La libertad de expresión viene
mal. Tentados estamos de revisar su historia y sus ideas y venidas en
Occidente, su cuna, pero no podemos en esta oportunidad. Como muestra de uno de
los síntomas de su crisis, revisemos este caso en particular.
Ahora resulta que si alguien,
respetuosamente, manifiesta su desacuerdo con la moralidad de la
homosexualidad, o de la transexualidad, etc., los miembros del lobby LGBT se
sienten “ofendidos” y acusan a los que así se manifiestan con de realizar “discursos
del odio”, etc. Lo mismo con las feministas radicales, etc.
Particularmente delicado es el
caso de la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica aprobado por JPII y
aún no abrogado, que sostiene la inmoralidad de las relaciones homosexuales en sí mismas aunque advierte que no se
debe juzgar la conciencia de nadie en particular.
Cualquiera puede decir que está
en desacuerdo con ello, pero yo no me sentiré ofendido ni lo acusaré de “discurso
de odio”.
El asunto que el lobby LGBT
quiere hacer de eso un caso jurídico: quiere prohibir ese tipo de opiniones so pena de incurrir en el delito de
discriminación, ofensa y discurso del odio.
Entonces una de las líneas de
defensa, no de los católicos, pero sí de los que defienden una noción más
amplia de la libertad de expresión, es que esta última incluye el “derecho a
ofender” (como por ejemplo Jordan Peterson, https://www.youtube.com/watch?v=8NoIWqnogjc
)
Pero allí estamos en un problema.
Cuando sucedió lo de Charlie Hebdo, yo escribí un artículo llamado “yo soy el
respeto”, (http://institutoacton.org/2015/01/13/yo-soy-el-respeto/)
donde afirmaba que moralmente la libertad de expresión implica siempre el
respeto hacia el otro.
Y ese es el punto: si alguien
dice “no estoy de acuerdo moralmente
con la homosexualidad”, NO está ofendiendo a nadie, y si alguien dice “no estoy
de acuerdo, moralmente, con la
concepción hetero-pratriarcal del Judeocristianismo” NO está ofendiendo a nadie
tampoco. En todo caso, con respeto mutuo y conciencia histórica de las
tradiciones diversas, pueden debatir libremente el punto sin que nadie deba
sentirse “ofendido”.
Por lo tanto, si alguien se
siente “ofendido” porque yo considere inmoral a X, la respuesta es: yo no te
estoy ofendiendo, sino manifestando mi parecer moral sobre el punto, sin
referirme a nadie en particular.
Moralmente, NO debemos ofender,
esto es, faltar el respeto, burlarnos con desprecio, de nada ni de nadie.
En todo caso, aunque esto esté
muy debatido, habría un delito de calumnias e injurias posterior a una
publicación, donde, sin embargo, difícilmente entren los casos que preocupan al
lobby LGBT. Porque las calumnias e injurias se refieren a una explícita mentira
que afirma el delito de alguien en particular. NO cabe por ende allí una afirmación
que afirme la inmoralidad de X como tema in abstracto
y en sí mismo considerado.
Por ende, jurídicamente las cosas
deben ser más precisas, y los tipos penales deben ser claros y distintos.
Aunque con los legisladores y jueces que tenemos sea todo lo contrario, sin
embargo debemos afirmar que un supuesto “delito de ofensa” entra en
arbitrariedades imposibles de evitar.
En una sociedad libre, cada cual
tiene derecho a afirmar su concepción del mundo “respetuosamente”.
Pero históricamente, vamos mal. El espíritu de la Primera Enmienda de
los EEUU se ha perdido. Verdaderamente ya casi nadie respeta a nadie, verdaderamente
todos se ofenden mutuamente porque es el paso previo a lo que casi todos
quieren: ver preso al que piensa diferente, llamando “ofensa” a la diferencia.
Estamos mal, muy mal. Ya casi no queda libertad de expresión, y menos aún
libertad religiosa, para los casos importantes, esto es, allí donde los
paradigmas son verdaderamente diferentes.
La socialdemocracia y la
redistribución de ingresos no sólo ha derivado en una jaula de oro (que además
no es de oro, sino de pobreza) donde las personas tienen todo, materialmente,
como los esclavos en las granjas donde se los trataba bien: ahora, además,
deben pensar como su amo, pero ese
pensamiento único va descendiendo como un manto suave de pensamiento
políticamente correcto, y a los que se salen se los va penando gradualmente,
hasta que el pobre sapo en el agua hirviendo tenga su cerebro definitivamente
muerto.
Algunos, por supuesto, nos
resistiremos, pero ya no será el derecho a la Primera Enmienda de lo que fue
una república liberal clásica, sino el
derecho a la resistencia contra la opresión en la dictadura universal del pensamiento
en la cual se está convirtiendo Occidente. Claro, Occidente no puede “convertirse” en eso, so pena de desaparecer.
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