Okok, ya sé. ¿Cómo voy a elogiar la maledicencia, el hablar a espaldas, el escupir nuestros prejuicios, el diseminar mentiras por lo bajo?
Claro que no. El silencio es una
gran virtud. Todos sabemos de los perjuicios cotidianos de hablar estupideces
todo el día y que por eso las Escrituras dicen “de toda palabra vana os pedirá
cuenta nuestro Señor”.
Sin embargo, el chisme, o las
charlas de pasillo, que no son lo mismo, cumplen una gran función. Esas
conversaciones espontáneas, que pueden ser prudentes o imprudentes, limitan de hecho
el poder de los que ejercen cualquier función de gobierno.
Cuanto más vertical la organización,
cuanto menos institucionalizadas estén las instancias de diálogo, cuanto menos
institucionalizadas estén las instancias de distancia crítica, mayor chisme
habrá, mayores serán las conversaciones por lo bajo, que incluso intentarán ser
controladas por las instancias superiores de la organización vertical.
Por eso el intento, logrado a
veces, de controlar las redes sociales (cosa que la OM, la CDC, en contubernio
con google y etc, han logrado) para evitar todo pensamiento que se salga de lo
que ellos consideran legítimo. Nada mejor para esos eternos controladores de
acusar de fake news a quienes difieren con ellos. “Tienes derecho a tus propias
opiniones, pero no a tus propios hechos”, dicen los emborrachados en su positivismo
cultural. Claro, no piensan el leve detalle que quién determina qué es una opinión
y qué es un hecho, cosa que además pasa por alto otro leve detalle: si la diferencia
es legítima (cosa que casi ninguna carrera de comunicación social se plantea en
serio).
El humor, los memes, los chistes,
aunque a veces crueles e injustos, cuanto más abundantes y libres, mejor,
porque a pesar de todo, ellos marcan el límite al poder de forma espontánea y
fáctica. Sí, pueden ser muy injustos, pero marcan la percepción del otro, que
no lo es todo, pero es parte de las relaciones inter-humanas. Por ejemplo,
algunas personas piensan que yo me paso todo el día en un topós uranós leyendo
a Santo Tomás. Ok, no es así, pero es la imagen que doy. Y la prudencia me
dictará cuándo tenerlo en cuenta y cuándo no. Salvando las distancias, Alberto
Fernández debe estar muy enojado por los chistes que se hacen de él. Ok, pero
gracias a Dios eso indica que no estamos en Corea del Norte. Y eso lo dice
alguien que siempre defendió a De La Rúa de la ridiculización que le hacía Nik.
Pero, cuidado, Nik captaba la imagen que él daba. Para bien o para mal, a veces
hay que tener en cuenta el percipii además del esse. Un gran santo dijo que a
veces no sólo es necesario ser bueno sino parecerlo. A veces, no siempre. Pero
cuando a veces se debe, no tenerlo en cuanta es una imprudencia. Mi padre me contó
una vez el caso de un hombre ya mayor que llegó a un gran restaurant tradicional
acompañado por una bellísima joven. “Es mi hija, es mi hija”…, comenzó a
aclarar. Hizo bien. Al menos en los hombres de la generación de mi padre, hizo bien.
Bendito sea el chisme entonces.
Sí, puede ser que sea ocasión próxima de pecado, pero qué bien que a los
poderosos les molesten.
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