domingo, 25 de septiembre de 2016

HIPOCRESÍA Y CRUELDAD



Me ha impresionado sumamente una noticia que circuló hace unas semanas, de la cual me enteré gracias al agudo comentario de mi colega Mauricio Jaliff (1).

Se trata del caso de una chica italiana que aceptó ser filmada por el novio mientras tenían sexo, luego de lo cual el buen chico subió el video a internet. La señorita en cuestión fue sometida a todo tipo de burlas hasta que luego de un año se suicidó.

Así de terrible.

¿Cómo? ¿No era que en materia sexual podías hacer lo que quieras? ¿No era que el pudor era un tonto sentimiento capitalista y burgués? ¿No era que VER todo el sexo que quieras estaba bien?

¿Por qué, entonces, las burlas?

¿Por qué, entonces, semejante crueldad?

Conozco personalmente muchas monjas y frailes que conociendo el tema, no sólo no hubieran visto nada, sino que hubieran mantenido un respetuoso silencio.

Pero los supuestamente liberados, allí estuvieron, cometiendo asesinato a cuentagotas.

¿Cómo se entiende esto?

Muchos afirman que Freud escribió lo suyo condicionado por una sociedad victoriana donde todo lo sexual estaba intensamente condenado.

Pero no, no es así. Los diagnósticos de Freud tienen para mí un amplio grado de universalidad, sólo que difieren las formas culturales en las que la neurosis se manifiesta.

La nuestra es una sociedad de neurosis histeorides, vouyeristas y de angustias retrospectivas.

Mientras el discurso manifiesto afirma que el pudor no le interesa, que la intimidad no le interesa, y que hacer del sexo un espectáculo está bien, el contenido latente del discurso muestra un desplazamiento, hacia otros lugares, del habitual rechazo inconsciente a lo sexual.

Uno de esos lugares, fruto de la ambivalencia afectiva y un super yo más sutil, es la burla despiadada hacia el objeto sexual que se consume(2), mas no se consuma en la intimidad. Primero se lo expone casi compulsivamente (neurosis histeroide) y luego la audiencia degrada al objeto consumido. Más o menos como el amor/odio que el varón puede tener ante la prostituta, más o menos como el desprecio a veces manifiesto que casi todos tienen ante la modelito de moda a la cual mientras tanto se alienta en su exhibicionismo.

Muy retorcido, sí, y como es inconsciente, casi inimputable, excepto tal vez por la existencia banal que, sin distancia crítica, sigue las costumbres de la sociedad occidental actual.

El pudor sigue siendo el gran aliado del sexo, el gran protector de su pulsión, connatural a un super-yo que sabe lo que hace ante la mirada de los otros. Ahora el pudor sigue existiendo, pero retrospectivo: en neurosis de angustia luego de la intimidad exhibida, más angustiosas aún cuanto más tienen que ocultarse. Lo primero que hizo la pobra niña fue hacer como si nada pasara, pero eso fue lo peor. Al final, dado que no era psicótica, vino la culpa, y sin atención psicológica y espiritual, vino el suicidio.

Mientras tanto los que se burlaron de ella con toda liviandad y crueldad, cual verdaderos soldados nazis sumergidos en la banalidad de su invisible ejército nazi-masificado-supuestamente/liberado, allí están, seguramente riéndose de otra cosa en alguna escapada nocturna.

Triste. Muy triste.

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(1) "..............Así de cruel, estúpida y contradictoria es la cultura hipócrita del hipersexualismo. Del tabú del sexo pasamos al tabú del amor. Primero te dicen adorá tu cuerpo y mostralo sin barreras. Después te entierran vivo por idiota. 
Qué pasó con el amor... Pasó de moda??? Es anticuado decir no necesito saberme el kamasutra para decirte que te amo. Y amar... Acaso no era en el dolor y en la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, en la juventud y en la vejez. Se llama cagazo... Pero alguna vez este cuerpo se marchita y uno se vuelve a mear en los pañales. La guita en algún momento se va y no vuelve más. Y nunca faltan los dolores para confirmar que estamos vivos.
Me cansa ver en los terrores en los que vivimos, huyendo de una compra a la otra para demostrar que no hay nada dentro por lo que vivir.
El sexo es una realidad maravillosa, el bálsamo de tantos dolores y tristezas cuando se lo abraza con ternura. La puerta abierta a la novedad de los hijos. El lugar donde la intimidad se viste sin máscaras y deja lugar a la autenticidad.
De verdad que cansa tanta estafa y me duele mucho el alma de esta pobre chica a la que matamos con nuestra hipocresía......."


(2) Desplazamiento de la pulsión de muerte hacia sí mismo....


domingo, 18 de septiembre de 2016

EL PROBLEMA ES EL AULA

Gran impacto ha causado la carta del profesor que renuncia porque está agotado del uso de las nuevas tecnologías en su clase. Ha habido variadas reacciones. Algunos lo han apoyado, otros han dicho que lo seguirán intentando, otros han propuesto, de vuelta, la incorporación de las nuevas tecnologías al aula.

Vamos a hacer algunas distinciones básicas. La educación, como proceso de transmisión cultural, puede ser formal o informal. La informal es espontánea y se identifica con el aprendizaje espontáneo que todos los seres humanos tienen de su propio horizonte cultural. La formal se identifica con escolaridad en sentido técnico: métodos especiales, no espontáneos, de educación, para el aprendizaje de contenidos más complejos. Esta distinción ha existido en todas las épocas con sus obvias diferencias culturales[1].

Por ende el problema no es la educación formal ni la escolaridad, sino la educación formal positivista concebida por los estados sobre todo a fines del s. XIX. Esa fue la “primera etapa de la política educativa”[2], donde los estados tratan de unificar e incorporar a los ciudadanos a la unidad del estado-naciòn. Su modelo fue coherente con lo que el positivismo supone como aprendizaje: incorporación pasiva de datos. Por eso surge el “aula” como ahora la concebimos: alguien que habla, alguien que es el activo, y los demás pasivos, copiando, memorizando, cual computadoras humanas a las que se les incorpora un pendrive.

Los límites de este sistema con respecto a la “vida” del educando fueron advertidos por la 2da etapa de la política educativa, con los que proponen “la escuela nueva”[3]. La cuestión era incorporar al aula elementos más vitales y activos, con una concepción más humana del educando. Muy bien. Pero el problema fue que el aula positivista y la vida no se concilian. El movimiento de la escuela nueva se enfrenta con el uso de una herramienta contradictoria con sus fines.

Obsérvense las épocas: la primera etapa corresponde a fines del s. XIX. La segunda surge más o menos por los 20, con límites difusos.

La tercera etapa[4], según Luis J. Zanotti, que lo afirma en la década de los 70, son los modernos medios de comunicación, que él en su tiempo identifica con la telemática. Sin darse cuenta previó la revolución en las comunicaciones y el aprendizaje que implicó luego el internet.

Por ende, es raro que no se advierta que estamos hablando de cosas viejas. El diagnóstico de Luis J. Zanotti, hecho ya en los 60 y los 70, es que el aula derivada del positivismo era incompatible con los nuevos modos de aprendizaje, y que el problema del movimiento de la escuela nueva era no haber advertido esa limitación. El problema es esa aula. Pretender incorporar en ella a la tercera etapa es como pretender arreglar una carreta para ir a la Luna. No, no se arregla, sencillamente se cambia.

Por supuesto, parece que no se puede. El aula positivista sigue allí, como un ícono cultural. Seguimos utilizando ese antiguo elemento y nos sumergen allí obligatoriamente desde los 6 –ahora para que desde los 3- hasta más o menos los 25. El daño que ello produce a las personas es casi irreparable.[5]

Por supuesto, lo que se produce –por ello dije “casi”- es que la educación real del individuo va por contrabando. Va por youtube, por netflix, por redes sociales, por infinitas páginas de internet que interesan verdaderamente a niños, adolescentes y adultos. Y la escolaridad formal, en vez se ser concebida como un medio de acompañamiento de todo elloy por ende radicalmente transformada- se presenta como una competencia inútil y perdedora de su imparable competidor. Y los docentes, aferrados, encerrados o adictos al viejo sistema, explotan. Es que obviamente no pueden enseñar en el aula, en el sistema formal positivista, con sus premios y castigos, con incentivos perversos como las notas, con sistemas de vigilancia iguales al sistema carcelario. No pueden verdaderamente enseñar allí, pero lo intentan, fracasan, se desesperan. Los que aplican a gusto todos los elementos carcelarios del sistema creen que tienen éxito. Claro, no se dan cuenta de lo que sucede. Pero los que intenten incorporar internet al aula fracasan también. El problema es el aula. La noción de educación formal, en esta circunstancia, es otra. Es un acompañamiento a la autoeducación que cualquiera naturalmente hace. Luis J. Zanotti ya lo explicó hace más de 40 años[6] y tampoco estaba entonces descubriendo América.

Por supuesto, me preguntarán cómo hago yo. No me parece pertinente hacerlo. Frente a este drama, cada uno de nosotros  -los docentes- se las ha arreglado como ha podido y es inútil que ahora intentemos presentar nuestra propia experiencia personal como una panacea universal, peleándonos, además, entre nosotros. La cuestión es que el sistema debe cambiar, y la cuestión es tomar conciencia de que esas propuestas de cambio tienen casi más de un siglo ya. Así que basta de asombrarse. Docentes, lean un poco más de historia de la educación, política educativa y filosofía de la educación. Allí tienen la obra completa de Luis J. Zanotti. www.luiszanotti.com.ar Tomen, lean, tomen conciencia de lo que ocurre y cálmense. Entonces, cada uno sabrá mejor qué hacer.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Fr. LUIS S. FERRO, O.P., UN REGALO DE DIOS.

Entre los muchos regalos que Dios me ha dado, comenzando por El mismo, están también algunas de sus más asombrosas creaciones. Entre ellas se destaca Fr. Luis S. Ferro.

Por supuesto, Dios comenzó a hacer todo como corresponde cuando El quiere algo. Lo primero que hizo fue una “premoción física”, cuando, a mis 18 años, incapaz yo de distinguir a un dominico de un marciano, incapaz de distinguir al ente de la película homónima, vi el programa de filosofía de la UNSTA Buenos Aires y me dije: “TENGO que estudiar esto o reviento”.

Durante el primer año, en el cual aún no teníamos Metafísica, todo me resultaba fascinante pero oscuro.

Hasta principios de Marzo de 1980, cuando entró –a las 17,45, o 17,50, siempre antes- Fr. Luis Santiago Ferro, O.P.,  a la clase.

Ferro desplegaba sus libros –viejas, vividas, subrayadas y marcadas ediciones Marietti de la obra de Sto Tomás, toda en Latín- y sus papeles con notas y etc. Todo papelito impreso podía ser una nota de estudio en su reverso, que a su vez servía como marcador para los libros. A las 18 en punto comenzaba a hablar. Anunciaba el tema y comenzaba. Su palabra era precisa y calma como el autor que enseñaba, mientras iba desplegando los cuadros sinópticos de todo lo que decía, en Latín, en pizzarón negro y con tiza (yeso). La oscuridad fue desapareciendo. Todo comenzó a aclararse. Cuando vi la distinción esencia-esse, toda la materia se desplegó ante mí, y toda la teología natural se hizo una límpida cascada de lógicas consecuencias. Cuando vi el bonum, toda la ética se desplegó. Cuando vi la composición acto-potencia de la esencia de los entes corpóreos, toda la filosofía de la naturaleza se entendió. El Padre Ferro fue para mí toda la carrera. Todo lo demás fue un continuar, un despliegue, un detalle, una acotación, una subordinada del decir principal.

Y lo tuve tres años. Un año entero en Metafísica, otro entero en Teología natural, otro entero en Temas de Metafísica. Tres años. Tres años escuchándolo, aprendiendo Sto Tomás con él. Aún no termino de agradecer a Dios por eso. Marcó mi vida para siempre, mi comprensión de todo, mi concepción del mundo. Es que Ferro, como decían los frailes, imprime carácter (como los sacramentos). Sí: en mi vida de Fe, yo tuve Bautismo, Comunión, Confirmación, Confesiones, Matrimonio y Ferro.

No sé por qué algunos le tenían miedo. Yo lo amaba. Le preguntaba en clase con toda naturalidad, y sé que él me quería, incluso una vez se le escapó un “Fr. Gabriel” al contestarme, a lo que los reales frailes reaccionaron con un “nooooooooooooooo” :-). Cuando terminaba la clase lo perseguía por los pasillos, y casi siempre le decía “lo que usted quiso decir es esto, no”. A lo cual él contestaba habitualmente “si”, y ese quedaba conformando mi comprensión.

A los tres meses de cursar con él, más o menos, mi Fe se confirmó. Estaba yendo a comulgar. De repente todo encajó. Lo infinito, el bonum, el verum, el ipsum esse, y Cristo en la Cruz. Y me dije “ahora sé qué estoy haciendo aquí”. Por eso tenía que estudiar “esto”. Dios siempre sabe lo que hace.

Al terminar quinto año, le sugerí tímidamente ser su ayudante, pero él declinó con estilo japonés la sugerencia. Sólo cinco años después, misionando con él en Catamarca, él me dijo si quería ayudarlo en Temas de Metafísica. Yo no lo podía creer. ¿Qué había cambiado? Nunca lo sabré. El asunto es que a partir de allí comencé a ayudarlo en Metafísica también. El, con mentalidad militar, me llamaba, delante de otros, “Doctor Zanotti” y me ponía al mando de la tropa, cuyos soldados tenían que perdonarle esa debilidad para conmigo. Pero no tuvieron que preocuparse mucho tiempo. Cuando las fuerzas de Ferro comenzaron a declinar, yo podría haber quedado perfectamente a cargo de la materia. Pero no quise. Yo, que siempre cambiaba todos los planes, programas y etc., yo, que siempre armaba mis propias clases, esta vez no quise. No pude. No me atreví. No sé bien por qué. Hay allí un margen de misterio, pero no me atreví a ser su sucesor en la Unsta Buenos Aires. No quise cambiar nada de lo que él había hecho. Y como nunca pude repetir, dejé.

Nunca pensamos igual en todo. El era demasiado aristotélico. Yo no. Pero él lo sabía. Una vez alguien se lo señaló, y él dijo, refiriéndose a mi: “él siguió su camino”. Impresionante. El verdadero maestro sólo prepara al discípulo para seguir su propio camino. Y los verdaderos discípulos no fuerzan a su maestro a seguir los suyos.

Recuerdo que en el examen de Metafísica, me hizo la clásica pregunta. Qué fórmula era mi favorita para la distinción esencia-esse. Yo le dije: “Deus, simul dans esse, producit id quod esse recipit” (1). Y él me preguntó con afecto: “Y Dios de dónde salió?”. No sé qué le contesté, pero me la perdonó. Ya se notaba entonces que mi esquema era una via resolutionis completa, sin via inventionis. Pero nunca le preocupó. NO me perdonó, en cambio, cuando en Teología natural me preguntó si podíamos conocer la esencia de Dios, y yo muy suelto de cuerpo le contesté: bueno, Dios es aquel cuya esencia es ser, luego, sí, podemos conocer su esencia. Su rostro se nubló. Luego de un pequeño forcejeo me señaló que eso era sólo por analogía. Me bajó dos puntos. Hoy estoy hecho un Pseudo-Dionisio total...

Pero yo conocía también al sacerdote, al dominico, al servicial, al humilde entre los humildes. Una vez le ordenaron algo, yo tuve la impertinencia de sugerirle que discutiera lo que el provincial le había ordenado. El me miró como Jesús a Pedro. No me dijo “aléjate de mi Satanás”, pero sí me dijo algo que lo define de cuerpo entero y de lo cual no me he olvidado nunca: “yo, ante todo, soy fraile”. De vuelta, por favor, démonos cuenta de lo que dijo: “yo, ante todo, soy fraile”. Desde entonces siempre me he referido a él como Fr. Luis S. Ferro. Era, sí, Fr. Pbro. Dr. Luis etc. Pero ante todo, fraile. Fraile dominico, fiel, leal, servicial, caritativo, docente, obediente, casto, pobre. Un modelo a seguir de vida dominica y de santidad.

Académicamente, su bajo perfil casi impide que sus aportes fueran conocidos. Finalmente la Orden y algunos discípulos laicos lograron que publicara sus dos obras fundamentales de Metafísica y Teología natural, los textos de Sto Tomás con los cuales todos estudiábamos, comentados por él. Muchos que se dedican a Sto. Tomás deberían estudiar en profundidad los aportes de Ferro en temas como trascendentales, predicación predicamental y trascendental, la separatio, la analogía. En los 80 estaba muy influido por Cornelio Fabro en el tema participación. Hacia el final de su vida académica estaba muy conmovido por la encíclica Fides et ratio y él mismo comenzó a dar a su metafísica un giro antropológico. Su enfermedad no le permitió continuar. Pero creo que mi travieso “Deus simil dans esse…” me permitió leer su libro nunca escrito.


El día que murió, sobre todo a la mañana, estuve sumergido en la nostalgia. Sólo mi padre y Francisco Leocata pueden igualar lo que su palabra significó para mí. Ahora debe estar hablando con su querido Santo Tomás. Ahora todo lo que escribió, igual que a Santo Tomás, le debe parecer nada. Pero, por favor, querido Ferro, intercede para que tus nadas sigan alimentando al resto de los mortales y, sobre todo, a los que tanto te amamos y bebimos del cáliz de tu docencia.

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(1) Lo dije de memoria, NO porque "hablara" en Latín. Una traducción sería "Dios, al mismo tiempo que da el ser, produce aquello que recibe el ser".

domingo, 4 de septiembre de 2016

SOBRE MONSEÑOR AGUER Y OTRAS YERBAS



Tengo mil razones para no escracharme una vez más escribiendo marcianadas fuera de Marte, pero, en fin, una más ya no agrega ni quita nada a mi extraterroide existencia.

Mis amigos libertarios (otros extraterroides) cerraron filas, gracias a Dios, en la defensa de la libertad de expresión del mencionado Monseñor, aunque en la mayoría de los casos estuvieron en desacuerdo. Esto, que sería obvio, hay que agradecerlo hoy, una época donde la libertad de expresión ha sido sepultada bajo el derecho a la información y las supuestas discriminaciones de las cuales nos defendería el Inadi y otros soviets de la cultura estatista actual.

Pero, obviamente, el contenido de lo que dijo ha sido sumergido en un mar de absurdo y ridículo.

Por supuesto no es cuestión de defender a Aguer en cuanto a sus ideas políticas, que no comparto, ni tampoco es cuestión de ser –como algunos- un obseso sexual para el cual la moral pasa sólo por el 6to y 9no mandamiento. Tiene razón Francisco en que hay una jerarquía de verdades, sin cuyo entendimiento todo lo demás es letra muerta. Y en esa jerarquía de verdades los temas de moral sexual NO están en primer lugar.

Pero entonces me gustaría explicar cuáles son esas creencias previas que para los creyentes son tan importantes, aunque no me sienta con ninguna autoridad moral para hacerlo.

Los cristianos creemos verdaderamente que Dios nos crea en armonía total con él y que esa armonía es quebrada por el pecado original, de cuya culpa viene Jesucristo a redimirnos, estructurando con ello toda la historia de la salvación. Por eso el eje central de la Fe es la Fe en la muerte, crucifixión y resurrección de Jesucristo, y que todo eso lo hace movido por un amor y un perdón NO merecido por ninguno de nosotros. Por ende el eje central de la Fe y la moral cristiana es ese SI al amor de Cristo, y no una serie de “noes” colocados como una faja artificial a nuestra naturaleza.

Por eso, luego del pecado original, las relaciones con el prójimo quedan afectadas por el pecado, por la historia de Caín y Abel, que se repite incesantemente. Y entre esas relaciones con “el otro”, la relación con el otro sexo quedó muy afectada: luego del pecado original, la mirada al otro sexo como un instrumento a nuestro servicio es imposible de evitar. Excepto, claro, por aquello esencial que desciende de Cristo por su redención: la Gracia de Dios, por la cual nuestra naturaleza caída, finita, es curada, y elevada por la Gracia al amor a Dios y al prójimo. Y somos llamados a cambiar la mirada alienante por una mirada de respeto, de compasión, de entrega. Imposible para el hombre, posible para Dios, y por ende posible para nosotros mediando la Gracia de Dios.

Es por eso, precisamente por eso, que Cristo eleva el matrimonio al estado de sacramento. Con lo cual convierte a la unión entre varón y mujer en sagrada. O sea, para los cristianos el sexo es sagrado, y por eso el 6to y 9no mandamiento, que nos encuadra al enamoramiento y al matrimonio en una dinámica de sacralidad. Como el sexo es sagrado, no puede practicarse fuera de lo sagrado. El razonamiento no es tan complicado.

Lo complicado, después del pecado original, con estos y los demás sacramentos, es cumplirlos. Por eso los cristianos verdaderamente no juzgamos. Verdaderamente no conocemos el interior del otro como lo conoce Dios. Por lo demás, en esto como en todo, asumimos nuestras faltas como parte de nuestro humano camino a Dios, y por eso ninguno de nosotros se considera ejemplo de nada ni autoridad de nadie. Creemos, tratamos de vivir lo que Dios nos pide, pero viviendo a su vez del perdón de Dios y sin juzgar a los demás –lo cual no quiere decir que no podamos juzgar una conducta en sí misma, SIN juzgar la conciencia en su fuero interno-.

Por eso ni yo ni nadie tiene derecho a erigirse en juez en estos temas. ¿Quién de nosotros puede arrojar la primera piedra? ¿Quién es el inmaculado? Nadie, excepto la Virgen, por los méritos de Cristo, o excepto algunos que fueron bendecidos con la castidad perfecta como un regalo inmerecido de Dios, necesario para los planes de Dios: pero ninguno de ellos fue soberbio, todos ellos fueron humildes y se sabían pecadores, ninguno de ellos condenó, todos ellos miraban con misericordia a sí mismos y a los demás.

Pero, al lado de todo esto, NO es contradictorio decir, cuando la prudencia lo indique: esto no. Esto está mal. Por caridad, precisamente. Porque Cristo señaló un camino que es necesario a todos y otorgado libremente por su Gracia.


En este mundo tan enloquecido, ya casi no sabemos qué decir, ni cuándo, ni cómo. Sobre todo si nos enfrentamos con el odio, patológico o demoníaco. Pero todos los demás, neuróticos normales como yo, personales woodyalinezcos como yo, piénsenlo.