Creo que no tengo nada
que aclarar sobre mis preferencias personales respecto a Benedicto XVI y a
Francisco. Quienes me conocen huelen mi preferencia por el primero incluso en
mis silencios, en lo que no digo.
Pero a Jorge Bergoglio
se le debe respeto no sólo como persona, sino ahora como Sumo Pontífice de la
Iglesia Católica. Sí, mis diferencias con Jorge Bergoglio son enooooooooooooooooooooooooooooormes. Pero es el Pontífice. Como tal, se le debe
obediencia en su Magisterio Extraordinario, adhesión en todo lo que competa específicamente al Magisterio Ordinario, y una
sana distancia, respetuosa, en todo lo opinable, que es mucho.
Por lo demás, jamás hay que insultar a nadie, y menos aún al Romano Pontífice. Yo nunca lo hice. Desafío al que me diga que lo hice. Todos mis ensayos sobre él han sido respetuosos, y mis disidencias públicas, también, aunque las he tenido pocas, excepto porque muchos de mis amigos interpretan mis silencios como disidencias públicas muy ruidosas: problema de ellos.
NO hay que irse de
Roma. Roma no es sólo el símbolo, sino la realidad de la unión de la
catolicidad. Siempre ha habido problemas, siempre ha habido terribles debates,
pero los santos más grandes nos han mostrado que el cisma no es la opción.
Santo Domingo y San Francisco sabían de los problemas graves de la Iglesia de
su tiempo, pero el cisma no fue su opción. Lutero sería hoy, como mucho, un audaz
pero nunca condenado Erasmo de Rotterdam, si no se hubiera enojado tanto, y
Lefebvre sería hoy un obispo conservador respetado por casi todos. La mayoría
de los teólogos de la liberación, en cambio, astutos como serpientes y astutos
como serpientes, se separaron realmente de Roma pero no lo dijeron excepto unos
pocos honestos. Eso fue peor.
¿Pero qué pasa si el
Pontífice traiciona a la Fe? Ello, en materia de magisterio extra-ordinario,
nunca sucedió. ¿Y qué pasa si pareciera traicionarla en el magisterio
ordinario? Bien, este último tiene un margen de opinabilidad reconocido en Donun veritatis[1],
donde además se dan algunas pautas pastorales para llevar la disidencia
adelante sin causar escándalo. No están claras, por supuesto, pero el asunto es
que esa opinabilidad se reconoce. Por ende, hay varias opciones en ese caso.
Callar a ver qué sucede. Esperar que el pontífice posterior aclare la cuestión.
Pedir aclaraciones, en privado preferentemente, o en público si la conciencia
así lo determina. Plantear el problema, pero NUNCA de tal modo que se produzca
un cisma.
Teniendo en cuenta esto
último, están comenzando a aparecer interpretaciones piadosas de la Amoris laetitia, donde se la interpreta
según la sana doctrina planteada en la
Familiaris consortio. Muchos dirán que ello es deshonesto e hipócrita.
Puede ser, si se afirma es que ello es lo que piensa verdaderamente Jorge
Bergoglio. Pero se olvida que cuando Bergoglio escribe como Pontífice, su texto
ya no le pertenece con propiedad privada absoluta. Umberto Eco estaría muy
interesado en esto. Cuando un pontífice escribe, su texto se inserta en la
tradición de la Iglesia, lo quiera o no.
Por ello la doctrina social, por ejemplo, ha sido llamada “de la Iglesia” y no
de tal o cual pontífice. La Amoris laetitia
debe ser interpretada en el contexto
de la tradición de la Iglesia, sobre
todo en un tema como Matrimonio y Sacramento de la reconciliación. Hacerlo
no es deshonesto. Es una salida plausible, esperando con oración que un próximo
pontífice haga él mismo la aclaración (como Benedicto XVI lo hizo con la
libertad religiosa).
Los lefebvrianos me
dirán: ahora entiendes lo que hemos sentido cuando se proclamó la Dignitatis humanae. Ok, santa venganza.
Aún así, muchos, en vez de armar tanto escándalo, interpretaron el documento
muy conservadoramente, desde la tradición anterior, y ello fue legítimo y evitó
que se introdujeran en el cisma al que luego Lefebvre condujo. No digo que sea
la única opción: Benedicto XVI en su discurso del 22 de Diciembre del 2005 les
propuso otra opción, que yo comparto, pero el debate de ese programático
discurso se fue perdiendo con el tiempo.
No digo que todo esto
aclare todas las cosas: estos debates son interminables. Lo que digo es:
interpretar la Amoris laetitia desde
la Familiaris consortio es legítimo. No fue mi opción pero al admitirla, garantizo mi unión a Roma y
exhorto a los demás a una salida hasta que, Dios lo quiera, los tiempos
cambien. Mientras tanto, el cisma no es el camino. Nunca lo fue. Y si
finalmente ya no entendemos nada, silencio. Bergoglio no es indefectible. La
Iglesia, sí.
[1]
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_19900524_theologian-vocation_sp.html Son
particularmente interesantes los números 30 y 31: “…30.
Si las dificultades persisten no obstante un esfuerzo leal, constituye un deber
del teólogo hacer conocer a las autoridades magisteriales los problemas que
suscitan la enseñanza en sí misma las justificaciones que se proponen sobre
ella o también el modo como ha sido presentada. Lo hará con espíritu
evangélico, con el profundo deseo de resolver las dificultades. Sus objeciones
podrán entonces contribuir a un verdadero progreso, estimulando al Magisterio a
proponer la enseñanza de la Iglesia de modo más profundo y mejor argumentado.
En estos casos el teólogo evitará recurrir a los medios de comunicación en lugar de dirigirse a la autoridad responsable, porque no es ejerciendo una presión sobre la opinión pública como se contribuye a la clarificación de los problemas doctrinales y se sirve a la verdad.
31. Puede suceder que, al final de un examen serio y realizado con el deseo de escuchar sin reticencias la enseñanza del Magisterio, permanezca la dificultad, porque los argumentos en sentido opuesto le parecen prevalentes al teólogo. Frente a una afirmación sobre la cual siente que no puede dar su adhesión intelectual, su deber consiste en permanecer dispuesto a examinar más profundamente el problema.
Para un espíritu leal y animado por el amor a la Iglesia, dicha situación ciertamente representa una prueba difícil. Puede ser una invitación a sufrir en el silencio y la oración, con la certeza de que si la verdad está verdaderamente en peligro, terminará necesariamente imponiéndose".
En estos casos el teólogo evitará recurrir a los medios de comunicación en lugar de dirigirse a la autoridad responsable, porque no es ejerciendo una presión sobre la opinión pública como se contribuye a la clarificación de los problemas doctrinales y se sirve a la verdad.
31. Puede suceder que, al final de un examen serio y realizado con el deseo de escuchar sin reticencias la enseñanza del Magisterio, permanezca la dificultad, porque los argumentos en sentido opuesto le parecen prevalentes al teólogo. Frente a una afirmación sobre la cual siente que no puede dar su adhesión intelectual, su deber consiste en permanecer dispuesto a examinar más profundamente el problema.
Para un espíritu leal y animado por el amor a la Iglesia, dicha situación ciertamente representa una prueba difícil. Puede ser una invitación a sufrir en el silencio y la oración, con la certeza de que si la verdad está verdaderamente en peligro, terminará necesariamente imponiéndose".
1 comentario:
Gracias Gabriel. Lo más difícil en los tiempos que corren es volver a tener una mirada humilde, sencilla y transparente, para descubrir a un Dios que nunca se fue, detrás de la tempestad
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