domingo, 24 de abril de 2022

EL TESTAMENTO FILOSÓFICO DE FRANCISCO LEOCATA

 OBJETIVO DE MIS TRABAJOS FILOSÓFICOS

 Por Francisco Leocata

 Julio de 2018.

 Habiendo reconsiderado algunos de mis escritos, y teniendo en cuenta el ambiente cultural filosófico de la actualidad, pienso que mis esfuerzos por retomar y actualizar la metafísica clásica, temas sobre el lenguaje, la antropología y las ciencias del hombre y la ética – incluyendo aspectos importantes de la filosofía moderna hasta el siglo XX, pueden parecer como unzeitgemässe (a contratiempo o fuera de época). Sin embargo habiendo decidido por otros motivos de orden práctico y por el entorno socio-cultural en que vivimos, no insistir en la publicación de libros sino más bien limitarme a contribuciones más breves y puntuales, como artículos o conferencias, he creído oportuno iniciar por este escrito. 

Por otra parte algunos de mis lectores me consideran ante todo un historiador de la filosofía: son muy pocos los que comprenden que detrás del aparato histórico hay tesis de importancia teorética. Me he formado en un estilo o método que no practica una escritura filosófica “directa”, a modo de intuiciones personales, sino que se apoya antes en la tradición de la que uno es heredero para renovar sus propuestas y responder de algún modo a las necesidades actuales.

 Otra idea que se me hace ahora más clara es que la otrora denominada “filosofía cristiana” en el sentido que he tratado de conservar en mi desarrollo, equivale de hecho a una filosofía creacionista en la que se encuentran desde distintas perspectivas motivos teológico y filosóficos, como bien había visto el propio Tomás de Aquino. Pero me pregunto ¿qué hay de malo en esto? ¿Deja acaso de ser filosofía o es más bien una modalidad filosófica introducida históricamente por el cristianismo en occidente? Así parece demostrado por los mejores intérpretes de Santo Tomás y de San Agustín, para no hablar del “espíritu de la filosofía medieval” (Gilson) y de varios de los más destacados autores de la era moderna hasta llegar al siglo XX. Rosmini se inspiró inicialmente en la misma idea.

 Los cristianos católicos que cultivamos la filosofía no podemos aceptar o pretender construir una filosofía como “pensar sin fundamentos”, o como una especie de arte del preguntar por preguntar mismo (aparentando profundidad), para concluir refugiándose en los comentarios de poetas. Tampoco podemos prendernos a las últimas modas de autores muy recientes para “estar al día” agregándoles en todo caso algunas gotas de agua bendita. Por lo tanto rescato la concepción “apologética” en el mejor sentido de la palabra como propio de una auténtica filosofía que, siendo creacionista, da lugar a la apertura a la Revelación, aun reconociendo que el pensamiento cristiano , como decía Kierkegaard, no debe ponerse sólo a la defensiva sino satisfacer el deseo de dar razón de 2 la propia fe y si es el caso “atacar”, establecer una crítica inteligente y no temerosa de los desvíos y aporías del estado actual de la filosofía, puesto que es evidente que occidente vive un tiempo de desorientación fruto en gran parte de una secularización mal asimilada.

 La filosofía de un creyente cristiano, y especialmente católico, no consiste precisamente en un esfuerzo por demostrar, por ejemplo que los contenidos de la fe no van contra la lógica formal ni contra el sentido común, etcétera. Su carácter es más bien el que surge de un ascenso desde una búsqueda sincera de la verdad en el orden natural hacia una verdad superior donada, que no busca imponerse a otros con la polémica o la constricción lógica, sino para dar testimonio de una respuesta de fe libre. Por supuesto que en este ascenso no entra sólo la razón, pero sí un intelecto hermanado con el amor. No pretendemos obligar a nadie, ni siquiera por una supuesta “violencia metafísica”: sólo aspiramos a vivir con parresía (libertad y franqueza), nuestras convicciones, aunque haya alrededor una marea de opiniones que nos considere superados o anticuados.

 En este contexto sigo pensando que no es bueno olvidar o desechar cuanto los filósofos han buscado en la línea de la meditación sobre el ser. Esta orientación surge también de la necesidad de renovar dentro de esta tradición los aspectos que nos permiten relacionarnos mejor con las exigencias del tiempo cultural y de la época que nos toca vivir. Es evidente que el abandono del cristianismo en gran parte del pensamiento “oficial “ de occidente ha aumentado la incertidumbre y la desorientación así como la declinación del nivel de la moral con reflejos incluso en el arte y la poesía. Sólo ha crecido a paso sostenido la tecno-ciencia, la búsqueda de una vida relativamente digna según los casos, en lo posible placentera y resignada frente a la muerte a la que se retiene simplemente como “un hecho natural” no ya temible.

 Por todos estos motivos el cristiano de hoy se halla en una situación análoga a la de la primera comunidad, y para los que recorren un sendero filosófico parecido al de San Justino y más tarde San Agustín y otros Padres del los primeros siglos de la Iglesia. 

La apologética de un Tertuliano busca una defensa más bien jurídico-política respecto de las persecuciones o el desprecio hacia el cristianismo provenientes del mundo pagano. Más adelante el término “apologética” ha ido derivando hacia la significación genérica de la defensa de la fe frente a las objeciones de la razón o específicamente de la filosofía o de la cultura. En este sentido, por ejemplo la Summa contra Gentiles de Santo Tomás puede considerarse como una cierta apologética filosófica contra las versiones no cristianas del aristotelismo (particularmente provenientes de Averroes y otros filósofos islámicos).

 La apologética de la era moderna se ha debatido contra las objeciones hechas en nombre de la razón por parte de círculos libertinos y luego del movimiento iluminista y del cientificismo consecuente. Desde Maurice Blondel el enfoque es otro y tiene en general un sentido más positivo. Parte de un camino filosófico que tiene en cuenta los pasos de la filosofía clásica y de lo mejor de la filosofía moderna, y ofrece un pensamiento que desemboca en el deseo y la necesidad de recibir el don de una Verdad superior, más plena, lo que él denomina el “Unicum necessarium”. En otras obras además tiene en cuenta la relación entre Dogma e historia. Es en cierto modo la continuación y corrección del camino iniciado por Pascal. El que quiera aceptarlo no debe sentirse constreñido, pero sí invitado a abrirse a la dimensión de la fe.

 La filosofía debe entenderse como una actitud consciente de los límites de la razón humana pero movida por un deseo de acceder a un grado superior de trascendencia, del que los no creyentes carecen por su educación y su historia personal, por escasez de sensibilidad religiosa o por amor a una libertad de pensamiento que sienten amenazada por fanatismos religiosos. En suma, lo que reclama el cristiano que cultiva la filosofía es la garantía de su amor por la verdad y la libertad de vivir su fe de un modo plenamente humano.

 Mi insistencia en dar importancia a una figura tan poco apreciada en la actualidad como la de Descartes se debe a dos motivos fundamentales:

 a. El entorno cada vez más escéptico en el que vive la sociedad de hoy sobre todo en occidente. Se trata justamente de una mezcla descomunal de “opiniones” diferentes y hasta contradictorias con el pretexto de que “nadie es dueño de la verdad”.

 b. Contrariamente a la tesis más divulgada de acentuar el tema de la duda y de la autoconciencia, a mí me ha interesado el planteo cartesiano por la relación que establece entre pensamiento y ser (aun cuando se le acuse de inmanentismo sujetivista, etc.) y por consiguiente por la posibilidad de renovar una teoría de la persona y su apertura al mundo y a Dios (aunque los argumentos que Descartes ofrece sean discutibles).

 c. El tan mencionado y vilipe3ndiado dualismo antropológico contiene implícita la refutación de cualquier reduccionismo biologicista, o sea de la anthropologie médicale hoy tan difundida. Es claro que, más allá de la presunción cartesiana de dejar atrás todas las escuelas anteriores de pensamiento, hay en sus obras realmente un camino para la recuperación de los grandes temas clásicos acerca del ser, el hombre y Dios, por lo que para mi interpretación – y repito más allá de la intención explícita de Descartes – es clave para ayudar a subsanar la ruptura del pensamiento moderno visto desde la óptica iluminista, con la tradición clásica antigua y medieval. De allí también mi predilección por el agustinismo post-cartesiano y por la obra de Husserl en pleno siglo XX, con los reparos que he expresado en mis escritos.

 El ataque a esta líena de continuidad es en la actualidad más importante que el desprecio “canónico” por la escolástica medieval.

  La distinción entre modernidad filosófica e Iluminismo la he enunciado por primera vez en mi libro Del Iluminismo a nuestros días que apareció en 1979 pero fue redactada en 1975-6. Aunque en las exposiciones de historia de la filosofía habituales se sobrevolaba el tema con una exposición de los autores del siglo XVIII, creo que fue determinante en mi posición el conocimiento previo de San Agustín, la lectura atenta de Galileo y de Descartes y el estudio de los agustinistas modernos (Malebranche, Bossuet. Fénelon y más tarde Rosmini hasta llegar al siglo XX). Contemporáneamente fui estudiando los trabajos historiográficos de Gouhier y Del Noce. Desde el principio el libro de Cornelio Fabro sobre la Introduzione all’ateismo moderno me pareció insostenible, a pesar que yo estimaba mucho sus investigaciones sobre Santo Tomás.

 Fui leyendo los principales autores de la Ilustración, sus diferentes escuelas y orientaciones internas, y se me hizo clara la diferencia apuntada.

 La novedades que introduje en el tema fueron principalmente estas: 

a. El carácter trans-temporal del movimiento iluminista, en el sentido que su proyecto desbordaba los límites del siglo XVIII y su influencia llegaba bajo diverso ropajes y sistemas hasta el siglo XX (de allí el título del libro). 

b. Lo que he denominado voluntad de inmanencia, tiene el sentido de no aceptar la suposición corriente en la neo-escolástica y en el neo-idealismo de atribuir el inmanentismo moderno sólo a un problema gnoseológico (iniciado concretamente con el cogito cartesiano) y ver en cambio en el proyecto iluminista un acto postulatorio por el que se cortaba toda relación con la metafísica, la religión y la trascendencia. Lo cual, además de incluir el carácter “trans-temporal” del iluminismo en el sentido explicado condice a un programa no necesariamente unificado desde el punto de vista teórico de descristianización de la cultura occidental (lo comúnmente llamado “secularización radical”) que suele conducir al agnosticismo o al ateísmo. 

c. Finalmente he ido un poco más allá para señalar que el camino de Ilusminismo radical está relacionado con la nueva sofística, el abandono de las certezas y de la verdad (excepto en lo referente a hechos científico o económicos o políticos muy puntualmente sostenidos por convenció pragmática) y al nilismo.

 d. Dentro de estas premisas he distinguido dos tipos diversos de inmanentismo, el idealista y el naturalista. Es el segundo, cuyas raíces son muy remotas, el que ha alcanzado una suerte de hegemonía cultural en nuestro tiempo, como si se tratara de un “sentido común” cercano al que Gramsci dio a esta expresión, que cubre hoy occidente como una capa que termina por influir también algunos ambientes cristianos.

 En mi más reciente libro La vertiente bifurcada, La primera modernidad y la Ilustración, he determinado más algunas distinciones más detalladas y matizadas (a propósito de Kant por ejemplo) y he abordado episodios más recientes (Habermas, la Escuela de Frácfort, los autores franceses post- heideggerianos y postneitzscheanoa) pero las conclusiones más importantes son las mismas.

  La especial atención deparada a la fenomenología de Husserl se debe más a motivos teoréticos, como la insatisfacción por la obra de Heidegger, pero sobre todo por el puente tendido entre la primera modernidad y el ingreso en el pensamiento del siglo XX. Es un autor que me ha interesado también para retomar en forma renovada la tradición clásica (que abarca también lo mejor del pensamiento medieval y moderno) en un sentido que naturalmente neutraliza muchos de los efectos del Iluminismo radical y ayuda a superar su hegemonía. También lo es por la posibilidad de unir una orientación humanista personalista con el sentido de las ciencias positivas. 

Continuando esta suerte de evaluación de mis trabajos sobre filosofía, diré algo acerca de la relación entre lo histórico y lo teorético que se entrecruzan en casi todos mis escritos. No soy de los autores –que por otra parte respeto – que escriben directamente sobre un determinado tema sin tener en cuenta aparentemente lo que se ha dicho anteriormente por otro autor o escuela. Por otra parte para un conocedor de la historia filosófica no es difícil detectar los presupuestos o fuentes que han forjado la formación de esos autores. 

Mi estilo de trabajo tiene ventajas y desventajas. He tomado como modelos de escritura filosófica (aun sin compartir todas sus ideas) autores como Gilson, Brunschvcig u otros que antes de la exposición directa de sus propias tesis, muestran el desarrollo histórico-filosófico del tema tratado. Para un lector debidamente preparado y bien dispuesto, es comprensible esta simbiosis y llegan sin dificultad al meollo de la cuestión. La desventaja es que yo mismo ahora advierto que mis libros abundan tal vez demasiado en referencias históricas para luego llegar a una mejor lectura hermenéutica que entrelace mi pensamiento y esclarezca mi posición en el tema de que estoy tratando. Por lo cual algunos lectores menos pacientes o con menor sensibilidad histórica o bien con tomas de posición inconmovibles por la escuela a la que pertenecen, terminan por considerarme solo como un buen conocedor de historia de la filosofía. Hay también quien se rehúsa a priori a leer el libro por considerarlo contrario a sus autores o maestros preferidos, como Santo Tomás, Pieper o Heidegger. 

La línea que une un trabajo historiográfico con propuestas teoréticas es la visión de la filosofía como una responsabilidad frente a la cultura de la época en que se escribe y una vía que ofrece un camino que ayude a transitarla sin desorientarse ni perder la “orientación en el mundo”. Para lo cual es necesario también sentirse un heredero de una determinada tradición en la que uno se inscribe. Mis trabajos en general se dirigen especialmente a los estudiosos de filosofía que al mismo tiempo comparten la fe cristiana, pero no dejan de introducirse también en los temas que interesan a los demás investigadores de cualquier credo incluyendo a los no creyentes. En este sentido cumplen lo que Blondel llamaba “las exigencias filosóficas” de nuestro tiempo en materia de dar testimonio de que se puede ser cristiano y a la vez filósofo, con una filosofía que da también lugar a una apertura a una verdad revelada. 

El núcleo puede resumirse diciendo que para enfrentar la hegemonía cultural de la Ilustración –especialmente de la Ilustración radical o Iluminismo- la vía más sensata es aprovechar la herencia señalada entrando en las entrañas del siglo XX (el siglo actual no ha dado todavía muestras de una orientación suficientemente clara en materia filosófica) a través de una reelaboración de la fenomenología y la ontología en clave humanista personalista, a fin de construir las premisas de una nueva paideia post-sofística. Esto es lo que he intentado hacer.

 Una palabra todavía con respecto a mis trabajos referidos a la historia del pensamiento filosófico en Argentina, que en general han tenido buena acogida de parte de los estudiosos del tema. Creo que en este punto he aportado dos o tres elementos principales: 

a. Una cierta innovación en cuanto a la metodología, que además de la lectura de las fuentes tiene en cuenta también los resultados más valiosos de otros investigadores. He introducido nuevos criterios de periodización, lo que he llamado “el método de las configuraciones culturales” como puede verse más en detalle en las respectivas introducciones a los tres volúmenes.

 b. He contextualizado mejor el conjunto de las influencias de las filosofías occidentales, especialmente europeas, especificando los motivos de sus eventuales retrasos o superposiciones. Este fenómeno ha sido a mi entender el motivo principal de la imposibilidad de construir una pensamiento argentino con identidad propia. 

c. He insistido en oponerme a concebir este tipo de historiografía como una crónica, sino que la he entendido como una reflexión hermenéutica destinada a comprender los logros y los fracasos de nuestra cultura. Por el mismo motivo he reusado hacer comparaciones acerca de la mayor o menor capacidad o talento de los diversos pensadores. Y a este respecto me he apartado de la intención de establecer una apología (en el sentido peyorativo) de los autores más cercanos a mis propias convicciones. En otras palabras he procurado establecer una “objetividad hermenéutica” con la intención de ayudar a comprender y elevar el nivel cultural de nuestro medio y a reflexionar mejor sobre sus defectos y virtudes. 

Al exponer estas páginas espero contribuir a que otros investigadores más jóvenes aprovechen en su propio camino algunos de los elementos de mis esfuerzos y estudios. 

 Francisco Leocata

domingo, 10 de abril de 2022

CIVILIZACIÓN Y BARBARIE, 100 AÑOS DESPUÉS

  (Extracto de mi comentario al artículo homónimo publicado por mi padre en 1988, de mi libro "LUIS JORGE ZANOTTI, SUS IDEAS EDUCATIVAS FUNDAMENTALES Y SU IMPORTANCIA PARA NUESTRO TIEMPO", de próxima aparición. Este comentario, dados los ejemplos de "barbarie" dados al final, fue terminado de escribir a fines del 2021). 

1.1.“Civilización y barbarie, cien años después”[1].

Ya que estamos hablando de la posición política de mi padre, es oportuno citar este artículo, un intento de síntesis que sigue teniendo mucha actualidad, tal vez, más que nunca.

Se trata de uno de sus últimos grandes artículos antes de morir. Un artículo difícil de interpretar, porque no es una propuesta concreta pedagógica, sino una visión de fondo, programática, sobre el problema argentino y su solución. Es nada más ni nada menos que su visión política de fondo sobre la Argentina, tratando de superar una antinomia en la cual él se formó y podría haber seguido cómodamente instalado.

El artículo comienza recordando a Sarmiento. Lo primero que hace es tratar de sacarlo de estereotipos pueriles con los cuales se interpreta habitualmente la historia argentina. Da ejemplos: “…San Martín se reduce al abuelo inmortal de dos nietitas encantadoras a las que da consejos conmovedores, pero el guerrero que enseñaba a los granaderos a descabezar godos usando el sable corvo –para lo cual los entrenaba despanzurrando zapallos plantados en una estaca al borde de las cuales debían pasar a todo galope–, el primer estratega de la guerra de la independencia, apenas si es recordado como tal”.

Otro: “…A Belgrano se lo conoce como el creador de la bandera, y punto. Del precursor de la política educativa, del difusor de la política económica librecambista e introductor de la fisiocracia en el Río de la Plata, del genial redactor de las Memorias del Consulado, del numen de la Revolución de Mayo, casi nadie sabe algo. Pero todos recuerdan las últimas palabras que le inventaron los libros de historia para niños”.

Y respecto a Sarmiento, mi padre advierte que su figura no debe reducirse al educador. “…su temperamento -ejemplifica- nada tenía que ver con el que es propio de los docentes vocacionales y mucho menos con el que distingue a los maestros y a las maestras de los primeros grados”. Sarmiento, una de las grandes plumas de la lengua española del s. XIX, era ante todo “un hombre político”. Como el término se ha degradado tanto últimamente, cabe recordar qué era ello para mi padre: “…Tuvo la visión abarcadora del generalista y la profética del estadista”. “…Y si se ocupó de la educación (sigue), del magisterio y de fundar escuelas normales, no fue por vocación de enseñante profesional ni por afanes de entrega mística a tareas de alfabetización o de enseñanza de cualquier tipo a niños y jóvenes, sino porque, como hombre político, entendió que la alfabetización y la educación común eran la llave maestra del progreso de los pueblos y de la riqueza de las naciones[2] (las itálicas son nuestras).

Para mi padre la “Civilización” no era el Iluminismo anti-religioso. Era sencillamente el sano progreso de la modernidad. “¡Alambren, no sean bárbaros!”, exclamaba Sarmiento. Y mi padre agrega: “…Alambrar los campos era luchar contra la barbarie. También era luchar contra la barbarie extender los servicios de ferrocarriles; reemplazar las milicias desordenadas por cuerpos de línea comandados por hombres de armas profesionalizados e introducir nuevos cultivos en el Delta. Luchar contra la barbarie era fomentar la inmigración europea; introducir las cartillas que enseñarían a los agricultores y ganaderos a mejorar sus procedimientos de trabajo... y abrir escuelas, bibliotecas populares, formar maestros y traer docentes de Estados Unidos para colaborar en esta obra” (Las negritas son nuestras. Como vimos, todos ideales con los cuales coincidía José Manuel Estrada).

Para mi padre eso viene desde 1810: “…En el Río de la Plata hubo un gran proyecto nacional en 1810: crear una nación libre, en condiciones de conducirse a sí misma y sacudirse las cadenas del monopolio y la burocracia reglamentarista y corruptora del Estado español de los Borbones. Así de simple”.

Todo ello se anuncia desde Rivadavia, desde la generación del 37, y “… aventada la época de Rosas –período probablemente necesario para alcanzar, en los hechos, una unidad sobre la base del reino mayor, a la manera de Castilla y de León imponiendo su dominio sobre los restantes reinos de la península”, sigue desde 1853, con cinco metas principales: la unidad política; la apertura al mundo y al libre comercio; los principios de igualdad republicana y derechos del hombre; la población del desierto, y, quinto, la escuela redentora, la escuela que alfabetiza a las masas (las itálicas son nuestras).

Sarmiento sigue apasionadamente su proyecto: “…Sarmiento, entonces, vuelto de Chile, busca a Urquiza; se incorpora al Ejército Grande; se hace "boletinero" de la campaña bélica; instala una imprenta entre la pólvora y los cañones; usa uniforme con quepis a la Francesa y montura inglesa y comienza su lucha por la civilización contra la barbarie. No ceja hasta 1888, cuando muere en Asunción del Paraguay. Parte de esa lucha es la educación común y la creación de las escuelas normales. Así entendido, y sólo así, Sarmiento alcanza su máxima dimensión”.

El tiempo pasa y la Ilustración, casi identificada con europeización, parecía avanzar sin problemas. “… Buenos Aires la proclamaba, con el Colón, los subterráneos y "Sur". La mostraban las ciudades del interior donde por las calles coloniales desplegaban sus luces de saber y de ciencia las escuelas normales y los egresados universitarios de La Plata, de Córdoba o de Tucumán y la exhibían los estancieros y sus hijos en los salones de París de antes y después de la primera guerra mundial. La atestiguaban los hijos de los inmigrantes que, a veces en la primera generación, o a lo sumo en la segunda, se transformaban en profesionales de prestigio, en industriales de fortuna, en políticos de primera línea, en educadores renombrados”.

Pero algo no funcionó. El fracaso de la escuela redentora fue síntoma de algo más amplio. El europeización no había hecho síntesis.

“Y un día, la ilustración, otra vez, fue derrotada en las urnas”.

 Miren lo que sigue. No es la dialéctica peronismo/barbarie versus antiperonismo/civilización.

“… ¿Era la barbarie? -se pregunta-.

 Y responde: “…Nunca el dilema fue absoluto. Nunca hubo civilización absoluta, perfecta, virtuosamente pura, de un lado, y barbarie absolutamente condenable del otro. Los hijos de la tierra y de América latina vivían entre nosotros y el centralismo despótico de los Borbones había penetrado el alma del país hasta los huesos. El feudalismo de los grandes caudillos no se había extinguido: un día, con viento propicio, el rescoldo comenzó a crepitar y volvieron. (Las itálicas son nuestras).

La Ilustración no supo hacer síntesis, la palabra clave de este artículo, la idea central que lo vertebra. “…Pudo ser una síntesis fecunda, bienhechora. Pero así como en 1916 los dirigentes conservadores perdieron el rumbo y no supieron nunca más, en adelante, entenderse con el pueblo llano, la ilustración perdió el rumbo desde 1946 y sólo quedó el enfrentamiento. Lo que pudo ser síntesis se transformó en trincheras y en buena medida la barbarie se tomó la revancha”.

Y ahora mi padre se sitúa en 1988: “…La Argentina no es Europa, como creyó que podía ser, ni Buenos Aires una ciudad europea, como llegó a serlo o como creyó que había llegado a ser”. Y sigue: “…Las rejas de las pulperías para defenderse de gauchos malos o de indios ladrones se instalan hoy en los comercios de los barrios y en las casas de vecindarios atemorizados…”. “…Vocabularios y vestimentas muestran que teníamos soterradas conductas a las cuales la escuela común y el normalismo no pudieron transformar”. Y sigue: “…La televisión revela que la ilustración no prendió en las masas”. Y no sólo eso: la Constitución de 1853 tampoco. “…El corporativismo, como auténtica expresión de la vida política argentina contemporánea, revela que la Constitución liberal de 1853/60 sigue teniendo vigencia como un programa a cumplir –según advirtió hace tres décadas Carlos Sánchez Viamonte– pero no ha encarnado todavía en la mentalidad popular”.

El diagnóstico es importante: corporativismo, esto es, un engranaje de sindicatos, empresarios y gobierno, con la mentalidad estatista como sangre y amalgama. Y no nació en el 46. Era el centralismo borbónico: “…El centralismo borbónico del virreinato ha renacido. Dio sus pasos iniciales de la mano de Roca; se afianzó con Irigoyen; se hizo absoluto en los hechos con Perón; lo refirmaron todos los interregnos militares”.

Ante eso, “hoy”, 1988, “…A cien años de la muerte de Sarmiento, su bandera –civilización o barbarie– está otra vez presente. Otra vez, hay que abrir el país al mundo”. Pero, recuérdese, no es la Civilización como secularismo laicista, no es una civilización que no deba hacer síntesis.

De vuelta, sí, hay que abrir la Argentina al mundo; de vuelta hay que ilustrar a las masas y vencer al feudalismo remanente en las provincias. Pero no se trata de enfrentar Europa con América. “… El problema no es, simplemente, abandonar el recado y usar silla inglesa. No es un problema de frac versus chiripá, ni de chaqueta contra el poncho, ni de vidalitas o escondidos que se permitan acorralar a Bach y a Mozart. No es un problema de "cabecitas" contra letrados o de tez oscura contra la piel blanca, ni de pretendidos lenguajes indígenas casi inexistentes contra la maravillosa riqueza de la lengua española que es la nuestra y lo será por siempre”.

El problema es la síntesis: “…Civilización o barbarie fue la bandera de una época y Sarmiento su boletinero genial. Se la entendió, luego, equivocadamente, como un combate a muerte, cuando debió ser un abrazo del cual habría de nacer un gran pueblo y una gran nación”.

Y en 1988, “…Ahora, a cien años, voceros de la barbarie quieren acabar con la civilización. Tampoco entienden la síntesis. Pero el único proyecto posible de país es esa síntesis”. Tampoco la entienden porque plantean un combate absurdo: “…Es un combate que pretende, absurdamente –basta escuchar los medios de comunicación oficiales– contraponer una América indígena y pura contra una civilización occidental –Europa y los Estados Unidos– a la que se desconoce toda virtud”. Y predice: “…Pero ese combate no tendrá triunfadores, sino sólo derrotados por ambos lados. Y el gran pueblo y la gran noción seguirán esperando su hora, si es que alguna vez llega”.

Porque la llamada barbarie, donde hay tradiciones buenas, busca a la civilización. O sea la Ilustración, por la cual mi padre sigue entendiendo “el progreso de los pueblos”: “…la ciencia, las humanidades, los centros de excelencia del sistema escolar, la investigación pura y también los buenos modales, la altura de la expresión oral, las conductas cotidianas, la "urbanidad", en fin, o, si se quiere, la civilización”. Esa civilización eleva a la barbarie. “…La barbarie siempre busca, en realidad, entregarse a la ilustración. Los hombres, aunque se nieguen a reconocerlo, buscan la luz, no las sombras. Prefieren la limpieza al hedor. Se enamoran de la civilización, aunque se jacten de ser bárbaros. Así lo hicieron los pueblos que amenazaron con destruir a Roma y terminaron siendo sus hijos dilectos en la historia” (Las itálicas son nuestras).

Concluye mi padre: “…Como hace cien años, el mensaje sarmientino tiene vigencia. Civilización o barbarie, obra de síntesis, no de destrucción mutua, es, otra vez, la obra que debe cumplir la Argentina. El siglo XXl nos aguarda” (las itálicas son nuestras).

Una reflexión inevitable se impone. Esto fue escrito en 1988. Los acontecimientos mundiales y nacionales del 89, 90 y 91 fueron muy rápidos como para que mi padre pudiera reformular el artículo. Ahora, con más perspectiva, tal vez podríamos intentarlo. La situación ha cambiado drásticamente. Ya no son los 80, con Reagan enfrentado con los soviéticos. Ya no es Juan Pablo II con una Iglesia Católica claramente fiel a sí misma. Hoy es otra barbarie. Es una mal llamada globalización, esto es, una dictadura mundial con tendencias de planificación absoluta, con la imposición de una agenda global donde las libertades individuales tendrán menos cabida que nunca. Puede ser Washington, Caracas y Pekín: son lo mismo. Los derechos ya no son los individuales, sino los derechos de los colectivos explotados. Los delitos ya no son contra la vida o propiedad, sino oponerse a los supuestos derechos de los colectivos explotados. La barbarie viene vestida de OMS, ONU y UNESCO, cona la cual ya se enfrentó mi padre en su momento como vamos a ver. Y aunque la barbarie se vista de seda, barbarie se queda. Que como vemos ya no es el gaucho, no es Rosas, quien podría haber hecho síntesis con Urquiza.

En medio de esa situación mundial, la Argentina corporativista siguió su camino en una de sus peores formas, un intento tragicómico y corrupto de volver a la “liberación o dependencia” de los 70. La síntesis es, por ende, más necesaria que nunca, síntesis de aquellos que estaban enfrentados por ese país de empate que no terminó de germinar. Conservadores, nacionalistas católicos, liberales clásicos y libertarios tienen una oportunidad única para tener una visión histórica de más grandeza, perdonar antiguas heridas y reencaminar debates ya superables. Los conservadores pueden seguir reclamando legítimamente los ideales de la Generación del 80, en tanto construcción de una Nación desde la nada, lo que fue y sigue siendo un desierto inexplotado de 4000 km de largo y 2000 de ancho ante el cual el globalismo internacional no se quedará detenido. Los otrora rosistas y nacionalistas católicos ya saben, de la mano de Carlos Sacheri, mártir, que el orden natural exige respetar los derechos de las personas[3]. Ya saben, de la mano de Fernando Romero Moreno[4], que una economía social de mercado no tiene nada de contradictorio con sus valores nacionales, y ya saben, de la mano del recientemente fallecido Héctor Hernández, que la participación en las reglas procedimentales de la Constitución del 53 no es contraria a sus valores cristianos. Y los liberales y libertarios ya los hemos convencido, creo, espero, de que la escuela Austríaca de economía tiene mucho que aportar y que las libertades individuales son el camino para que la libertad religiosa, de expresión, de enseñanza y de asociación sean el instrumento jurídico esencial para oponerse a cualquier planificación cultural global. Una sociedad libre no es una sociedad disoluta y libertina, es una sociedad que respeta el derecho a la intimidad, que no es lo mismo, sino la fuente de la verdadera diversidad.

La Civilización es de vuelta la Constitución del 53, entendida ahora desde esas tres fuentes que tienen que acostumbrarse a ser la nueva síntesis. La barbarie es Cuba, Venezuela, China y Biden. Tal vez ganen. Pero si lo hacen, que no sea, por favor, por haberse mimetizado con “El espíritu de Occidente”[5].



[1] IIE, Nro. 62, Junio de 1988.

[2] Cita mi padre a ese castellano apasionado de Sarmiento: “…"¿Hemos de abandonar un suelo de los más privilegiados de la América a las devastaciones de la barbarie, mantener cien ríos navegables abandonados a las aves acuáticas que están en quieta posesión de surcarlos ellas solas desde 'ab initio'? ¿Hemos de cerrar voluntariamente la puerta a la inmigración europea, que llama con golpes repetidos para poblar nuestros desiertos, y hacernos, a la sombra de nuestro pabellón, pueblo innumerable como las arenas del mar? ¿Hemos de dejar ilusorios y vanos los sueños de desenvolvimiento, de poder y de gloria, con que nos han mecido desde la infancia los pronósticos que con envidia nos dirigen los que en Europa estudian las necesidades de la humanidad? Después de la Europa, ¿hay otro mundo cristiano civilizable y desierto que la América? ¿Hay en la América muchos pueblos que están como el argentino, llamados por lo pronto a recibir la población europea que desborda como un líquido en un vaso? ¿No queréis, en fin, que vayamos a invocar la ciencia y la industria en nuestro auxilio, a llamarlas con todas nuestras fuerzas, para que vengan a sentarse en medio de nosotros, libre la una de toda traba puesta al pensamiento, segura la otra de toda violencia y de toda coacción?" ("Facundo", introducción a la edición de 1845, Ed. Sopena, Buenos Aires, septiembre de 1938, en el cincuentenario de la muerte del autor. Págs. 8 y 9).

[3] Sacheri, C.: El orden natural, Instituto de Promoción Social Argentina, 1975, caps. 10 y 11.

[4] Romero Moreno, F.: La Nueva Derecha, Grupo Unión, 2021.

[5] Conferencia de J.L.García Venturini en el Instituto Popular de Conferencias el 12 de Septiembre de 1975 y reproducida luego en Politeia, op.cit. 

domingo, 3 de abril de 2022

EL MAGISTERIO, EL TEMA MORAL Y EL CAOS ACTUAL DE POSICIONES DENTRO DE LA IGLESIA.

En la entrada del Domingo anterior (https://gzanotti.blogspot.com/2022/03/que-el-papa-fracisco-nos-sirva-de.html), alguien nos podría decir que mi insistencia en el aspecto opinable de los temas sociales deja abierta la misma opinabilidad para los temas morales no sociales. ¿No hubo allí también un abuso del poder del Magisterio? ¿No hubo también allí una inflación de documentos pontificios? Esta semana el Cardenal Marx declaró que el Catecismo no está escrito sobre piedra, en el contexto de los debates de moral sexual que hace décadas dividen cada vez más a la Iglesia Católica.

Pero no. No es lo mismo.

Desde la década de los 50 y los 60 la Iglesia se ha visto presionada por fuertes corrientes doctrinales que, ya desde afuera o desde dentro, consideran necesario ampliar el ámbito de lo permitido en la moral sexual.

Creo que ello obedece a tres causas, entre ellas:

-          Un legítimo cambio en las tendencias pastorales,

-          Una crisis en la teoría de la ley natural,

-          La obvia influencia del post-modernismo y el lobby LGBT dentro de la Iglesia.

Lo primero es lo más atendible. La superación de la dialéctica entre una mentalidad condenatoria por un lado, y una mentalidad relativista por el otro, en la pastoral sexual, siempre ha sido muy difícil. Los más conservadores tienden a condenar más y los más liberales tienden a perdonar más. La pura verdad es que dicha tensión se supera siempre con el ejemplo de Jesucristo, quien perdona al pecador pero condena con claridad al mal moral en sí mismo. Llevar eso a la práctica es difícil pero la doctrina es clara: no se condena la conciencia subjetiva, de la cual sólo Dios es juez, pero se condena la inmoralidad de la acción en sí misma, porque sin ese señalamiento, el perdón deja de tener sentido.

Lo segundo consiste en que una versión racionalista de la ley natural, muy influenciada por un tomismo aristotélico que quiso sacar a Santo Tomás de su contexto teológico, (https://gzanotti.blogspot.com/2018/09/mi-vision-del-tomismo-hoy.html ) tuvo como efecto rebote una falta de claridad en el seno mismo de la Iglesia sobre dicha cuestión y una mayor debilidad ante los ataques del post-modernismo. Santo Tomás es teólogo y su defensa de la ley natural está dentro de un contexto teológico. Intentar ocultarlo para parecer más secular implica el tiro por la culata. Todos los temas de moral sexual se resumen en esta famosa frase de Jesucristo: en el principio no era así. Remite así Jesucristo la moral sexual a la justicia de la situación originaria, donde estábamos protegidos por los dones preternaturales. Y de ese modo la naturaleza humana llega a su plenitud y la ley natural se cumple. (https://institutoacton.org/2018/07/04/sexualidad-hacia-una-ley-natural-mas-catolica-y-una-mayor-vivencia-de-la-libertad-religiosa-gabriel-zanotti/)  Luego del pecado original, la gracia deiforme es reemplazada por la gracia cristiforme de la redención. Pero sin la gracia de la Redención, el cumplimiento de la ley natural es muy difícil. Decirlo no es incompatible con el recordatorio de la ley natural en una sociedad secular. Pero sin eso, sin esa vuelta a principio, nada se entiende. Porque en ese principio la sexualidad estaba elevada al matrimonio monogámico e indisoluble entre un hombre y una mujer. La redención implicó salvarnos precisamente del pecado original que nos aleja de ello. Por ende todo lo que salga de ese matrimonio es contrario a la ley natural, sí, porque es contrario a ese principio. Si los teólogos morales católicos no entienden eso, no entienden nada. Y por eso se alejan de la tradición cristiana de defensa de la pareja originaria.

Y eso produce lo tercero: ante esa falta de firmeza teológica de la ley natural, el post-modernismo avanza lo más campante incluso dentro de los teólogos católicos. Reaccionan contra el tomismo aristotélico de su juventud, estudian una hermenéutica relativista basada en una interpretación relativista del último Heidegger, estudian Marx, Hegel, Derrida, etc., y pierden la fe sin darse cuenta. Sólo la síntesis entre Santo Tomás y la fenomenología de Husserl podría haberlos sacado de la confusión, pero eso estaba muy lejos del horizonte de su formación.

Por ende, los temas sexuales no son temas circunstanciales, como los sociales. Estos últimos “aplican” normas generales a casos concretos. Las normas de la moral sexual, en cambio, son mandamientos negativos no circunstanciales. No fornicarás, no adulterarás: no en tanto nunca. Que se nos perdone porque nuestra conciencia subjetiva fue débil o estuvo mal formada, obvio, pero ello no convierte al acto moralmente malo en bueno desde el punto de vista de la objetividad de lo bueno o malo en sí mismo considerado.

Todo esto lo tuvieron que recordar Juan Pablo II y Ratzinger en la Veritatis splendor, (https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_06081993_veritatis-splendor.html) que se consideró en su momento el colmo del conservadurismo. Y sin embargo su contenido era elemental. Cualquiera que hubiera estudiado lo mínimo de Santo Tomás la entendía. Objeto, fin y circunstancias del acto moral, acto moral objetivo versus conciencia subjetiva, diferencia entre pecado moral y venial, etc. Elemental Watson, catequesis elemental, pero en 1993 todo ello tuvo que ser recordado a los obispos en primer lugar.

No sé qué tienen en la cabeza el Cardenal Marx y miles que piensan como él; lo que sí sé es qué NO tienen in mente: al Santo Tomás teólogo, a la combinación entre tomismo y fenomenología, al contexto escriturístico de las admoniciones de Jesús contra la dureza de nuestro corazón.

Por ende, la defensa de nuestra libertad de opinión en temas esencialmente prudenciales no implica pasar al caos en materia de moral elemental. Los mandamientos morales negativos (donde también entra no matar, no robar, no mentir) no admiten circunstancia, son siempre así. Cambiará la prudencia pastoral, cambiará el modo de explicarlos, cambiarán las tendencias históricas y las sensibilidades de cada momento, y es deber del pastor estar atento a todo ello, pero el bien es bien y el mal es mal, y ese Pedro que se ha devaluado a sí mismo hablando de política concreta, es el mismo que debería confirmar en la fe a sus hermanos, como lo hacía la Madre Angélica, como lo hace el Padre Santiago Martín, y tantos otros héroes actuales de la Fe que bien lejos están de las estupideces del Vaticano.

Dios es un duro maestro. El sabe por qué permite que todo esto pase. Tal vez, pasa para que pase. Mientras tanto, oídos atentos a los verdaderos santos, que les aseguro que están lejos de los lobos con piel de cordero.