“¡Maestros somos, y con ese gran gozo en el alma vamos adelante en la labor!
¡Ah vosotros: poetas, filósofos, artistas del sonido o
del color; vosotros: soñadores de siempre; vosotros: los que sentís vibrar el
espíritu ante lo bello; vosotros: los altos, los puros, los idealistas;
acordaos ya de los maestros!
También
nosotros sentimos el alma infinitamente grande cuando estamos en el aula”.
“¡Maestros
somos! Seguros estamos de nuestra gran labor, de que realizamos una tarea
magnífica y nobilísima. Luchamos, sin embargo, contra la incomprensión general,
contra la falta de recursos, contra la falta de estímulo, contra la mediocridad
ambiente, contra la maledicencia, contra la maldad de la gente, contra los
incapaces de entender nuestro apostolado. Luchamos contra todo lo malo, para no
dejar que caiga de todo ello ni una partícula sobre nuestros niños, para que no
se contaminen sus mentes de los errores de los adultos. Luchamos para defender
a los niños; luchamos para defender a los hombres, a los futuros hombres, de
los otros hombres, de los que ya lo son.
Y
en esta tremenda y desigual contienda, tan sólo una fe nos mantiene, un solo
ideal nos alienta, un solo entusiasmo nos mueve, un solo faro nos alumbra, una
sola estrella nos marca el rumbo, una sola frase nos lo dice todo:
¡Maestros
somos y con ese gozo en el alma vamos adelante en la labor!” (12 de abril de
1948).
“…Maestro se es siempre, no sólo en la hora de la
clase. Maestro se es cuando se duerme. El sacerdote no deja de ser tal porque
no oficie, o porque no confiese. Lo es siempre. Y el maestro también…”
¡Ah!
Ha de llegar un día en que se forme la “Agrupación Argentina de Maestros”.
Llevaremos, cada integrante, un símbolo en el ojal del saco. El dirá: “A.A.M.”.
Y todos sabrán que somos maestros. Y nos reconoceremos los colegas por las
calles. Y actuaremos sabiendo que lo somos, dignificando lo que somos. La gente
dirá: “Es un maestro”. Y nosotros, al sentirlo, nos enorgulleceremos, con el
legítimo orgullo del que ostenta un galardón bien ganado. Y subiremos al
tranvía, o tomaremos un café, o pasearemos por la calle, simplemente, pensando
en el distintivo que lucimos en el pecho.” (15 de febrero de 1948).
“…hablé, en dos recreos[1],
con otros tantos alumnos sobre sus ambiciones, a raíz de unas composiciones que
sobre las mismas habían redactado. Uno me dijo que estaba preocupado por lo que
yo había expresado en el sentido de que era necesario encontrar una vocación.
Le contesté que por ahora se tranquilizara, que ya surgiría esa vocación, que
aún era joven, y que en tanto leyera y cultivara su espíritu. Le pregunté si
tenía al menos la vocación de ser “bueno”, y ante su respuesta afirmativa le
dije que ya tenía bastante que hacer para ir cumpliéndola. Y por fin lo
estimulé en su afición literaria.
El otro alumno es un muchacho que trabaja como
“aparador” de calzado, y que en la composición había expresado que esperaba
tener un taller propio, y, en general, prosperar en su oficio. Es un alumno muy
atrasado en el cual se nota, o se notaba, que la escuela no le interesaba en lo
más mínimo. Traté de persuadirlo de que debe saber escribir bien, pues en el
mañana lo necesitará, ya que si llegara a tener un taller propio le será
indispensable cierta instrucción.
Pasado revista, pues, a todo, me doy por contento.
Puedo decir:
¡Loado
sea Dios! ¡Hoy he sido maestro!” (21 de abril de 1948).
“En la segunda hora enseñé un tema nuevo de
Aritmética: descomposición de números en sus factores primos. Sentí que la
clase estaba entusiasmada y que trabajaba a la par mía. Y de pronto tuve la
prueba palpable de ello. ¡Ah, qué satisfacción! ¡Cómo se siente uno grande,
poderoso, cómo se siente uno “maestro” cuando pasa algo así, y cómo recuerda a
Gentile cuando éste habla de la compenetración espiritual entre alumno y
profesor!
Yo
había dicho, hacía sólo un instante, que en vez de poner: 2(4) = 2 x 2 x 2 x 3,
se podía poner 2(4) = 2 (3) x 3. Esto lo habían llegado a descubrir los mismos
alumnos luego de varios equívocos. Y bien: puse después, de intento así, que 4
(8) = 2 x 2 x 2 x 2 x 3, y al hacerlo ya sentí detrás de mí las voces de
varios: “¡No, señor, no, no, así no!”. Entonces (radiante mi espíritu) me di
vuelta y dije: “¿Cómo, pues?”. Fue ahí cuando muchas voces, cuando “la clase”
en síntesis, me respondió: “2 (4) x 3”; sin mucha disciplina es cierto, sin
niños bien sentados en sus bancos que levantaran correctamente sus manos para
contestar recién cuando se les preguntase, sino niños que estaban “viviendo” su
aprendizaje” (17 de junio de 1948).
Este joven venteaniero, idealista, apasionado, con un
Español unamuniano, este joven maestro, que mientras tanto estudiaba Pedagogía
y soñaba con grandes ideas y reformas, este caballero andante que cuidaba
fieramente a sus niños de 11 y 12 años como Don Quijote a sus Dulcineas, este
joven que fuera luego el hombre que intentó liberar a los galeotes, este joven
efusivo, este joven samurai al servicio de su señor, la niñez,… Era mi
padre.
Devino luego el joven en el hombre maduro y de
exquisitas formas que conocieron sus amigos, alumnos y familiares, su Español fue
más orteguiano, de estilo claro, bello, preciso y de escondida pasión. Se
convirtió en el profesor, de palabra medida y justa, en el hombre de
consulta y de acción, en el escritor, en el docente, periodista, en el pater
familis, en el gran pedagogo y estudioso de Política Educacional, pero
nunca dejó de ser el joven apasionado que escribió esas líneas que luego
ocultaba con íntimo pudor.
Murió tempranamente, en 1991, a los sesenta y tres
años, dejando no sólo el testimonio de su vida, sino sus libros, sus artículos,
sus revistas académicas y sus propuestas de reforma. Todo ello constituye un
legado que quisiera rescatar y ofrecer a las nuevas generaciones, porque junto
con sus circunstancias históricas, hay en sus escritos una pedagogía perenne,
un ideal de libertad que parece hoy más olvidado que nunca pero que por eso
mismo debemos recordar, en ese recordar que proyecta el futuro y da nueva vida
a lo que parece acabado por las miserias humanas, esas de las que él quería
proteger a sus alumnos y a todos, con dos brazos que no daban abasto a todo lo
que quería hacer y escribir.
Espero que este libro pueda servir a los que aún no han
bajado los brazos ante este mundo actual tan opresivo de esa libertad que fue
siempre el ideal regulativo de sus escritos, que se fue develando
progresivamente hasta ser un verdadero paradigma alternativo al entrenamiento
casi inhumano que se esconde hoy bajo el término educación[2].
[1] Extractos
de su primer libro, autopublicado, a los 19 años, La generación del medio
siglo, de 1949. Todos sus libros y artículos, excepto éste, están
publicados on line en www.luiszanotti.com.ar.
En esa edición on line (quedan en poder de mi hermano y yo algunos ejemplares
físicos: Luis Jorge Zanotti, Su Obra Fundamental, Tomos I y II,
Instituto de Investigaciones Educativas, 1993) el lector podrá encontrar una introducción
biográfica escrita por mi hermano Pablo y yo. Aquí la hemos reproducido
como Apéndice uno. Aconsejamos al lector que lo lea ya mismo si quiere,
porque el autor es inseparable de su mundo de la vida (Husserl) o sea la
circunstancia en términos de Ortega.
[2] El lector se preguntará en qué
medida el análisis que un hijo hace sobre su padre puede ser “objetivo”. Esa
preocupación está marcada, sin embargo, por un paradigma dominante cultural
positivista que ha dividido al mundo en lo subjetivo y lo objetivo. No es así.
El conocimiento tiene que ver con el habitar un mundo de la vida, vida no como
ADN, sino con la “ontología de la vida” analizada por García Morente, la
“circunstancia” de Ortega, el “mundo de la vida” de Husserl, el “horizonte” de
Gadamer. Para explicar este tema, siempre pregunto a mis alumnos: háblame de
alguna actividad extra-escolar que hagas, que te guste. Surgen muchas
respuestas. Por ejemplo, “juego al tenis”. Entonces le pido que me hable, que
nos hable, de ese “mundo que habita”. Y lo hace con toda naturalidad. Entonces
le pregunto por qué ha podido hablar de ello “sin tener que estudiar para un
examen”. Luego de unos momentos de perplejidad, todos se dan cuenta de que ha
podido hablar de ello porque el habla (el juego de lenguaje, Wittgnestein)
surge de un conocimiento que es igual a “habitar un mundo”. Un habitar que
implica una vivencia, una empatía donde intelecto y voluntad son una sola cosa.
Y entonces añado: lo que estás diciendo, ¿es tu interpretación? Como la palabra
es ya peyorativa en nuestra cultura, el alumno se defiende diciendo que no, que
“es verdad”. Sí, precisamente, le digo, es verdad porque habitas en ese mundo y
por ende, lo puedes interpretar, que es igual a conocer. Por ende a mayor
radicación en ese mundo de la vida, mayor interpretación y, por ende, mayor
verdad. ¿O a quién prefieren que les explique literatura inglesa? ¿A Borges o a
mí? Después de algunas sonrisas, la respuesta es obvia: Borges. Allí se ve
que la presencia del sujeto es indispensable para la verdad. Por ende mi
presencia en el mundo de vida de mi padre, mi habitar ese mundo, no garantiza
infalibilidad, pero sí, presupuesta la sinceridad y el no mentir, una mayor
verdad. Por supuesto, al explicar un autor hay que diferenciar (Eco) entre la intentio
auctoris y la intentio lectoris. La primera es qué quiso decir el
autor, la segunda, la conjetura interpretativa a la que llega el lector sobre
lo primero, desde el horizonte de preocupaciones del lector. Las dos no se
pueden separar y entre las dos se da un círculo hermenéutico (Gadamer). Por
ende es obvio que yo, como cualquiera, leo a Luis J. Zanotti desde mi intento
lectoris, tratando de explicar al lector la obra de mi padre, pero
obviamente atravesada por mi conjetura interpretativa de qué quiso decir,
influida necesariamente por mi propio horizonte de preocupaciones. Yo podría
haber escrito otra introducción aclarando al lector cuál es ese horizonte
propio, pero no lo quisiera predisponer a una confusión entre mis
preocupaciones y las de mi padre, que no fueron las mismas. El lector irá
descubriendo ambas a medida que el texto avance. Sobre todos estos temas,
remito a mi libro La hermenéutica como el humano conocimiento, Arjé,
Guatemala, 2019.
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