Está por salir mi nueva travesura sobre hermanéutica, La hermenéutica como el humano conocimiento, y mientras tanto vamos publicar, una por Domingo, sus conclusiones del cap. 5. Cómo he llegado a tan insólitas conclusiones, bueno, dejo al lector la iniciativa del leer los otros 4 caps. :-)) Mientras tanto, escandalícese :-))
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LA CIENCIA.
1. Introducción.
Habitamos
un mundo de vida positivista. Paradójicamente, nuestro mundo de la vida,
nuestro horizonte, desde el Siglo de las Luces en adelante, es que no hay
horizonte. Hay hechos por un lado e interpretaciones por el otro. Las
humanidades serán muy bonitas pero subjetivas, las ciencias serán duras pero
objetivas. Las humanidades y las ciencias son diferentes y la hermenéutica es
un tema encapsulado sólo para un determinado sector de la filosofía
continental. Esa es nuestra más profunda “creencia”, como diría Ortega. Si hay
hechos, hay verdad; si no hay hechos, hay interpretaciones subjetivas. En ese
suelo habitamos. En esa interpretación, la interpretación de que no hay
interpretación, somos, vivimos y existimos. Y esto ha producido una profunda
crisis cultural al ya maltrecho Occidente. Esa crisis se extiende a varios
campos. Vamos a tratar de analizarlos.
2. La
ciencia.
Que
la ciencia se basa en hechos objetivos y medibles es una de las creencias más
absolutas y sacrosantas de Occidente. Negarlo equivale a negar la “pietas” de este nuevo Sacro Imperio
Romano Científico. Negarlo es equivalente a ser acusado como Sócrates de
corromper a la juventud. Pues bien, vamos a hacerlo una vez más, y esperaremos
con calma la cicuta.
Decimos
una vez más porque, primero, ya hemos hablado de esto en este libro, y segundo,
porque podemos remitir al lector al cap. 3 de Hacia una hermenéutica realista o a nuestra colección de ensayos Antes y después de Popper[1].
Pero ahora vamos a intentarlo de un modo más directo, aunque no con mucha
esperanza de quebrar este duro paradigma.
Suponga
el lector que ve un lápiz que se cae. Estará tentado de decir que ve el “hecho”
de la gravedad y la caída de los cuerpos a 9,2 m/s.
Pero
no, esa es una de las interpretaciones posibles. La otra es la ptolemaica: el
lápiz cae porque es un cuerpo físico compuesto de materia y forma, que como
todo cuerpo físico tiene una propiedad que sigue a su naturaleza, llamada
gravitas, por la cual van hacia el centro del universo, que es La Tierra.
La
otra es la einsteniana: no es gravedad en el sentido de Newton, sino
aceleración, y además la línea que une al lápiz con el lugar de la caída no es
una recta, sino una curva, porque el espacio en Einstein es curvo.
Pero
a efectos prácticos, dadas las (para nosotros) enormes dimensiones de nuestro
universo, podemos seguir usando Newton. Pero a efectos prácticos, como aún se
puede seguir utilizando Ptolomeo para viajar por el mar sin radar. Además,
Newton tampoco rige para lo que, para nosotros, es “muy pequeño”: gravedad,
inercia, masa, etc., NO se aplican en el interior del átomo. O sea, la teoría
cuántica.
O
sea que no vemos un hecho sino tres teorías que permiten interpretar el mundo
físico: la ptolemaica, la newtoniana, la eisteniana y la cuántica.
El
lector dirá: vemos “lo mismo” desde diversos paradigmas. No, porque no es “lo
mismo” que un lápiz sea un cuerpo con materia/forma (Aristóteles) que una
condensación de energía (Eisntein); no es lo mismo que esté sometido a la
gravitas, a la gravedad o a la aceleración. El lector dirá: ah, pero entonces
lo que sí vemos es “lo que se nos aparece”. Ok, la solución de Santo Tomás ante
ciertos fenómenos sensibles: “…Así en la astrología se da por sentada la teoría
de las excéntricas y de los epiciclos, porque por ella se explican algunos de
los fenómenos sensibles (salvari
apparentia sensiblia) que se observan en los movimientos de los cuerpos
celestes: mas este género de argumentación no es satisfactoriamente
demostrativo; porque a una hipótesis (positione)
se pudiera sustituir otra, que explicase acaso igualmente la razón de tales
hechos” (facta salvari potest).” (I,
q. 32, a. 1 ad 2.).
El lector dirá: pero Santo Tomás está
hablando en todo caso de hipótesis diferentes con los cuales “explicar
igualmente la razón de tales “facta” (hechos)”. No estoy seguro, porque más
arriba dijo “salvar las apariencias sensibles”, y las apariencias no son la
realidad. Pero supongamos que Santo Tomás se haya referido a los “facta” como
“los hechos de la realidad”. Entonces el lector podrá decir: en el mundo
cotidiano, donde no nos manejamos con teorías científicas, el hecho es que el
lápiz se cae, explíquese luego con el paradigma que se quiera. Ah, pero
entonces estamos de vuelta en el plano de los horizontes, donde puede haber
verdad, pero no “hechos”. De vuelta: ¿cómo sabe el lector que el lápiz no es
dios o que un dios no lo mueve? Porque usted, lector, NO es (supongo)
panteísta, politeísta o animista. O sea, usted ha asumido, como su horizonte de
pre-comprensión (y eso es hermenéutica) un horizonte judeo-cristiano donde el
lápiz no es Dios, ya sea porque cree que Dios existe pero no se identifica con
Dios, ya sea porque es agnóstico y está convencido de que el Dios judeo-cristiano no existe; en cualquiera
de los dos casos dirá que el lápiz no es Dios. Pero entonces, ¿es verdad que el
lápiz NO es Dios? Claro que sí, pero hay que estar filosóficamente preparado
para defender al horizonte judeo-cristiano para decir que el lápiz no es Dios.
Por ende, ningún problema con la verdad; ningún relativismo ni escepticismo
post-moderno, pero no es una verdad escudada en “hechos” sino en la vivencia
inter-subjetiva, que es el camino de la verdad.
Pero el lector me dirá: sin embargo, sé que
estoy seguro de que no debo asesinar, y eso es un hecho. No, no es un hecho, es
una verdad moral, cuyo grado de certeza es obviamente superior que el de las
hipótesis científicas. Finalmente, sigue siendo verdad que el cielo estrellado sobre
mí, y la ley moral en mí. Mejor que tengamos más certeza de la ley moral en
nosotros que la del cielo estrellado sobre nosotros. Pero eso no es un hecho,
sino el resultado de una profunda introspección de la naturaleza humana y su
carácter co-personal, cosa que dista de ser evidente y menos aún a la
existencia in-auténtica, en la cual “no importa” si algo es asesinato o no.
Pero, a su vez, decir que la verdad más
profunda está en lo moral y no en la ciencia, es serruchar profundamente el
piso del dogma del Sacro Imperio Romano Científico.
[1] Zanotti, G.: Hacia una hermenéutica realista,
Austral, Buenos Aires, 2005; y Antes y
después de Popper, documento de trabajo del Instituto de Filosofía de la
Universidad Austral, 2016 (http://www.austral.edu.ar/filosofia/wp-content/uploads/2016/06/Antes-y-despues-de-Popper.pdf ).
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