún corriendo el
riesgo de que algún estímulo a la invención disminuya. Cosa que no creo, porque
el mercado, como “proceso de descubrimiento”, como dice Hayek, tiene siempre
estímulos para la renovación tecnológica: el sólo mantenerse en el mercado así
lo requiere.
P.: ¿Y si una sola empresa patentara algo así como
el genoma humano, como ocurrió en los EEUU?
R.: Bueno, frente a ejemplos así, más necesario es
no correr el riesgo de patentes industriales....
P.: Muchos monopolios se rompen por la creación de
sustitutos. A pesar de las patentes nuevas ideas han destruido muchos
monopolios, como el caso del plástico....
R.: Bueno, conforme a lo que venimos diciendo, los
productos sustitutos aumentan la demanda potencial frente a un eventual
monopolio momentáneo. Y esos productos sustitutos son fruto de ese mercado como
proceso de descubrimiento. La clave del mercado no es tanto la tierra, el
capital, el trabajo, sino la creatividad de la inteligencia humana. Ese es el
“capital” básico de la economía. Actualmente casi todos los economistas están
hablando de eso. Sin embargo fueron los austríacos (permítaseme el entusiasmo)
aquellos para los cuales este tema fue el eje central de su posición económica.
Esto lo vimos desde la primera clase. El motor del proceso económico es la
“alertness”, como otros discípulo de Mises, I. Kirzner, la denominó: la
capacidad de estar alerta a las oportunidades de ganancia en el mercado, que es
la contrapartida de esa “ignorancia ignorada” que todos tenemos en el mercado.
Sin eso, imposible sería la explicación del proceso económico.
P. Bueno, pero para que todo eso deje de ser una
utopía, para poder implementar eso en medio de otras naciones que protegen sus
propios intereses... Bueno, si los demás protegen a sus productos y nosotros
no, entonces nos comen los de afuera...
R.: Mire, yo sé que es muy difícil explicar cómo
nos va a ir mejor con un mercado totalmente libre aunque los demás no lo
tengan, así que para eso voy a poner un ejemplo muy usado, el de una calle.
Vamos a suponer que usted en una calle tiene una panadería y todos los demás
comercios de la misma calle se protegen contra sus ventas. O sea que la
farmacia, la verdulería y la tintorería quieren desarrollar su propia industria
de panadería y ponen un arancel a sus familias según el cual su pan vale el
doble. Claro, usted queda en una mala situación. Su “reacción casi instintiva”
sería no comprarles a ellos. Pero, si razona un poco, va a ver que queda en ese
caso peor. Antes, no podía vender sus productos; ahora, tampoco puede comprar o
comprar barato. Tiene que hacer usted sus propios vestidos, remedios, etc, con
los mayores costos y menor productividad que eso implica. Su situación no
podría ser peor. Al menos con una política de mercado libre unilateral de su
parte usted estaba mejor. En el contexto internacional es lo mismo. Desde luego
que la Argentina
va a estar mal si la
Unión Europea, por ejemplo, protege sus productos
agropecuarios. Pero si nosotros hacemos lo mismo estaremos peor, porque todos
nuestros costos internos, como vimos, aumentarán. Claro, si seguimos
concibiendo al comercio como una guerra, nunca entenderemos esto. Otra vez, fue
Mises, con claridad meridiana, quien dijo que el comercio es exactamente lo
contrario a una guerra. Ahora bien, vuelvo a decir que el mercado libre no es
la utopía de suponer que con ese sistema todo está solucionado y tenemos la paz
perpetua. Hay otros factores políticos y jurídicos, como ya dijimos, necesarios
para el mercado libre, y, digamos más: para una vida humana digna. Lo
fundamental son los derechos individuales. Es moralmente obligatorio
respetarlos. Lo demás es voluntario. Un mercado libre no implica necesariamente
las comodidades de la civilización occidental. Los factores culturales son aquí
claves. Puede haber una perfecta pobreza voluntaria, pero no se debe imponer.
La pobreza coactiva, impuesta por los gobiernos y pagada fundamentalmente por
los millones de niños que se mueren de hambre diariamente, es una inmoralidad,
una inmoralidad mucho más terrible y profunda que el consumismo que es fruto de
un corazón humano cuya única cura está en Dios y no en un sistema.
Bien, ya no tenemos más tiempo. Pero quiero
decirles una última cosa. Karl Popper, uno de los más grandes filósofos de este
siglo, afirmó claramente que el motivo del optimismo no consiste en saber que
mañana vamos a estar bien. No, porque eso no lo podemos saber. El motivo del
optimismo consiste en todo lo que podamos hacer “hoy”. Creo que falta mucho,
efectivamente, para que estas ideas se implementen, pero lo que hoy podemos
hacer, fundamentalmente, es estudiarlas, profundizarlas y difundirlas. Este
curso es lo que “hoy” hemos podido hacer, y en ese sentido hay motivos para ser
optimistas.