SOBRE KANT (para mis amigos randianos y tomistas de todos los partidos J). Caps. 7 y 8 de Filosofía para filósofos, UFM/Unión Editorial, 2003.
CAPITULO 7: KANT I.
No, no es un rey, aunque bien podría ser considerado el rey de la filosofía
moderna, por la importancia de su pensamiento y por la humildad y sencillez de
su vida.
Inmanuel Kant es educado universitariamente en lo que podríamos denominar
la escolástica del racionalismo clásico, desarrollada por C. Wolff de manos de
G.W. Leibniz. Aunque hoy nos resulte difícil de entender, los temas básicos de
este racionalismo son Dios, el alma, la libertad. Tenemos que repasar el
surgimiento de la modernidad para comprender por qué se quieren salvar esas
verdades después del escepticismo que sigue a la caída del paradigma
ptolemaico. Pero, como vimos en la clase anterior, ese racionalismo continental
había nacido en las sombras de un poderoso adversario intelectual: el empirismo
inglés, que, de manos de D. Hume, consolida una visión escéptica de la
filosofía y de la racionalidad mas no de la vida cotidiana, que según dijimos
queda desde entonces al margen de lo considerado racional.
Pero en el continente, las cosas seguían aún otro camino. No hemos tenido
tiempo, pero nunca serán las veces que se insista en la importancia de Leibniz,
quien, desarrollando el mandato cartesiano, elabora un sistema metafísico
realmente notable, donde incluso las cuestiones más intrincadas de la teología
natural son abordadas: la relación entre la libertad, la gracia, la
omnisciencia divina, con un intento, incluso, de conciliación entre catolicismo
y protestantismo. Leibniz muere en 1716 y evidentemente un debate con Hume
–cuyas obras centrales son de unos 20 años después- no tuvo lugar.
Pero Hume sí llega a I. Kant. Contemporáneos. Kant lee a Hume antes de
publicar su primera gran obra (Crítica de la razón pura, 1781). Hasta
entonces, Kant era un racionalista más. Pero la lectura de Hume lo convence de
que hay que combinar los “proyectos” del racionalismo y del empirismo.
Atreviéndonos a hacer una síntesis audaz, podríamos decir, en términos
kantianos, que el “ideal” del racionalismo, en el conocimiento humano, son los
juicios analíticos a priori, mientras que el “ideal” del empirismo, los
sintéticos a posteriori.
En un juicio analítico el predicado se desprende necesariamente del sujeto,
de tal modo que si decimos “todo casado no es soltero”, el predicado (no es
soltero) se desprende necesariamente, deductivamente, del sujeto, a priori,
claro, de la experiencia “empírica”. En cambio, en un juicio sintético, el
predicado no se desprende necesariamente del sujeto (como, por ejemplo, si
decimos “el pizarrón es verde”) por lo que resulta concomitante que el
predicado depende de una observación a posteriori de la experiencia
empírica.
Frente a lo anterior, el eje central de la síntesis kantiana consiste en
decir que, para que un juicio sea científico, debe ser sintético a priori. Pero, ¿cómo puede ser eso posible? Dadas las
definiciones previas, ¿cómo puede ser que un juicio sea a priori si es
sintético?
La contestación a esa pregunta constituye, creo, el eje central de lo que
se ha llamado el giro copernicano en la teoría del conocimiento de Kant.
El conocimiento humano es fundamentalmente, para Kant, un encuentro entre
dos elementos, uno a priori y otro a posteriori. El elemento a posteriori es la
experiencia sensible. Pero esa experiencia, sin el encuentro del elemento a
priori, es un caos de sensaciones. Para que deje de ser un caos, debe ser ordenada
por formas ordenadoras de dicha experiencia, que son, coherentemente, no parte
de esa experiencia sino a priori. Tales son las famosas categorías a
priori: formas que organizan, que dan sentido, a esa experiencia
sensible que de lo contrario sería un caos.
Vamos a dar un ejemplo que tendrá mucha importancia en la psicología
contemporánea. En el teclado de una computadora podríamos tocar ciertas letras
caóticamente (supongamos a, b, o, p, l). Eso sería un caos de letras. Pero el
microprocesador, que está ahí, a priori del encuentro con las letras, ordena,
según un cierto programa, ese “input” y el resultado es “pablo”. Observemos que
la pantalla está en blanco hasta que no tecleamos nada, pero, a su vez, nada
aparecería en la pantalla si el microprocesador no estuviera funcionando.
El conocimiento humano es “algo así”. Las sensaciones, los “datos”
sensibles serían caóticos si no estuvieran ordenados por unas categorías a
priori del intelecto. Esas categorías no son ideas innatas, nada dicen hasta
que no ordenan el “material” a ser ordenado. Las categorías, sin la
sensibilidad, son vacías de contenido; la sensibilidad, sin las categorías
ordenadoras, nada ven, son ciegas.
Ahora bien, ¿cuáles son esas categorías? Si repasamos la clase 1, no nos
llevaremos ninguna sorpresa. Son las de Aristóteles (sustancia, unidad,
cualidad, cantidad, relación, etc) pero interpretadas no del modo
realista en que habitualmente eran entendidas. Supongamos que una piedra se cae
al suelo. En ese caso, cualquier aristotélico le diría que hay allí varias
categorías: unidad (una); sustancia (piedra); acción (se cae); pasión (choca
contra el suelo); causalidad (se cae porque....). Pero para el aristotélico,
esas categorías son categorías de lo real. Es en la realidad
donde “hay” sustancia, unidad, causalidad, acción, pasión..... Para Kant, en
cambio (aquí está el giro copernicano) esas son categorías del intelecto.
Es en el intelecto donde, a priori, están esas categorías, según las
cuales ordenamos la experiencia sensible dando lugar, de ese modo, al resultado
del conocimiento, esto es, el fenómeno conocido. “Lo” conocido es el fruto del
encuentro de la sensibilidad con el entendimiento. Lo conocido no son las
categorías “in abstracto”, sin algo que ordenar, ni las sensaciones
desordenadas. Lo conocido es el fenómeno: “una piedra se cae”.
Es por eso que Kant no es racionalista ni empirista, es kantiano; ni
tampoco idealista o realista en sentido tradicional: es kantiano. Si se quiere,
debe hablarse de idealismo kantiano. Porque es realista en tanto el mundo
externo existe, está ahí, pero no puede ser “entendido” de no mediar la acción
de categorías a priori de ese mundo externo. Por eso no sabemos cómo es el
mundo independientemente de las categorías, esto es, cómo es la “cosa en sí”,
la esencia, independientemente de la ordenación de nuestro intelecto. Este es
uno de los más importantes choques de Kant contra el realismo aristotélico,
donde el conocimiento de la esencia de la sustancia es fundamental. Si ese
choque era necesario, es una pregunta retrospectiva que ahora es relevante; en
su momento, sin embargo, fue un choque importante, sobre todo por la forma en
la que el racionalismo clásico había re-convertido al conocimiento de la
esencia.
Pero debemos volver a un pequeño “detalle”. Cuando comenzamos a explicar
todo esto, dijimos: “el eje central de la síntesis kantiana consiste en decir
que, para que un juicio sea científico, debe ser sintético a priori”. Obsérvese:
“...para que un juicio sea científico”. Para Kant, la teoría del conocimiento
es al mismo tiempo teoría del conocimiento científico. Y ciencia como
hoy se la entiende, en general: Kant escribe casi un siglo después de la
consolidación del paradigma newtoniano.
Kant se pregunta cómo pueden ser ciencias la matemática y la física, y
contesta que lo son dada la interacción de las categorías (unidad, relación,
acción, pasión, causalidad, sustancia, etc) con el mundo externo. El ejemplo
que dimos (“una piedra se cae”) sería perfectamente trasladable a las
categorías físico-matemáticas newtonianas. Pero cuando llega a la metafísica,
no se pregunta cómo es una ciencia, sino si es posible como ciencia, y
da una respuesta que para muchos de ustedes va a ser compartida, pero no para
la tradición racionalista donde Kant se forma. La respuesta es muy simple: no.
La metafísica NO es ciencia.
¿Qué es la metafísica para la tradición racionalista clásica? Es la ciencia
de Dios, del alma inmortal, de la libertad como libre albedrío. Pero, ¿puede
haber de todo ello juicios sintéticos a priori? No, porque en esos temas
no hay experiencia sensible que organizar. Dadas las premisas de Kant, es obvio
que no puede haber correlato sensible de Dios, ni del alma, ni de la libertad.
Por ende, no hay de todo ello juicios sintéticos a priori y, por ende, no hay
ciencia. Pero Kant, un creyente, pietista, no dice eso despectivamente.
Sencillamente dice que en esos temas hay que dejar al “saber” para dar paso a
la “creencia” (la fe). Esos temas (las “ideas de la razón pura”) son de Fe.
¡Claro que son de fe!, dirán muchos de ustedes. Pero, vuelvo a decir, para
el racionalismo clásico esos eran los temas centrales de la filosofía,
que era esencialmente metafísica. Para colmo, Kant refuta el argumento que para
dicha tradición era el central para demostrar la existencia de Dios, que
consistía en pasar de la idea de Dios a su existencia. Una idea de la razón
pura no puede tener correlato sensible para su existencia, y las demás pruebas
suponen esa idea.... (En nuestra opinión esta refutación kantiana no toca a
Santo Tomás, pero, claro, después de Kant, el tomismo se ve en la
necesidad de hacer esta aclaración; ver al respecto al libro de Fabro citado en
la bibliografía).
Observemos de qué modo se van consolidando con todo esto ciertas ideas que hoy
parecen obvias a muchos:
- La
racionalidad, como sinónimo de ciencia, se reduce a matemáticas y física.
- Dios, el
alma y la libertad son ideas de la razón pura que el hombre no puede
intentar resolver sin caer en inexorables aporías (las “antinomias de la
razón pura”). La metafísica no es ciencia. Es sólo objeto de fe.
Pero hay una tercer idea cuya importancia es central para entender todo el
desarrollo posterior de la filosofía. Por primera vez en la historia de la
filosofía occidental, el conocimiento humano es clara y distintamente una
organización categorial de la experiencia.
El sujeto, ese sujeto que desde Descartes hasta Hume tiene que cruzar el
“puente” entre él mismo y el mundo externo (con éxito en Descartes, con malas
noticias en Hume), se convierte definitivamente en un sujeto que interviene
activamente en la organización, en la “construcción” del objeto de
conocimiento. El positivismo (que en cierto neokantismo es un resultado de
Kant) tratará de recuperar la noción de un sujeto pasivo en el que caen los
datos sensibles, pero Kant había dejado un tema pendiente: la interpretación
del mundo, pero no como “algo sobre algo”: interpretación de un texto, de una
norma jurídica, de las escrituras, sino como lo que primariamente es el mismo
conocimiento humano. Pero en su momento no se vio así, y menos aún, Kant mismo.
Porque para Kant, las categorías a priori son universales, esto es, están en
todos los seres humanos, y son las mismas en todos los seres humanos.
Las esencias en sí mismas quedarán desconocidas, pero el modo de organizar la
experiencia es el mismo. Y es un modo que deriva en un único modo: la ciencia.
Estamos pues en pleno siglo XVIII, donde las luces de la razón son las luces de
una ciencia universal. La razón occidental es para este siglo la razón. El
colonialismo, la educación de masas supuestamente ignorantes, a las que
no se debe dejar sumergidas en la “incultura”, tiene aquí su justificación. Por
supuesto este mundo feliz de un nuevo racionalismo, el de la ciencia, tendrá
sus graves anomalías, pero ellas están aún por venir. Los siglos XVIII y XIX
son optimistas en todo sentido. Una fe universal ha sido sustituída por una
ciencia universal. Acompañada, también, por una ética universal.
¿Etica universal, necesaria, apodíctica, sin metafísica, sin fe?
Sí, ese es otro de los legados de Kant. Para lo cual debemos pasar al
próximo capìtulo.
Lecturas recomendadas:
- Marías, J.: Historia de la filosofía (Rev. de Occidente, Madrid,
1943), parte referente a Kant, puntos 1 y 2
- Abbagnano, N.: Historia de la filosofía, Montaner y Simón,
Barcelona, 1978, cap. XV.
- Fabro, C.: Drama del hombre y misterio de Dios; op.cit., caps. IV
y V.
CAPITULO 8: Kant II.
No sé si es un buen nombre para el hijo de un rey, pero en este caso,
seguramente, no lo es.
Habíamos terminado la clase anterior con un interrogante. Decíamos que, en cierto
sentido, la filosofía de Kant es coherente con un siglo XVIII que tiene una
especie de actitud misionera con respecto a la razón. Quienes compartan las
críticas de Hayek al racionalismo constructivista, lo podrán entender, si bien
yo no soy de aquellos que piensan que Kant tiene que ver necesariamente con
dicho constructivismo.
Esa actitud misionera, esa redención de la humanidad que, si antes era por
la fe, ahora es por la razón, es coherente con una ética “absoluta”. Aunque se
lleven una sorpresa, sí, Kant es así. Era esperable que, después de la crítica
a la metafísica como ciencia, el esquema moral de Kant fuera más elástico. En
cierto sentido, Hume es así. Si bien Hume, como buen representante de la
escuela escocesa, junto con Smith y Ferguson, está de acuerdo con tradiciones
estables como eje central de la sociedad, no coloca a esas tradiciones como eje
central de una vida personal. Para Kant, en cambio, la moral es
esencialmente personal, y no precisamente conformada por principios
circunstanciales.
¿Cómo puede ser esto posible? Ciertos esquemas éticos “fuertes” son
comprensibles dada la metafísica “fuerte” (no débiles, como Vattimo diría) que
los acompaña. Podemos no coincidir con la noción de naturaleza humana que hay
en Aristóteles pero si esa naturaleza,
conforme a su metafísica, debe perfeccionarse, desarrollando los
“accidentes propios” que le son tales en la línea de su esencia, entonces es
obvia la coherencia del conjunto de virtudes plasmada por el estagirita en su
Etica a Nicómaco. De igual modo, podemos disentir con Santo Tomás en que el fin
último de la naturaleza humana sea Dios, pero si lo es, es coherente también el
conjunto de virtudes naturales y sobrenaturales que nos deben conducir hacia
ese fin. Pero, una vez acabada la metafísica como ciencia, una vez que Kant nos
ha dicho que los “fines” son parte de las categorías a priori humanas con las
cuales ordenamos sensaciones que de lo contrario serían caóticas....¿Qué
posibilidad queda de un planteo absoluto de la moral?
Para explicarlo, vamos a ser sistemáticos, como lo es Kant. Recordemos que,
según una lógica aristotélica que él conocía perfectamente, los juicios se
dividen en hipotéticos y categóricos. Estos últimos corresponden a los cuatro
tipos de juicios categóricos clásicos: todo s es p, algún s es p, ningún s es p
y algún s no es p. Los hipotéticos, en
cambio, son juicios compuestos por otros juicios. Uno de ellos son los
condicionales: si p, entonces q. Observemos que q es en ese caso una
afirmación condicionada a p, esto es: afirmo q, si p. Por eso en lógica
matemática, que Kant no conoció pero los megáricos y los estoicos casi sí, p
entonces q es equivalente a que sea falso que si se da p, no se de q [p ent q
= - (p . – q)].
Ahora bien, Kant divide los juicios imperativos de igual modo. Los
juicios imperativos, que son usados para mandatos, son la forma moral ideal
porque de ese modo se expresan mandamientos: haz esto, no hagas aquello. De
este modo, si dividimos a los juicios imperativos en hipotéticos y categóricos,
el resultado es que los primeros son condicionados a algo, mientras que los
segundos son absolutos, en tanto no condicionados a algo. En general nuestras
expresiones de “deber ser” son hipotéticas, esto es, condicionadas a algo,
aunque no nos demos cuenta. “Debo estudiar”, sí, claro, si quiero
perfeccionarme, mejorar como profesional, o aprobar el examen. “Si
quiero aprobar el examen” (si p), entonces “debo” estudiar (q). Ahora
bien, esos deberes condicionales no tienen nada que ver, dice Kant, con la
moral que un sujeto autónomo se dicta a sí mismo, donde no se trata de lo que
me conviene según otro fin sino de lo que debo. El factum
de la moral implica un deber no condicionado a otra cosa. Si no, no es ético. Si
ayudo a un pobre porque eso me hace sentir bien, eso no es ético, según Kant.
Debo ayudarlo porque debo ayudarlo. Esto es, el deber es por el deber
mismo. Eso es precisamente un imperativo no hipotético, esto es,
categórico. Una moral absoluta.
Ahora bien, nos adelantamos a la obvia pregunta: ¿qué imperativo puede
ser así? ¿Qué imperativo puede ser de ese modo categórico, sin referencia a
otro fin?
¿Nos podría dar Kant un ejemplo? No, el mismo
Kant nos dice que no: “On the other hand, the question how the imperative of
morality is possible, is undoubtedly one, the only one, demanding a solution,
as this is not at all hypothetical, and the objective necessity which it
presents cannot rest on any hypothesis, as is the case with the hypothetical
imperatives. Only here we must never leave out of consideration that we
cannot make out by any example, in other words empirically, whether there
is such an imperative at all, but it is rather to be feared that all those
which seem to be categorical may yet be at bottom hypothetical”.
La clave, aquí, es la palabra
“empírico”. Un ejemplo es un contenido de la moralidad. Ahora bien, recordemos
que, para Kant, las categorías del entendimiento son formas a priori,
sin contenido, que será “llenado” por la experiencia. Es importante recordar
esto ahora o de lo contrario nos perdemos. Para Kant lo más importante de su
teoría del conocimiento, esto es las categorías a priori, sin formales,
vacías si no se llenan con la experiencia empírica. De igual modo, en este
caso, un imperativo categórico es un imperativo formal, una forma
vacía de ejemplos concretos donde, por eso mismo, entren todos los
ejemplos. En otras éticas, hay como
mandamientos “centrales” en los cuales caben los demás o se derivan (“no
matarás en nombre de una idea”, en Popper, o amarás a tu prójimo, en el
cristianismo, etc.). En este caso, no es así. El imperativo categórico es una
forma de la moralidad, forma que de algún modo “mide” la moralidad de cualquier
acción concreta. Por eso la expresión del imperativo categórico no es ninguna
acción específica: “Act only on that maxim whereby thou canst at the same time
will that it should become a universal law.”
Esto, es, según Julián
Marías, “obra de modo que puedas querer que lo que haces sea ley universal”.
Esto es porque una moral así, categórica, no admite excepciones. Si lo que hago
tiene circunstancias que implican una excepción, ésta es por un fin y,
nuevamente, eso no es moral. Volvemos a decir que toda la moralidad queda en
Kant convertida en algo no sometida a condiciones.
¿Por qué una moral así? ¿No tenía el cristianismo para ello? En primer
lugar, el cristianismo es fe, y Kant necesita una moral basada en la razón.
Tampoco puede ser la razón de una metafísica, que como tal, él ya había
denunciado llena de aporías. Además se podría decir que el mismo cristianismo
le parecía muy utilitario, casi como una moral infantil, decididamente
hipotética y, en ese sentido, no ética: hago esto si voy al cielo. No es
así pero, claro, el cristianismo “debe” ser muy maduro para responder a esa
crítica. Le quedaba el camino de Hume, pero no lo recorrió. Esto es
particularmente importante. Kant considera que su filosofía es la base de dos
grandes revoluciones. Por un lado, la copernicana. El siglo XVIII es el siglo
donde el paradigma newtoniano se consolida. La filosofía de Kant no considera a
dicho paradigma como una simple etapa histórica, sino como la consolidación de
la razón. Y él da a esa física sus fundamentos: la física y la matemática han
recorrido el seguro camino de la ciencia, y son un perfecto ejemplo de juicios
sintéticos a priori.
La otra revolución es la francesa. Dejemos por un lado la distinción
retrospectiva futura entre racionalismo constructivista y crítico, realizada
por Hayek y Popper. Eso no nos va a servir para comprender, hermenéuticamente
hablando, el presente de Kant. El presente de Kant es el optimismo de la Ilustración. La
Ilustración es un movimiento cultural emancipatorio, revolucionario. La razón,
despojada de supersticiones y de “metafísicas” va a liberar a la
humanidad de la ignorancia, la pobreza, la tiranía, la enfermedad. Los derechos
del hombre y del ciudadano emergen como una propuesta racional universal
para el cumplimiento de ese ideal. No se lo podía presentar como una tradición
más. Era algo “absoluto”. Tan fuerte como una religión, pero secular, laica,
racional. Y Kant, con su imperativo categórico, aparece como el profeta y el
exégeta de esa liberación racional universal.
Entender esto es clave para entender gran parte de lo que ocurre hoy en
nuestra civilización occidental. Se llama “dialéctica de la Ilustración”: la Ilustración libera
pero parece que finalmente oprime. Las críticas de Hayek, Popper y Feyerabend
al racionalismo occidental son críticas de derecha coincidentes con pensadores
más de izquierda (Horkheimer, Adorno, Marcuse, Habermas).
Pero el siglo XVIII aún no se puede criticar a sí mismo. Hay que “construir” la
civilización, como modelo único, como fin de la historia. Hay que hacer las
constituciones, las leyes, los caminos, los puentes, las universidades, las
escuelas primarias y secundarias, la salud pública. Europa se expande y las
colonias, comenzadas bajo impulsos de expansión religiosa, son seguidas ahora
como procesos seculares de educación científica. Algo falló en todo esto pero no es fácil
identificar qué fue. El punto es que los derechos individuales basados en un
imperativo categórico parecen tener, después de la caída de la metafísica,
suelo firme.
En mi opinión, muchos grandes pensadores, cuando descartan la metafísica,
tienen un imperativo categórico oculto. J. Gray diagnosticaba esto en
Hayek. Y el economista austriaco L. Von Mises se
manifiesta abiertamente utilitarista, anti-kantiano en este punto. Cuando
demuestra el “teorema de la subjetividad de los juicios de valor” afirma
sagazmente que toda objeción moral a la conducta de otro implica cambiar el
ángulo del debate de los medios a los fines,
y sobre los fines últimos no hay debate racional posible (por eso en mi
opinión sólo una metafísica como la de Santo Tomás puede responder a
esto). Pero, ¿le importan tan poco a
Mises ciertos fines últimos? ¿Si un nazi dice que sus fines últimos son
diferentes a los nuestros, le diremos sencillamente que ok? Si todos nos hiciéramos nazis, ¿estaría eso moralmente bien?
Según el mismo Mises, parece que no: “...if they fail to take the best
advantage of it and disregard its teachings and warnings, they will not annul
economics; they will stamp out society and the human race”.
Ese es el final de su
tratado de economía, Human Action. Interesante que sea el final, porque
Mises parece haber llegado a un implícito y tácito fin último.
Y, por ende, a un mandato categórico. ¿Está diciendo “si quieres
destruir a la humanidad, entonces deja de lado las enseñanzas de la economía”?
¿Nos está enseñando cómo destruir a la humanidad, con una economía “libre de
juicios de valor”? ¿O, en cambio, nos está diciendo “no destruyas a la
humanidad”?
Kant genera este tipo de preguntas, pero también tiene un peculiar
“encanto”. (O enKANTo J). Podremos sospechar de su optimismo en
la razón, pero parte de ese mensaje tiene algo de perenne. Un postmoderno diría
que no es casual que un cristiano vea en Kant algo de cristiano. La segunda
formulación del imperativo categórico habla de la dignidad. Obviamente se puede
poner toda la distancia que queramos entre la dignidad del cristianismo y la de
Kant, hasta hacer a ambos conceptos nociones totalmente equívocas e irreconciliables.
Pero que toda persona deba ser tratada como fin, y no como medio, es algo que
Kant dijo y que comunica ambas cosmovisiones. “Debo” tratar al otro dignamente
porque “no debo” considerarlo un mero engranaje de mis planes. Es persona, es
algo más. Y el modo de ver eso es el amor al prójimo. Allí no sólo se supera,
posiblemente, una dialéctica Kant-Cristianismo, sino que tal vez, también, las
aporías de una Ilustración enfrentada con lo religioso y, por ende, con sus
propios límites.
Con Kant la filosofía tiene un alto grado de “tecnicismos”. Con él, la
filosofía queda sistematizada como una disciplina universitaria, difícil,
compleja, “especializada”. Se consolida allí esa imagen cultural de la
filosofía como algo alejado de nuestra vida cotidiana, como comentábamos en las
primeras clases. Que los filósofos quieran y puedan tener su vida
universitaria, que, como tal, tendrá su margen de especialización, está bien,
siempre que los filósofos no nos tomemos demasiado en serio esa actividad.
Porque es allí cuando perdemos contacto con la vida y, aunque sea paradójico,
cometemos errores filosóficos, entre ellos, inventar problemas que no
existen. ¿Tal vez fue ese parte del mensaje del segundo Wittgenstein? No
sé, pero lo que sí puedo afirmar es que no es casual que cierto racionalismo
del s. XVIII haya separado la razón de la vida, tal vez porque científicos y
filósofos se convirtieron en los nuevos sacerdotes del templo del mundo
secular. Eso es un problema. La función sacerdotal es santísima cuando se
recibe como un llamado de Dios para servir a los demás. Pero
la soberbia puede producir que nos enamoremos de las actitudes externas y de
los ritos del sacerdote, sin serlo realmente, esto es, sin servir a los demás. El
filósofo que cree que la vida cotidiana no tiene nada que ver con lo suyo, es
eso. Sólo el prójimo puede despertarlo.
Lecturas recomendadas:
- Marías, J.: Historia de la filosofía (op.cit), parte referente a
Kant, punto 3.
- Leocata, F.: Del Iluminismo a nuestros días, Ed. Don Bosco, Buenos
Aires, 1079, cap. 1.
Kant. I.: Fundamental Principles of The Metaphysic of Morals, en Polanco, M.: 100 Books of Philosophy, Second Edition, Guatemala, 2001. No he citado la versión castellana porque me pareció menos clara: “En cambio, el único problema que necesita solución es, sin duda alguna, el de cómo sea posible el imperativo de la moralidad, porque éste no es hipotético y, por tanto, la necesidad representada objetivamente no puede asentarse en ninguna suposición previa, como en los imperativos hipotéticos. Sólo que no debe perderse de vista que no existe ejemplo alguno y, por tanto, manera alguna de decidir empíricamente si hay semejante imperativo; precisa recelar siempre que todos los que parecen categóricos puedan ser ocultamente hipotéticos”. (Espasa-Calpe, 1983).