Libro II, 53. Capítulo 49: Quod substantia intellectualis non sit corpus. (La sustancia intelectual no es
cuerpo).
Argumento central
Nihil agit nisi secundum suam speciem:
eo quod forma est principium agendi in unoquoque. Si igitur intellectus sit
corpus, actio eius ordinem corporum non excedet. Non igitur intelligeret nisi corpora. Hoc autem patet
esse falsum: intelligimus enim multa quae non sunt corpora. Intellectus igitur non est corpus.
Esto es: “Nada obra
de manera diversa a la que corresponde a la especie, ya que la forma es en cada
uno principio de obrar. Por lo tanto, si el entendimiento fuese cuerpo, su
acción no excedería el orden de los cuerpos. Luego no entendería sino los
cuerpos. Y esto se ve que es falso; pues entendemos muchas cosas que no son
cuerpos. Por lo tanto el entendimiento no es cuerpo”.
Ante todo, hay que
aclarar que con “cuerpo” Santo Tomás entiende lo que en principio entendía
Aristóteles: esto es, todo aquello compuesto de materia y forma. El argumento
se limitaría a decir que el intelecto no es un cuerpo, pero veremos que el
texto tiene consecuencias no intentadas que van más allá de ese contexto
aristotélico.
El esquema del
razonamiento es una premisa universal, seguida por un razonamiento condicional modus tollendo tollens: es decir, si p, entonces q, pero no q, luego no p. La premisa universal es “… Nada obra
de manera distinta de la que corresponde a su especie, ya que la forma es en
cada uno principio de obrar”. La premisa mayor del argumento condicional es “…
si el entendimiento fuese cuerpo, su acción no excedería el orden de los
cuerpos”. La premisa menor es: “… Y esto se ve que es falso” (no-q). La
justificación de la menor es: “… pues entendemos muchas cosas que no son
cuerpos”. La conclusión (no-p) es “por lo tanto el entendimiento no es cuerpo”.
Analicemos la
premisa universal. Se trata de una analogía de proporción intrínseca entre
naturaleza, potencia en acto primero y potencia en acto segundo. Por ejemplo,
la potencia apetitiva del tigre tiene la naturaleza del tigre, y por ende el
comer del tigre será “tigrezco”, y tan corpóreo como el tigre. Por ello “… Nada
obra de manera diversa a la que corresponde a la especie”.
Luego es coherente
que Santo Tomás diga
“por lo tanto…”: esto es, se sigue de esta premisa que “si el entendimiento
fuese cuerpo, su acción no excedería el orden de los cuerpos”. Es decir: un
intelecto, humano o no, no podría entender sino cosas corpóreas. Pero, ¿es así?
¿Entedemos “objetos de conocimiento intelectual” que no son cuerpo? Para Santo Tomás es casi evidente
que sí, pues rápidamente dice: “… Y esto se ve que es falso; pues entendemos
muchas cosas que no son cuerpos”. De lo cual la negación de que el
entendimiento sea cuerpo se sigue necesariamente. La clave es, entonces, cómo
justificamos la explicación de la premisa menor: “entendemos muchas cosas que
no son cuerpos”.
Sin salirnos aún del contexto de su tiempo, podríamos dar las
siguientes razones de dicha premisa menor esencial.
La primera la tenemos en el mismo
texto. Es la capacidad de reflexión del entendimiento: Nullius
corporis actio reflectitur super agentem: ostensum est enim in physicis quod
nullum corpus a seipso movetur nisi secundum partem, ita scilicet quod una pars
eius sit movens et alia mota. Intellectus autem
supra seipsum agendo reflectitur: intelligit enim seipsum non solum secundum
partem, sed secundum totum. Non est
igitur corpus. Esto
es: “En ningún cuerpo su acción se vuelve sobre el agente; pues se ha
demostrado en los libros séptimo y noveno de la Física
que ningún cuerpo se puede volver a sí mismo sino parcialmente; es decir, de
modo que una de sus partes sea movente y la otra movida. Mas el entendimiento
en su operación se vuelve sobre sí mismo; pues se entiende a sí mismo no solo
parcialmente, sino totalmente. Por lo tanto no es cuerpo”.
Olvidémonos por ahora de los libros
séptimo y noveno de la Física de Aristóteles.
Lo que Santo Tomás está recordando es que el entendimiento puede “entender que
entiende”; o sea, entenderse a sí mismo, lo cual es una propiedad reflexiva del
entendimiento (reflexión: volver sobre sí) y única del entendimiento, donde el
sujeto que entiende tiene conocimiento de sí: “yo” entiendo. Pero esto es
imposible en las capacidades sensibles de conocimiento que están en los seres vivos
corpóreos, incluso en las nuestras. El ojo no puede verse a sí mismo, una parte
de la piel no puede tocarse a sí misma, y así. Luego la reflexión implica algo
que va más allá de lo corpóreo, que es el mismo entendimiento, y por
consiguiente parte de lo que el entendimiento conoce que no es cuerpo; es el
mismo entendimiento.
La segunda
la tenemos en el tema de la verdad, que ya vimos. Cuando afirmo algo que es
verdadero, capto la verdad en el mismo momento que afirmo el juicio. Si digo
“estoy escribiendo este libro”, el entendimiento capta, a) que está escribiendo
este libro (y allí capta “el sentido” de “estar escribiendo este libro”) y b)
que es verdad que lo está escribiendo; por reflexión sobre el juicio “estoy
escribiendo este libro”. Es decir: que sea verdad no es un segundo “decir”,
sino que es una reflexión concomientante sobre lo dicho; y, por ende, dicha
reflexión no puede ser corpórea, por el motivo anterior. “… El entendimiento
—dice Santo Tomás— reflexiona sobre su acto, no solamente en tanto que lo
conoce, sino en cuanto conoce su conformidad con la cosa; lo cual, por cierto,
no podría ser conocido sin conocer su propia naturaleza del acto mismo, que no
es cognoscible sin que se conozca la naturaleza del principio activo que es el
propio entenidimiento, a cuya índole atañe el conformarse con las cosas; y de
ahí que según esto conoce la verdad el entendimiento que reflexiona sobre sí
mismo”[1].
La tercera
es la naturaleza misma del modo como el intelecto conoce. El entendimiento
conoce universalmente. No es que el objeto del entendimiento sea universal y
por lo mismo el entendimiento es universal, y en tanto tal no corpóreo, porque
todos los cuerpos son singulares. No, no es ese el argumento. Lo que Santo
Tomás afirma es que el entendimiento conoce “infinitamente”, en tanto
“infinitas veces” puede predicar una naturaleza de “varios”. Como ya hemos dicho, “aquello que” el
intelecto conoce no es universal en sí (la universalidad es una propiedad
lógica, no ontológica), pero no se reduce a este o aquel de los cuales se
predica (y ello sí es una característica ontológica de “aquello que es
predicado”). Luego, otra vez, por la analogía de proporción entre la
potencia y su acto segundo, si el intelecto fuera corpóreo no podría captar
“aquello que entiende”, que en cuanto tal no puede reducirse a lo copóreo.
La cuarta es
la naturaleza misma de la lógica; esto es, relaciones de razón entre conceptos
y proposiciones objetivas. Cuando afirmo que “Sócrates es ser humano” es una de
las premisas de la conclusión “Sócrates es mortal”, el
entendimiento está dando una segunda
vuelta, una segunda mirada, sobre la proposición “Sócrates es ser humano”:
ya no solo afirmamos que Sócrates es ser humano, sino que dicha proposición “es
premisa de”, lo cual implica una reflexión
sobre ella y, conforme a lo ya demostrado, algo que el intelecto no podría
hacer si fuese cuerpo.
La quinta es
nada más ni nada menos que el entendimiento de que Dios es causa no-finita de
lo finito. Entenderlo (entender “ello”), (que es una noción negativa, no es la
misma esencia de Dios) es entender algo no corpóreo, con lo cual se demuestra
que el entendimiento no es corpóreo.
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