Yo pensaba que el
diálogo era, entre otras cosas, escuchar, comprender (aunque no siempre
compartir), dejar seguir a cada uno su camino, mostrar el propio, modificarlo
si la conciencia lo dicta, y si no, no, etc.
Pero he descubierto qué
equivocado que estaba. No, dialogar es decir al otro que sí. Como no lo he
hecho siempre, confieso que he pecado, una vez más. Por no decir que sí a lo
que otro quiere que yo diga sí, soy un cerrado al diálogo. No se puede hablar
con Gabriel. Además, a veces algunas personas se han convencido de alguna parte
del núcleo central de mi pensamiento. No recuerdo que eso sea condición para mi
amistad, no recuerdo haber perseguido a nadie para que lo haga, pero ha
sucedido. Entonces me he convertido en el jefe de una secta que sólo se rodea
de quienes piensan como él. No quiero dialogar con los que verdaderamente han
descubierto cuánta razón tienen ellos y cuán equivocado estoy yo. Así que no
sólo soy un cerrado al diálogo, sino que soy un líder autoritario y alienante.
Y, además, para terminar la confesión, soy un inconsistente total, porque
predico el diálogo pero no lo practico, porque cuando debo decir que sí a lo
que dicen los dioses, no lo hago. Qué horror.
Dioses del Olimpo, que
Dios se apiade de mi alma.
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