¿Por qué cuesta tanto esfuerzo
combinar ambas virtudes?
Los que tienen tendencia a la
justicia, ya sea una justicia secular, religiosa o ambas, tienen una tendencia
a la crueldad. Juzgan, condenan, no perdonan, tienden a erigirse como
pontífices de su propio código de conducta (que, muchas veces, lo cumplen
estrictamente y además es inapelable) y excomulgan de su vida a quienes no lo
cumplen.
Al revés, los que tienen una
tendencia a la misericordia, tienen una tendencia al laxismo moral. Escuchan,
comprenden, no juzgan, no condenan, perdonan, acogen, pero les cuesta,
finalmente, decir “esto está mal”.
Los primeros, además, tienen
sensibilidad ritual, doctrinaria y reglamentaria; tienden además a encerrarse
en sus edificios, en sus escritorios, en sus secretarios/as y mil formularios
para llegar a ellos, mientras que los segundos tienen más sensibilidad por lo
social, por los más desposeídos, son más informales, menos estructurados, de
fácil acceso pero desordenados en lo doctrinal, como si esto último fuera un
muro que no se quieren construir alrededor.
Esta contraposición tiene un solo
y lamentablemente resultado: la confusión de quienes requieren ayuda, que no la
van a encontrar en un rostro adusto, distante y supuesto custodio de la verdad,
ni tampoco en un rostro amable pero que no les sepa decir la verdad.
En la película Crimes and misdemeanors, de Woody Allen
(Crímenes y pecados) hay un rabino, Ben, que dice claramente: “…no podría vivir
en un mundo sin una sólida estructura y perdón”.
“Y” perdón. Esa es la clave. ¿Por
qué contraponer ambas cosas? Porque somos humanos, y sólo Dios, infinito, poder
infinitamente justo y misericordioso al mismo tiempo sin un ápice de tensión
existencial.
Por eso el Cristianismo es firme
al condenar conductas en sí mismas (“…del corazón salen los asesinatos, las
mentiras, los adulterios…”) pero NO a la conciencia de las personas en
particular (“…no juzguéis”). Esto es, el conocimiento certero de la malicia o
culpabilidad moral de alguien está reservado a Dios. Un Dios que, al mismo
tiempo, perdona, y no perdona sencillamente misdemeanors,
faltas menores, sino crimes. “Ve y no
peques más”, y no “ve y haz lo que quieras”. Y “…hoy mismo estarás conmigo en
el paraíso” le dice al ladrón arrepentido, y no al inocente. Por eso siempre me
gusta decir que, luego del pecado original, no hay buenos o malos, sino
ladrones, todos, de un lado o del otro de la cruz, porque todos hemos robado a
Dios el amor que le debíamos.
Por eso el Cristianismo es TAN
difícil para el corazón humano, duro como una roca excepto que sea transformado
por la gracia de Dios. Porque no es una religión de ritos externos muy visibles
ni de conductas estrambóticas cuyo cumplimiento o no dirime la cuestión. Si,
algunas cosas hay, pero mínimas en relación a otras religiones. El Cristianismo
es una religión del interior, que pasa inadvertida por ello, y está bien. El
cristiano está en el mundo con todo el mundo. Mira con afecto a todos sin
ninguna estrategia. Si, reza, va a Misa, se confiesa, pero no hace aspaviento
ni se considera parte de una secta iniciática. Da testimonio en silencio, si
tiene que hablar, habla; a veces habla cuando no debe y calla cuando no debe,
se equivoca, pide perdón a Dios y recomienza. Realmente no juzga a nadie,
aunque a veces la injusticia lo enoje hasta la denuncia profética. Sí, es
humanamente imposible, y por eso, hay que abandonarse a la Providencia de Dios.
Y, disculpen, voy a terminar de un modo extraño, porque realmente no termino de
entender, por lo limitado que soy, lo que estoy barruntando. Lo que quiero decir es:
prefiero que Dios me rete mucho por haber abrazado mucho que por lo contrario.
2 comentarios:
El problema de contraponer justicia y misericordia es que la primera es un término mucho más análogo que el segundo. Se dice justicia de la virtud, del orden social y de la conducta, entre otros, y por eso, en la justicia es esencial restablecer un orden coactivo. La misericordia es básicamente una virtud y pertenece más al orden de la libertad.
Pero insisto, la dialéctica es falsa y puede conducir a muchos errores, como por ejemplo pretender que el perdón sustituya a la justicia, como advertía Benedicto XVI. Es tan malo o peor que el "justicialismo" que excluya la misericordia, porque sin justicia no hay orden social alguno, la justicia es de necesidad absoluta.
Estimado Gabriel. Siempre tus palabras importan un desafío. Más en este caso que me llega tan cerca. Gracias por tus reflexiones.
Mi oficio es “administrar” la justicia de los hombres.
La verdad es que a menudo digo que lo hago porque es mi deber, pero siempre me siento indigno de hacer tan delicada tarea. Contraviniendo los “formalismos”, cuando los “justiciables” piden verme, suelo salir al “pasillo” a buscarlos, para conducirlos personalmente a mi despacho, como un signo claro de que no estoy sino para servirlos.
A veces me despierto de madrugada, pensando si lo que resolví o voy a resolver no es demasiado “justo”. Mi experiencia es que son mejores jueces las personas que han sufrido, porque se permiten pensar con el corazón.
Y siempre me pregunto qué hacemos para que el sábado sea para el hombre y no tratemos de acomodar al hombre para que quepa en los rituales, aún a costa de despedazarlo, como hacía Procusto.
He encontrado muchas personas que hacen otro tanto. No son suficientes para cambiar el mundo, pero suficientes para mantener la esperanza.
Payo.
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