Mi esposa y yo somos muy de estar en casa. No sé, tendremos mayor necesidad de silencio, mayor cansancio, lo que fuere, pero no éramos de los que gozaban la calle Corrientes un Sábado a la noche. A mí sí, me encanta estar con mis amigos, y por ellos soy capaz de ir hasta la Luna. Pero por lo demás, nada más lindo que una tarde tranquila estudiando, escribiendo o viendo una peli.
Viajes, muy pocos. Soy de la década
del 60, de una familia de ingresos medios cuya mayor posesión era una casita en
Ituzaingó con un Fiat 600. No se acostumbraba entonces sacar pasajes para
Europa. Y luego de la bomba que el ERP hizo explotar generosamente en esa casita,
bueno, digamos que desde entonces los viajes me daban sensación de inseguridad.
He viajado, sí, a dar clases, pero pocas veces he “estado en”. Una vez estuve
en Madrid sólo 12 hs. para dar una clase en el Instituto Juan de Mariana.
Amigos y familiares me preguntaban qué tal Madrid. Bueno, qué se yo, bien….
Y siempre que podía quedarme en
casa para preparar clases, era el paraíso. Excepto que se cortara la luz, claro,
pequeño problemita para un escritorio casi sin ventanas.
Por lo tanto, como ven, soy el
ciudadano ideal para la OMS y todos los gobiernos del mundo que a partir de
Marzo de este año han impedido casi todo: viajes, salidas, restaurantes,
teatros, vida, bullicio, encuentros.
Parece que soy el ciudadano ideal.
Pero no.
Porque a mí, desde mi silencio, me
gustaba ver al mundo girar.
Porque yo no odiaba al mundo. Me
gustaba estar voluntariamente escribiendo, en mi escritorio, pero me hacía bien
que todos vivieran sus vidas. Me encantaba ver llenos a los aeropuertos, a los
teatros, cines, gimnasios, shoppings, etc. Me encantaba ver la libertad que
quedaba. Me encantaba ver a la gente ir y venir.
Para el planificador, para el
intervencionista, para el que odia la libertad y al mercado, la covid-histeria
es el paraíso. Por fin esa gente imbécil y consumista se tuvo que quedar en su
casa. Por fin una Navidad con poco ruido. Por fin la gente se tuvo que quedar
en su casa alguna vez. Por fin están vacías esas peatonales antes llenas de
todo tipo de empresas y capitalismo. Por fin llegaron los buenos hábitos, por la
fuerza, por supuesto, como quieren los que odian al mercado. Qué éxtasis
maravilloso deben estar sintiendo en este momento. Suerte que vienen nuevas
cepas, así a nadie se le olvida su vida interior. Por fin Nueva York en
silencio, símbolo asqueroso del estiércol del diablo. Por fin. Se les acabó la pérfida
libertad. Alabado sea…
Ahora, gente, todos a portarse
bien. Antes tenían que pedir permiso para casi todo, como corresponde, pero les
quedaba el pecado de ir y venir, salir, encontrarse, abrir un negocito, ir de
compras (ah, pérfido consumista…), ir al gimnasio, a la universidad, al teatro,
etc. Ya no, asqueroso Occidente, por fin te ha llegado la hora de la meditación.
Qué felices deben estar los que maldecían al neg-ocio y soñaban con el ocio contemplativo
del que al parecer gozaban todos en otras épocas magníficas, antes de que el mundo
se abriera a los cantos de sirena de los horribles difusores del
hetero-patriarcado occidental. Por eso recuerda la única libertad que te queda:
asistir a violentas marchas de izquierda. Allí, ni se te ocurra usar barbijo y
olvídate del distanciamiento social, porque la lucha contra la libertad es libre.
Así que no, gente, no estoy
contento. Me gustaba ver la libertad. Estaba en casa, sí, pero libremente. Qué
ocurrencia. Ha llegado la hora de que aprenda la hermosura de la esclavitud.
3 comentarios:
Es exactamente así de trágico, aunque esté dicho en clave de sutil y directa ironía. Tendremos que dejar de ser esclavos para que caiga el amo.
Genial como de costumbre 👋
Exactamente como pienso, no le saco ni una coma a ese texto.
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