En medio de la tragedia de los
venezolanos (y esto incluye a los chavistas) ponerse a hacer reflexiones in
abstracto parecerá antipático pero sin embargo es necesario para tratar de
entender qué está sucediendo.
La república constitucional
norteamericana fue originada en horizontes lejanos. Horizontes donde se suponía
que los derechos individuales eran el valor supremo de la ética política, donde
las diversas “administraciones” no deberían tocarlos en absoluto y si ello
ocurría, para eso estaba el control constitucional. Y, muy importante, todos
coincidían en ese sistema, y ninguna persona, partido o lo que fuere se
atribuía la propiedad de “la Nación”, la patria, la revolución o la historia.
América Latina nunca fue terreno
cultural fértil para trasladar esas ideas. Hubo intentos, sí, siempre un mix no
del todo coherente entre la influencia anglosajona y la influencia francesa;
siempre un general ilustrado y un grupo de liberales constructivistas laicistas
enfrentados con las tradiciones religiosas y españolas anteriores. De ese mix,
siempre en tensión, nunca resuelto, algo salió. Muchas naciones
latinoamericanas trataron de implantar la división de poderes, el control de
constitucionalidad, un derecho penal liberal, algo de libre comercio, “pero”….
Dentro de la inestabilidad intrínseca de un marco cultural que se resistía,
como un suelo rocoso resistente a instituciones que requerían un humus
diferente. Lationoamérica nunca pudo plasmar instituciones liberales firmes. Su
génesis es revolucionaria al estilo francés, y ese horizonte revolucionario la
marcó, parece, para siempre.
Durante mucho tiempo eran guerras
civiles intestinas, facciones diferentes que se disputaban un poder al que
siempre se accedía con la lógica de la revolución: los buenos, los malos, los
traidores, los cobardes. Palabras como democracia, república, límites, derechos
de las minorías, etc., se escribían pero no se comprendían.
Pero con el advenimiento del
marxismo como horizonte cultural, y con la revolución cubana como ejemplo, el
asunto fue peor. Los Castro tuvieron al menos la coherencia de los violentos:
por la violencia subieron y por la violencia están. Pero en otros lares, se
introdujo el sutil engaño del acceso nazi al poder: la vía democrática en
sentido lato. Mucho más inteligente y perverso. El Chile de Allende, la
Argentina de Perón (1945, 1951, 1973, 2003), y, obviamente, la Venezuela de
Chávez, son ejemplos perfectos. La dialéctica revolucionaria, junto con la marxista,
encontraron en esas vías democráticas la forma casi perfecta de perversión
conceptual. Los términos revolucionarios eran los mismos (leal, traidor, amigo,
enemigo). Pero mientras que los constitucionalistas de los EEUU jamás
imaginaron que toda esa dialéctica fuera compatible con los métodos electorales,
ahora, en cambio, sí. El partido revolucionario, el que va a luchar contra el
capitalismo opresor, sube al poder con la mayoría de los votos, o con los votos
inventados o con los votos que fueren, pero asumen el criterio de legitimidad
de origen de los sistemas democráticos. El enemigo sigue siendo el traidor, el
vendepatria, el cipayo vendido al imperialismo, pero ahora es legítimo
aniquilarlo –de golpe o de a poco- “democráticamente” y denunciar a todo el
mundo “la violación de la democracia” de cualquier intento de resistencia.
Todo esto tomó a los no marxistas
totalmente desprevenidos, conceptual y terminológicamente. Al principio, gentes
desesperadas apoyaron las contra-revoluciones militares, pero la bestialidad e
ignorancia de estos últimos no hizo más que acrecentar el problema. Ahora no
hay salida posible. Ahora, los marxistas, los verdaderos golpistas, a quienes
los derechos humanos les importan absolutamente nada, allí están, como cuasi
estadistas republicanos. Los Correa y los Kirchner son ejemplos perfectos;
Chávez, en cambio, era más sincero, y el delirante de su sucesor ha convertido
a Venezuela no en una broma woodyallinezca, sino en una verdadera tragedia
donde Calígula ha resucitado y el caballo tiene el apoyo del ejército, del ejército
cubano y el silencio cómplice y cobarde de casi todos los gobernantes del
mundo.
No hay mucha salida. Que Dios se
apiade de los venezolanos y de todos nosotros, porque la Venezuela actual es el
futuro de todos, excepto que intervengan las aleatoriedades de la historia,
imprevisibles, inconmensurables, sólo accesibles a las denuncias de los
profetas, ya muertos, sin embargo, en el silencio del desierto.