Se dice habitualmente que, en los seres humanos, hay cosas que corresponden a su naturaleza, mientras otras serían solamente una especie de constructo social, accidental, no esencial. Obvio entonces que las filosofías postmodernas que niegan la existencia o conocimiento de la naturaleza del ser humano afirman que todo es un constructo, y obvio entonces que los que afirman la ley natural lo niegan.
Pero es una falsa dicotomía, fruto de haber olvidado a
Husserl y la intersubjetividad, el mundo de la vida, suponiendo que la opción
es entre el tomismo de los ultramontanos o la interpretación postmoderna de
Heidegger.
En Husserl, el ser humano vive en la inter-subjetividad.
Esto es, lo “esencial” al ser humano es el ser-con-los-otros. El ser humano
tiene esencialmente “mundo”. Esto es, mundo de la vida. Todos los
aspectos que llamamos “culturales” (religiosos, políticos, científicos, artísticos,
etc etc) son fruto de roles y fines entre los seres humanos. Juez, sacerdote,
profesor, reos, acusados, feligreses, alumnos, son todos roles que nuestra
acción intencional atribuye (los unos a los otros) y eso constituye el mundo
en el que somos. Ortega lo llamó el yo y sus circunstancias, Morente lo
llamo ontología de la vida.
Ello nada tiene contra la verdad y la realidad. Cuando
estoy dando una clase, pregunto: ¿es verdad que estamos en clase? ¿Es real
que estamos en clase? Si. Las personas son reales y sus roles
respectivos -profesor, alumno- también. Pero basta que llegue determinada hora
para que ya no estemos en clase. La clase no eran las paredes del aula, porque
después de tal hora las paredes siguen estando. Lo que “ya no es”, es “la clase”.
¿Era falsa entonces la clase? No. Lo que es falso es suponer que en
el ser humano, lo real es lo físico. Hay un famoso documental que se llama “el
mundo sin los humanos”. Interesante, porque sin los humanos ya no es mundo.
Son restos físicos, cuyo sentido sólo se develará ante una civilización
extraterrestre que logre entender, tras casi imposibles intentos, todo el mundo
de intenciones y fines que daban sentido a lo que Gadamer llamó horizonte,
esto es, el mundo de la vida en tanto cargado de la historicidad de las
tradiciones.
Todo ello, o sea el mundo de la vida, los horizontes, es
la cultura.
La cultura es por ende esencial al ser humano,
tan esencial como el agua a un pez. En ella somos, vivimos y existimos. Lo
humano se despliega en lo cultural. Hay culturas diferentes porque la
naturaleza humana es creadora de sentidos. Hay diversidad de culturas porque la
naturaleza humana tiene la riqueza de su inteligencia creadora. Por eso los
animales no tienen cultura, ni Historia: sólo un medio ambiente-fragmento del
cual no pueden salir. No tienen mundo.
¿Es natural, por ende, darse la mano? Sí. ¿Es natural
saludar como los japoneses? Sí. Y así sucesivamente. Y ahora cuidado: ¿es “natural”
asesinar a un inocente? Sí, cuidado, en el sentido de que sólo
el ser humano puede ir contra su naturaleza. O sea, al ser humano le es esencial
(natural) que su acción sea moralmente buena o mala, en la medida que vaya
contra su naturaleza. Por ende puede haber tradiciones culturales moralmente malas.
Y por ende, puede haberlas buenas también. La distinción NO es entre naturaleza
y cultura, sino entre mundos de la vida (cultura) que tengan elementos
inmorales y otros que no. Esa es la gran distinción. No entre lo cultural y lo
natural, porque en el ser humano, todo lo cultural le es natural, porque la
cultura no es sino la intersubjetividad, los mundos de la vida infinitamente
desplegados en su diversidad histórica merced a la inteligencia creadora del
ser humano, dentro de la terrible posibilidad del mal moral porque de esa
inteligencia emerge el libre albedrío[1].
Por ende, ¿es mi cristianismo, por ejemplo, un “mundo
de la vida”, un “horizonte”? Sí. Y tu agnosticismo, si fuera el caso, también.
Mi ir a Misa el Domingo también y tu NO ir también. Ver al espantoso programa
de Tinelli también o ver una deliciosa obra de kabuki también. Y así sucesivamente.
La cuestión NO es si lo mío es natural y lo tuyo “construido”, sino si lo mío
es conforme a la moral (también lo tuyo). Y la cuestión NO es si lo mío es “natural”
y por ende “fáctico” y por ende “verdadero” y lo tuyo es “construido” y por
ende “artificial” y por ende “falso”. No. Todas son falsas dicotomías fruto
del enfrentamiento entre el positivismo y el postmodernismo, ambas filosofías
MUY engañosas. Todo es un horizonte. Mi cristianismo, mi ir a un asado, tu
islamismo, tu inclinarte hacia la Meca, mi cuidar al bebé, tu abortarlo. El
asunto es poder justificar la verdad, la moralidad de un horizonte. Claro que
la Declaración de la Independencia de los EEUU es “cultura”. Pero está basada
en un horizonte judeo-cristiano que es “verdadero”…
Ah no, eso no, me vas a decir. Si algo es verdadero es
que está basado en “los hechos”. Estás perdido. Cuando venga un postmoderno bien
entrenado y te disuelva los supuestos hechos en la nada, al hacerte advertir
el horizonte desde el cual hablás de los “hechos”, se te fue
la verdad a la miércoles. Excepto que estés entrenado en una hermenéutica
realista, con base en Santo Tomás, Husserl y Gadamer, donde adviertas que todos
los horizontes son “humanos”, y que ello es la base para defender la verdad de
un horizonte o el error de un horizonte.
Por ende está bien que quieras basar la verdad y la
moral en la naturaleza humana pero si la desprendes de su “mundo”, o sea de la
cultura, la desprendes de sí misma.
Y sí. No es fácil, porque el “mundo” en el que has
nacido es positivista, es una cultura que paradójicamente cree que hay cultura
por un lado y naturaleza fáctica por el otro. No. La ética no se basa en la
biología. Se basa en lo que el ser humano es. Y sobre la base de lo
que es, es que todos los horizontes pueden encontrarse en un horizonte en
común. Hay algo de esperanza, por ende, a pesar de que “el malestar en la
cultura” nos explique el atroz presente y nos prepare para un futuro donde sea
muy difícil el renacer de la libertad.
[1]
El libre albedrío no es el poder elegir entre el bien y el mal, sino el poder
optar entre diversos bienes, lo cual incluya la dramática posibilidad del mal.
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