Para todo x, si x es S,
entonces x es P. Qué bello que era. Recuerdo esos días de juvenil despliegue de
la razón donde descubría que Łukasiewicz había pasado a lógica de clases toda
la silogística de Aristóteles. Impresionante.
Pero hay
otra lógica de clases que nunca me convenció. Lógica que de lógica tiene poco;
más bien es la dialéctica hegeliana
pasada por Marx, que más que coherencia, implica conflicto.
Ahora
parece que es cuestión de representar, o defender, o ser, una clase media. Que
si la manifestación del 13-9 fue de clase media, si está bien que así sea, si
la clase media piensa en sus dolarcitos en Miami o es de gente trabajadora que
quiere progresar.
No, mal
planteado.
No se trata
de clases: no las hay si por clase se entiende lo que entendía Marx. Hay, sí,
tipos ideales weberianos, o clasificaciones de sectores sociales, muy
elásticos, muy intuitivos, muy opinables, tan confusos como las nacionalidades y
las razas.
No se trata
de clases, se trata de personas. Se trata de personas y sus derechos ante
cualquiera que quiera violarlos, esto es, se trata de cada persona humana, in
concreto, sea quien fuere: es sujeto de derechos que no deben ser violados, y
esa violación permanente es el verdadero conflicto, es la moderna esclavitud
amada y defendida por las masas, que es la dependencia del estado.
Pero a veces,
no siempre y tal vez las menos de las veces, las personas salen de la Matrix,
del sueño, de la cabaña del Tío Tom, de 1984 o de cualquier otra analogía
literaria que se quiera hacer. Cuando el gobierno le saca a un tercero para
darnos a nosotros, no pasa nada, y es inmoral que no pase nada, pero eso es la
masificación. Pero cuando nos saca directamente, ah, allí nos damos cuenta de
la esclavitud.
No es
cuestión, por ende, de ninguna clase. Es cuestión de quien no puede llegar a
fin de mes porque suben los impuestos y la inflación. Es cuestión de quien
quiere ahorrar para su familia y no puede. Es el problema de quien tiene que
cerrar su empresa, grande, pequeña, marciana o venusina, porque no hay insumos
que dependen de la importación. Es cuestión del que no encuentra trabajo porque
esa empresa cerró. Es cuestión de quien quiere girar dólares a su familia en el
exterior y no puede. Es cuestión de quien tiene dinero para salir del país pero
no puede porque el gobierno le impide el cambio de divisas. Es cuestión de
quien está esperando un medicamento que no llega. Es cuestión de quien piensa
diferente del gobierno y le mandan a la AFIP. Es cuestión del que tiene que
cerrar, del que tiene que mal vender, del que tiene que sufrir la humillación
de que ladrones llamados funcionarios lo vigilen todo el día. Es cuestión de quienes son encarcelados por jueces adictos a las órdenes del poder ejecutivo. Es cuestión de las amenazas a la libertad de expresión con la excusa de la democratización de los medios. Es cuestión, por
ende, de derechos violados. Vuelvo a decir: derechos violados. No importa si la
víctima es rica, pobre o marciana. Lo que importa es que violar derechos es inmoral,
y más cuando se hace desde el estado.
Y todo por
lo de siempre: por creer que el estado puede superar la escasez y proveer de
todo para todos. Claro, finalmente llega la inflación y entonces, para evitar
la figa de capitales, se cierra el comercio de divisas. No sólo es la banalidad
del mal, es la lógica del mal. Y la falta de inversiones lleva a la pobreza, a
depender inmoralmente de un plan trabajar, de la dádiva que convierte en
esclavo sumiso, de la dádiva que algún día quebrará, pero que mientras tanto
genera millones de esclavos sumergidos en el temor y la manipulación, mientras
los hipócritas gobernantes llenan sus bolsillos de iniquidad.
Y es
cuestión, también, del que tiene millones y tiene ganas de ir a Miami a tirarse
panza arriba. Que no es mi situación ni lo sería aunque los tuviera. Pero,
¿saben qué? Tiene derecho. A ver si alguna vez lo entendemos. Tiene derecho.
No, no será el premio nobel de la paz, no será la Madre Teresa pero tiene
derecho. Cuarta vez: tiene derecho. Y violarlo es inmoral, definitivamente
inmoral.