Ya no me acuerdo cómo llegó el cu cú a la casa de
Tacuarí. Recuerdo que el noni Vicente lo ponía en hora, pero mis recuerdos son
borrosos, eso fue un año, 1973, tal vez Pablo me ayude.
Recuerdo sí que luego de la muerte del noni, mamá le daba cuerda todos los días. Creo que un viejo relojero la
ayudó a ponerlo en hora hasta que falleció, luego de lo cual mamá me dijo que
no me preocupara más por la hora exacta, bastaba que funcionara. Y
afectivamente, así fue.
Cuando mamá murió, todas las veces que yo iba a
Tacuarí encontraba sus pesas totalmente bajas con su tic tac ya apagado.
Entonces yo las subía de vuelta y lo ponía en funcionamiento. Así hasta que
Tacuarí se vendió.
El último día que terminábamos de sacar algunas cosas,
Marcela me dijo: a vos el cu cú te gusta. Llevémoslo.
Lo puse entonces al lado del pequeño altarcito que
hice en mi escritorio, combinando mi Fe con el shintoismo. Es un lugar cuasi-sagrado, un sacramental. El
piano es como si fuera el alma de mamá. De un lado, la foto de papá, del otro,
la de má, y en el medio, arriba, la Virgen de Fátima (que rescaté de una
mudanza, intuitivamente, sin saber que era la Virgen de Fátima). En el medio del
piano, un tomo de la Catena Aurea de Santo Tomás y a su izquierda otra imagen de
la Virgen de Fátima.
Y al lado, el cu cú, marcando la hora que Dios quiera.
Todas las mañanas le doy cuerda, y a la noche también.
El cu cú simboliza algo especial. Junto con el piano, es una de las pocas cosas
que sigue funcionando cuando se corta la luz. Es un tic tac cuasi eterno, que
escucho desde que tengo 13 años y que ha sido inalterable. No sé qué tiene que
pasar para que cese. Que invadan la casa, un terremoto, etc., las posibilidades
son pocas. Mientras yo viva, todas las mañanas le daré cuerda, como si fuera el
sonido del corazón de mi pequeño altarcito. Pasarán gobiernos, subirá el dólar,
la luz se apagará, pero el tic tac seguirá. Cada tanto, cuando quiere, sale el
cu cú. Ahora son las 24 y marca 18,30. Me encanta que haga lo que quiera en
medio de su peculiar regularidad. Hay silencio, él sigue. Hay ruidos, él sigue.
Yo escribo, él sigue. Leo, él sigue. Marce y yo hablamos, él sigue. Pienso,
luego existe.
Tic tac, tic tac. Una especial permanencia. Un eterno
devenir. Un peculiar ser, conmovedor, casi uno, eterno e inmutable.
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