domingo, 28 de agosto de 2022

EL LIBERALISMO ES PECADO



Ok ok me convencieron. Es pecado, definitivamente.

Sobre todo porque el liberalismo clásico se podría caracterizar como el conjunto de libertades y garantías reconocidas por la Constitución Nacional de 1853. O sea que se podría decir que el liberalismo es la Constitución de 1853 de los art. 14 al 19.

Entonces sí, obviamente es pecado.

Para reforzar esta evidencia, veamos los pecados de dichos artículos.

Artículo 14.- Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos, conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio, a saber: de trabajar y ejercer toda industria lícita; de navegar y comerciar; de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de su propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y aprender.

Bueno, ya con esto sería suficiente. Aquí tenemos las libertades de perdición denunciadas por Gregorio XVI. Pecado total. O sea, el Vaticano II. Y, por supuesto, el pecador principal es Benedicto XVI, quien explicó la continuidad y reforma del Vaticano II el 22 de Diciembre de 2005. Terrible, además, porque no se arrepintió nunca de su inmundo pecado.

Artículo 15.- En la Nación Argentina no hay esclavos: los pocos que hoy existen quedan libres desde la jura de esta Constitución; y una ley especial reglará las indemnizaciones a que dé lugar esta declaración. Todo contrato de compra y venta de personas es un crimen de que serán responsables los que lo celebrasen, y el escribano o funcionario que lo autorice. Y los esclavos que de cualquier modo se introduzcan, quedan libres por el solo hecho de pisar el territorio de la República.

Pero, para mayor abundamiento, veamos cómo el Art. 15 ratifica lo anterior. Porque si no hay esclavos hay libertad, o sea, lo condenado por Gregorio XVI y Pío IX. El que no es esclavo puede irse de la granja católica, puede por ende apostatar; mayor pecado no puede haber. Maldito sea este artículo 15.

Artículo 16.- La Nación Argentina no admite prerrogativas de sangre, ni de nacimiento: no hay en ella fueros personales ni títulos de nobleza. Todos sus habitantes son iguales ante la ley, y admisibles en los empleos, sin otra condición que la idoneidad. La igualdad es la base del impuesto y de las cargas públicas.

Más aún. Se sanciona aquí la pérfida igualdad de los tiempos modernos. Ya no hay más siervo de la gleba ni sistema feudal, que, por supuesto, es el sistema católico de la Cristiandad. La igualdad es ante Dios, no ante la ley del pérfido liberalismo. Pecado, pecado, pecado.

Artículo 17.- La propiedad es inviolable, y ningún habitante de la Nación puede ser privado de ella sino en virtud de sentencia fundada en ley. La expropiación por causa de utilidad pública debe ser calificada por ley y previamente indemnizada. Sólo el Congreso impone las contribuciones que se expresan en el Artículo 11. Ningún servicio personal es exigible sino en virtud de ley o de sentencia fundada en ley. Todo autor o inventor es propietario exclusivo de su obra, invento o descubrimiento, por el término que le acuerde la ley. La confiscación de bienes queda borrada para siempre del Código Penal argentino. Ningún cuerpo armado puede hacer requisiciones, ni exigir auxilios de ninguna especie.

Aquí tienen la propiedad, contraria al derecho natural como decía San Ambrosio. Aquí tienen la codicia, la ganancia empresarial explotadora, y el dinero, el estiércol del diablo. Aquí tienen al pecado que querer servir a dos señores: Dios y el dinero. Aquí tienen la sociedad capitalista liberal donde el dinero es Dios. Que Dios se apiade del alma de quienes redactaron semejante abominación.

Artículo 18.- Ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso, ni juzgado por comisiones especiales, o sacado de los jueces designados por la ley antes del hecho de la causa. Nadie puede ser obligado a declarar contra sí mismo; ni arrestado sino en virtud de orden escrita de autoridad competente. Es inviolable la defensa en juicio de la persona y de los derechos. El domicilio es inviolable, como también la correspondencia epistolar y los papeles privados; y una ley determinará en qué casos y con qué justificativos podrá procederse a su allanamiento y ocupación. Quedan abolidos para siempre la pena de muerte por causas políticas, toda especie de tormento y los azotes. Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exija, hará responsable al juez que la autorice.

Seguimos con las libertades de perdición, ahora normas del derecho nuevo, condenado por Pío IX y León XIII. Aquí tienen la esencia de la sociedad protestante anglosajona, herética y cismática. ¿Por qué, pecadores, querrían garantías ante un buen rey católico, sino para pecar como les plazca? ¿Por qué, pecadores, querrían garantías ante la función educativa de la ley, sino para que no los puedan atrapar en su voluntad desordenada? ¿Por qué prefieren, pecadores infinitos, el Estado de Derecho ante el Derecho de Dios?

Artículo 19.- Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe.

Y finalmente, lo peor de lo peor: prohibir a la autoridad que pueda prohibir al pecado como todo príncipe justo debe hacer. La garantía total del pecado. Horror de los horrores.

Por ende, amigos defensores de Sardá y Salvany, me arrepiento de todos mis pecados y propongo firmemente defender totalmente a la iglesia que condenó a Rosmini, a la iglesia que echó a Sturzo de Italia y pactó con Mussolini, y a la iglesia del pueblo, de la liberación y de la Pachamama. Abjuro totalmente de los pecadores Pío XII, Juan XXIII, Juan Pablo II y sobre todo Benedicto XVI.

Que Dios me lo tenga en cuenta. 

domingo, 7 de agosto de 2022

INTRODUCCIÓN A MI LIBRO SOBRE LA OBRA DE LUIS JORGE ZANOTTI, QUE ESTÁ PRÓXIMO A APARECER


 

“¡Maestros somos, y con ese gran gozo en el alma vamos adelante en la labor!

¡Ah vosotros: poetas, filósofos, artistas del sonido o del color; vosotros: soñadores de siempre; vosotros: los que sentís vibrar el espíritu ante lo bello; vosotros: los altos, los puros, los idealistas; acordaos ya de los maestros!

También nosotros sentimos el alma infinitamente grande cuando estamos en el aula”.

“¡Maestros somos! Seguros estamos de nuestra gran labor, de que realizamos una tarea magnífica y nobilísima. Luchamos, sin embargo, contra la incomprensión general, contra la falta de recursos, contra la falta de estímulo, contra la mediocridad ambiente, contra la maledicencia, contra la maldad de la gente, contra los incapaces de entender nuestro apostolado. Luchamos contra todo lo malo, para no dejar que caiga de todo ello ni una partícula sobre nuestros niños, para que no se contaminen sus mentes de los errores de los adultos. Luchamos para defender a los niños; luchamos para defender a los hombres, a los futuros hombres, de los otros hombres, de los que ya lo son.

Y en esta tremenda y desigual contienda, tan sólo una fe nos mantiene, un solo ideal nos alienta, un solo entusiasmo nos mueve, un solo faro nos alumbra, una sola estrella nos marca el rumbo, una sola frase nos lo dice todo:

¡Maestros somos y con ese gozo en el alma vamos adelante en la labor!” (12 de abril de 1948).

“…Maestro se es siempre, no sólo en la hora de la clase. Maestro se es cuando se duerme. El sacerdote no deja de ser tal porque no oficie, o porque no confiese. Lo es siempre. Y el maestro también…”

¡Ah! Ha de llegar un día en que se forme la “Agrupación Argentina de Maestros”. Llevaremos, cada integrante, un símbolo en el ojal del saco. El dirá: “A.A.M.”. Y todos sabrán que somos maestros. Y nos reconoceremos los colegas por las calles. Y actuaremos sabiendo que lo somos, dignificando lo que somos. La gente dirá: “Es un maestro”. Y nosotros, al sentirlo, nos enorgulleceremos, con el legítimo orgullo del que ostenta un galardón bien ganado. Y subiremos al tranvía, o tomaremos un café, o pasearemos por la calle, simplemente, pensando en el distintivo que lucimos en el pecho.” (15 de febrero de 1948).

“…hablé, en dos recreos[1], con otros tantos alumnos sobre sus ambiciones, a raíz de unas composiciones que sobre las mismas habían redactado. Uno me dijo que estaba preocupado por lo que yo había expresado en el sentido de que era necesario encontrar una vocación. Le contesté que por ahora se tranquilizara, que ya surgiría esa vocación, que aún era joven, y que en tanto leyera y cultivara su espíritu. Le pregunté si tenía al menos la vocación de ser “bueno”, y ante su respuesta afirmativa le dije que ya tenía bastante que hacer para ir cumpliéndola. Y por fin lo estimulé en su afición literaria.

El otro alumno es un muchacho que trabaja como “aparador” de calzado, y que en la composición había expresado que esperaba tener un taller propio, y, en general, prosperar en su oficio. Es un alumno muy atrasado en el cual se nota, o se notaba, que la escuela no le interesaba en lo más mínimo. Traté de persuadirlo de que debe saber escribir bien, pues en el mañana lo necesitará, ya que si llegara a tener un taller propio le será indispensable cierta instrucción.

Pasado revista, pues, a todo, me doy por contento. Puedo decir:

¡Loado sea Dios! ¡Hoy he sido maestro!” (21 de abril de 1948).

“En la segunda hora enseñé un tema nuevo de Aritmética: descomposición de números en sus factores primos. Sentí que la clase estaba entusiasmada y que trabajaba a la par mía. Y de pronto tuve la prueba palpable de ello. ¡Ah, qué satisfacción! ¡Cómo se siente uno grande, poderoso, cómo se siente uno “maestro” cuando pasa algo así, y cómo recuerda a Gentile cuando éste habla de la compenetración espiritual entre alumno y profesor!

Yo había dicho, hacía sólo un instante, que en vez de poner: 2(4) = 2 x 2 x 2 x 3, se podía poner 2(4) = 2 (3) x 3. Esto lo habían llegado a descubrir los mismos alumnos luego de varios equívocos. Y bien: puse después, de intento así, que 4 (8) = 2 x 2 x 2 x 2 x 3, y al hacerlo ya sentí detrás de mí las voces de varios: “¡No, señor, no, no, así no!”. Entonces (radiante mi espíritu) me di vuelta y dije: “¿Cómo, pues?”. Fue ahí cuando muchas voces, cuando “la clase” en síntesis, me respondió: “2 (4) x 3”; sin mucha disciplina es cierto, sin niños bien sentados en sus bancos que levantaran correctamente sus manos para contestar recién cuando se les preguntase, sino niños que estaban “viviendo” su aprendizaje” (17 de junio de 1948).

 

 

Este joven venteaniero, idealista, apasionado, con un Español unamuniano, este joven maestro, que mientras tanto estudiaba Pedagogía y soñaba con grandes ideas y reformas, este caballero andante que cuidaba fieramente a sus niños de 11 y 12 años como Don Quijote a sus Dulcineas, este joven que fuera luego el hombre que intentó liberar a los galeotes, este joven efusivo, este joven samurai al servicio de su señor, la niñez,… Era mi padre.

Devino luego el joven en el hombre maduro y de exquisitas formas que conocieron sus amigos, alumnos y familiares, su Español fue más orteguiano, de estilo claro, bello, preciso y de escondida pasión. Se convirtió en el profesor, de palabra medida y justa, en el hombre de consulta y de acción, en el escritor, en el docente, periodista, en el pater familis, en el gran pedagogo y estudioso de Política Educacional, pero nunca dejó de ser el joven apasionado que escribió esas líneas que luego ocultaba con íntimo pudor.

Murió tempranamente, en 1991, a los sesenta y tres años, dejando no sólo el testimonio de su vida, sino sus libros, sus artículos, sus revistas académicas y sus propuestas de reforma. Todo ello constituye un legado que quisiera rescatar y ofrecer a las nuevas generaciones, porque junto con sus circunstancias históricas, hay en sus escritos una pedagogía perenne, un ideal de libertad que parece hoy más olvidado que nunca pero que por eso mismo debemos recordar, en ese recordar que proyecta el futuro y da nueva vida a lo que parece acabado por las miserias humanas, esas de las que él quería proteger a sus alumnos y a todos, con dos brazos que no daban abasto a todo lo que quería hacer y escribir.

Espero que este libro pueda servir a los que aún no han bajado los brazos ante este mundo actual tan opresivo de esa libertad que fue siempre el ideal regulativo de sus escritos, que se fue develando progresivamente hasta ser un verdadero paradigma alternativo al entrenamiento casi inhumano que se esconde hoy bajo el término educación[2].

 



[1] Extractos de su primer libro, autopublicado, a los 19 años, La generación del medio siglo, de 1949. Todos sus libros y artículos, excepto éste, están publicados on line en www.luiszanotti.com.ar. En esa edición on line (quedan en poder de mi hermano y yo algunos ejemplares físicos: Luis Jorge Zanotti, Su Obra Fundamental, Tomos I y II, Instituto de Investigaciones Educativas, 1993) el lector podrá encontrar una introducción biográfica escrita por mi hermano Pablo y yo. Aquí la hemos reproducido como Apéndice uno. Aconsejamos al lector que lo lea ya mismo si quiere, porque el autor es inseparable de su mundo de la vida (Husserl) o sea la circunstancia en términos de Ortega.

[2] El lector se preguntará en qué medida el análisis que un hijo hace sobre su padre puede ser “objetivo”. Esa preocupación está marcada, sin embargo, por un paradigma dominante cultural positivista que ha dividido al mundo en lo subjetivo y lo objetivo. No es así. El conocimiento tiene que ver con el habitar un mundo de la vida, vida no como ADN, sino con la “ontología de la vida” analizada por García Morente, la “circunstancia” de Ortega, el “mundo de la vida” de Husserl, el “horizonte” de Gadamer. Para explicar este tema, siempre pregunto a mis alumnos: háblame de alguna actividad extra-escolar que hagas, que te guste. Surgen muchas respuestas. Por ejemplo, “juego al tenis”. Entonces le pido que me hable, que nos hable, de ese “mundo que habita”. Y lo hace con toda naturalidad. Entonces le pregunto por qué ha podido hablar de ello “sin tener que estudiar para un examen”. Luego de unos momentos de perplejidad, todos se dan cuenta de que ha podido hablar de ello porque el habla (el juego de lenguaje, Wittgnestein) surge de un conocimiento que es igual a “habitar un mundo”. Un habitar que implica una vivencia, una empatía donde intelecto y voluntad son una sola cosa. Y entonces añado: lo que estás diciendo, ¿es tu interpretación? Como la palabra es ya peyorativa en nuestra cultura, el alumno se defiende diciendo que no, que “es verdad”. Sí, precisamente, le digo, es verdad porque habitas en ese mundo y por ende, lo puedes interpretar, que es igual a conocer. Por ende a mayor radicación en ese mundo de la vida, mayor interpretación y, por ende, mayor verdad. ¿O a quién prefieren que les explique literatura inglesa? ¿A Borges o a mí? Después de algunas sonrisas, la respuesta es obvia: Borges. Allí se ve que la presencia del sujeto es indispensable para la verdad. Por ende mi presencia en el mundo de vida de mi padre, mi habitar ese mundo, no garantiza infalibilidad, pero sí, presupuesta la sinceridad y el no mentir, una mayor verdad. Por supuesto, al explicar un autor hay que diferenciar (Eco) entre la intentio auctoris y la intentio lectoris. La primera es qué quiso decir el autor, la segunda, la conjetura interpretativa a la que llega el lector sobre lo primero, desde el horizonte de preocupaciones del lector. Las dos no se pueden separar y entre las dos se da un círculo hermenéutico (Gadamer). Por ende es obvio que yo, como cualquiera, leo a Luis J. Zanotti desde mi intento lectoris, tratando de explicar al lector la obra de mi padre, pero obviamente atravesada por mi conjetura interpretativa de qué quiso decir, influida necesariamente por mi propio horizonte de preocupaciones. Yo podría haber escrito otra introducción aclarando al lector cuál es ese horizonte propio, pero no lo quisiera predisponer a una confusión entre mis preocupaciones y las de mi padre, que no fueron las mismas. El lector irá descubriendo ambas a medida que el texto avance. Sobre todos estos temas, remito a mi libro La hermenéutica como el humano conocimiento, Arjé, Guatemala, 2019.