Bien, lo prometido. Este es el punto b del punto 2 del cap. IV de "Hacia una hermenéutica realista" (Austral, Buenos Aires, 2005).
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Después de la crisis de la representación a la que lleva la noción de un sujeto enfrentado a un objeto, la famosa verdad como “adecuación” queda comprometida. Es después de esa crisis que Heidegger parece jugar con la perplejidad del lector cuando afirma: “...Hablamos de coincidencia dándole distintos significados. Por ejemplo, a la vista de dos monedas de cinco marcos que se encuentran sobre la mesa, decimos: las dos son iguales, coinciden. Ambas coinciden en su aspecto único. Tienen ese elemento en común y, por eso, desde ese punto de vista son iguales. Pero también hablamos de coincidir cuando, por ejemplo, afirmamos sobre una de las dos monedas de cinco marcos: esta moneda es redonda. Aquí, el enunciado coincide con la cosa. Ahora la relación ya no es entre cosa y cosa, sino entre un enunciado y una cosa. ¿Pero en qué pueden coincidir la cosa y el enunciado si los elementos que se han puesto en relación son distintos en lo tocante a su aspecto? La moneda es de metal. El enunciado no es nada material. La moneda es redonda. El enunciado no tiene para nada la naturaleza de algo espacial. Con la moneda se puede comprar algo. El enunciado sobre ella nunca puede ser un medio de pago. Pero, a pesar de toda esta desigualdad entre ambos, en la medida en que el enunciado es verdadero coincide con la moneda. Y, de acuerdo con el concepto corriente de verdad, este modo de concordar tiene que ser una adecuación. Pero cómo puede adecuarse a la moneda algo tan completamente desigual como el enunciado?” (1)
Pero, por supuesto, antes de esa crisis, en el siglo XIII y en Santo Tomás, el contexto era otro (2). En Santo Tomás, hay una decidida afirmación de la verdad ontológica, en primer lugar como adecuación de la cosa creada al intelecto divino, y en segundo lugar como trascendental del ente. Su cuestión disputada De Veritate es clave al respecto, cuando explica en qué sentido la verdad “...est adaequatio rei et intellectus” (3). Lo que le preocupa es si la verdad está en las cosas o en el intelecto. Y le preocupa porque lo que principalmente le preocupa es Dios creador, quien, de la nada, da el acto de ser (resolutivamente). Pero recordemos que por ello mismo a Santo Tomás le preocupa dejar clara la via inventionis, mediante la cual ascendemos desde las cosas conocidas hasta Dios, pero no conocidas como efectos de Dios sino sencillamente como “que son”, esto es, como id quod habet esse, o sea, que tienen acto de ser. Y por ende es importante dejar claro que el acto de ser de las cosas no depende de que un ser humano “la esté conociendo en acto”. Por eso las cosas, via inventionis, son verdaderas como “verum”, esto es capaces de ser conocidas, cognoscibles en potencia por una persona humana (verdad ontológica via inventionis) y al mismo tiempo, via resolutionis, están adecuadas a Dios creador. La insistencia de Santo Tomás en la verdad ontológica de las “cosas naturales” se debe, nuevamente, al contexto creacionista dominico de sus escritos. De allí este famoso y denso párrafo: “Res ergo naturalis inter duos intellectus constituta, secundum adaequationem ad utrumque vera dicitur” (las cosas naturales se encuentran entre dos intelectos, y se dicen verdaderas según la adecuación a uno o a otro). La “adecuación” de la cosa natural al intelecto divino no es más que la conservación (4) de las cosas por la acción creadora de Dios, que es a su vez la razón por la cual, a su vez, esas plantitas y animales que tanto amaba San Alberto tengan un acto de ser (cuya medida es la esencia) cognoscible, “cognoscibilidad” que las preservaba de la falibilidad de un intelecto humano que puede afirmar con falsedad cuando afirma que las cosas son cuando no son.
Ahora bien, trasladado esto a la noción de mundo de vida, debemos decir que:
b.1. Un mundo de vida tiene verdad ontológica en cuanto que las relaciones intersubjetivas que lo constituyen, en tanto acciones humanas, están sostenidas por Dios en el ser (conservación y concurso (5)), y son, a su vez, cognoscibles, en tanto que puede haber, claro está, mundos de vida desconocidos para habitantes de otros mundo de vida. No son sólo cognoscibles como todo lo que es (ens et verum convertuntur) sino porque al estar constituido por relaciones humanas, son por ello más inteligibles, por lo ya visto en la parte II sobre la mayor inteligibilidad de la persona. Este es el fundamento metafísico y antropológico de la esencial comunicabilidad de los horizontes de precomprensión.
b.2. ¿Pero en qué medida un mundo de vida, cuando es comunicado, implica una verdad lógica? En la medida que la “adecuación” entre la inteligencia y la “realidad” no sea entendida como un sujeto que está “frente a” una realidad de la cual él no es parte. Porque la persona no es una “mente” que está frente a un objeto, sino una persona humana, corpórea, habitante de una red de relaciones humanas que constituyen “su” mundo, un mundo que no es externo sino propio. Conocer, como dijimos, es habitar un mundo, y la verdad de las proposiciones no son más que las expresiones lingüísticas de ese “habitar en”. Por eso no es nada extraña la expresión “estar en la verdad”. La verdad lógica (de las proposiciones) sencillamente comunica el “estar en” de una persona a otra. Si una persona está dando un examen y un amigo lo ve y, sin advertir la situación vital, le dice en vos alta “tengo que hablar con vos”, y la respuesta es “espera que estoy dando un examen”, la proposición “estoy dando un examen”, ¿es verdadera? Claro. Pero no porque la persona esté diciendo algo que es una “copia” de una “cosa externa” que está en frente de ella (es ahí cuando vienen las aporías tan bien manejadas por Heidegger), sino sencillamente porque está expresando lingüísticamente su mundo, su “casa existencial”.
Reparemos en la relación entre “estar en” y la “casa”. (6). Si alguien me invita a su casa y yo le pregunto si está adecuado a su casa, mi interlocutor va a quedar tal vez un poco perplejo al principio. Tal vez la respuesta sea “bueno, estoy en mi casa”. La casa es el “mundo circundante” que radicalmente comprendo sencillamente porque estoy en él. La filosofía occidental tiene que hacer un terrible esfuerzo por volver a hablar de otro modo, por acostumbrarse a verse a ella misma como una simple continuidad teorética de lo que ya ha sido comprendido en la actitud natural del mundo de vida. En este caso, la medida de la verdad será la pertenencia al mundo. El que está en su mundo, lo comprende e interpreta, y por eso, y no a pesar de eso, lo puede comunicar con verdad. La “lejanía” a un mundo es la fuente del error (dejando de lado el tema de la mentira); la cercanía al mundo es la medida de la verdad (7). El “hablar de lo que no se sabe” sería imposible si no fuera porque nuestra educación racionalista nos ha hecho creer que podemos “leer información”, de una “fuente de datos” para terminar diciendo expresiones semánticamente coherentes que no comprendemos (y poco va a cambiar esta situación mientras todo ello se premie con un sistema de notas y cuadros de honor).
Conclusiones:
- la “res” no es un mundo externo sino un mundo de vida, interno a la persona en tanto casa existencial que la persona habita.
- El “intelecto” no es una mente, una “conciencia–frente–a”, sino una persona que habita esa red de relaciones con otras que constituye su mundo;
- Las personas no son una cosa y el mundo otra: las personas y sus relaciones son el mundo. Las cosas no humanas se conocen en y desde ese mundo.
- Las proposiciones verdaderas no son una tercera cosa entre la persona y el mundo, sino la expresión, la comunicación, de un mundo habitado.
- La persona es ontológicamente anterior al lenguaje pero éste es parte esencial y concomitante al mundo de vida. Esto último adelanta un tema que no hemos tratado todavía.
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1. En “De la esencia de la verdad”, en http://personales.ciudad.com.ar/M_Heidegger/esencia_verdad.htm
2. Contexto no desconocido, precisamente, para Heidegger, pero interpretado, suponemos faliblemente, como una clara etapa de olvido del ser. Sobre esta cuestión, ya hemos citado en la Parte II los intentos tomistas de conciliación con Heidegger, nobles intentos sobre los cuales no podemos juzgar.
3. Ver la edición Marietti, Turín, 1964, Q. I, a. 2
4. Ver ST, I, Q. 44, a. 1c.
5. Op.cit. y I, Q. 105, a. 5
6. Los mundos de vida religiosos son muy sensibles a esta temática. Repárese en la famosa expresión: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Juan, 14, 23; el subrayado es nuestro).
7. Nada que ver esto con el “estar aferrado al mundo” de la teología mística especulativa, donde el sentido es otro.
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2 comentarios:
Gracias Gabriel, de primera. ¿Donde consigo el libro "Hacia una hermeneutica realista"? Porque he leido algunas partes que baje de la red, pero evidentemente me falta alguna.
Saludos Hugo
"La filosofía occidental tiene que hacer un terrible esfuerzo por volver a hablar de otro modo, por acostumbrarse a verse a ella misma como una simple continuidad teorética de lo que ya ha sido comprendido en la actitud natural del mundo de vida. En este caso, la medida de la verdad será la pertenencia al mundo."
Este grave problema en mi parecer favorece las posiciones positivistas al darle una justificación para dejar de lado (o intentarlo) la filosofía.
Afortunadamente las conclusiones son comprensibles (aunque muy difícil me parece el camino) y contribuyen a explicar el mundo real en el que nos movemos naturalmente y así también lo interpretamos. Me gustaría para alguna otra oportunidad leer una versión más sencilla del problema y la propuesta de solución para acercarse también así al "mundo" desde una filosofía actual. Un abrazo. JM
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