domingo, 24 de mayo de 2015

ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS DE SU VIDA INTERIOR







Alice es una señora, madre de dos hijos, casada con un millonario, con un alto nivel de vida. Tiene ciertas inquietudes vocacionales –no fue al college- que su marido canaliza diciéndole que se dedique a vender sweaters.

Pero eso no es lo que más le preocupa. Le preocupa, sí, su dolor de espaldas, y le inquieta que se sienta atraído por un papá que lleva su hija al mismo colegio que sus hijos.

Le aconsejan ver al Dr. Yang, una especie de acupunturista o lo que fuere. Yang le toma el pulso y la mira. “Nada malo con la espalda!!!”, afirma. “El problema está aquí y aquí”, diagnostica, señalando la cabeza y el corazón.

Entonces hipnotiza a Alice, mientras que ella afirma que no puede ser hipnotizada. En estado de hipnosis discute con su esposo sobre su carrera. ¿Qué carrera?, le dice él en su estado de trance.

Alice despierta sin recordar nada. Yang le da entonces una primera hierbita que debe tomar a las 14,30 sin mariscos.

A eso de las 15 se encuentra con ese papá que la inquieta, Joe. Como siempre, no se atreve a decirle nada, pero repentinamente, aparece la mujer más seductora que pueda concebirse, con una voz y unos ojos que asombran y derriten al pobre Joe. Alice, que no sabe nada de jazz, habla de jazz –la pasión de Joe- como una experta. Posteriormente, Alice recuerda el trance pero no se explica cómo pudo comportarse de ese modo.

Yang le da luego otra hierbita, o yuyo, o lo que fuere. Alice se vuelve invisible y puede entonces descubrir que Joe está divorciado de una inteligentísima mujer con la cual mantiene aún relaciones ocasionalmente. Mientras tanto, y progresivamente, su interés por Joe la preocupa y la da culpa.

Yang la da otra hierbita. Alice se encuentra entonces con un antiguo novio, muerto en un accidente hace muchos años, con el cual vuelve a hablar y recuerda una Alice más audaz y supuestamente irresponsable. Además, sale a volar con él a la noche, sobre la ciudad de Nueva York.

La relación con Joe sigue cargada de problemas. Joe la invita a salir a la noche, Alice acepta y para hacerlo tiene que mentir a su esposo. Alice se enoja con Joe por eso y él le pregunta si lo que la enojó es haber descubierto que puede hacerlo….

Desconcertada, vuelve a ver al Dr. Yong quien le da una interesante sustancia soporífera :-). Alice se duerme y sueña con su hermana, quien le reclama su estilo de vida superficial. En el sueño, recuerda también su pasado católico y se confiesa. Confiesa que ella no es ahora la que quería ser de niña, donde soñaba con ayudar a los demás. “… ¿Dónde fue esa parte de mi?”, se pregunta…

Pero luego tiene un encuentro real con su hermana. Con ella, Alice desnuda su tensión existencial, baja la cabeza, y casi llora.

Para colmo, va a ver un documental sobre la Madre Teresa con su esposo y sus hijos. Queda impresionada y fascinada, queda sencillamente extasiada, y cuando se lo cuenta a Joe, verborrágica, sin parar de hablar, hace el amor con él.

Y luego, cubierta nuevamente por la hierbita de la invisibilidad, descubre que su esposo le ha sido infiel muchas veces.

Quiere entonces concretar su relación con Joe pero este le confiesa que ha descubierto que su ex mujer aún lo quiere y que desea volver con ella………..

Pensativa sobre sí misma, sin su esposo y sin Joe, vuelve a ver al Dr. Yang, que la atiende en medio de una repentina mudanza al Tibet para “continuar su educación”. Entonces Yang le da una hierba según la cual, dependiendo a qué varón se le haga beber, podrá hacer que el elegido la ame totalmente. Alice se asombra por esa capacidad de elección pero Yang le dice muy seguro: ahora está usted en capacidad de elegir. Sabe quién es ella, sus dones, sus límites, sus debilidades. Sabe quién es su marido, su amante, su hermana. Sabe cómo ha llevado su relación con ellos. Ahora le toca decidir.

Pero Alice no sabe bien qué hacer. Aturdida, va a una fiesta en la casa de su hermana, donde alguien se confunde y pone la hierbita a una bebida que están tomando todos y, por ende, todos los varones se enamoran de ella.

Alice termina caminando sola, más aturdida que antes, pero al escuchar nuevamente en la calle los chismes que ha escuchado siempre y que representaban su modo de vida, tiene una reacción. Se va a Calcuta con la Madre Teresa.

Pero vuelve.

Vuelve, no con su marido, pero tampoco con nadie más. Deja sus amigas chismosas, su cocinera, su masajista, sus compras, vive con sus hijos, los educa ella misma, los atiende en todo, y hace trabajos de voluntariado. Y está más feliz que nunca.

El lector se preguntará: ¿qué es este relato, lleno de cosas imposibles?

Es una película de Woody Allen, de 1991, Alice, pero no lleno de cosas imposibles, sino de símbolos.
Todo el relato es un símbolo de lo que es un análisis de uno mismo, en una psicoterapia profunda, donde se va a lo más hondo del propio ser para ver la clave de una crisis existencial.

Alice no era quien era, pero aún no lo sabía. Registra simplemente un dolor de espaldas y sentirse atraída por Joe, cosa que la sacude (situación límite, Jaspers) de su existencia in-auténtica (Heidegger).

Entonces necesita alguien con quien hablar, y hacer catarsis. En una psicoterapia psicoanalítica habitual, y realizada la transferencia, hubiera comenzado un trabajoso descubrimiento de sí misma a través de la asociación libre. Cada hierba representa un diálogo consigo misma.

Primero, la hipnosis. Freud trabajaba con médicos que la practicaban, hacia fines del s. XIX, pero descubre sus límites y la sustituye con la asociación libre. La hipnosis funciona entonces, en el relato, como un símbolo de un primer diálogo consigo misma, donde ella toma conciencia de sus problemas vocacionales profundos. Vocación no es una carrera, sino ser llamado a ser uno mismo.

La hierbita de la seducción simboliza otro diálogo, donde Alice –como cualquier de nosotros- descubre que somos varios, no varios yo, sino varias potencialidades en ese yo, con algunas de las cuales nos sentimos cómodos; otras, nos asustan, nos duelen o nos remiten a un pasado no duelado. Hay que trabajar sobre esos varios yo, para ver cómo los reencaminamos en la situación presente.

Por eso somos invisibles: esa introspección escapa a la vista de los otros pero, al mismo tiempo, vemos más.

El encuentro con el viejo novio simboliza que muchas personas pasadas están vivas, presentes, otra vez, como duelos no duelados, como representantes de aspectos del propio yo que no hemos terminado de trabajar. Fueron personas que, en cierta medida, nos hicieron volar. La cuestión es, ¿cómo despegamos ahora, cómo levanta vuelo nuevamente nuestra existencia?

Y si descubrimos que hacemos o que hemos hecho cosas que no queremos hacer, ¿por qué echar responsabilidades para afuera? El asunto es que somos eso también. Sin culparse de manera patológica, sin colgarse de los pulgares, hay que preguntarse, sin embargo, ¿qué pasa allí? ¿Qué aspecto de mí no he sabido manejar, o lo he dejado tapado bajo toneladas de negación para que salte de golpe como un volcán? ¿Cómo reconduzco esa energía, totalmente buena en sí misma, hacia mi proyecto vital más auténtico?

La confesión es otro símbolo, muy importante, más allá de que seas católico o marciano. Confieso que no he sido aquello tan bueno que habitaba en mí. De vuelta, ¿cómo lo hacemos renacer? ¿Habitaba o habita? ¿Cómo puede habitar ahora?

Finalmente, nos permitimos un momento de agobio, bajamos la cabeza, lloramos, y un hermano nos sostiene. La hermana. O el buen amigo, o el terapeuta,  o el sacerdote, o el maestro, o quien fuere que nos ame y nos respete verdaderamente, que no se burle de nuestra desnudez. Se llama transferencia.

La Madre Teresa representa el ideal del yo. Claro, no somos ella, pero, ¿cómo podemos ser ella a nuestro modo? ¿De qué modo aparece el verdadero amor en nuestras vidas? ¿Cómo y cuándo aparecerán esos ojos cuya paz, al ver los nuestros, nos redimen?

El último encuentro con el Dr. Yang represente muy bien el objetivo de todo análisis. En palabras del propio Frued: "...“Una vez reintegrado lo reprimido a la actividad anímica consciente, labor que supone el vencimiento de considerables resistencias, el conflicto psíquico que así queda establecido y que el enfermo quiso evitarse con la represión, puede hallar, bajo la guía del médico, una mejor solución que la ofrecida por el proceso represor (1). Existen varias de estas apropiadas soluciones que ponen un feliz término al conflicto y a la neurosis y que, en casos individuales, pueden muy bien ser combinadas unas con otras. Puede convencerse a la personalidad del enfermo de que ha rechazado injustificadamente el deseo patógeno y hacerle aceptarlo en todo o en parte; puede también dirigirse este deseo hacia un fin más elevado y, por tanto, irreprochable (sublimación de dicho deseo), y puede, por último, reconocerse totalmente justificada su reprobación, pero sustituyendo el mecanismo –automático y, por tanto, insuficiente- de la represión por una condenación ejecutada con ayuda de las más altas funciones espirituales humanas, esto es, conseguir su dominio consciente”.  (Psicoanálisis, Obras Completas, El Ateneo, tomo II, p. 1545)

Pero no fue el fin de análisis para Alice. La última poción era el imposible auténtico, que Woody simboliza con la humorada de que todos se enamoren de ella por accidente. No podemos obligar a nadie a que nos ame, pero sí podemos decidir cómo vamos a amar nosotros. Y sí, tampoco podemos ir a Calcuta, no porque ello sea lo mejor y nosotros lo peor, sino porque eso era lo mejor para la Madre Teresa pero no para todos. Todos tenemos nuestra Calcuta pero hay que descubrirla. Por eso finalmente Alice vuelve, pero no desde Calcuta, sino desde su existencia inauténtica a lo más auténtico de sí misma, esa parte de ella misma que al parecer se había ido. Pero no, allí estaba, esperando para redescubrirse. El último símbolo es asombroso. En una voz en off que representa el juego del lenguaje de la existencia inauténtica, esto es, el vano hablar, el chisme, se relata precisamente la vuelta de Alice a su existencia auténtica. Volvió a sus hijos. Volvió a su generosidad, su sencillez, su entrega.



Volvió.



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(1) Cuidado que "represiòn" es una palabra muy tècnica en Freud. No significa frenar de modo consciente una pulsiòn, sino el proceso preconsciente por el cual se incorporan los "no" del rol paterno en la primera infancia. Tambièn, ya para mì, puede llegar a implicar la negaciòn inconsciente de un conflicto cuyos sìntomas se canalizan a travès de neurosis diversas y manifestaciones psicosomàticas. 

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