(De mi libro JudeoCristianismo, Civilización Occidental y Libertad, Instituto Acton, Buenos Aires, 2018, cap. 6, punto 13).
El discurso de Ratisbona de Septiembre de 2006[1] constituye el discurso programático de Benedicto XVI para su pontificado, esto es, la relación entre razón y Fe y todo lo que ello implica para la Iglesia actual. Debería haber sido una encíclica.
Hay
una relación intrínseca entre la libertad del acto de Fe, de la cual nos hemos
ocupado en el punto anterior, y la relación entre razón y fe. Porque, como
hemos visto desde el principio, dado que
el Judeocristianismo es racional, entonces necesita coherentemente recurrir al
diálogo, y no a la violencia,
como modo de predicación, pues la verdad se propone por la sola fuerza de la
verdad, que depende de sus argumentos, de su razonabilidad.
Coherentemente
con ello, Benedicto XVI comienza recordando que “La
violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma. «Dios no se
complace con la sangre –dice–; no actuar según la razón (συν λόγω) es contrario a la naturaleza
de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe
necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir
a la violencia ni a las amenazas... Para convencer a un alma racional no
hay que recurrir al propio brazo ni a instrumentos contundentes ni a ningún
otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a una persona»”.[2]
(Las itálicas son nuestras).
Y por ende, Benedicto
XVI recuerda en un párrafo todo lo que hemos reseñado en el inicio de este
libro, sobre el encuentro entre la razón y la fe: “Este acercamiento interior
recíproco que se ha dado entre la fe
bíblica y el planteamiento filosófico del pensamiento griego es un dato de importancia
decisiva, no sólo desde el punto de vista de la historia de las religiones,
sino también del de la historia universal, que también hoy hemos de considerar.
Teniendo en cuenta este encuentro, no sorprende que el cristianismo, no
obstante haber tenido su origen y un importante desarrollo en Oriente, haya
encontrado finalmente su impronta decisiva en Europa. Y podemos decirlo también
a la inversa: este encuentro, al que se une sucesivamente el patrimonio de
Roma, creó a Europa y permanece como
fundamento de lo que, con razón, se puede llamar Europa” (Las itálicas son
nuestras).
Pero entonces,
todo lo que sigue es una apología de ese encuentro entre razón y fe ante las
acusaciones de “helenización” del Cristianismo: “A la tesis según la cual el
patrimonio griego, críticamente purificado, forma parte integrante de la fe
cristiana se opone la pretensión de la deshelenización del cristianismo, la
cual domina cada vez más las discusiones teológicas desde el inicio de la época
moderna. Si se analiza con atención, en el programa de la deshelenización
pueden observarse tres etapas que, aunque vinculadas entre sí, se distinguen
claramente una de otra por sus motivaciones y sus objetivos”.
Veamos cuáles son
esas tres etapas.
Primera: “La deshelenización surge inicialmente
en conexión con los postulados de la Reforma del siglo XVI. Respecto a la
tradición teológica escolástica, los reformadores se vieron ante una sistematización
de la teología totalmente dominada por la filosofía, es decir, por una
articulación de la fe basada en un pensamiento ajeno a la fe misma. Así, la fe
ya no aparecía como palabra histórica viva, sino como un elemento insertado en
la estructura de un sistema filosófico. El principio de la sola Scriptura, en cambio,
busca la forma pura primordial de la fe, tal como se encuentra originariamente
en la Palabra bíblica. La metafísica se presenta como un presupuesto que
proviene de otra fuente y del cual se debe liberar a la fe para que ésta vuelva
a ser totalmente ella misma. Kant, con su afirmación de que había tenido que
renunciar a pensar para dejar espacio a la fe, desarrolló este programa con un
radicalismo no previsto por los reformadores. De este modo, ancló la fe
exclusivamente en la razón práctica, negándole el acceso a la realidad plena”.
Este párrafo
parece cortar el diálogo con la teología luterana que está en el documento
conjunto de 1999 y que hemos elogiado en este libro. Sin embargo, si se lee con
atención, observamos que los reformadores reaccionan contra una razón que aparece como una filosofía externa
insertada en el núcleo de una fe que le es ajena. O sea, ese racionalismo y ese
semipelagianismo en el cual había degenerado cierta escolástica decadente. En ese sentido se contrapone la
Escritura “a la razón”. La tesis kantiana de una creencia sin base metafísica al lado de una razón reducida a la sola ciencia
coincide con un fideísmo que confunde
razón con racionalismo, y con un racionalismo Iluminista al cual ese fideísmo le es funcional.
La segunda es lo que Benedicto XVI llama la
teología liberal de los s. XIX y XX: “La teología liberal de los siglos XIX y
XX supuso una segunda etapa en el programa de la deshelenización, cuyo
representante más destacado es Adolf von Harnack”; “el objetivo de Harnack
–continúa más abajo– era hacer que el cristianismo estuviera en armonía con la
razón moderna, librándolo precisamente de elementos aparentemente filosóficos y
teológicos, como por ejemplo la fe en la divinidad de Cristo y en la trinidad
de Dios”.
La tercera, no llamada tercera por Benedicto XVI, es precisamente ese Iluminismo
positivista y neopositivista al cual el fideísmo le es funcional: “…Sólo el
tipo de certeza que deriva de la sinergia entre matemática y método empírico
puede considerarse científica. Todo lo que pretenda ser ciencia ha de atenerse
a este criterio. También las ciencias
humanas, como la historia, la psicología, la sociología y la filosofía, han
tratado de aproximarse a este canon de valor científico”. Y por lo tanto,
concluye más abajo: “Pero hemos de añadir más: si la ciencia en su conjunto es
sólo esto, entonces el hombre mismo sufriría una reducción, pues los interrogantes propiamente humanos, es
decir, de dónde viene y a dónde va, los interrogantes de la religión y de la
ética, no pueden encontrar lugar en el espacio de la razón común descrita
por la «ciencia» entendida de este modo y tienen que desplazarse al ámbito de
lo subjetivo. El sujeto, basándose en su experiencia, decide lo que considera
admisible en el ámbito religioso y la «conciencia» subjetiva se convierte, en
definitiva, en la única instancia ética”.
Esto es muy importante porque describe
perfectamente la situación cultural actual, donde lo “objetivo” es la ciencia
todo lo demás, subjetivo como arbitrario. El hombre actual se arrodilla ante la
ciencia y decide arbitrariamente todo lo demás, esto es, las respuestas a los
interrogantes más profundos de su existencia, lo cual implica el divorcio entre
razón y fe que hemos previamente explicado.
Pero como
reacción contra ese cientificismo, ha surgido un post-modernismo donde la
metafísica se diluye en pequeños relatos, todos incomunicables con todos,
porque no hay una razón humana en común con la que puedan entenderse. Este es
el escepticismo más absoluto ente el cual el fideísmo sigue siendo la única
opción religiosa, esto es, la religión vista como un supermercado a la carta.
La Tercera, entonces, según el conteo de Benedicto
XVI: “Antes de llegar a las conclusiones a las que conduce todo este
razonamiento, quiero referirme brevemente a la tercera etapa de la
deshelenización, que se está difundiendo actualmente. Teniendo en cuenta el
encuentro entre múltiples culturas, se suele decir hoy que la síntesis con el
helenismo en la Iglesia antigua fue una
primera inculturación, que no debería ser vinculante para las demás culturas.
Éstas deberían tener derecho a volver atrás, hasta el momento previo a dicha
inculturación, para descubrir el mensaje puro del Nuevo Testamento e
inculturarlo de nuevo en sus ambientes respectivos. Esta tesis no es
simplemente falsa, sino también rudimentaria e imprecisa. En efecto, el Nuevo
Testamento fue escrito en griego e implica el contacto con el espíritu griego,
un contacto que había madurado en el desarrollo precedente del Antiguo
Testamento. Ciertamente, en el proceso de formación de la Iglesia antigua hay
elementos que no deben integrarse en todas las culturas. Sin embargo, las opciones fundamentales que atañen
precisamente a la relación entre la fe y la búsqueda de la razón humana forman
parte de la fe misma, y son un desarrollo acorde con su propia naturaleza”
(Las itálicas son nuestras).
O sea, según
esto, los Dogmas de la fe habrían sido “reducidos” a una razón helénica
intrínsecamente extraña a otras culturas, y por ende la Iglesia Católica habría
transformado el “id y predicad en nombre del Padre….” se habría transformado en
una predicación en nombre la sustancia, la esencia y el accidente.
Ya hemos visto en
el inicio de este libro que fue precisamente al revés. La razón griega fue
elevada y trans-formada por la Gracia, convirtiéndose en lo mejor de sí misma y
en universal, porque fue (es) una
síntesis que abarca lo humano de la razón, y no una razón cultural particular. Ese “lo humano” es precisamente el punto de
intersección de horizontes que la Fe Católica puede tener siempre con cualquier
cultura. La in-culturación del Cristianismo no supone el abandono de la
armonía razón-fe que se da con el diálogo con la razón griega, sino en ir a los casos particulares de
relatos culturales como casos de una única razón que se despliega luego
analógicamente.
Esto lo
manifiesta Benedicto XVI de dos modos. Primero, que su crítica a la crítica de “helenización” del Cristianismo no implica “… retroceder o hacer una
crítica negativa, sino ampliar nuestro concepto de razón y de su uso”. “…Porque,
a la vez que nos alegramos por las nuevas posibilidades abiertas a la
humanidad, vemos también los peligros que surgen de estas posibilidades y
debemos preguntarnos cómo podemos evitarlos. Sólo lo lograremos si la razón y
la fe se reencuentran de un modo nuevo”. Esto es, los avances en la ciencia
pueden degenerar en positivismo y para evitarlo debemos hay que exponer
nuevamente el diálogo entre razón y fe
precisamente como el punto racional de unión entre lo científico y la fe,
esto es, una metafísica cristiana como la que hemos querido rescatar en el
capítulo cinco.
Y sólo eso es
fuente de diálogo: “Sólo así seremos capaces de entablar un auténtico diálogo
entre las culturas y las religiones, del cual tenemos urgente necesidad. En el
mundo occidental está muy difundida la opinión según la cual sólo la razón
positivista y las formas de la filosofía derivadas de ella son universales.
Pero las culturas profundamente religiosas del mundo consideran que
precisamente esta exclusión de lo divino de la universalidad de la razón
constituye un ataque a sus convicciones más íntimas. Una razón que sea sorda a
lo divino y relegue la religión al ámbito de las subculturas, es incapaz de
entrar en el diálogo de las culturas”.
Conclusión: la
Iglesia, con su propia síntesis entre razón y fe, no ha helenizado al
Cristianismo. Al revés, ha cristianizado a lo más humano de la razón griega y
lo ha elevado a sus posibilidades más universales. Sólo la recuperación de esa
síntesis, sólo el rescate de esa metafísica cristiana y por ende racional puede
salvar a Occidente de esa dicotomía entre positivismo y post-modernismo, que lo
está hundiendo. “…Occidente, desde hace
mucho, está amenazado por esta aversión a los interrogantes fundamentales de su
razón, y así sólo puede sufrir una gran pérdida. La valentía para abrirse a
la amplitud de la razón, y no la negación de su grandeza, es el programa con el
que una teología comprometida en la reflexión sobre la fe bíblica entra en el
debate de nuestro tiempo. «No actuar según la razón, no actuar con el logos es contrario a la naturaleza de Dios»,
dijo Manuel II partiendo de su imagen cristiana de Dios, respondiendo a su
interlocutor persa. En el diálogo de las culturas invitamos a nuestros
interlocutores a este gran logos,
a esta amplitud de la razón. Redescubrirla constantemente por nosotros mismos
es la gran tarea de la universidad”.
Que un discurso
tan fundamental para replantear la teología, la misión de la Iglesia, y el
diálogo con el mundo moderno, no haya
sido entendido en absoluto, es un trágico síntoma de la grave crisis
intelectual de los católicos, especialmente de su Jerarquía.
[1]Véase: https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2006/ september/documents/hf_ben-xvi_spe_20060912_university-regensburg.html.
[2] Lamentablemente el discurso no fue ni entendió
ni escuchado por un mundo católico
que le exigía a Benedicto XVI la perfección política y no le perdonó que citara
la aguda crítica de Manuel el Paleólogo, un casi precursor cristiano de la
libertad religiosa, a un interlocutor musulmán. La cita de Benedicto XVI era
académicamente perfecta y no podía ofender a nadie que entendiera los juegos
del lenguaje del discurso académico. Las críticas que recibió Benedicto XVI
fueron totalmente injustas y además hipócritas, pues fueron hechas en su mayor
parte por todos aquellos que actualmente gozan con la imprecisión, ambigüedad y
vaguedad de las actuales afirmaciones de las más altas autoridades de la
Iglesia. Para mayor precisión, reproducimos todo el párrafo, aclarando que a nadie vamos a pedir perdón:
“Recordé todo esto recientemente cuando leí la parte, publicada por el profesor
Theodore Khoury (Münster), del diálogo que el docto emperador bizantino Manuel
II Paleólogo, tal vez en los cuarteles de invierno del año 1391 en Ankara,
mantuvo con un persa culto sobre el cristianismo y el islam, y sobre la verdad
de ambos. [1] Probablemente fue el mismo emperador quien
anotó ese diálogo durante el asedio de Constantinopla entre 1394 y 1402. Así se
explica que sus razonamientos se recojan con mucho más detalle que las respuestas
de su interlocutor persa.[2] El
diálogo abarca todo el ámbito de las estructuras de la fe contenidas en la
Biblia y en el Corán, y se detiene sobre todo en la imagen de Dios y del
hombre, pero también, cada vez más y necesariamente, en la relación entre las
«tres Leyes», como se decía, o «tres órdenes de vida»: Antiguo Testamento, Nuevo
Testamento y Corán. No quiero hablar ahora de ello en este discurso; sólo
quisiera aludir a un aspecto –más bien marginal en la estructura de todo el
diálogo– que, en el contexto del tema «fe y razón», me ha fascinado y que
servirá como punto de partida para mis reflexiones sobre esta materia. En el
séptimo coloquio (διάλεξις, controversia), editado por el profesor Khoury, el
emperador toca el tema de la yihad, la guerra santa. Seguramente el
emperador sabía que en la sura 2, 256 está escrito: «Ninguna
constricción en las cosas de fe». Según dice una parte de los expertos, es
probablemente una de las suras del período inicial, en el que
Mahoma mismo aún no tenía poder y estaba amenazado. Pero, naturalmente, el
emperador conocía también las disposiciones, desarrolladas sucesivamente y
fijadas en el Corán, acerca de la guerra santa. Sin detenerse en detalles, como
la diferencia de trato entre los que poseen el «Libro» y los «incrédulos», con
una brusquedad que nos sorprende, brusquedad que para nosotros resulta
inaceptable, se dirige a su interlocutor llanamente con la pregunta central
sobre la relación entre religión y violencia en general, diciendo: «Muéstrame
también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e
inhumanas, como su disposición de difundir por medio de la espada la fe que
predicaba». [3] El emperador, después de pronunciarse de
un modo tan duro, explica luego minuciosamente las razones por las cuales la
difusión de la fe mediante la violencia es algo insensato. La violencia está en
contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma. «Dios no se
complace con la sangre –dice–; no actuar según la razón (συν λόγω) es contrario a la naturaleza de Dios. La
fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por tanto, quien quiere llevar a otra
persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar
correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas... Para convencer
a un alma racional no hay que recurrir al propio brazo ni a instrumentos
contundentes ni a ningún otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a
una persona».[4]
En esta argumentación contra la conversión mediante la violencia, la afirmación
decisiva es: no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. [5] El editor, Theodore Khoury, comenta: para
el emperador, como bizantino educado en la filosofía griega, esta afirmación es
evidente. En cambio, para la doctrina musulmana, Dios es absolutamente
trascendente. Su voluntad no está vinculada a ninguna de nuestras categorías,
ni siquiera a la de la racionabilidad. [6] En este contexto, Khoury cita una obra del
conocido islamista francés R. Arnaldez, quien observa que Ibn Hazm llega a
decir que Dios no estaría vinculado ni siquiera por su propia palabra y que
nada le obligaría a revelarnos la verdad. Si él quisiera, el hombre debería practicar incluso la idolatría. [7]”
1 comentario:
Gracias me ayudo notar que daba en realidad cuatro etapas de la deshelenización.
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