(Artículo publicado en el Instituto Acton en Diciembre del 2007).
Una vez más, en medio del ruido,
el bien, que no hace ruido, ha pasado casi inadvertido. El 26 de Octubre de
este año ha sido beatificado Franz Jagerstatter, laico, padre de familia, quien
se negó a participar del ejército nazi por sus convicciones católicas y fue
consiguientemente asesinado por el régimen en 1943.
La fuerza de la santidad radica
en un sí absoluto a Cristo, de lo cual surge un pacífico “no” a todo lo que sea
contradictorio con ello. Muchos santos, como Santo Domingo, nunca tuvieron que
dar testimonio con el martirio. Pero el martirio, morir por decir “no” a los
poderes humanos, es siempre una posibilidad de la santidad. Y, por supuesto, no
será la primera vez en la historia de la Iglesia –desde los mártires de los primeros
siglos de la Iglesia
hasta la actualidad- que un católico dice sencillamente “no” a la prepotencia y
soberbia de los autoritarios de todo signo y color. Qué fuerza, qué paradójica
potestad, qué “auctoritas” con todo
su sentido latino, tiene ese “no” de los santos, frente a la ridícula y trágica
fuerza bruta de las armas y los ejércitos humanos. Un “no” que no pueden
entender quienes están parados sobre su prepotencia. “Vamos a morir por nuestro
pueblo” dijo Edith Stein, tomando la mano de su hermana Rosa, cuando los
oficiales nazis la vinieron a buscar. Y no hubo fotos, grabadoras ni
conferencias de prensa. Sólo unas monjas carmelitas espantadas y atónitas que
grabaron a fuego en su santa memoria esas palabras, que hoy resuenan y hablarán
para siempre ante los oídos (sordos a veces) de la conciencia occidental.
Pero este caso, el de Franz
Jagerstatter, tiene algo singular. Un laico como cualquier de nosotros,
preocupado en sacar adelante su familia, un honesto y sencillo ciudadano
alemán, que se había tomado en serio su fe y sabía de las advertencias de Pío
XI y Pío XII contra el régimen nazi. Reitero, se las había tomado en serio. Y
cuando los jerarcas del ejército totalitario lo vinieron a buscar, dijo,
sencillamente, no.
Reparemos un momento en esta
cuestión.
¿Cuántas guerras ha habido en la
historia humana? ¿Muchas, no es así?
¿Cuántas de ellas fueron
“justas”?
Dejo al lector la respuesta.
¿Y cuántos hombres formaron sus
ejércitos? Esa pregunta es clave, porque las guerras son decididas por unos
pocos, pero los ejércitos, ese disciplinado conjunto de seres humanos que dicen
“si” a la orden de matar a otros –porque de eso se trata, ¿o no?- son muchos.
¿Y cuántos de esos muchos dijeron
“no”?
Seguramente muchos, pero lo que
pregunto es, la historia de las guerras, ¿no sería otra si los que dicen “no”
fueran más que los que dicen “si”?
¿Por qué obedecer a la orden de
ir al frente de batalla? La respuesta en simple: no se puede pedir tanto a los
seres humanos que formamos parte de una historicidad, de un horizonte donde es
muy difícil llegar a la distancia crítica del propio territorio existencial.
Conjeturo que, en plena batalla, más de uno se habrá preguntado qué hacía allí,
matando a otro. Por qué era parte de eso. Pero ya era tarde. Incluso, cuando la
más mínima duda implicaba la muerte.
La cuestión es el “antes”. Franz
no es sólo un ejemplo para los creyentes: es un ejemplo para todos aquellos que
se sientan impotentes ante las ridiculeces de los autoritarios de cualquier
signo. Hay algo que sí podemos hacer: decirles, finalmente, no. Los
autoritarismos viven del sí no pensado. Morirían ipso facto con millones de no pensados, comenzando con los oficiales
de los ejércitos sin los cuales serían sólo el conjunto de su decadencia moral.
Un detalle final. En medio de un
momento donde arrecian las críticas “a la Iglesia ” Franz Jagerstatter nos muestra lo que es
la Iglesia. No
la diplomacia del estado del Vaticano. No las decisiones políticas de tal o
cual conferencia episcopal. No el pecado de sus miembros. No el clericalismo de
jerarquía y laicos. No el fariseísmo de los creyentes que odian a los que ellos
dictaminan publicanos. Y, menos aún, esa sola institución humana que muchos
creen que es la Iglesia.
La Iglesia es Espíritu. Es el Cuerpo Místico de Cristo y vive
en cada acto de la gracia de Dios. Los santos y los mártires son los cardenales
espirituales de la Iglesia. Ellos
son el adelanto de la Parusía ,
ellos nos muestran la más profunda libertad.
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