Si en este momento yo hiciera la provocativa pregunta
de si la Iglesia Católica debe pedir perdón por
ser Iglesia Católica, seguramente habría miles de respuestas diversas en mi
muro, y muchos terminarían peleándose absolutamente, como siempre. Lo que ocurre
es que esa pregunta remite a qué es la Iglesia, y qué es ser católico. Y es
allí donde surgirán los desacuerdos más inverosímiles. Ahora bien, no me
preocupa que los no católicos contesten, cada uno, millones de cosas distintas.
Lo que me preocupa es que son los católicos los que contestarán millones de
cosas distintas. Y lo que más me preocupa es que infinidad de teólogos
responderían millones de cosas distintas, acusándose mutuamente de las cosas
más horribles (conservador, relativista, progresista, intolerante,
inmisericorde, etc.). Y muchos obispos también, con la diferencia de que la
mayoría de ellos callarían, por ese muro de silencio que tienen por no
desentonar con la opinión pública dominante de la conferencia episcopal
respectiva. No vaya a ser que terminen como Mons. Rogelio Liviéres, claro…
Esta total crisis de identidad, de puertas para
adentro, no es una riqueza. Claro que el pluralismo es una riqueza, pero no
saber quién se es, no. Claro que hay muchas habitaciones en la Iglesia, pero Juan
Pablo II dijo habitaciones, no Iglesias. Las crisis de identidad nunca son una
riqueza, sino un período de oscuridad. Pero parece que hay que pasarlo. Ya no
hay un pastor universal, que, en la Fe, sea una riqueza: “…confirma en la fe a
tus hermanos”, fue lo que Cristo dijo esencialmente a Pedro luego de que Pedro
afirmara su condición de salvador. Pero parece que ya no hay Pedro, ya no hay
hermanos. ¿Qué pasó? ¿Fue un problema de Pedro, de los demás fieles, de ambos,
qué? ¿Qué sucedió para semejante caos? Yo podría tener un diagnóstico, claro,
pero será otro más entre miles más. Mientras tanto, ya no hay Roma, ya no hay
nada. Ojalá la Iglesia fuera un pequeño rebaño entre los lobos, pequeño pero
grande en su Fe. Pero no. Sólo hay caos. Ni siquiera es noche del espíritu,
porque en la noche del espíritu lo que hay es, precisamente, Fe en medio de la
noche. Aquí no hay nada. Todo humano, todo demasiado humano. Mientras tanto
cada uno seguirá su conciencia –eso como siempre, por supuesto- en medio del
caos. Pero en medio de ese humano caos, mi Fe me dice que la Iglesia es
indefectible. Y que seguro Dios, en su Providencia, tiene por allí a otros
pobres de Yahavé. Sólo Dios sabe su tiempo. Por ahora es el tiempo del silencio
de Dios, del silencio de Dios para su propia Iglesia.
Espero sepamos escuchar.