Me
van a decir: ya se está dando el gusto. Por lo tanto, ¿a qué me refiero?
En
cierto sentido, se ha cerrado un ciclo.
Con
Juan XXIII –que también hacía cosas “bergoglioanas” todo el tiempo, o al revés- comenzó el
Vaticano II. Nunca serán suficientes las veces que haya que explicar lo que el
Vaticano II significó, no porque haya habido un cambio en la esencia de la Fe
–lo que suponen tanto sus detractores como los que querrían que antes del Vat. II
no hubiera habido Iglesia- sino por la puerta contingente que cerró. La puerta
de documentos pontificios importantes que, enfrentados al Iluminismo
racionalista y al laicismo napoleónico, no distinguieron, sin embargo, entre
Iluminismo y Modernidad y mezclaron lo esencial con lo contingente. Pío XII
inició el camino y Juan XXIII lo anuncia explícitamente. Documentos como Gaudium et spes, Dignitatis humanae, Nostra
aetate, etc., cierran esa puerta y abren otra, que estaba en la tradición de la Iglesia pero había que redescubrirla.
Una Iglesia que llama al diálogo con todos, una Iglesia que proclama la
libertad religiosa basada en el respeto a la conciencia, una Iglesia que
distingue laicismo de laicidad, al mismo tiempo que reafirma totalmente la Fe
de siempre.
Pablo
VI sigue el camino. Pero, claro, expectativas diversas sobre el Vaticano II
producen una crisis. Ya se anuncian los lefebvristas que ponen al Credo y a la Quanta cura en el mismo nivel,
retroalimentados por aquellos que pensaban que el Vaticano II era sexo, droga y
rock and roll. La cuestión de le va de las manos a Pablo VI, a pesar de sus
esfuerzos, y la Iglesia queda sumida en una total confusión de la cual no ha
terminado de despertar. La mayor parte de los católicos, sin darse cuenta, ya
sean obispos, presbíteros, religiosos o laicos, pierden la Fe y convierten a la
Iglesia en una bonita, colorida y variopinta ONG con buenas intenciones,
exactamente como lo describió este Jueves el papa Francisco.
Viene
luego Juan Pablo I, otro Juan XXIII, otro Francisco, pero Dios tenía otros
planes. Juan Pablo II intenta poner todo en su lugar. Con Ratzinger como su
mano derecha, intenta explicar, intra muros y extra muros, que el Vaticano II
es la Iglesia de siempre. Importantes documentos intentan poner un freno a
novedades doctrinales incompatibles con el depositum
fidei al mismo tiempo que se siguen afirmando los textos fundamentales del
Vaticano II. Juan Pablo II tiene gestos revolucionarios que cierran aún más esa
puerta contingente anterior. Pide perdón por los pecados de coacción cometidos
por los católicos a lo largo de la historia, y con su cuerpo temblando por el
Parkinson, y con su espíritu firme y valiente, acerca su mano al Muro de los
Lamentos poniendo fin al espantoso antisemitismo que ensombreció tanto al
rostro de la Iglesia. Igual, Lefebvre le da un portazo, mientras que los Boofs
y los Kuhns lo acusan –y no se lo perdonaron nunca- de ser la misma
reencarnación de Torquemada.
La
elección de Ratzinger era cantada. Mano derecha de JPII, era él quien podía
continuar su misión, a pesar de las dudas, dada su diferente personalidad. Pero
Benedicto XVI sorprende. No intenta imitar a JPII, y yo defenderé siempre su
santa indiferencia por la imagen, la diplomacia y la estrategia. Y aparece un
teólogo sencillo, afable, bondadoso, totalmente diferente a una imagen de
dureza, precio que hubo de pagar por su difícil puesto anterior. Al mismo
tiempo, sus documentos tienen una profundidad de fe y teología, una armonía
entre razón y fe, que serán inigualables durante mucho tiempo. Pero destaca
entre ellos lo de siempre: la intención de explicar que el Vaticano II y el
depósito de la fe están hechos el uno para el otro. Su hermenéutica de la reforma y continuidad del Vaticano II quedará en
la historia de los documentos intra-eclesiales más importantes, aunque sus
contemporáneos no supieron entenderlo. Habló personalmente con Fellay por un
lado y con Kuhn por el otro pero no hubo caso. El Vaticano II llegó parta
quedarse pero no para entenderse.
En
medio de todo esto, las crisis intra-eclesiales: la curia como el nido de
víboras de siempre, las indisciplinas por falta de Fe, los magisterios
paralelos, el caos total y completa en materia doctrinal, el rechazo sordo pero
audible al extraordinario Catecismo de la Iglesia Católica, el escándalo espantoso
de los abusos sexuales, etc., etc…….
De
repente, el impacto. Benedicto XVI renuncia. Sorpresa, estupor, desánimo. Yo
había rogado que fuera a vivir a Santa Sabina, en Roma, con los dominicos, pero
no que renunciara. ¿Un santo portazo? Es muy posible, pero tal vez nunca se
sepa.
En
medio de todo esto, Francisco. Otra conmoción. Un hombre sencillo, bueno,
afable, caritativo, austero, des-acartonado, de una profunda Fe y
espiritualidad. Un hombre cuyo estilo –hasta ahora, una clara y virtuosa
espontaneidad al lado de la razón instrumental del estado del Vaticano- ya está
dando sorpresas, anuncios, mensajes….
Pero
sobre él pesan, dado todo el panorama anterior, enormes expectativas. Todos, creyentes y no creyentes, estamos esperando
algo. Y es comprensible. Pero hemos entrado, por ende, en el supermercado de
nuestra imaginación, hemos tomado de las góndolas diversos anhelos y hemos
llegado a la caja con un papa a nuestra medida, y lo estamos proyectando en
Francisco.
Pero
esa, ¿es la actitud correcta? Y de nosotros, los creyentes, ¿es la actitud que
deriva de la Fe?
Todos
estamos fascinados con la humildad y la sencillez de Bergoglio, cosa que los
argentinos ya conocíamos y era un permanente mensaje a nuestras peores
costumbres culturales. Todos estamos maravillados de que haya pagado su cuenta,
de que haya viajado en el bus, de que haya pedido ser bendecido (esto no
es ninguna anécdota), etc., reabriendo con ello el camino y estilo iniciado por
Juan XXIII.
Pero
Francisco, ¿qué hará? ¿Qué escribirá? ¿Cómo enfrentará los problemas de la
Iglesia, intra-muros y extra-muros?
Esperemos.
No le pidamos tanto. Dejémoslo ser él mismo (ser uno mismo es suficiente
milagro en estos tiempos). Estoy seguro que todos nos vamos a desilusionar en
relación a las diversas películas que hayamos proyectando. Pero no. No
proyectemos nada. Dejémoslo ser. La Iglesia ha sido atravesada por diversos tsunamis
de gran intensidad. Las aguas volverán al equilibrio cuando Dios disponga. Mientras
tanto este hombre bueno, pacífico, ya es luz, ya es diamante que está cortando
los muros humanos de la Iglesia.