Hace poco hice enojar a algunos
con una crítica generalizada al autoritarismo de los médicos. Cabe aclarar que
una crítica así es la ironía de un defecto, NO la descripción de “todos”. Los
filósofos podemos ser peores. Varios de mis colegas han asesinado millones con
las consecuencias no intentadas de sus delirios. NO todos claro………
Para compensar esta aparente
injusticia, quiero rendir un homenaje a Raúl Sánchez, médico, el padre de un gran amigo de la secundaria, que falleciera en el 2003.
Ir a la casa de Marcelo -su hijo-
y estar allí largas horas, con él, Patricia y Beatriz (hija y esposa) era para
mí una inigualable fuente de paz y serena alegría. Yo era un hijo más para ellos.
Y gran parte de esa paz emanaba de las interminables conversaciones con Raúl, “el
papá de Marcelo”, un médico ejemplar que fue durante mucho tiempo el “ideal del
yo” para el Gabriel médico que nunca fue. Raúl representaba una generación de
médicos que, creo, ya no existen (no se me enojen de vuelta por favor) excepto
que pasen los 80.
Raúl tenía una formación humanística
“como las de antes”. Con él se podía hablar de Historia, Literatura, Filosofía,
Historia del Arte…. La Historia de Roma era para él particularmente importante.
Y citaba, al hablar de todo ello, a muchos de sus maestros, sus maestros
médicos (o sea, los que habrá tenido en la década del 50 aproximadamente).
Raúl tenía ya, cuando lo conocí
(1973) unos 30 años de sala de clínica general hospitalaria, que continuó
prácticamente hasta su muerte (calculen). Era bondadoso, tranquilo, caritativo.
Como si le sobrara el tiempo, visitaba a sus pacientes, los atendía por
teléfono, les daba consejos (de todo tipo). Raúl te veía y te diagnosticaba.
Veía tu forma de caminar, tu piel, tu respiración, tus ojos, y todo ello sin
perder la mirada en ti…. Y si era necesario, como quien no quiere la cosa, te
decía “por qué no probás con”… Y te daba una receta, y te explicaba con calma,
te enseñaba, te cuidaba, sin coacción.
Sus métodos de diagnóstico ya no
se usan. Una vez escuché una conversación telefónica donde le decía a su
afortunado paciente: “por favor, no apriete el botón del baño, ya voy para allá”.
El simplemente veía y olía, y ya está, y lo que hoy te llevaría meses de
análisis (y mientras tanto ya te moriste, claro) él lo resolvía en segundos
donde aparecían sus años y años de sala de Hospital. Algún lector podrá haber sentido cierto asco; yo sólo sentía admiración.
Una sobrina mía, entonces muy
chiquita, tuvo una enfermedad “muy rara”, que nadie pudo diagnosticar (año: 90
aprox.), hasta que dieron con la Jefa de Pediatría de etc etc etc luego de deambular
por todos los pediatras del universo. Yo me había olvidado de comentarle el
tema a Raúl (ya por entonces no iba tan seguido a verlo) hasta que un día le
comenté…. “¿Raúl usted por casualidad conoce estos síntomas…?” A ver…. Que
esto, que aquello………… Me escuchó apenas unos segundos y con toda tranquilidad
me dijo: “Ah!!! Eso es……”. Yo, con total ingenuidad osé decirle (perdón Dios
mío), “y usted cómo lo sabe” (Oh My God hasta hoy me quiero matar….) a lo cual él,
con la misma paz, pero con una repentina carcajada, me dijo “pero Gabriel, eso
es elemental”………….. Elemental. Le comenté la imposibilidad de los pediatras
para tratar con el caso. El aumentó su cara de caridad y comprensión. “¿Qué
edad tenían…?”.
No me olvido más……
Raúl fue el médico que yo quería
ser. No lo fui, Dios sabe por qué (tengo algunas hipótesis: la más firme es que
así evitó la muerte de muchos al confundirme yo los centigramos con los
miligramos de algún medicamento…..). El
asunto es que mi modo de hacer y enseñar filosofía siempre fue medicinal. No la
concibo de otro modo.
Con la luz de Raúl, mi segundo padre,
iluminándome.
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