domingo, 25 de agosto de 2019

HISTORIA Y SÍMBOLO DE UN CU CÚ.




Ya no me acuerdo cómo llegó el cu cú a la casa de Tacuarí. Recuerdo que el noni Vicente lo ponía en hora, pero mis recuerdos son borrosos, eso fue un año, 1973, tal vez Pablo me ayude.

Recuerdo sí que luego de la muerte del noni, mamá le daba cuerda todos los días. Creo que un viejo relojero la ayudó a ponerlo en hora hasta que falleció, luego de lo cual mamá me dijo que no me preocupara más por la hora exacta, bastaba que funcionara. Y afectivamente, así fue.

Cuando mamá murió, todas las veces que yo iba a Tacuarí encontraba sus pesas totalmente bajas con su tic tac ya apagado. Entonces yo las subía de vuelta y lo ponía en funcionamiento. Así hasta que Tacuarí se vendió.

El último día que terminábamos de sacar algunas cosas, Marcela me dijo: a vos el cu cú te gusta. Llevémoslo.

Lo puse entonces al lado del pequeño altarcito que hice en mi escritorio, combinando mi Fe con el shintoismo.  Es un lugar cuasi-sagrado, un sacramental. El piano es como si fuera el alma de mamá. De un lado, la foto de papá, del otro, la de má, y en el medio, arriba, la Virgen de Fátima (que rescaté de una mudanza, intuitivamente, sin saber que era la Virgen de Fátima). En el medio del piano, un tomo de la Catena Aurea de Santo Tomás y a su izquierda otra imagen de la Virgen de Fátima.

Y al lado, el cu cú, marcando la hora que Dios quiera. Todas las mañanas le doy cuerda, y a la noche también.

El cu cú simboliza algo especial.  Junto con el piano, es una de las pocas cosas que sigue funcionando cuando se corta la luz. Es un tic tac cuasi eterno, que escucho desde que tengo 13 años y que ha sido inalterable. No sé qué tiene que pasar para que cese. Que invadan la casa, un terremoto, etc., las posibilidades son pocas. Mientras yo viva, todas las mañanas le daré cuerda, como si fuera el sonido del corazón de mi pequeño altarcito. Pasarán gobiernos, subirá el dólar, la luz se apagará, pero el tic tac seguirá. Cada tanto, cuando quiere, sale el cu cú. Ahora son las 24 y marca 18,30. Me encanta que haga lo que quiera en medio de su peculiar regularidad. Hay silencio, él sigue. Hay ruidos, él sigue. Yo escribo, él sigue. Leo, él sigue. Marce y yo hablamos, él sigue. Pienso, luego existe.

Tic tac, tic tac. Una especial permanencia. Un eterno devenir. Un peculiar ser, conmovedor, casi uno, eterno e inmutable.


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