domingo, 27 de octubre de 2013
sábado, 26 de octubre de 2013
domingo, 20 de octubre de 2013
LOS NIÑOS NACEN
He “atendido” a muchos
chicos y chicas entre sus 18 y 25 años, como profesor y confidente. Los he
visto sufrir al extremo su búsqueda del amor sincero, sus expectativas
frustradas, sus problemas vocacionales, sus peleas con sus padres, sus
angustias, sus obsesiones, sus fobias, sus corazones abiertos, heridos y
anhelantes, y su escepticismo, su desencanto, su rabia, su llanto.
Diez o veinte años
después, los veo, a muchos de ellos, felices, radiantes, colocando las fotos de
sus hijos en Facebook. Es como si todo hubiera sido curado, redimido, por esos
dos ojitos indescriptiblemente bellos. Y no es que nacieran de una primera
relación perfecta. Muchos de ellos nacieron cuando no eran deseados, de la
pareja odiada o repentina, de la situación difícil, del imbécil con el que no
sé cómo me casé, de la loca esa, etc. Otros nacen de una mejor relación, pero
después de muchos años de frustración y búsqueda en todo sentido.
Pero nacen.
La vida se
abre paso. Allí, en el medio de todos nosotros, los neuróticos woodyallinescos
que lo trajimos al mundo, está él, el divino perverso polimorfo, poli-morfando todo
J
y mirando divertido a estos locos adultos que constituyen su insólito mundo.
Allí, en medio del abuelo con pañales, de la tía soltera e histeroide que dice
“suerte que no me casé”, del padre que no entiende nada, de la madre que abraza
desesperadamente a su niño, su único hombre confiable; en medio de tíos con cara de poker y sobrinos mirando todo el día a su celular, en medio de todo ellos, en medio de
todos nosotros, con nuestro presente pintoresco y nuestro pasado angustioso,
está el. El niño. El nació. Y con su vida, con sus llantos, sonrisas y miradas,
con el pipí que sale para cualquier lado y su olorosa y adorable caquita, con
sus gu-gu, ga-ga, gue-gue, que anuncian el habla que está aprendiendo, con su
fiebre que sube y que baja, con su quedarse dormido en nuestros brazos,
derritiendo nuestras entrañas, con todo eso, parece decirnos que… Basta. Que la
vida sigue, que no hay tiempo para angustias. El bebé parece redimir nuestro aferramiento a la neurosis. El pone las cosas en su lugar y le da a
todo su justa importancia. Ya no hay tiempo para nuestros pequeños odios,
rencores y pases de factura; algunos parientes que parecían ser una molestia de
repente dejarán de serlo y otros se borrarán de golpe, y sabremos apreciar la
diferencia entre ayudar y molestar, entre hablar y decir sandeces, entre tomar
decisiones o vivir paralizados en duelos no resueltos. No, ya no hay tiempo:
ellos mandan y si somos neuróticos normales sabremos obedecer.
Pero cuidado, no es
automático, y no es mágico. Si nos distraemos, puede ser un parche que dure un
buen tiempo, pero cuando el último pájaro del nido voló, volveremos a lo de
siempre. ¿No era un tiempo para recomenzar? Cuando ese bebé tenga 40 y sea igual
de tonto que nosotros, ¿no habremos pasado nuestra amargura de una generación a
otra? Ese nacimiento, ¿no era un momento para crecer nosotros también? Y de ese
crecimiento, ¿no saldrá acaso un diálogo cotidiano, diario, permanente, al
principio como canción de cuna y luego como la mirada verdaderamente adulta que
el hijo necesita? Y de ese crecimiento, de ese haberse dejado transformar por
la vida, ¿no saldrán años con más sabiduría? También he visto amigos de mi edad
que han convertido su paternidad en una ofrenda y aunque estén más gordos, J
su mirada ha aligerado el peso de sus neurosis juveniles. Y sus hijos, aunque
humanos, tienen la mirada hacia adelante.
Los niños nacen. Como
la luz del sol en una mañana de verano, ellos limpian y cauterizan las heridas
de nuestro corazón: sus ojos limpian los nuestros. Pero no mágicamente. Cuando
nazca tu niño, hazte niño y crece con él. Es una segunda vida, una segunda
oportunidad, una bendición, una verdadera redención.
domingo, 13 de octubre de 2013
ME VOY A CAMBIAR LOS FAROS DEL AUTO Y LUEGO DE SEXO
La
reciente decisión de una madre de luchar por el cambio de identidad sexual de
su hijo plantea nuevamente el tema de la homosexualidad, ahora llevado a los
menores. Desde luego que se podría decir mucho, desde la psicología, si el
menor que es genética y anatómicamente varón tiene la libertad legal, como un
adulto, de cambiar a mujer. Pero no es el tema que trataremos hoy. Vayamos
directamente a esta cuestión: ¿y qué si fuera adulto?
Los
que presuponen que un adulto tiene derecho a elegir su identidad sexual –luego pasaremos
a la parte legal- presuponen un esquema filosóficamente dualista, donde, por un
lado, habría una entidad de autonomía absoluta, el yo, que no está atado a nada
sino que también puede cambiar todo en lo que se refiere a su cuerpo, como un
auto al cual se le cambian las ruedas, los faros, etc., todas las partes si es
necesario, y el diseño incluso.
Pero
ello implica entonces que el yo es a-sexuado. Habría un yo que elige su sexo,
como elige su código moral o dónde va a vivir (no son ejemplos en el mismo
nivel, claro). O sea que la esencia del yo sería, en última instancia, elección
con base en nada. Y el cuerpo sería una de esas tantas cosas que, merced a la
biotecnología, se puede cambiar para lo que fuere y por lo que fuere.
Hay
dos problemas filosóficos allí.
Primero,
el dualismo yo-cuerpo. El yo sería una cosa y el cuerpo otra. Pero, después de
toda la fenomenología actual sobre el cuerpo, ¿se puede volver a ese platonismo
de modo tan simple? El viejo chiste “yo no fui, fue mi mano”, implica que,
precisamente, somos una unidad: si mi mano te toca, yo te toco. Y si alguien
dice “no me toques” ello implica: a) que estás tocando al yo del otro, b) que
el otro dice “no me toques” al yo del otro. No somos yo por un lado y un cuerpo
por el otro. Somos un cuerpo viviente (leib) consciente de sí mismo, por eso
puede decir “yo”, pero no un yo aislado, sino un yo esencialmente corpóreo que
está en esencial relación con otros yoes también esencialmente corpóreos, donde
todos sus actos comunicativos (el gesto, la palabra, la mirada, las manos) son
la misma persona hablando.
El
sexo nos pertenece de ese modo. Yo, Gabriel, soy esencialmente varón. Lo vio
bien Edith Stein cuando fijo que la forma sustancial es además individual. Una
persona es esencialmente femenina o masculina, pero no puede haber una persona
que no sea varón o mujer, como no puede haber una persona que no tenga manos,
aunque pueda haber un problema de identificación psicológica con las propias
manos o aunque pueda haber habido una malformación por la cual nazca con tres
manos o con ninguna.
Negar
esto no es negar una religión, como habitualmente se supone, sino que es negar
toda la fenomenología del cuerpo contemporánea.
Lo que estamos diciendo es ontológico, no psicológico, en este caso. No negamos el drama de los que se sienten de sexo diferente a su sexo genético y anatómico, no estamos minimizando su dolencia. Sólo decimos que desde la unidad ontológica yo-cuerpo, su sexo es uno.
Lo que estamos diciendo es ontológico, no psicológico, en este caso. No negamos el drama de los que se sienten de sexo diferente a su sexo genético y anatómico, no estamos minimizando su dolencia. Sólo decimos que desde la unidad ontológica yo-cuerpo, su sexo es uno.
Pero
hay otro problema, mucho más aporético. Habitualmente quien está convencido de
la autonomía absoluta de su propio yo tiene terror a la palabra “naturaleza”
que “limite” lo que su propio yo puede hacer. ¿Por naturaleza no podemos volar,
o somos mortales? O no, podemos volar con un avión (y eso no es ninguna
objeción contra nuestra naturaleza) o ya venceremos a la muerte, dicen algunos
trans-humanistas. Heidegger se quedó corto. El ser ya no es para la muerte.
Pero
volvamos. El yo, supuestamente, no tiene naturaleza, y por eso podría decidir
absolutamente lo que quiere. Pero entonces su naturaleza es la total elección.
Esa es entonces su naturaleza. Por ende el yo debería poder decidir, para ser
coherente, no ser absolutamente autónomo. ¡Ah no, eso no! Pero entonces, ¿se
está admitiendo un límite “natural” a lo que el yo puede hacer?
Pero
entonces, alguien me dirá, ¿está usted llamando a la prohibición legal del
cambio de sexo? No, lo que estoy diciendo es que no tiene fundamentaos
filosóficos para hacerlo, porque nadie puede dejar de ser quien es. Si
Florencio es genética y anatómicamente varón, no es que su cuerpo sea varón y
él no: EL es varón. Si tiene un problema de identificación con eso, puede ser
psicoanalíticamente tratado, como Freud mismo dijo.
Pero
si llevó su problema psicológico al extremo, se pone hormonas femeninas, se
viste de mujer y se corta su pene, por un lado tiene toda nuestra comprensión,
como con cualquier trastorno psicológico grave, y, por el otro, tiene el art.
19 de la Constitución, que le garantiza su derecho a la intimidad personal. Por
ende no tiene de qué preocuparse en cuanto a su libertad civil, y tiene derecho al respeto como todo ser humano, pero no puede
demandar jurídicamente a alguien que no estuviera de acuerdo, en público, con su decisión, porque en ese caso el que está violando los derechos individuales es él.
domingo, 6 de octubre de 2013
EL SABE (reflexiones sobre la francisco/lío/logía).
La verdad, todo este “lío”
impresionante alrededor del Papa Francisco me tiene……. No sé, tal vez perplejo.
Entiendo los enojos de católicos de
tendencia más conservadora. Soy consciente de que muchos de sus dichos y
famosos “gestos” se pueden interpretar para cualquier lado. Eso es hermenéutica
elemental: intención del hablante, horizonte de los destinatarios del mensaje,
etc. Pero, ¿acaso Francisco no lo sabe? ¿Acaso NO sabe él que si dice “quien
soy yo para juzgar…”, en un avión, a los periodistas, ipso facto, en segundos,
saldrá en todos los medios y redes sociales interpretado de todos los millones
de modos posibles? ¿NO lo sabe?
Claro que lo sabe. ¿Y entonces? Pues
está “haciendo lío”. ¿Y qué es hacer lío? ¡Ah, eso sí que es un lío! Como vemos
la mathesis universalis de Leibniz
está lejos de poder ayudarnos….. J
Creo que, sencillamente, él sabe por
qué, él sabe a dónde va, qué quiere hacer. Y, ¿por qué no confiar en él? Claro
que un papa es falible en cuanto a estrategias y prudencias humanas. Pero, ¿por
qué no hacer un acto Fe en la Iglesia, en el Espíritu, sabiendo que Dios guía
misteriosamente a la Santa Iglesia lastrada por pecadores?
Por lo demás, interpretado desde el
Catecismo y todos los documentos del Magisterio eclesiástico, nada de lo que
dijo es nuevo y menos aún atenta contra nada de la moral y la fe fundamental de
la Iglesia. El lo sabe perfectamente, pero sabe perfectamente que no todos
pueden hacer esa interpretación. Aún así, “se larga”, desafía, remueve el
árbol, sorprende, se “entrega” a los medios, a la gente, se manda indirectas y juegos
de lenguaje que evidentemente están muy lejos de ser los textos en latín finamente
pensados y nada azarosos de los discursos de los pontífices de 60 años atrás.
Pero, de vuelta, él lo sabe. Tiene 76 años y el guiño de ojo que le da su edad.
Los católicos de diversas corrientes,
por lo demás, presentan más o menos 4 reacciones típicas. Primero están los conservadores
enojados, desde los lefebvrianos y sedevacantistas que lo quieren quemar como a
Giornado Bruno, hasta los que sencillamente siguen fielmente todo el Magisterio
y se quedan perplejos cuando Francisco NO aclara lo que “debería” aclarar.
Luego están los fieles al Magisterio que no habrían dicho ni hecho nada de lo
que él hizo y dijo PERO lo quieren. Estos últimos se dividen sobre todo en dos
grupos: los que ingenuamente piensan que todo debería interpretarse como la
Iglesia lo interpreta, y están todo el tiempo aclarando lo que Francisco quiso
decir, como asombrados ante el malentendido, y los pícaros que piensan para su interior
que Francisco NO debería haber dicho tal o cual cosa pero lo explican como si
todo estuviera bien y atribuyen el malentendido a los medios, salvando a
Francisco de toda responsabilidad. Luego están los católicos fieles al
Magisterio que sencillamente siempre han interpretado todo como Francisco y se sienten sencillamente felices y fascinados por él. Y están
finalmente aquellos que siempre quieren que la Iglesia cruce el Rubricón,
abandone sus doctrinas tradicionales en moral y dogma y ven en Francisco su
gran oportunidad.
Yo, la verdad, que me he pasado la
vida (la que tengo: si es larga o corta sólo Dios sabe) “aclarando” cosas en
otras materias, he decidido jubilarme. No voy a ser parte de la legión de
católicos que se pasan la vida aclarando lo que Francisco quiso o quiere decir.
Una manera enojosa de hacerlo sería decir “él sabrá”, con lo que ello significa
en nuestro juego de lenguaje castellano/argentino. Pero no, no estoy realmente
así. Creo, en cambio, que “él sabe”, lo cual es diferente. Es un acto de Fe en
la Iglesia. Mientras tanto, seguiré ocupándome de mis tonterías de siempre sin
pretender que Francisco las conozca, bendiga o comprenda, esperando sólo que no
me queme él como los ultra quieren quemarlo a él, y esperando en el tiempo de
la Iglesia, que va más allá de Francisco y de todos nosotros.
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