Estaba repasando nuevamente la
obra de papá y la importancia que él le daba a la novela Amor y pedagogía
del gran Miguel de Unamuno. De repente mi escritorio viajó en el tiempo y se
encontró con Don Miguel. Amor y pedagogía, El sentimiento trágico de
la vida, Vida de Don Quijote y Sancho, me hablaban desde las profundidades
del Español castizo y denso del gran pensador. No pude sino maravillarme ante
sus ironías, sus agudos pensamientos, sus maravillosas tomaduras de pelo a la
gente supuestamente seria. Cómo sufren las mentes independientes, qué poco supieron
acogerlo sus contemporáneos, su patria y su religión.
Pero de repente mi mente hizo
otro viaje en el tiempo. Abro el ejemplar de Vida de Don Quijote y Sancho,
una edición de Espasa Calpe de 1949, con sus hojas ajadas y amarillas, y me
encuentro con esta dedicatoria:
Sí, allí estaba, yo nunca la
había visto. ¡1955! Los dos vivían en el departamento de Carlos Calvo. Luego
vino Pablo, en 1958, inmediatamente el viaje a Roma, hasta avanzado el 59,
donde yo me anuncié habiendo sido concebido, creo, en el océano. Luego
Ituzaingó y sus heroicos años, luego la inolvidable casa de Tacuarí a partir
del 73………… Y todo voló con una velocidad insólita. En 1955 papá tenía 27 años,
yo ahora tengo 60.
Pero volvamos a esa dedicatoria.
Siempre me impresionaron las dedicatorias. Son como un viaje en el tiempo: la
tinta deja impreso un trozo inefable de tiempo, de circunstancia, de humanidad
profunda. Esta me impresionó especialmente. Fue encontrarme nuevamente con ambos.
Me imaginé los momentos previos y posteriores. El ir a comprar el libro, el
momento exacto de la dedicatoria, seguramente sentada con su gesto de resolución
y decisión, las horas anhelantes hasta que papá lo recibiera, la felicidad de
ambos en ese momento, el abrazo, el beso.
“Cada día más feliz”. Qué
impresionante que es todo matrimonio bendecido. La intimidad sin espectáculos,
el todo, el universo completo, que constituyen ambos, superior al universo
entero y a la vastedad del espacio y el tiempo. Sólo ellos existen, con todo lo
que “ellos” implica: sus hijos, sus amigos, sus familiares, sus proyectos, sus
anhelos, sus esperanzas, sus sufrimientos, pero nada menos…. Ni nada más. Me
río de mí mismo cuando me siento tan ínfimo ante lo infinito de la Historia.
Mamá no se sentía así. Ese momento era todo, ya no era necesario nada más.
Sentada, escribiendo su dedicatoria, totalmente concentrada en ese momento,
pensando sólo en él. Eso era todo. Eso bastaba. Y todos los momentos presentes
de todos los días de su vida, que constituyeron el tiempo total no pensado y
por eso vivido con intensidad.
“Para Jorge, en nuestro segundo
aniversario, cada día más feliz”. Parece un haiku japonés o un aforismo zen,
rebosante de lacónica sabiduría. “Para Jorge, el que….. Quien…… A quien……”, no,
no era así. Eran sólo 10 palabras. Nada más. Densas, totales, completas.
Un saludo desde la Tierra, papis.
Ya se deben haber encontrado en el aniversario que no tiene fin.
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