domingo, 30 de agosto de 2009

LA EX-LIBERTAD DE EXPRESIÓN

Este artículo, de mi autoría, fue publicado hace poco como “Ley de radiodifusión: ¿para qué?” en Post, revista de egresados de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral, publicación on line en http://postgraduadosfc.wordpress.com/, Agosto 2009.

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El debate sobre una ley de radiodifusión me ha generado una serie de reflexiones epistemológicas y políticas que considero importantes.

Sobre todo, porque todos dan por supuesto (al menos no he escuchado públicamente a nadie decir lo contrario) que debe haber una ley tal. Yo voy a someter a crítica ese supuesto. ¿Por qué debe haber una ley de radiodifusión?

La pregunta debería ser más amplia: ¿debe haber legislaciones específicas que regulen la libertad de prensa?

La pregunta supone una distinción que habitualmente no se hace: derecho de legislación (1). “Derecho” se refiere más bien a los derechos personales básicos; “legislación” indica en cambio disposiciones administrativas para la administración de bienes públicos. Lamentablemente toda la inflación legislativa que han sufrido las naciones occidentales, y América Latina en particular, ha implicado que los derechos hayan sido sistemáticamente violados por las “leyes” que reglamentan su ejercicio, conculcando el art. 28 de la Constitución Nacional.

En ese sentido, el derecho a la libertad de prensa, definido como está en el art. 14, no necestia ninguna legislación adicional, y ya sabemos que no hay delitos de prensa sino delitos a través de la prensa, que en todo caso corresponden al Código Penal.

Pero los tiempos han cambiado. En el s. XIX hubiera sido una obviedad afirmar que la libertad de prensa es garantía y condición necesaria del gobierno democrático representativo y de todos los demás derechos individuales fundamentales. Pero ahora es habitual escuchar que, frente a los derechos “sociales”, los derechos del art. 14 originario (sin la reforma del 57) han quedado como meras libertades “formales”.

El debate implica, como corresponde, que las cosmovisiones políticas y económicas van de la mano. Se afirma que esos derechos son letra muerta sin una justa redistribución del ingreso, y, en el caso que nos compete, que la libertad de prensa esconde en realidad una libertad de empresa cuya concentración de capitales en unos pocos implica que la población queda excluída del “derecho a la información”.
Vayamos por partes.

Uno, ¿qué es la libertad de prensa? No es la posibilidad económica de publicación. Es el derecho a publicar sin censura previa, nada más, ni nada menos. Nadie tiene su derecho conculcado porque un medio determinado o una editorial se niegue a publicarle (2). Por supuesto, esto implica todo el debate sobre la propiedad privada. En el año 2009, después de Hitler, la Unión Soviética y demás “partidos únicos”, pensar que los gobiernos garantizarán el libre acceso a la prensa ante los pérfidos capitalistas, sería muy ingenuo, si no fuera por el renacimiento de los socialismos del s. XXI, que son los socialismos de siempre, con la peculiaridad de consolidan su poder sobre la base de la degeneracióin y anomia institucional de la misma democracia incipiente con la cual accedieron.

Dos: ¿de dónde hemos sacado que los capitales tienden a la concentración, ya sea prensa escrita, oral televisiva, o fábrica de zapatos? De Marx. La teoría de la concentración monopolística es una de sus principales y más efectivas predicciones sobre el capitalismo y que luego se toma como crítica. Pero si no sabemos qué contestar, hay que reconocer que en campo económico Marx sigue ganando la batalla ideológica, debilitando el débil liberalismo político que nos quede. ¿No suena a poco, acaso, una libertad de prensa declamada en la Constitución frente a una o dos empresas privadas que controlen todo lo que se publica?

Pero la Escuela Austríaca de Economía ha refutado a Marx desde el principio, no sólo en cuando a teoría del valor y plus-valía (3), sino también en la teoría de la pauperización creciente y la concentración monopolística (4). Rothbard, discípulo de Mises, resumió la cuestión explicando los límites de calculabilidad en un mercado libre (5), con arancel cero, a los cuales se enfrenta necesariamente toda empresa privada en el mercado que va ampliando su margen de acción. Claro, hablaba de un mercado libre, y no de esta danza de intereses creados, grupos de presión y demás privilegios y prebendas alrededor de los gobiernos de turno, perfectamente descriptos como intervencionismo en la parte VI del tratado de economía de Mises (6), pero que ahora muchos llaman “mercado”.

Tres. El llamado “derecho a la información” tiene dos graves errores, uno económico-político, y el otro epistemológico. Comencemos por el primero.

Como todo “derecho social”, supone que la persona tiene un “derecho a determinado bien o servicio”, cuyo sujeto pasivo de obligación (7) es el estado, que debería cumplir esa obligación mediante políticas programáticas. En otras oportunidades (8) hemos dicho que tales derechos, así enunciados sin más, presuponen lo imposible, y lo imposible no puede ser fuente del derecho, dado que el deber ser se funda en el ser. Y lo imposible es que las personas tengan derechos a todos los bienes y servicios que se quieran suponer importantes, porque en ese caso se ignora la escasez de recursos que hace imposible dicha premisa. Claro, no se niega que, como dice Hayek (8) los gobiernos municipales, preferentemente (recogiendo la tradición de Tocqueville), puedan proveer, de manera no monopólica y con recursos provenientes del municipio, ciertos bienes públicos. Un municipio podría tener un servicio educativo, de salud, etc., lo cual incluye, si se quiere, un diario o un canal de televisión, sin que ello implicara ninguna legislación federal adicional sobre los demás medios de prensa. Estos últimos, actuando en un mercado libre, son la garantía –contrariamente a lo que piensan muchos- de que los ciudadanos puedan expresar sus ideas sin censura previa del estado, y que los gobiernos de turno puedan tener una efectiva crítica de la prensa como corresponde a una sociedad democrática “constitucional”.

Pero lo más interesante radica en el grave error epistemológico que presupone la palabra “información”. Presupone que hay distinción entre hechos, objetivos y verdaderos, y opiniones, “subjetivas”. No es sólo “doctrina Cristina Kirchner”: es lo habitual de la bibliografía sobre ese tema. Pero claro, si es así, un gobierno podría decir que un medio está “abusando” de la libertad de prensa (que comienza a ser denigrada en el discurso como una mera libertad de empresa) ocultando la “información objetiva” para atacar al gobierno en cuestión. De allí a proyectos de control y estatización de medios para “garantizar la información objetiva”, y “el derecho que el pueblo tiene a la información”, hay sólo un paso, que todos los actuales dictadorzuelos latinoamericanos ya están dando (con Chávez a la cabeza, desde luego). Pero el error no es sólo de los Kirchner o los Chávez, a los cuales no se les podría reprochar su falta de formación en epistemología y hermenéutica. El error es de todos aquellos que suponen que la función periodística es transmitir hechos en bruto, sin la “contaminación” del comunicador en cuestión. Se ignora que todo ser humano, cuando habla, medios de comunicación incluídos, emiten mensajes, que son proposiciones formadas desde el horizonte de precomprensión (horizonte cultural) del hablante. Por lo tanto, todo lo que una persona dice está influida por su cosmovisión del mundo, incluso lo que parezca más evidente al destinatario del mensaje. Podemos decir “Obama es el presidente de los EEUU”, y es real, es verdadero (no hay ninguna oposición entre interpretación y verdad (9)) pero en ese caso estamos interpretando lo que significa ser presidente desde nuestro horizonte cultural. Además, todo mensaje es un acto del habla, y todo acto del habla es acción (Wittgenstein (10)), y tiene por ende una intención, que puede ser perfectamente noble, honesta, o no. Pero la tiene. El sujeto siempre está presente en el mensaje, y los mensajes, el lenguaje, son parte concomitante del tejido social; no son meros transmisores. Por ende, es obvio que no hay “información” si por información se entiende “mensajes neutros de sujetos”. Lo humano es el conocimiento, esto es, interpretación. Y por ende todo medio de comunicación comunica desde un punto de vista. Si ese punto de vista no agrada al gobierno de turno, esa es precisamente la ventaja de la libertad de prensa en un sistema democrático. Pero si dejamos de hablar de libertad de prensa y comenzamos a hablar de un derecho a la información, suponiendo además que hay una información “objetiva” que el gobierno tiene como función proteger, para que los perversos medios capitalistas no la falseen…. Está todo perdido.

Sobre libertad de prensa, sobre medios de comunicación, no hay nada que legislar. La legislación ya es la Constitución Nacional y es más que suficiente. Todo lo demás corre por los libres contratos entre las partes. Que en la Argentina no lo entendamos así, no es algo de lo cual asombrarse, y por ende, tampoco debemos asombrarnos del plano inclinado hacia el despotismo chavista que estamos recorriendo.
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NOTAS:
1) Ver al respecto Hayek, F. A. von: Derecho, Legislación y Libertad; Uniòn Editorial, Madrid, libro I, 1978.
2) No hacemos referencia a la obvia transformación cultural de este tema gracias a los blogs personales, porque en ese caso el debate se traslada al tema del acceso económico a la computadora….
3) Ver Bohm-Bawerk, E. von: La teoría de la explotaciòn (1884), Uniòn Editorial, Madrid, 1978.
4) Mises, L. von: Socialismo (1922); Instituto de Publicaciones Navales, Buenos Aires, 1968.
5) Rothbard, M.N. Man, Economy and State, Nash Publishing, Los Angeles, 1970, cap. 10.
6) Nos referimos a La Acciòn Humana (1949), Sopec, Madrid, 1968.
7) Ver Bidart Campos, G.J.: Las obligaciones en el derecho constitucional, Ediar, Buenos Aires, 1987.
8) En El humanismo del futuro (1987/2007); Ediciones Cooperativas, Buenos Aires, cap. 2.
9) En “Libertad econòmica y gobierno representativo” (1973), en Nuevos Estudios (1978); Eudeba, Buenos Aires, 1981.
10) Hemos dedicado para ello una de nuestras principales investigaciones en la Universidad Austral: Hacia una hermenèutica realista, Universidad Austral, Buenos Aires, 2005. En dicho libro realizamos una confluencia entre el realismo de Santo Tomàs de Aquino, los mundos de la vida de Husserl y la hermenèutica de Gadamer.
11) Es el giro lingüístico que se abre con Wittgenstein (Investigaciones Lògicas (1949), Crìtica, Barcelona, 1988), y se continùa con Austin, J.L, Còmo hacer cosas con las palabras (Paidòs, Barcelona, 1990 3ra reimp.) y Searle, J.: Actos del habla, Càtedra, Madrid, 1990.

domingo, 23 de agosto de 2009

CHAVEZ Y LA EDUCACIÓN, DE 2007 A 2009

Ante los dramáticos acontecimientos en la Venezuela de Chávez, viene bien recordar este artículo escrito en el 2007. Fue publicado como “Chávez y la educación: la razón de mi vida y la vida de los razonables”, en Camino de libertad, Revista Digital de Política Latinoamericana, año 1, nro. 6, sept. 2007, pp. 7-10, en www.hayek.org.ar Observen que no es Chávez solamente el criticado........

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CHAVEZ Y LA EDUCACIÓN: LA RAZÓN DE MI VIDA Y LA VIDA DE LOS RAZONABLES

Por Gabriel J. Zanotti.

Ya es de público conocimiento otra de las locuras del peligrosísimo dictador venezolano. Ahora quiere imponer la “educación bolivariana” en todos los institutos educativos venezolanos, ya públicos o “privados”. Y personas de buena voluntad y sentido común, sin necesidad de vinculación al pensamiento liberal, ya se rasgan las vestiduras ante este nuevo avance totalitario de Chávez, a quien hay que reconocerle, al menos, que sabe dónde va.

Lo interesante de Chávez, contrariamente a la viveza criolla de nuestros pro-chavistas gobernantes actuales, es el desparpajo dialéctico, gestual, simbólico, con el que anuncia sus intenciones, simbolismo no extraño a la cultura latinoamericana. Sus fotos cual gran maestro en escuelas primarias, ante las miradas inocentes de sus futuras víctimas, han recorrido el mundo, junto con sus anuncios, claro, del mal destino que correrán los colegios “privados” que no sigan su lavado de cerebro bolivariano.

Todo esto, reiteramos, despierta a la gente de sentido común y hace tomar conciencia del valor de la libertad de enseñanza.

Pero es tarde.

Muchas personas no precisamente chavistas, liberales incluso en lo económico, creen que educación “privada” es aquella que está “adscripta” a un sistema “oficial” de enseñanza donde el estado se arroga el contralor final de los planes y programas de estudio. No sólo lo suponen como creencia cultural, sino que incluso lo defienden con ahínco. Hace poco me tocó explicar sólo –obsérvese: solamente- lo que sería un sistema educativo con una educación privada verdaderamente tal, esto es, des-monopolizada jurídicamente del control del estado. Fue un en partido político auto-considerado el más liberal del centro opositor a Kirchner. No es que se opusieron. Sencillamente lo escucharon con asombro. No lo habían escuchado nunca.

Claro, en esos casos, los contenidos mínimos no pasan precisamente por Chávez. Pasan por “cosas buenas”: matemáticas, geografía, literatura, ciencia y “chicos pórtense bien y estudien”. Incluso muchos de ellos defienden a Sarmiento, a la Generación del 80 y recuerdan con horror a Perón imponiendo como lectura obligatoria a “La razón de mi vida” de Evita, la “nueva Eva” política siempre re-editada. Pero el caso es que todo el sistema jurídico de la Generación del 80 es lo que le permitía a Perón hacer eso perfectamente. Era totalmente legal. Bastaba cambiar los “contenidos mínimos”: no más Ragucci, ahora, Eva Perón. La vida de los razonables se despierta. Pero, reiteramos, es tarde. Los razonables sirven en bandeja de plata a los no razonables sus instrumentos jurídicos.

Vale la pena recordar que hay dos motivos principales para defender la libertad de enseñanza, esto es, que el sector privado tenga derecho a sus propios planes de programas de estudio sin tener que pedir un vergonzante permiso a los funcionarios estatales. Uno, más deontologista: es sencillamente inmoral. Ninguna persona tiene derecho a imponer por la fuerza a otra sus convicciones culturales, de igual modo que tampoco tiene derecho a imponer sus convicciones religiosas. Por ello Feyerabend habló de una “nueva” ilustración: la separación entre estado y ciencia. Se “separó” Iglesia y estado –y muchas veces de manera hostil, cosa contraria al pensamiento de Feyerabend- pero no estado, ciencia y educación. La distinción entre estado y educación tiene el mismo fundamento que la distinción entre estado y religión. Y no, la cuestión no pasa porque la educación puede ser “científica” y la religión no. La cuestión pasa por que la verdad no se impone por la fuerza.

La segunda razón, más consecuencialista, tiene que ver con la ineficiencia del sistema. Un sistema educativo monopólico, donde el sector “privado” tiene que seguir los dictámenes estatales, no puede distinguir entre el título oficial –que se convierte en un sagrado ícono demandado por la opinión pública- y los contenidos pedagógicos concretos. No hay forma, por lo tanto, de que instituciones privadas compitan libremente para brindar el mejor servicio. La cuestión es obtener el certificado oficial. Si fue en una escuela privada que sigue a Harvard o si fue en la Tinelli High School, ya no importa. La cuestión es el título oficial. La calidad de la enseñanza decae progresivamente, y lo más curioso es que las personas “razonables” no chavistas llaman al estado para que controle aún más: que haya contenidos más serios, que los chicos se “porten bien”, que lean, que formen fila y canten el himno. Esa es la calidad del debate educativo: estatistas “buenas personas”, abuelos ilustrados espantados porque sus nietos de 18 años no distinguen a Carlomagno de Napoleón, y, del otro lado, montoneros chavistas imponiendo contenidos “de izquierda”. Pero ambos coinciden: el estado tiene que controlar. La vida de los razonables comparte lo básico de los supuestos irrazonables y autoritarios de izquierda: el estado y su control.

Escribimos todo esto para mostrar que no es cuestión de alarmarse ahora frente a lo que ocurre en Venezuela, o en Argentina cuando el matrimonio K imponga en los colegios “privados” el “Manual del montonero ilustrado”. (¿Y no lo hacen, ya, de maneras más sutiles?) ¡Qué barbaridad!, dirán entonces respetables voces que creían que defendían la libertad de enseñanza. La cuestión es tomar conciencia, personas razonables, de que la libertad de enseñanza “es” otra cosa, antes de que nos demos cuenta de que “era” otra cosa.

Hay un fenómeno interesante que tiene que ver con todo esto. Es la cuestión del autoritarismo de saco, corbata, música clásica e inglés. Son personas con doctorados, intelectuales destacados, pacíficos en sus formas, que defienden ideas que luego son el caldo de cultivo de los autoritarios más ridículos, crueles y perversos. Pero claro, ellos no fueron. Si, ellos fueron.

Son la pléyade de economistas funcionarios de bancos centrales, bancos mundiales, organismos internacionales, ministerios, secretarías de hacienda, profesores universitarios, convencidos militantes de las “fallas del mercado” que llaman al estado para que corrija las distorsiones del capitalismo. Claro, ellos saben “hasta cuándo” intervenir. La cuestión es que los “socialistas del s. XXI” repiten ahora sus mismos argumentos con más coherencia y los llevan a sus últimas consecuencias. El plato servido.

Son la pléyade de intelectuales especialistas en comunicación social que hablan del “derecho a la información”, uno de los más peligrosos resultados de los llamados derechos de segunda generación. Son cultísimos intelectuales, nada que ver con Chávez, desde luego, que hace décadas declararon el certificado de defunción a la “liberal” libertad de expresión (“liberal” era todo el calificativo que necesitaban para descartarla) para comenzar a hablar muy dignamente del derecho a recibir información, definiendo su sujeto, su objeto, su sujeto activo y pasivo de obligación y todo tipo de tecnicismos jurídicos muy cultos, muy universitarios, muy “occidentales” para que ahora, claro, Chávez y Correa (¿y por aquí qué tal?) lleguen ahora a la coherente conclusión de que ellos garantizarán el “derecho del pueblo” a la información contra los intereses capitalistas de los pérfidos empresarios de los medios de comunicación; son ellos los que garantizarán el derecho a la información versus la “libertad de empresa”, ave rapaz oculta bajo la decadente y burguesa “libertad de expresión”. ¡Ah no!, dirán los grandes intelectuales del derecho a la información. ¡Nosotros no dimos letra a Chávez y Correa! ¿No? ¿Seguro que no?

Y en este caso, finalmente, lo mismo. Allí están los defensores del control estatal de la educación, pensando ingenuamente en unos probos funcionarios estatales y en una “ley federal de educación” que garantizará la calidad de la enseñanza. Para ellos tampoco, en el fondo, hay libertad de enseñanza: hay derecho a la educación, y el que tiene que garantizar ese derecho es el gobierno. Y que el “sector privado” ayude un poco, claro…..

Cuando la alianza con Chavez se intensifique, y los contenidos “mínimos” sean Chávez 101, 102, etc (que tal vez ya lo son…..) no protesten. Escuchen al menos una vez a esos liberales “extremistas” que despreciaban absolutamente. Cuando la bota totalitaria de los Kirchner, los Chávez, los Correa, deje de asolar nuestros territorios, sea tal vez ocasión de abolir la Ley Federal de Educación, como primer paso. Si es que alguna vez ello sucede. Porque la cuestión no es –me corrijo- la bota totalitaria de tan terribles personajes. La cuestión no radica en las botas, en los pies, sino en las cabezas de las buenas gentes que les dieron todo su discurso. Para ellos, y no para el inefable Chávez, está escrito este artículo.

domingo, 16 de agosto de 2009

HERMENÉUTICA Y VERDAD

Bien, lo prometido. Este es el punto b del punto 2 del cap. IV de "Hacia una hermenéutica realista" (Austral, Buenos Aires, 2005).
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Después de la crisis de la representación a la que lleva la noción de un sujeto enfrentado a un objeto, la famosa verdad como “adecuación” queda comprometida. Es después de esa crisis que Heidegger parece jugar con la perplejidad del lector cuando afirma: “...Hablamos de coincidencia dándole distintos significados. Por ejemplo, a la vista de dos monedas de cinco marcos que se encuentran sobre la mesa, decimos: las dos son iguales, coinciden. Ambas coinciden en su aspecto único. Tienen ese elemento en común y, por eso, desde ese punto de vista son iguales. Pero también hablamos de coincidir cuando, por ejemplo, afirmamos sobre una de las dos monedas de cinco marcos: esta moneda es redonda. Aquí, el enunciado coincide con la cosa. Ahora la relación ya no es entre cosa y cosa, sino entre un enunciado y una cosa. ¿Pero en qué pueden coincidir la cosa y el enunciado si los elementos que se han puesto en relación son distintos en lo tocante a su aspecto? La moneda es de metal. El enunciado no es nada material. La moneda es redonda. El enunciado no tiene para nada la naturaleza de algo espacial. Con la moneda se puede comprar algo. El enunciado sobre ella nunca puede ser un medio de pago. Pero, a pesar de toda esta desigualdad entre ambos, en la medida en que el enunciado es verdadero coincide con la moneda. Y, de acuerdo con el concepto corriente de verdad, este modo de concordar tiene que ser una adecuación. Pero cómo puede adecuarse a la moneda algo tan completamente desigual como el enunciado?” (1)
Pero, por supuesto, antes de esa crisis, en el siglo XIII y en Santo Tomás, el contexto era otro (2). En Santo Tomás, hay una decidida afirmación de la verdad ontológica, en primer lugar como adecuación de la cosa creada al intelecto divino, y en segundo lugar como trascendental del ente. Su cuestión disputada De Veritate es clave al respecto, cuando explica en qué sentido la verdad “...est adaequatio rei et intellectus” (3). Lo que le preocupa es si la verdad está en las cosas o en el intelecto. Y le preocupa porque lo que principalmente le preocupa es Dios creador, quien, de la nada, da el acto de ser (resolutivamente). Pero recordemos que por ello mismo a Santo Tomás le preocupa dejar clara la via inventionis, mediante la cual ascendemos desde las cosas conocidas hasta Dios, pero no conocidas como efectos de Dios sino sencillamente como “que son”, esto es, como id quod habet esse, o sea, que tienen acto de ser. Y por ende es importante dejar claro que el acto de ser de las cosas no depende de que un ser humano “la esté conociendo en acto”. Por eso las cosas, via inventionis, son verdaderas como “verum”, esto es capaces de ser conocidas, cognoscibles en potencia por una persona humana (verdad ontológica via inventionis) y al mismo tiempo, via resolutionis, están adecuadas a Dios creador. La insistencia de Santo Tomás en la verdad ontológica de las “cosas naturales” se debe, nuevamente, al contexto creacionista dominico de sus escritos. De allí este famoso y denso párrafo: “Res ergo naturalis inter duos intellectus constituta, secundum adaequationem ad utrumque vera dicitur” (las cosas naturales se encuentran entre dos intelectos, y se dicen verdaderas según la adecuación a uno o a otro). La “adecuación” de la cosa natural al intelecto divino no es más que la conservación (4) de las cosas por la acción creadora de Dios, que es a su vez la razón por la cual, a su vez, esas plantitas y animales que tanto amaba San Alberto tengan un acto de ser (cuya medida es la esencia) cognoscible, “cognoscibilidad” que las preservaba de la falibilidad de un intelecto humano que puede afirmar con falsedad cuando afirma que las cosas son cuando no son.
Ahora bien, trasladado esto a la noción de mundo de vida, debemos decir que:
b.1. Un mundo de vida tiene verdad ontológica en cuanto que las relaciones intersubjetivas que lo constituyen, en tanto acciones humanas, están sostenidas por Dios en el ser (conservación y concurso (5)), y son, a su vez, cognoscibles, en tanto que puede haber, claro está, mundos de vida desconocidos para habitantes de otros mundo de vida. No son sólo cognoscibles como todo lo que es (ens et verum convertuntur) sino porque al estar constituido por relaciones humanas, son por ello más inteligibles, por lo ya visto en la parte II sobre la mayor inteligibilidad de la persona. Este es el fundamento metafísico y antropológico de la esencial comunicabilidad de los horizontes de precomprensión.
b.2. ¿Pero en qué medida un mundo de vida, cuando es comunicado, implica una verdad lógica? En la medida que la “adecuación” entre la inteligencia y la “realidad” no sea entendida como un sujeto que está “frente a” una realidad de la cual él no es parte. Porque la persona no es una “mente” que está frente a un objeto, sino una persona humana, corpórea, habitante de una red de relaciones humanas que constituyen “su” mundo, un mundo que no es externo sino propio. Conocer, como dijimos, es habitar un mundo, y la verdad de las proposiciones no son más que las expresiones lingüísticas de ese “habitar en”. Por eso no es nada extraña la expresión “estar en la verdad”. La verdad lógica (de las proposiciones) sencillamente comunica el “estar en” de una persona a otra. Si una persona está dando un examen y un amigo lo ve y, sin advertir la situación vital, le dice en vos alta “tengo que hablar con vos”, y la respuesta es “espera que estoy dando un examen”, la proposición “estoy dando un examen”, ¿es verdadera? Claro. Pero no porque la persona esté diciendo algo que es una “copia” de una “cosa externa” que está en frente de ella (es ahí cuando vienen las aporías tan bien manejadas por Heidegger), sino sencillamente porque está expresando lingüísticamente su mundo, su “casa existencial”.
Reparemos en la relación entre “estar en” y la “casa”. (6). Si alguien me invita a su casa y yo le pregunto si está adecuado a su casa, mi interlocutor va a quedar tal vez un poco perplejo al principio. Tal vez la respuesta sea “bueno, estoy en mi casa”. La casa es el “mundo circundante” que radicalmente comprendo sencillamente porque estoy en él. La filosofía occidental tiene que hacer un terrible esfuerzo por volver a hablar de otro modo, por acostumbrarse a verse a ella misma como una simple continuidad teorética de lo que ya ha sido comprendido en la actitud natural del mundo de vida. En este caso, la medida de la verdad será la pertenencia al mundo. El que está en su mundo, lo comprende e interpreta, y por eso, y no a pesar de eso, lo puede comunicar con verdad. La “lejanía” a un mundo es la fuente del error (dejando de lado el tema de la mentira); la cercanía al mundo es la medida de la verdad (7). El “hablar de lo que no se sabe” sería imposible si no fuera porque nuestra educación racionalista nos ha hecho creer que podemos “leer información”, de una “fuente de datos” para terminar diciendo expresiones semánticamente coherentes que no comprendemos (y poco va a cambiar esta situación mientras todo ello se premie con un sistema de notas y cuadros de honor).
Conclusiones:
- la “res” no es un mundo externo sino un mundo de vida, interno a la persona en tanto casa existencial que la persona habita.
- El “intelecto” no es una mente, una “conciencia–frente–a”, sino una persona que habita esa red de relaciones con otras que constituye su mundo;
- Las personas no son una cosa y el mundo otra: las personas y sus relaciones son el mundo. Las cosas no humanas se conocen en y desde ese mundo.
- Las proposiciones verdaderas no son una tercera cosa entre la persona y el mundo, sino la expresión, la comunicación, de un mundo habitado.
- La persona es ontológicamente anterior al lenguaje pero éste es parte esencial y concomitante al mundo de vida. Esto último adelanta un tema que no hemos tratado todavía.

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1. En “De la esencia de la verdad”, en http://personales.ciudad.com.ar/M_Heidegger/esencia_verdad.htm
2. Contexto no desconocido, precisamente, para Heidegger, pero interpretado, suponemos faliblemente, como una clara etapa de olvido del ser. Sobre esta cuestión, ya hemos citado en la Parte II los intentos tomistas de conciliación con Heidegger, nobles intentos sobre los cuales no podemos juzgar.
3. Ver la edición Marietti, Turín, 1964, Q. I, a. 2
4. Ver ST, I, Q. 44, a. 1c.
5. Op.cit. y I, Q. 105, a. 5
6. Los mundos de vida religiosos son muy sensibles a esta temática. Repárese en la famosa expresión: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Juan, 14, 23; el subrayado es nuestro).
7. Nada que ver esto con el “estar aferrado al mundo” de la teología mística especulativa, donde el sentido es otro.

domingo, 9 de agosto de 2009

Reflexiones quijotescas-hermenéuticas sobre El Quijote

Escribí esto hacia el 2001, para un curso virtual. Ahora lo he modificado bastante, pero la idea básica es la misma. Que Don Miguel me disculpe :-)). Un abrazo!
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Como todos sabemos el cap. VIII se hizo famoso por su relato sobre los molinos de viento. Tan famoso que muchos hemos conocido el “episodio” en nuestra infancia aún antes de leer el libro. Yo querría sugerirles una lectura de este relato donde hay cuestiones filosóficas, epistemológicas y políticas.

Como sabemos Quijote es “idealista”, pero no sólo por su ideal caballeresco, sino porque vive en “su” mundo de las ideas. Desde allí “interpreta” al mundo. El inefable Sancho trata de advertirle cómo es “la realidad”, pero Don Quijote “traduce” las explicaciones de Sancho a su propio esquema. Una mentalidad casi positivista diría: pues bien, hagamos un experimento, un testeo empírico del “modelo” de Don Quijote, y ya está. Pero el caso es, como todos sabemos, que Don Quijote hace su “experimento”. Se lanza contra los “gigantes” en valiente batalla. El hilarante resultado de todo esto es relatado por Cervantes en su inmejorable castellano. Lo interesante es que el resultado adverso del experimento no convence en absoluto a Don Quijote del “error” de su modelo. Al contrario, vuelve a traducir (“Calla, amigo Sancho.....”) lo que le ocurre a su teoría. Nada parece poder “refutar” a las ideas de Don Quijote.....

Hay muchas cosas interesantes aquí. En primer lugar, se podría decir que Don Quijote “interpreta” al mundo a partir de sus ideas, mientras que Sancho ve al mundo tal cual realmente es. Sin embargo no es así, en mi opinión. En filosofía contemporánea, el viejo problema entre idealismo y realismo se ha convertido en el problema de la interpretación. Todos pensamos a través de nuestros horizontes (Gadamer), todos vemos a través de mundos de la vida (Husserl), el punto se concentra en la relación entre horizontes y verdad. Don Quijote ve gigantes y Sancho ve molinos. Pero éste último también ve los molinos a través de sus horizontes culturales. Sancho también interpreta. Si no hubiera sido Sancho sino un maya del período pre-clásico, ¿hubiera podido hablar de molinos de viento? Y nosotros, cuando “vemos” lo que quedó de la civilización maya a través de nuestros horizontes, lo estamos interpretando bien?

Con lo cual no quiero decir que una interpretación verdadera es imposible, todo lo contrario, estoy convencido de que es posible. Lo que me interesa destacar es que flaco favor hace a mi “quijotesca” causa (conciliar verdad e interpretación) la aceptación de la positivista distinción entre teorías por un lado y “hechos” por el otro, desnudos de carga teórica, porque ello es imposible. Los supuestos “hechos” son interpretaciones de lo real que consideramos verdaderas y evidentes según una carga conceptual y teorética que no discutimos. Don Quijote proyecta la idea de “gigante”. Se equivoca, sí, pero todos interpretamos desde nuestro horizonte. Cuando un físico dice que tal cosa “pesa” tanto (por ejemplo, 5 k) está interpretando el mundo físico a través de una teoría (que el peso es = a masa por aceleración, si mal no recuerdo) que como “no discutimos” suponemos que casi no está. En nuestro mundo vital, cotidiano (estudiado por filósofos tan dispares como Husserl, Schutz, Wittgenstein, Putnam) sencillamente tratamos de levantar algo y, si no podemos, decimos que está “muy pesado”. Esa relación entre nuestras experiencias cotidianas, por un lado, y nuestras cuestiones humanas más comunes a todos y más profundas, por el otro, es la clave para mantener una verdad en un sentido universal y no caer en un relativismo cultural (por ejemplo, en esa experiencia se podrían unir el maya y el occidental).

Tener estas cosas en cuenta es muy importante para ciencias sociales, filosofía política, el tema de las ideologías, con todo lo que significa para el tema de la libertad. Cuando el muro de Berlín cae, los liberales clásicos nos sentimos como Sancho Panza y los marxistas como Don Quijote. Ellos aún hoy se aferran a su modelo “a pesar” de lo que nosotros consideramos la refutación de su “experimento”. Pero ahora casi todos nuestros contemporáneos dicen que el capitalismo global está fracasando. Y cuando alguno de nosotros dice que no, que no es el capitalismo global el que está fracasando..... ¿Quién toma la actitud de Don Quijote?

La pura verdad es que todos nos comportamos intuitivamente como nuestro caballeresco personaje, en la medida en que sigamos convencidos de que nuestro modelo teórico es verdadero. La refutación no penetra en nuestras mentes como hechos contra la teoría, sino como una re-interpretación del mundo, como una actitud de honestidad intelectual, de apertura a la realidad que signifique un replanteo de algunos elementos de nuestra teoría. ¿”Habrá algo que falle en mi teoría”? O, “¿no tendré que considerar este y otro factor”?, son preguntas que indican que estamos replanteando nuestros modelos porque nuestro realismo natural nos indica que la realidad es siempre superior a nuestras teorías, y porque la honestidad intelectual nos “manda” admitirlo cada vez que sea necesario.

Conclusión: un positivista les diría: optemos por Sancho, quien va y “ve” los “hechos”. Un relativista les diría: todos son Quijotes y no hay nada más allá de nuestras quijotadas. Un realismo hermenéutico como el que les propongo les dice: sí, todos somos como Don Quijote, pero hay “quijotes” más cercanos a la verdad que otros, hay quijotadas que interpretan mejor que otras, hay quijotadas a las cuales vale la pena dedicarles nuestra vida.

Con todas las consecuencias que ello tiene para filosofía moral y política.

domingo, 2 de agosto de 2009

LIBERTAD DE ENSEÑANZA Y EDUCACIÒN SEXUAL

Otra vez un obispo se ha enfrentado con el gobierno por el tema de la educación sexual, pero el tema de la autonomìa de los institutos privados no aparece en el debate. Publicamos hoy un comentario publicado en Julio del 2006 en el Instituto Acton (www.institutoacton.com.ar). Podrìamos decir que de Julio de 2006 a Julio de 2009 todo siguió igual en Argentina, pero no, eso serìa muy simple. Nuestro estatismo educativo viene desde nuestra organización nacional y forma pare de nuestras creencias culturales màs profundas, una creencia, junto con tantas otras, casi irredimible. Recuerdo las largas luchas de mi padre en ese punto (ver www.luiszanotti.com.ar) desde 1950 y pico hasta 1976, cuando se autoimpuso un silencio hasta el fin de sus dìas. La publicación de este tipo de marcianas opiniones en este planeta de estado-adictos en etapa de muerte por sobredosis, constituye sòlo un acto de re-sistencia cultural y nada màs. Que Dios se apiada del alma del muerto.

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El derecho a la Libertad de Enseñanza

Gabriel Zanotti, Instituto Acton, Julio 2006.

Últimamente, tanto en la Argentina como en otras naciones, se está volviendo a una contraposición entre la Iglesia y el estado, respecto a temas educativos, que en cierto sentido había sido superada por el Constitucionalismo moderno.
Cuando el iluminismo de corte positivista influyó en las nacientes repúblicas europeas del s. XIX (también en las colonias americanas, excepto EEUU), los gobiernos toman la educación en sus manos como un bastión de su “gestión cultural”. Los estados-nación debían basarse en ciertos contenidos culturales comunes (idioma nacional, historia nacional, educación enciclopédica) y por consiguiente sus gobiernos emprendieron la tarea de “redimir en la razón” a los ciudadanos para que dejaran de ser súbditos. Por supuesto, fue una ilusión, porque pasamos a ser súbditos de un racionalismo que a todos nos envuelve como creencia cultural, sin que nos demos cuenta. Pero, más allá de eso, pasados los primeros tiempos de un duro laicismo, la educación privada siguió abriéndose paso, ya no como un instrumento de las confesiones religiosas “contra” el monopolio de los gobiernos, sino también como el legítimo derecho de toda persona a decidir sobre la educación de sus hijos.
Sin embargo, la historia de la educación privada en el s. XX muestra, en algunos casos, que se considera vencido el monopolio escolar por parte del estado con la sola existencia de institutos privados desde un punto de vista de la administración, pero que sin embargo deben seguir los planes y programas de estudio de los gobiernos. Esto, en sus tres niveles, pero no es poco frecuente (y la Argentina es un buen ejemplo) que ese tipo de monopolio escolar sea de tipo federal.

De este modo, la opinión pública en general, y católicos en particular, han perdido de vista, en estos debates, la cuestión de la libertad de enseñanza. Ahora, que ciertos “issues” afectan particularmente (como por ejemplo la educación sexual) el debate no sólo pasa por tal o cual tipo o contenido de planes y programas, sino por el derecho que los padres tienen a decidir en esas materias. No es cuestión de “si debe haber o no educación sexual en los colegios”, así, in abstracto y en general, sino que los colegios privados, si son tales, tienen del derecho a no seguir el programa estatal si así les parece. Esto es, se trata de quebrar verdaderamente el monopolio escolar en materia educativa.

Por supuesto, no es todo. Atenta contra la sana conciencia de cualquiera que temas tan delicados sean tratados indiscriminadamente en un aula llena de pequeñas criaturas atentando contra su natural sentido de la intimidad y el pudor. Pero, si ello sucede en institutos del estado, al menos “debería estar fuera de discusión” que ello no debe extenderse a los institutos privados. Pero no. No está fuera de discusión, es más, ni siquiera se plantea el tema. Y ese es el problema.

El Instituto Acton, que tiene como misión la difusión de los principios de una sociedad libre y virtuosa, en armonía con los principios cristianos, no olvida que la libertad en la economía no es más que una extensión del principio de libertad humana en tanto ejercicio de los derechos de la persona. Hay distinción entre Iglesia y estado sencillamente porque existe el derecho a la libertad religiosa. Y debe haber distinción entre estado y educación sencillamente porque existe, aunque no se pida, aunque no se respete, aunque no se ejerza, el derecho a la libertad de enseñanza.