domingo, 26 de febrero de 2017

¿DEBEMOS LOS CATÓLICOS FESTEJAR LOS 500 AÑOS DE LA REFORMA?

Hay acolarados debates hoy en los católicos sobre si debemos o no festejar junto con nuestros hermanos protestantes los 500 años de la Reforma.

En realidad habría que ajustar bien los términos. La reforma de ciertos usos y costumbres de la Iglesia, que nada tenían que ver con ella, había comenzado con San Francisco y Santo Domingo en el s. XII y se había continuado con el movimiento humanista católico de los s. XIV y XV que reaccionaban ya contra una escolástica decadente, contra un aristotelismo muy poco cristiano y contra un semi-pelagianismo como tentación permanente en la ascética católica.

Por lo tanto había mucho por lo que “protestar”, y era justo. El caso Lutero fue mal llevado. Si un Ratzinger hubiera sido Papa entonces, en 1516 lo habría invitado a cenar y Lutero habría quedado como mucho como otro audaz Erasmo de Rotterdam.

¿Cómo puede ser que nos hayamos dividido por el tema de la Fe y las obras? Es obvio que ningún esfuerzo humano puede conseguir la Gracia de Dios. Es obvio que la Gracia es la causa, y no el efecto, de las obras meritorias. Y con las buenas obras que no lo sean, pues quedan en el misterio de la misericordia de Dios. Y el libre albedrío, en el caso de la Gracia, no es una preparación humana para recibirla, porque ello viene de la Gracia también. Es un dramático “no” reservado esta vez sí a lo solamente humano.

Por ende no hay motivos teológicos de fondo que dividan a los católicos y a los protestantes. Fue un espantoso malentendido que aún estamos a tiempo de reparar.

Festejar una división, en tanto separación, no, porque las discordias, las condenas, recelos, odios y guerras espantosas entre católicos y protestantes no se festejan de ningún modo. Pero si los protestantes conmemoran su reforma luego de 500 años, estar junto con ellos no es festejar una división. Es un gesto que les dice: no había motivos para la separación. Podemos estar juntos de vuelta. ¿Que sería un milagro? ¿Ah si? ¿Y qué es, si no, la Gracia de Dios?

domingo, 19 de febrero de 2017

THE JOHN KEATING´S PROBLEM, O EL PROBLEMA DEL PROFE REVOLUCIONARIO



Cada tanto se reedita la entrañable figura del profesor revolucionario de “La sociedad de los poetas muertos”, que sólo pudo ser protagonizada por el inmortal Robin Williams. Un caso muy especial de estas reediciones fue Erin Gruwell, un caso real que dio origen a la película Freedom Writers. Y ahora anda dando vueltas un catalán audaz, travieso e iconoclasta llamado Merlí.

Ustedes me dirán: ¿vos tenés problema con eso? ¿No es ese tu ideal?

Mm, ya no sé. Lloré como todos con el John Keating, o Robert Williams (es lo mismo…), y conozco de memoria la peli sobre Erin Gruwell, protagonizada impecablemente por Hilary Swank. Es más, la utilizo todos los años en mis clases, aunque NO para el tema educativo. Pero con Death Poets Society, mi padre no lloró. Se enojó. Seria advertencia.

Luché, sí, toda mi vida contra los pequeños hitleres que cual ocultos carceleros disfrutan de la posibilidad de crueldad que les da el sistema educativo formal. E hice algunas otras cosas quijotescas de las cuales no crean que estoy particularmente orgulloso. Pero no importa. No se trata de mí esta entrada.

El problema, como ya he dicho, es el aula (http://gzanotti.blogspot.com.ar/2016/09/el-problema-es-el-aula.html). Cuando se toma conciencia de ello, todo cambia. El aula del sistema educativo formal positivista fue comprensible en su momento, y hasta buena y digna, como lo fueron en su momento las carabelas de Colón.

Ahora supongamos que soy un astronauta que tiene que llegar a la Luna y se instala en el puente de mando de una de esas carabelas. La Niña, digamos. La Niña hace lo que puede. Pero no le responde. No puede elevarse hacia la atmósfera. No hay vuelta que darle. El astronauta se pone nervioso y frustrado. Finalmente se enoja con La Niña y la coacciona para que llegue a la Luna, con todo tipo de amenazas. La Niña no llega ni a la esquina. El astronauta se pone peor. Parece que Wittgenstein golpeó una vez a una niña que no podía ser creativa como él quería. Fue digno de película. Tuvo que salir corriendo del pequeño pueblito austríaco en cuestión.

En 1972 apareció Etapas históricas de la política educativa(http://www.luiszanotti.com.ar/poled.htm) de mi padre. Hablaba de tres etapas. La primera correspondía al sistema positivista de enseñanza. La segunda, la Escuela Nueva, donde se trata de hacer en la escuela lo que la escuela, el aula, no puede hacer. La tercera etapa fue la de los medios modernos de comunicación. Era 1972. Mi padre hablaba de la telemática, previendo toda la situación actual. Pero ni bola. Los actuales expertos en educación siguen hablando de la renovación de la escuela. Como el astronauta que sigue pensando qué reforma hay que hacer en su carabela para llegar a la Luna. Claro, no hay que reformar nada. Hay que usar un Saturno 5 y una Apolo. ¿Ah sí? Sí. Por eso sólo algunos ingenieros entendieron a mi padre.

Cuando se llega a la conciencia de que el aula es un sistema irredimible, inservible, entonces o renuncias, o te vuelves loco, o entras al aula con total tranquilidad, teniendo conciencia de los límites de la situación. Eso sí: no usarás los instrumentos de tortura del sistema.

Keating estaba definitivamente loco. Les propuso volar a los chicos en un sistema donde el que se elevaba sólo un metro era bajado con un terrible fusilamiento. No es broma. Uno de ellos se suicida. A Keating lo echan. Todos pensamos que él era el bueno y las autoridades las malas. Si, puede ser que estas últimas no tuvieran conciencia del problema educativo. Pero eran lamentablemente coherentes. Keating no era malo, pero estaba, sí, terriblemente confundido. De todos modos, el dramático homenaje que le hicieron los chicos fue justo. Se pararon sobre los bancos. El les había propuesto volar. Era lo más alto que allí podían llegar.

Erin Gruwell merece todo mi respeto y admiración. Pero ella no fue una reforma del sistema. Ella fue ella. Puso una fundación, todo bien, pero el High School norteamericano sigue siendo un desastre. Ella hizo lo mejor que pudo. Pero el sistema no cambió. Vuelvo a decir: todo mi respeto y admiración. Pero estamos buscando reemplazar la carabela. Ella hizo un milagro en la carabela, todo bien, lo mismo que Cristo con los panes y los peces, pero no fue esa la transformación del sistema económico (ni lo debía ser, en el caso de Cristo).

De Merlí casi no tengo nada que decir. Vi unos dos o tres capítulos y, con casi 33 años de docencia –estoy en el momento ideal para que me crucifiquen- me cansé.


De mí mismo, ya dije, no voy a hablar. No es pertinente. Lo único que puedo decir a mis colegas es: tengan conciencia de que el problema es el aula. Lean a mi padre. Tomen conciencia del problema. Despierten, como Neo, de la Matrix. Entonces decidirán mejor qué hacer. Mientras tanto, Merlín el Mago quedaba mejor en el siglo VI, educando al futuro rey.

domingo, 12 de febrero de 2017

ESTADOS, NACIONES, FRONTERAS E INMIGRACIÓN

Cuando L. von Mises vio disolverse su amado Imperio Austro-Húngaro (sí, lo amaba, detalle interesante para los anarco-capitalistasJ) escribió una de sus más monumentales y menos leídas obras: Nation, State, and Economy. Allí sistematizó una de sus grandes ideas: la diferencia entre estado y nación, tema que aparecería de vuelta en Liberalismo y en Teoría e Historia. La nación es una unidad cultural unida por el lenguaje (adelantándose a Wittgenstein, describió perfectamente el papel performativo del lenguaje respecto a las formas de vida culturales). Un estado, en cambio, es una unidad administrativa, cuya función es ser el aparato social de coerción que para Mises estaba destinado a la protección de los derechos individuales que, a su vez, debían ser universales a las diversas culturas.

Por lo tanto, él soñó no con una separación, sino con una unión, bajo un mismo estado federal, de las diversas naciones. Estas últimas no debían estar unidas ni por la educación, ni por el lenguaje, sino sólo por el respeto a las libertades individuales de todos, y a la libre entrada y salida, de capitales y de personas, entre las diversas naciones. Por eso para Mises la libertad educativa y de lenguaje eran tan importantes. En realidad Mises soñó con un mundo cuyas diversidades culturales no fueran impedimento para una unidad que pasara –nada más ni nada menos- por las libertades indivuduales y la libre entrada y salida de capitales y de personas.

¿Demasiado para la naturaleza humana? Puede ser. Hubo, sin embargo, acercamientos. Tal vez los “Estados unidos” fueron, al inicio, eso. Tal vez la Argentina de fines del s. XIX, donde todo el mundo, literalmente, entró, fue eso. Pero esas ocasiones históricas tienen mucho de casual. Coinciden con momentos donde hay cierto consenso cultural sobre “la llegada del otro”, donde el otro no es tan otro. Para cierto norteamericano promedio había otros, esto es, negros y latinos, y para ciertos argentinos promedios, a fines del s. XIX, los otros eran realmente los negros –que no había- y los indígenas –casi totalmente eliminados-. El europeo no era otro. Se parecía al criollo. Los españoles “volvieron” y los “tanos” eran simpáticos. Y listo. Y otras comunidades eran caucásicas.

El problema, para la convivencia de las naciones, es el otro, el verdaderamente otro. El otro, el que tiene rasgos y color verdaderamente distintos, el que tiene costumbres e idioma verdaderamente distintos, es un problema para la naturaleza humana. O sea, luego del pecado original, el hombre es un problema para el hombre, porque todos somos otros en relación a otros. Todos somos extranjeros cuando nos toca serlo.

¿Tuvo razón Hobbes, entonces? No sé. Tal vez hubo un momento “lockiano” en la historia. Tal vez EEUU fue eso: la única nación cuya unidad no pasaba por una raza, religión, sino por la adhesión a la Constitución Federal. Tal vez no fue así. Pero, ¿debe ser así?

Sí, en cuanto ideal regulativo de la historia. La única unidad deseable es un sistema constitucional donde la igualdad sea la igualdad de derechos individuales por los cuales nuestra diversidad se manifiesta. A partir de allí, las diversidades se integran. El comercio, el libre contrato, implica que marcianos, italianos, venusinos, japoneses, puedan intercambiar sus bienes y servicios, y por ende, sus lenguas, culturas, usos y costumbres que se unen, no heroicamente, sino bajo el único incentivo que ha probado ser más fuerte que las guerras para millones y millones de gentes con conocimiento disperso y prejuicios diversos. La emergencia del liberalismo político y económico en la historia no fue el surgimiento del reino de los cielos, sino del único reino posible luego del pecado original. Lo demás tiene otros nombres: esclavitud, servidumbre, guerra, sumisión, crueldad.

Claro que los economistas clásicos y los austríacos tienen razón cuando prueban que la libre movilidad de capitales y de personas aumenta la productividad conjunta y el nivel de vida para todos. Es la solución de la pobreza y del subdesarrollo. Pero lo difícil es el corazón humano que no quiere ver al otro, aunque el otro sea el famoso plomero en Domingo de Woody Allen. Si es el hijo del tano de la vuelta, todo bien. Si es negro y habla francés, mm….

¿Y qué pasa si hay guerras potenciales? ¿Qué pasa si sospechamos que “el otro” es terrorista? Para eso las visas, que son sistemas de fiscalización, pueden ser admisibles. Pero deben ser la excepción, no la regla. Pero no, parecen ser la regla. Entonces la guerra es la regla y la paz es la excepción. Entonces Hobbes es la regla y Locke la excepción. Entonces, ¿el liberalismo fue verdaderamente excepcional?

Claro que Trump está equivocado en sus políticas proteccionistas. Pero repentinamente parece ser el único equivocado. Los fascistas, los comunistas, los intervencionistas, los socialdemócratas, o sea todos excepto nosotros, los pérfidos liberales, están todos de acuerdo con naciones cerradas, con aranceles, visas, pasaportes y todo tipo de control “al extranjero”. Ah si, pero ellos no son Trump. Trump es el nacionalista malo. Ellos son los nacionalistas buenos. Es así de fácil.

Las naciones son en sí mismas buenas. Asi somos los humanos. Nos sentimos bien con unidades culturales linguísticas (yo no, pero yo soy marciano J). El problema está en las naciones cerradas, pero parece que no podemos desprendernos de elllo. Sí, el EEUU originario, la Argentina del s. XIX, con todos sus desastres e imperfecciones, abrieron las fronteras, pero fue algo verdaderamente excepcional. La guerra parece ser lo normal.


Pero si la guerra es lo normal, pongámonos del lado de la excepción. El liberalismo es un mandato moral. Es el contrapeso de la historia de la guerra. Es contraintuitivo. Es vivir con el otro. Ya no hay extranjero o de aquí, ya no hay documentado o indocumentado, ya no hay nacional o inmigrante, porque todos son uno en la igualdad ante la ley.


domingo, 5 de febrero de 2017

UNA COSA ES JORGE BERGOGLIO Y OTRA COSA ES EL SUMO PONTÍFICE


Creo que no tengo nada que aclarar sobre mis preferencias personales respecto a Benedicto XVI y a Francisco. Quienes me conocen huelen mi preferencia por el primero incluso en mis silencios, en lo que no digo.

Pero a Jorge Bergoglio se le debe respeto no sólo como persona, sino ahora como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Sí, mis diferencias con Jorge Bergoglio son enooooooooooooooooooooooooooooormes. Pero es el Pontífice. Como tal, se le debe obediencia en su Magisterio Extraordinario, adhesión en todo lo que competa específicamente al Magisterio Ordinario, y una sana distancia, respetuosa, en todo lo opinable, que es mucho.

Por lo demás, jamás hay que insultar a nadie, y menos aún al Romano Pontífice. Yo nunca lo hice. Desafío al que me diga que lo hice. Todos mis ensayos sobre él han sido respetuosos, y mis disidencias públicas, también, aunque las he tenido pocas, excepto porque muchos de mis amigos interpretan mis silencios como disidencias públicas muy ruidosas: problema de ellos.


NO hay que irse de Roma. Roma no es sólo el símbolo, sino la realidad de la unión de la catolicidad. Siempre ha habido problemas, siempre ha habido terribles debates, pero los santos más grandes nos han mostrado que el cisma no es la opción. Santo Domingo y San Francisco sabían de los problemas graves de la Iglesia de su tiempo, pero el cisma no fue su opción. Lutero sería hoy, como mucho, un audaz pero nunca condenado Erasmo de Rotterdam, si no se hubiera enojado tanto, y Lefebvre sería hoy un obispo conservador respetado por casi todos. La mayoría de los teólogos de la liberación, en cambio, astutos como serpientes y astutos como serpientes, se separaron realmente de Roma pero no lo dijeron excepto unos pocos honestos. Eso fue peor.

¿Pero qué pasa si el Pontífice traiciona a la Fe? Ello, en materia de magisterio extra-ordinario, nunca sucedió. ¿Y qué pasa si pareciera traicionarla en el magisterio ordinario? Bien, este último tiene un margen de opinabilidad reconocido en Donun veritatis[1], donde además se dan algunas pautas pastorales para llevar la disidencia adelante sin causar escándalo. No están claras, por supuesto, pero el asunto es que esa opinabilidad se reconoce. Por ende, hay varias opciones en ese caso. Callar a ver qué sucede. Esperar que el pontífice posterior aclare la cuestión. Pedir aclaraciones, en privado preferentemente, o en público si la conciencia así lo determina. Plantear el problema, pero NUNCA de tal modo que se produzca un cisma.

Teniendo en cuenta esto último, están comenzando a aparecer interpretaciones piadosas de la Amoris laetitia, donde se la interpreta según la sana doctrina planteada en la Familiaris consortio. Muchos dirán que ello es deshonesto e hipócrita. Puede ser, si se afirma es que ello es lo que piensa verdaderamente Jorge Bergoglio. Pero se olvida que cuando Bergoglio escribe como Pontífice, su texto ya no le pertenece con propiedad privada absoluta. Umberto Eco estaría muy interesado en esto. Cuando un pontífice escribe, su texto se inserta en la tradición de la Iglesia, lo quiera o no. Por ello la doctrina social, por ejemplo, ha sido llamada “de la Iglesia” y no de tal o cual pontífice. La Amoris laetitia debe ser interpretada en el contexto de la tradición de la Iglesia, sobre todo en un tema como Matrimonio y Sacramento de la reconciliación. Hacerlo no es deshonesto. Es una salida plausible, esperando con oración que un próximo pontífice haga él mismo la aclaración (como Benedicto XVI lo hizo con la libertad religiosa).

Los lefebvrianos me dirán: ahora entiendes lo que hemos sentido cuando se proclamó la Dignitatis humanae. Ok, santa venganza. Aún así, muchos, en vez de armar tanto escándalo, interpretaron el documento muy conservadoramente, desde la tradición anterior, y ello fue legítimo y evitó que se introdujeran en el cisma al que luego Lefebvre condujo. No digo que sea la única opción: Benedicto XVI en su discurso del 22 de Diciembre del 2005 les propuso otra opción, que yo comparto, pero el debate de ese programático discurso se fue perdiendo con el tiempo.

No digo que todo esto aclare todas las cosas: estos debates son interminables. Lo que digo es: interpretar la Amoris laetitia desde la Familiaris consortio es legítimo. No fue mi opción pero al admitirla, garantizo mi unión a Roma y exhorto a los demás a una salida hasta que, Dios lo quiera, los tiempos cambien. Mientras tanto, el cisma no es el camino. Nunca lo fue. Y si finalmente ya no entendemos nada, silencio. Bergoglio no es indefectible. La Iglesia, sí.




[1] http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_19900524_theologian-vocation_sp.html  Son particularmente interesantes los números 30 y 31: “…30. Si las dificultades persisten no obstante un esfuerzo leal, constituye un deber del teólogo hacer conocer a las autoridades magisteriales los problemas que suscitan la enseñanza en sí misma las justificaciones que se proponen sobre ella o también el modo como ha sido presentada. Lo hará con espíritu evangélico, con el profundo deseo de resolver las dificultades. Sus objeciones podrán entonces contribuir a un verdadero progreso, estimulando al Magisterio a proponer la enseñanza de la Iglesia de modo más profundo y mejor argumentado.
En estos casos el teólogo evitará recurrir a los medios de comunicación en lugar de dirigirse a la autoridad responsable, porque no es ejerciendo una presión sobre la opinión pública como se contribuye a la clarificación de los problemas doctrinales y se sirve a la verdad.
31. Puede suceder que, al final de un examen serio y realizado con el deseo de escuchar sin reticencias la enseñanza del Magisterio, permanezca la dificultad, porque los argumentos en sentido opuesto le parecen prevalentes al teólogo. Frente a una afirmación sobre la cual siente que no puede dar su adhesión intelectual, su deber consiste en permanecer dispuesto a examinar más profundamente el problema.
Para un espíritu leal y animado por el amor a la Iglesia, dicha situación ciertamente representa una prueba difícil. Puede ser una invitación a sufrir en el silencio y la oración, con la certeza de que si la verdad está verdaderamente en peligro, terminará necesariamente imponiéndose".