Estaba preparando una charla
sobre la obra de papá. Repasaba una vez más su libro Etapas histórica de la
política educativa, mientras meditaba una vez más sobre la importancia que
la novela Amor y pedagogía, de Unamuno, había tenido sobre el “giro” de
mi padre. Porque el apasionado y metódico maestro, maestro normal nacional,
fue desde el más estricto positivismo pedagógico hasta su tercera etapa de la
política educativa, donde, como Copérnico, arrasa limpiamente con el paradigma
dominante en el que se había formado.
De repente no sé qué cruzó por mi
cabeza (bueno, siempre fue así) pero sentí una irresistible curiosidad en leer
la novela de Unamuno. Fui a buscar los viejos y nobles ejemplares que alguien
me hizo rescatar de la venta de Tacuarí. Y allí estaban, todos juntos, los
sobrevivientes ejemplares de Espasa-Calpe, todos de la década del 40 y del 50.
El de Amor y pedagogía había sido dedicado por mamá en 1955 (http://gzanotti.blogspot.com/2020/07/unamuno-y-maria-susana-montefusco-de.html).
Todos los demás (El sentimiento trágico de la vida, Vida de Quijote
y Sancho, Abel Sánchez, etc.) eran más o menos de la misma época.
Las hojas ajadas y amarillas, con los subrayados y anotaciones de papá. Me dejé
inundar lentamente por el fogoso Español de Unamuno, que hacía con las palabras
lo mismo que Bach con las notas. Comencé a sentir cómo él y papá revivían y me
hablaban a través de ese ejemplar, absolutamente insustituible. Como abriendo
el ropero de una crónica de Narnia, un mundo escondido se despertó, lleno de
kamis como en el Shinto japonés. Comencé
a leer al mismo tiempo Vida de Don Quijote y Sancho y El sentimiento
trágico de la vida. Unamuno me gritaba, enojado, que recién ahora lo
visitara, y papá sonreía pícaramente. Todos ellos habían estado allí, desde esa
época, en la vida de mis padres. Ejemplares que desde los 50 vivieron primero
en Carlos Calvo, (1953-60) fueron luego a Ituzaingó, (60-72) luego a Tacuarí, (73-2919) donde estuvieron
hasta el 2019, y ahora sobreviven en un resquicio de mi desordenada biblioteca.
Pero tienen vida de vuelta. Me hablan todos los días. Vida de Don Quijote y
Sancho me llevó, claro, a Don Quijote. Y Cervantes también me está
gritando, una por una, todas sus quijotadas, acompañadas por los bramidos de
Unamuno en su comentario. Si algún lector piensa que soy un bárbaro, un
especialista, como diría Ortega, que nunca había leído Don Quijote, tiene razón. De joven yo leía
sólo traducciones de los grandes filósofos (Santo Tomás, Descartes, Kant) que
no eran precisamente cuentistas. Las analogías, los símbolos, las metáforas,
había que extraerlos con sudor, y no se derramaban en mí como los ríos
vivientes de las bellas y fogosas metáforas unamunianas. La situación no
mejoró cuando pude leer a Santo Tomás en mi vacilante Latín y a Popper en mi intermidate Inglés (esto último,
también una traducción), porque eran un razonamiento tras otro, uno tras otro,
uno tras otro, apasionados, sí, pero inglesitos. Las novelas no me llegaron
nunca, a excepción de tres de Cronin (traducidas). Amor y pedagogía fue
la cuarta.
No es que ahora llegué, sino que
el tiempo me llegó. Por eso las lecturas obligatorias no tienen sentido, porque
no tiene sentido tomar un café con alguien obligatoriamente. Porque los grandes
libros son personas. Siempre han estado vivos para mí. Cuando los abro cobran
vida, y es verdad. Cuando no, sólo duermen. Y te hablan apenas alguna rendija
se abre en tu corazón. Eso es lo que aprovecharon Cervantes, Unamuno y papá.
Ahora hablo con ellos todos los días y me danzan alrededor. Cuando me voy a
dormir (si puedo) ahí están, al día siguiente, esperándome, para llevarme de la
mano a sus mundos reales, sus inmortales mundos 3 (Popper) como la famosa forma
sustancial subsistente que tanto molestó a Don Miguel, que ahora se debe haber
amigado con Santo Tomás.
Tuve otra sorpresa incluso. De la
misma época (1949) era el enorme ejemplar, editado por la UBA de entonces, de El
drama religioso de Unamuno, de Hernán Benítez, otro incunable que habitó
también todo Carlos Calvo, Ituzaingó y Tacuarí, que también me estuvo esperando
unos 70 años y que se juntó (con permiso de ellos) a los tres grandes que ahora
no dejan de hablarme. Lo comencé a leer sin saber quién era el autor. Grave
error que ahora se soluciona con internet, y antes se solucionaba con mi padre.
Me entero de que fue un famoso sacerdote que resultó ser el confesor de Eva Perón.
Me río de mí mismo al saberlo. Una fina broma de Dios. Dios hace bromas, gente.
Todos los días. Sépanlo.
Unamuno y Cervantes han llegado
en el momento justo. Cuando la prisión de este mundo llegó a su punto
culminante, Quijote fue la libertad. El es el caballero es la Fe que arremete
contra la razón racionalista. No contra la razón, sino contra la razón
racionalista, pero en la Providencia de Dios, Don Miguel no está llamado a
hacer distinciones sino a despertarte. Siempre vivimos el sueño de las batallas ganadas. Pero no, el valor de la vida, y su esperanza, consiste en ser Don Quijote,
apaleado una y otra vez en las reales batallas que lo sacaron del imaginario
mundo de la abulia y la indolencia, del saco y corbata sin pasión, de la
procesión sin corazón, del artículo escrito con un frío corazón.
Don Quijote, el caballero de la
fe loca (Sciacca dixit), me ha dicho quién, qué y para qué soy. Unamuno es su
vocero, otro caballero de la Fe, que mis padres me habían regalado desde
siempre.
4 comentarios:
Buenisimo Gabriel ,me encanto el articulo , escrito desde la pasion lejos de la fria razon .Con Sto Tomas voy muy bien por teminar el libro ! ,lento pero seguro ,cuando lo termine vendran las consultas ,pero el concepto general lo capte .Me pasa com con Popper ,sera un clik en mi vida .
Excelente, hablar con Cervantes y tu padre, me regalaste una idea. Hacer más anotaciones en mis Libros.
Dtb
....gracias Gabriel por esta reflexión,!!!..te cuento que me impulso a contarte,luego de haberme reprochado no haberte contactado en años, que también tu amistad es uno de esos libros que habitan los estantes de mi desordenada circunstancia; pero que; muchas veces,como está vez, cada tanto, en cada lectura revive... Abrazo!!! Marcelo.
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