Se ha expandido, y sobre todo
entre adolescentes y jóvenes, la teoría de que varones y mujeres, y
especialmente mujeres (o lo que cada uno se considere) deben ser libres de
vestirse como quieran y que nadie tiene derecho a impugnar esa opción, por
ninguna –reitero: ninguna- razón. Y que si la vestimenta en cuestión es
considerada estimulante de la pulsión sexual, eso corre por cuenta del que
mira, que sería un "pervertido".
Las feministas radicales que han creado
esta manera de pensar, y las adolescentes que consumen esta forma de ver su
sexualidad, ignoran Freud 101. La sexualidad no es uno o cero, no es un click
que se enciende a voluntad: ahora 100 %, cuando quiero tener una relación
sexual, ahora cero, cuando no, y al mismo tiempo circulo por una sociedad que
bombardea con mensajes y contenidos hipersexualizados. La sexualidad es una
pulsión originaria de potencia cuasi-infinita, que a duras penas, con el super-yo,
logra socializarse. Su supone que una persona neurótica adaptada –porque en el
último Freud la neurosis es la condición normal del equilibrio entre el ello,
el super yo y el principio de realidad- ha logrado diferenciar el eros cortado
a su fin sexual que se da en el endogrupo familiar –lo que Freud llama amor de
ternura- con el eros enfocado a su pareja sexual en el exogrupo. Pero eso, más
que un resultado, es un equilibrio delicado que siempre tiende a romperse. Las
miradas, los abrazos, las caricias, siempre tienen un margen de eros no cortado
a su fin sexual. Por eso ciertos usos y costumbres sociales han tratado de
moderar todo ello cuando precisamente no hay intención sexual y al revés. Un
profesor, un sacerdote, un padre, un terapeuta y el amigo de la esposa de un
amigo, dan ternura pero tienen el cuidado, incluso en su vestimenta, de ser
simbólicamente –en términos de Lacan- “vistos” como cortados a su fin sexual.
Incluso el Antiguo Testamento dice en el Levítico: “no te des-cubrirás ante tu
hermano, padre, etc…”. Interesante el claro mandato a los miembros del endogrupo,
que se puede analogar a todo grupo que en principio debe tener funciones
cortadas al fin sexual.
Las feministas radicales tienen
razón en que no hay que mirar –y muchos menos avanzar- a una mujer aunque sea
la misma Lady Godiva resucitada. Pero si eso se logra, no es por ellas,
precisamente, sino por el Cristianismo y la Gracia de Dios, cosas que ellas
desprecian absolutamente.
De este modo, estamos viviendo en
una sociedad histérica, donde varones y especialmente mujeres hiper-sexualizadas
tienen a disposición un teatro de miradas –del
que obtienen una alta rentabilidad- pero es una sociedad a la vez hipócrita, porque
ese teatro de miradas debe ocultarse totalmente, debe negarse totalmente y
salir luego, por supuesto, por otros medios muy secretos. Una situación social
muy difícil de manejar para la psiquis humana y que tiene y tendrá
consecuencias muy bien previstas por el gran maestro en El malestar en la cultura.
Por supuesto, me van a decir que
todo esto es muy difícil y que no se entiende. Precisamente, hay en este
feminismo radical y en sus consumidores una atroz falta de estudio, de
elemental formación psicológica, de sensibilidad hacia lo humano y de
conocimiento de la naturaleza humana. Y como siempre, Freud no está al servicio
de estas cosas, sino al servicio de una formación humana que tiene muy en cuenta
que el pudor evita neurosis más graves. La sexualidad es complicada de por sí,
y a pesar de la comprensible utopía de Marcuse en su Eros y civilización, siempre va a ser así. Pero no la compliquemos
más. La civilización, cualquier civilización, requiere la socialización de la
pulsión originaria y ello siempre tiene sus precios. Pero, por favor, la inflación,
en estos temas, tiene su hiper y un default muy peligroso, que ya estamos
viviendo sin darnos cuenta.
1 comentario:
Excelente!
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