La situación de Trump y su famoso
muro ha llegado a un punto límite que da lugar a reflexiones relevantes para el
liberalismo clásico.
Consideremos primero la historia del problema. Para la tradición liberal clásica, especialmente el EEUU originario
como el liberalismo clásico de Mises, los muros eran inexitentes o
explícitamente rechazados. El derecho a la emigración siempre fue obvio, y el
derecho a la inmigración estaba implíticamete admitido por las circunstancias
históricias. EEUU fue precisamente un lugar único en la historia conformado
esenciamente por inmigrantes. Dejemos de lado en esta entrada qué hubiera
pasado si se hubieran encontrado con un muro levantado por los indígenas del
lugar; por ahora destaquemos que ese grupo de inmigrantes fue en primer lugar
los que traían consigo la tradición del common law británico tratando de huir
de los problemas religiosos de la misma Inglaterra y sobre todo de Europa
Continental. Pero conformadas ya las 13 colonias como una nación independiente
de Jorge III, EEUU se llenó naturalmente de más protestantes, de católicos,
judíos, agnósticos, y si contamos por regiones, de italianos, irlandeses,
alemanes, polacos, y en menor medida chinos e hispanos. Todos ellos no
necesitaban hacer un master para entender el pacto político originario de los
EEUU. Todos ellos sólo pretendían
trabajar y comerciar en paz, y vivir sus respectivas creencias religiosas sin
ser molestados y sin molestar a nadie. Y punto. No esperaban nada del
estado. Dependían de ellos y ya era demasiado que un shefiff, “la ley” lograra defenderlos de asesinos y ladrones, porque, por lo demás, estaban acostumbrados
a defenderse solos. De allí la Segunda Enmienda. Por lo demás, los puertos y
caminos ya eran en gran parte bienes públicos en los EEUU, y si bien entonces
los votantes podrían haber plenteado el problema de quién entraba a lo que
ellos pagaban, a nadie se le ocurrió el “issue”.
En parte por lo que el Public Choice
llama ignorancia racional, pero en parte también porque todos vivían la
circunstancia cultural y política anteriormenente referida.
Ante esas circunstancias, el
problema de la inmigración no existía.
Pero pasaron las décadas, cambiaron
las ideologías y la geo-política mundial, y entonces el problema comienza a
aparecer, cada vez en mayor grado. Primero porque surge el New Deal, la provisión federal de seguridad social, y por ende los
incentivos cambian. Ahora muchos saben que pueden llegar a vivir sin trabajar,
cosa insólita tanto en San Pablo como en los EEUU originarios. Entonces sí, uno
más es un gasto más del Estado Federal, mientras antes, el pérfido libre
mercado y el estado limitado implicaban que uno más era uno más trabajando y
produciendo. Cosa que comienza a dejar de ser así, también, con salarios
mínimos y con sindicatos y regulaciones que producen desocupación.
Segundo porque ya no es tan obvio
que todos van a trabajar en paz y a practicar libremente su Fe. No es así con
los narcotraficantes, claro, aunque si no se persiguiera al comercio de drogas,
sería una industria más, aunque no santa, como la de los cigarrillos y el
alcohol. No es así con los traficantes de personas, pero eso es así, claro,
porque ya existen los controles fronterizos y las visas. Y menos aún es así con
los terroristas, para cuyos países las visas están obviamente jutificadas,
situación impensable entre los siglos XVI al XIX.
Por lo tanto, EEUU se cierra
relativamente: hay inmigración, pero legal: hay visas, controles, pasaportes,
regulación. Y, para colmo, toda América Latina, desde México para abajo, es una
miseria total de instituciones e inversiones. Aunque los latinoamericanos no
entiendan nada de la historia de EEUU, siempre lo vieron como un lugar donde el
que trabaja sale adelante y no expropiado, expoliado y encarcelado. EEUU sigue
siendo la meca de todos, incluso la de los hipócritas que no paran de
demonizarlo pero viven allí ganando sus buenos millones de dólares.
Lo tragicómico es que todos
coinciden en que tiene que haber diferencia entre la inmigración legal e ilegal.
En todo el mundo, claro, pero sobre todo en EEUU, donde los demócratas han
apoyado siempre la inmigración legal y por ende, han estado en contra de la
ilegal. Tal vez, antes de Trump, la diferencia entre demócratas y republicanos,
al respecto, era la que había entre el diretor del aeropuerto de New York y su
supervisor en la película La Terminal
. El director era coherente y se tomaba su trabajo, legal, hasta sus últimas
consecuencias. El supervisor era el incoherente compasivo que le decía que las
normas tienen que existir “pero no tanto”.
Trump y sus partidarios son como el
director del aeropuerto. Se toman en serio las leyes que demócratas y
conservadores apoyan. Los controles fronterizos existen especialmente desde
fines de la segunda guerra en adelante, y ningun gobierno demóctata estuvo en
contra. Obama siempre los defendió y la ley que establece separar a los menores
de los padres que cruzan ilegalmente la frontera fue muy bien aplicada durante
el gobierno de Obana pero, claro, con la CNN y el Partido Demócrata ambos muy
calladitos, por supuesto.
Trump y sus partidarios, en cambio,
se toman en serio la ley –cosa insólita para muchos-. Y además reconocen con
franqueza la crisis de hace décadas en la frontera con México, crisis que ahora
los demócratas llaman, todos como un coro, “manufacturada” por Trump. Hace
décadas que los inmigrantes latinoamericanos, especialmente de centro-américa
para arriba, mueren literalmente intentando llegar al maléfico EEUU (¡pero qué
tonta que es la gente, no!?) y son esclavizados por los tratantes de personas
pero no, eso no es una crisis. Es fruto de la mente enloquecida de Trump…
Pero que Trump se tome en serio la
ley y vea realmente el problema no quiere decir que su diagnóstico y su
solución sean los adecuados. Cabría preguntarse, por qué no, qué pasaría si no
hubiera Welfare State. Qué sucedería si, de vuelta, todo el que camina un metro
ya adentro de los EEUU sabe que va a tener que trabajar y punto terminado. Qué
sucedería si no hubiera salarios mínimos y sindicatos con poder de coacción
para impedir el ingreso de extranjeros a los puestos que ellos dejan con sus
huelgas. ¿Qué sucedería? Que la inmigración sería una solución, no un problema.
Y si abandonaran la inútil guerra contra las drogas, el narcotráfico se acabaría
ipso facto. Simplemente habría que ver qué hacer con los que viene de regiones
donde pulula el terrorismo: se les pide un visado. Más no se puede. Ser
ciudadana norteamericana, hija de inmigrantes palestinos legales, no garantiza
que no haya una bomba de tiempo que sea ya diputada demócrata, en el centro
mismo de las instituciones legislativas norteamericanas.
Trump no puede ver nada de esto
–Ron Paul sí- y como es un tipo sin vueltas ha cerrado el gobierno. Y los
demócratas no le van a dar el dinero para su famoso muro. Ceder, para
cualquiera de los dos bandos, es una derrota política crucial. Puede ser que
Trump abra el gobierno federal, pero el problema va a seguir. Puede ser que los
demócratas cedan y le den los fondos para el bendito muro, pero las gentes
seguirán muriendo para cruzarlo. Puede ser que Trump intente una executive order con apoyo de la corte
para construirlo, pero el problema va a seguir igual. El problema es el Welfare State, el acabamiento del pacto político originario y la
falta de liderazgo para revivirlo, lo cual es una mayor responsabilidad del
partido Republicano, más nacionalista que classcial
liberal. O sea que el problema no tiene mucha solución por ahora, como el
mundo entero, en última instancia, tampoco la tiene. Pero no porque sea posible
un paraiso, sino porque un mundo de personas trabajando en paz y libremente ha
sido ya elminado por todos los soviets mayores o menores que habitan nuestras
mentes y, por ende, este por ahora solitario planeta.
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