Cuando azorado me
pregunto cómo siquiera se les pasa por la cabeza a los argentinos que es
moralmente plausible que un gobierno arreste a todo el mundo, por la razón que
fuere, me viene a la memoria la Historia de este inestable proyecto llamado
Argentina.
La “libertades individuales”
son ajenas a nuestro horizonte cultural. Sí, hay un raro texto en la Constitución,
el art. 14, que dice “… Todos
los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos conforme a las
leyes que reglamenten su ejercicio; a saber: de trabajar y ejercer toda
industria lícita; de navegar y comerciar; de peticionar a las autoridades;
de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de
publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de
su propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto;
de enseñar y aprender”. (Los subrayados son nuestros). Algunos argentinos ni siquiera
recuerdan que eso fue escrito. Otros lo recitan pero no saben su verdadero
significado.
Pero esos derechos son inalienables, inviolables, son un mandamiento moral
y la prohibición de ignorarlos es absoluta. Los argentinos, muy papistas desde
el 2013, olvidan que Juan XXIII dijo, en 1963, “…En toda convivencia humana
bien ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el principio de
que todo hombre es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia y de
libre albedrío, y que, por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y
deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos
derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden
renunciarse por ningún concepto” (Pacem in Terris. Los subrayados
son nuestros). Observemos el final: “…Estos derechos y deberes son, por
ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto”.
De vuelta: no pueden renunciarse por ningún concepto. Por ningún concepto.
¿Se entiende?
Evidentemente, por la historia de los argentinos, no.
Olvidan también a un Papa que vitorearon mucho pero leyeron poco. Dice
Juan Pablo II, en Veritatis splendor (1993), luego de afirmar que hay
mandamientos morales negativos absolutos: “…. Más allá de las
intenciones, a veces buenas, y de las circunstancias, a menudo difíciles, las
autoridades civiles y los individuos jamás están autorizados a transgredir los
derechos fundamentales e inalienables de la persona humana. Por lo cual, sólo
una moral que reconozca normas válidas siempre y para todos, sin ninguna
excepción, puede garantizar el fundamento ético de la convivencia social,
tanto nacional como internacional”. (Subrayados e itálicas son
nuestras).
“Sin ninguna excepción”. ¿Se entiende?
Evidentemente no.
Un momento terrible de nuestra historia fue la guerra civil que hubo
entre la guerrilla marxista y el gobierno democrático del 75 y luego el militar
del 76. Que ERP y Montoneros hayan violado cuantos derechos humanos encontraban
por delante, es obvio. Pero la legítima defensa frente a ellos NO autorizaba la
violación de los derechos individuales más elementales. Cuando algunos, con
sinceridad, no con la hipocresía de otros, comenzaron a decir que “no, que no
se puede”, la respuesta era “es necesario”, o que “no entienden de estrategia
militar”. Y la respuesta era obvia, aunque en ese tiempo muy mal vista: no
importa que sea necesario, no importa la estrategia, el asunto es que no se
debe. El fin no justifica los medios. AHORA todos están en contra de “los
milicos”. Pues se comportan igual. Porque de igual modo, el derecho a entrar,
permanecer y salir del territorio, la libertad personal de no estar encarcelado
si no consta una condena judicial por haber violado el Código Penal, más la libertad
religiosa, son un pilar “esencial” del Estado de Derecho que parecen olvidar
los que ahora se llenan la boca justificando la “excepción”. No, gente, Juan
Pablo II lo dijo bien: nunca, nada, justifica la violación de los derechos
humanos fundamentales.
Cuando debatíamos en contra del aborto, lo mismo: nunca, nada, justifica
el asesinato de un inocente. Muchos
católicos que entonces lo decían, AHORA parecen haberlo olvidado cuando del
encierro de inocentes de trata.
La discusión no es biológica. Con virus o sin virus (1), los derechos
humanos elementales no se pueden violar. El Estado de Derecho NO se puede
violar. España e Italia lucharon contra la ETA y las Brigadas Rojas,
respectivamente, SIN violar el Estado de Derecho.
Ya veo, dentro de 30 o 40 años, a todos diciendo: yo no fui.
Les recordaré entonces, estas inútiles, quijotescas, pero verdaderas,
palabras.
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(1) Y a los virus siempre los tendréis con vosotros...................