Ante el pontificado de Francisco,
sigue incrementándose la radicalización de los sectores tradicionalistas que
atacan al Vaticano II como si este último fuera la causa de todo lo que
actualmente sucede.
He tocado este tema en varias oportunidades
(https://institutoacton.org/2024/02/19/las-aclaraciones-de-ratzinger-sobre-el-concilio-vaticano-ii-y-la-modernidad-catolica-gabriel-zanotti/);
(https://www.institutoacton.com.ar/articulos/5artzanotti88.pdf);
(https://institutoacton.org/2022/10/21/francisco-y-el-concilio-vaticano-ii-gabriel-zanotti/
); todo el cap. VI de mi libro (https://www.amazon.es/Judeocristianismo-Civilizaci%C3%B3n-Occidental-Libertad-judeocristiano-ebook/dp/B079P7V1JC) está dedicado al tema y como si fuera un
signo de la Providencia, uno de mis primeros artículos académicos, cuando era
muy muy joven, trató sobre este tema (https://biblioteca.csjn.gov.ar/cgi-bin/koha/opac-detail.pl?biblionumber=349119).
Por supuesto, nadie vaya a pensar que yo, un irrelevante total, pensé alguna
vez que mis ensayos fueran importantes ad intra de la Iglesia. Yo lo
único que quise hacer es explicar lo que pensaban los mismos pontífices que
impulsaron y siguieron con el Vat II, y especialmente Benedicto XVI, en su
discurso, que siempre cito, del 22 de Diciembre de 2005, sobre la continuidad y
reforma del Vat II. Pero hasta mi artículo “…Las aclaraciones de Ratzinger
sobre el Concilio Vaticano II y la modernidad católica” (Las
aclaraciones de Ratzinger sobre el Concilio Vaticano II y la modernidad
católica - Gabriel Zanotti - Instituto Acton) me acompañó cierta ingenuidad que me acompaña
en otros temas también. La ingenuidad de poder entablar con ciertos sectores
tradicionalistas una línea de diálogo (sobre todo, citándoles el caso de
Benedicto XVI). Pero no, es humanamente imposible. El Vat II no es una
cuestión de contenidos. Es una cuestión de actitud, y si la Gracia de
Dios no interviene, es todo inútil. Actitud que, en ellos, es una cerrazón
total y completa a todo el mundo moderno, a toda la modernidad en cuanto tal.
Pero, a su vez, ¿por qué? Por su cerrazón al diálogo, a la convivencia con lo
no católico y lo sanamente laical (por eso Escrivá de Balaguer nunca rechazó al
Vat II y se adelantó a Benedicto XVI) y por su interpretación de la Filosofía
Moderna.
Repasemos
por un momento el discurso de apertura de Juan XXIII (https://www.vatican.va/content/john-xxiii/es/speeches/1962/documents/hf_j-xxiii_spe_19621011_opening-council.html)
Al
ppio, nada por aquí, nada por allá. Pero de repente………… “…Tres años de
laboriosa preparación, consagrados al examen más amplio y profundo de las
modernas condiciones de fe y de práctica religiosa…”. Allí aparece el término “moderno”.
Y luego: “….con oportunas "actualizaciones" y con un prudente
ordenamiento de mutua colaboración, la Iglesia hará que los hombres, las
familias, los pueblos vuelvan realmente su espíritu hacia las cosas celestiales…”.
Habla de “actualizaciones”, algo que tiene que ver con la percepción del mundo
moderno. Pero sabe que algunos (¿muchos?) ven en ese mundo moderno sólo al mal.
Entonces aclara: “…Ellas (“ciertas insinuaciones de algunas personas “) no ven
en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra
época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si
nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la vida, y
como si en tiempo de los precedentes Concilios Ecuménicos todo hubiese
procedido con un triunfo absoluto de la doctrina y de la vida cristiana, y de
la justa libertad de la Iglesia”.
Y
agrega, de vuelta: “…Nos parece justo disentir de tales profetas de
calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el
fin de los tiempos estuviese inminente. En el presente momento histórico, la
Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por
obra misma de los hombres pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se
encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo, aun
las humanas adversidades, aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia”
No
es necesario aclarar nada, creo….
Reconoce
las dificultades de este mundo moderno, pero destaca una peculiar ventaja: “…Fácil es descubrir esta realidad,
cuando se considera atentamente el mundo moderno, tan ocupado en la política y
en las disputas de orden económico que ya no encuentra tiempo para atender a
las cuestiones del orden espiritual, de las que se ocupa el magisterio de la
Santa Iglesia. Modo semejante de obrar no va bien, y con razón ha de ser
desaprobado; mas no se puede negar que estas nuevas condiciones de la vida
moderna tienen siquiera la ventaja de haber hecho desaparecer todos aquellos
innumerables obstáculos, con que en otros tiempos los hijos del mundo impedían
la libre acción de la Iglesia”.
E insiste: “…Pero no sin una
gran esperanza y un gran consuelo vemos hoy cómo la Iglesia, libre finalmente
de tantas trabas de orden profano, tan frecuentes en otros tiempos, puede,
desde esta Basílica Vaticana, como desde un segundo Cenáculo Apostólico, hacer
sentir a través de vosotros su voz, llena de majestad y de grandeza”.
Y propone nuevamente mirar al tiempo
presente (1962): “…Mas para que tal doctrina (la de la Iglesia) alcance
a las múltiples estructuras de la actividad humana, que atañen a los
individuos, a las familias y a la vida social, ante todo es necesario que la
Iglesia no se aparte del sacro patrimonio de la verdad, recibido de los padres;
pero, al mismo tiempo, debe mirar a lo presente, a las nuevas condiciones y
formas de vida introducidas en el mundo actual, que han abierto nuevos caminos
para el apostolado católico”
Y
aparece entonces la palabra “progreso” que había sido condenada sin
distinciones por Pío IX: “…Por
esta razón la Iglesia no ha asistido indiferente al admirable progreso de los
descubrimientos del ingenio humano, y nunca ha dejado de significar su justa
estimación”.
Y establece consiguientemente los propósitos
del Concilio: “…el espíritu cristiano y católico del mundo entero espera
que se de un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de
las conciencias que esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la
auténtica doctrina, estudiando ésta y exponiéndola a través de las formas de
investigación y de las fórmulas literarias del pensamiento moderno. Una cosa es
la substancia de la antigua doctrina, del "depositum fidei", y
otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta —con
paciencia, si necesario fuese— ateniéndose a las normas y exigencias de un
magisterio de carácter predominantemente pastoral”.
Observemos:
“…a través de las formas de investigación y de las fórmulas literarias del
pensamiento moderno”. ¿Por qué? Porque “…Una cosa es la substancia de la
antigua doctrina, del "depositum fidei", y otra la
manera de formular su expresión”. Por supuesto, el medio es el mensaje; por
ende, en la nueva manera de formular su expresión, también habrá un mensaje: la
Iglesia (antes de Francisco) está siempre en salida; como aclara Benedicto
XVI, es siempre misionera, y en esa misión no está la condena de las personas,
sino el diálogo con su corazón. Y por eso el carácter pastoral, “pero” que
agrega una actitud de diálogo, de acogimiento, de comprensión: “…y de ello ha
de tenerse gran cuenta —con paciencia, si necesario fuese— ateniéndose a las
normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral”.
Por
ello una actitud diferente ante los errores: “…Siempre la Iglesia se opuso a
estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro
tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la
misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las
necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que
renovando condenas”. Pero la expresión “en nuestro tiempo” no es meramente
circunstancial, no es una mera conveniencia del momento, no es una casi inmoral
estrategia de “captación del enemigo”: es una verdadera aceptación de la
verdad de la actitud dialógica.
Por
eso ha terminado el tiempo donde solamente se decía el anatema sit.
Luego de la Segunda Guerra, los tiempos han cambiado para bien: “…Cada día se
convencen más (los hombres) de que la dignidad de la persona humana, así
como su perfección y las consiguientes obligaciones, es asunto de suma
importancia. Lo que mayor importancia tiene es la experiencia, que les ha
enseñado cómo la violencia causada a otros, el poder de las armas y el
predominio político de nada sirven para una feliz solución de los graves
problemas que les afligen. En tal estado de cosas, la Iglesia Católica, al
elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad religiosa,
quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de
misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella”. (Las itálicas
son nuestras).
Pero
esta actitud, ¿es extraña, es contradictoria, con la Doctrina Católica? ¿La
bondad, la paciencia, la misericordia, son temas doctrinales o pastorales? ¿No
hay un sin sentido en esa pregunta? ¿No son actitudes que nacen de la misma
esencia del depositum fidei?
Porque
Juan XXIII tiene un ideal, que aún no se ha concretado, que pertenece
al mundo moderno y al mismo tiempo a los ideales universalistas de la Iglesia:
la unidad del género humano, tanto a nivel sobrenatural como a nivel social
natural. No se ha logrado aún, y no se logrará, claro, con las actuales Naciones
Unidas (cuya declaración de Derechos Humanos, en ese entonces, en 1963
-enc. Pacem in terris, un año después- pareció digna a Juan XXIII, y
tuvo razón), pero es un ideal católico: que todos los seres humanos, conscientes
de su misma dignidad y de sus mismos derechos, convivan sin guerras, aún en
medio de sus diferencias religiosas y culturales: “…Esto se propone el Concilio Ecuménico Vaticano II, el
cual, mientras reúne juntamente las mejores energías de la Iglesia y se
esfuerza por que los hombres acojan cada vez más favorablemente el anuncio de
la salvación, prepara en cierto modo y consolida el camino hacia aquella unidad
del género humano, que constituye el fundamento necesario para que la Ciudad
terrenal se organice a semejanza de la celestial "en la que reina la
verdad, es ley la caridad y la extensión es la eternidad" según San
Agustín”.
Evidentemente, otra actitud, que se
resume en el diálogo que, como hemos dicho, no es algo extraño a la Doctrina
Católica.
¿Pero qué es el diálogo? ¿Es igual a
relativismo, como temen ciertos tradicionalistas?
De ningún modo. El diálogo implica
comprensión, como dice Gadamer, que no implica decir que
todo lo que diga o haga el otro sea verdadero y bueno.
¿Y cuál era el problema?
¿Por qué no seguir con el estilo del
lenguaje de Trento?
¿Es acaso falso que “el que dijere…”, “anatema
sit”?
No, no es falso. Había y hay
que custodiar a los hermanos en la Fe. No es una mera aclaración, no es un
detalle menor. La Fe jamás cambiará. Las normas morales de la Iglesia, tampoco.
El que las niegue no es católico. Pero, ¿por qué la negación? No nos referimos
al criminal, al misterio del mal, al psicópata perverso. La pregunta es otra.
¿Por qué la Reforma? ¿Por qué la secularización no cristiana? ¿Por qué el
ateísmo? ¿Por qué el “desencantamiento del mundo” (Weber)?
Había que hacerse esas preguntas y “en
salida” ir, ir a hablar, a dialogar con todas las personas de buena
voluntad.
Ante el protestante, o ante el Iluminista,
¿hasta cuándo íbamos a seguir diciendo, encerrados en nuestros muros, anatema
sit? ¿Hasta cuándo? ¿For ever and ever sin ningún intento de comprensión,
de conversación, de nueva evangelización?
Los tradicionalistas jamás lograron,
ni logran, darse cuenta de que después de la Segunda Guerra, algo cambió en el
ambiente intelectual europeo, cambio que recibieron mejor los teólogos que
ciertos filósofos “católicos”. Buber, Levinas, Gadamer, Habermas, (autores que
jamás leen, autores de los cuales no saben, en realidad, ni quiénes son pero sobre
todo no saben qué son) no son una casualidad. Son todos frutos de un ambiente intelectual
atento para siempre al rostro sufriente del otro (Levinas). Y con ese
otro se dialoga, se conversa, se curan sus heridas y además se escuchan sus
aportes. Los padres conciliares (entre ellos Wojtyla y Ratzinger) habían
recibido ese mensaje. Para ellos, era obvio
que el diálogo, según esos autores, implicaba:
-
Ponerse en el horizonte del otro y comprenderlo
mejor; que comprender no es aceptar, pero sí entender:
-
Ir a lo común de ambos horizontes;
-
Tomar lo bueno del otro;
-
Ir al encuentro caritativo con el otro.
Y no
de casualidad, tampoco, entre esos padres conciliares estaba Montini, que luego
como Pablo VI, un año antes de que terminara el Concilio, en 1964, escribe Ecclesiam
suam, cuyo capítulo final está dedicado, precisamente, al diálogo.
Desde
aquí, desde todo esto, se entiende ahora la actitud de fondo que hay detrás de
los más importantes documentos del Vat II, que molestan tanto a muchos
tradicionalistas. Sí, había que ir al encuentro con los hermanos separados,
antes hermanos que separados; había que ir al encuentro con las religiones
no cristianas; había que aclarar que la libertad religiosa era un
derecho de todos; había que aclarar que el mundo moderno estaba en la
verdad cuando distinguía la Iglesia del Estado; había que asumir la sana
laicidad; había que hablar de la justa autonomía de lo temporal; había que asumir a la ciencia como emergente del Judeocristianismo; había que aclarar que el laico es un ciudadano más entre los demás,
sin más ni menos derechos que los demás; había que establecer mejor la diferencia entre jerarquía y laicos, y había que aclarar que estos últimos no son ciudadanos de segunda en la Iglesia, sino que están llamados por su propia naturaleza a santificarse en el mundo y a santificar al mundo, por medio de las vocaciones esencialmente santas del trabajo y la familia.
Pero
claro, nada es perfecto. Por supuesto que todo documento eclesial, en sus
aspectos humanos, es perfeccionable. Los tradicionalistas anti Vat II
aplican esa obviedad de 1965 para adelante. Mirari vos; Quanta cura,
Libertas, y ni qué hablar del “orden corporativo profesional” de Pío XI,
serían todos documentos perfectos, intocables, inmaculados, que no necesitarían
ninguna aclaración. Pero los documentos del Vaticano II……… Ah claro, esos sí
las necesitan………….. ¿Las necesitan? ¡Claro que sí! ¿Quieren un aliado al
respecto? Lean (lo digo ya sin ninguna esperanza de que lo hagan) los
dos tomos (cosa que ya comenté) de Benedicto XVI sobre el Vat II, en sus Obras
Completas, tomos VII y VIII. Vamos, lectores infatigables de Menvielle, son
sólo 1000 páginas, una pavada para ustedes. El mismo Benedicto les dice allí
que los documentos del Vat II necesitan aclaraciones, que son imperfectos, que
todo se puede mejorar. ¿Les molesta la colegialidad? ¿Les molesta el tema de
los dos sujetos? ¿Les molestan las “iglesias”, el “subsistit”? Pues allí
tienen tooooooooooooodas las explicaciones de Benedicto XVI al respecto. Esos
temas, ¿son dogmas de Fe? No. Pero sus objeciones tampoco. ¿Qué les costaba tomar al
discurso del 2005 de Benedicto XVI como una clave de unidad en la diversidad y
desde allí, sin irse de la Iglesia, seguir discutiendo? Ah no, que Francisco
esto, que Francisco aquello. Bueno, si ustedes confunden a Francisco con
Ratzinger, no es raro que tampoco entiendan qué es el diálogo y lo confundan
con la indiferencia ante la verdad.
Ya
está. Estamos en 2024 y luego de la renuncia de Benedicto, la Iglesia ha
entrado en una de las fases más oscuras de su historia.
Pero
ustedes, tradicionalistas que han despreciado al Magisterio de Benedicto,
forman parte de esa oscuridad.
Que
Dios se apiade de todos nosotros.