Este es mi cuarto libro de filosofía en tanto filosofía.
Los tres anteriores, aunque muy diferentes entre sí, tienen una característica
en común: están escritos para todos. Están escritos con la intención de presentar
a la filosofía como un camino abierto a todos, despertando al filósofo que
habita en cada ser humano.
Al primero lo llamé “filosofía para no filósofos”, y su
intención didáctica era obvia. Allí intenté que la filosofía fuera “fácil”. Hoy
no lo intento más: la filosofía no es fácil ni difícil, es un hábito, y, como
todo hábito, difícil al principio, fácil después.
El segundo fue “para los amantes del cine”. Era casi lo
mismo que el primero pero usaba a las películas como fuentes de ejemplos. Hoy
considero que el cine es una privilegiada forma de relato de mundos de vida, y,
por ende, un privilegiado lugar donde ejercer la actitud teorética esencial a
la filosofía. Dios me de fuerzas para escribir una segunda parte.
El tercero fue “para filósofos”: allí me dirigía a todo
ser humano, porque todo ser humano es filósofo (aunque tiene que des-cubrirlo)
y a los “filósofos”, diciéndoles algunas cositas, y tratando de hacer una hermenéutica
global de la historia de la filosofía occidental.
Y este cuarto libro, ¿qué es? No es una introducción, en
la filosofía uno no se introduce, uno se sumerge. Es para “no filósofos” en
tanto no es un ensayo para ser
publicado en una revista especializada, pero es para filósofos porque también
les hablo a ellos. Me parece que este libro es un retrato de mis inquietudes
filosóficas, hoy, más profundas: la
unión entre filosofía y vida, la filosofía de las ciencias naturales y
sociales, la hermenéutica, el lenguaje, el sentido de la existencia humana, y
todo ello en diálogo con los temas clásicos de siempre: la libertad, el alma,
Dios. El estilo del libro revela una vuelta hacia cierta forma analítica de
exposición, mezclada abruptamente con analogías y simbolismos más hermenéuticos. O sea, el libro
refleja mi estado filosófico actual: parece haber sido escrito para decirme a mí
mismo dónde estoy hoy, filosóficamente hablando (dejando de lado mi vida de
astronauta existencial, donde estoy todo el día en la luna). Por eso es “para mí”.
Pero, como siempre, es un yo que se dirige a un tú, con la esperanza,
permanente esperanza, de despertar en el otro su conciencia teorética, con la
esperanza de dialogar con el otro en un intercambio de bien y verdad. Una
esperanza permanente en mi existencia. De allí el subtítulo.
Por eso, como intento, a pesar de todo, ser altruista,
quiero advertir a mi lector de ciertas cosas. En el segundo capítulo pongo en
duda a la diosa ciencia y me niego, por ende, a dar culto al emperador. Por
favor, no es con intención de daño.
En el tercer capítulo digo algo, sistemáticamente, que
hasta ahora no he dicho, aunque estaba pre-anunciado en otros escritos “más técnicos”.
Si, lo relaciono con mi visión del mundo social, pero la intención no es política,
sino epistemológica.
En los capítulos cuarto y quinto manifiesto mi
“in-sistencia”, o, mejor dicho, “re-sistencia” en que la filosofía tiene aún
algo que decir sobre el libre albedrío y la relación alma-cuerpo. El estilo se
vuelve más analítico y pongo en diálogo a Santo Tomás, a Popper, a Putnam. Que
todos ellos me perdonen, y el lector también.
Los capítulos que siguen son una expresión de uno de mis
entusiasmos actuales más importantes: conocer es entender, entender es interpretar,
interpretar es habitar un mundo, un mundo de vida “hablado” (lenguaje). Sí, allí
estarán Husserl, Gadamer, Heidegger, Wittgenstein, en armonía con lo anterior. Perdón la audacia. Pero ese soy yo. Es
un libro egoísta a pesar de todo J.
Pero, como si esto fuera poco, los dos capítulos finales
son desconcertantes. Que Dios me los perdone, y que los lectores me perdonen
(no extiendo este pedido de misericordia a mis colegas porque ellos, habitualmente,
no perdonan). Cuando terminen de leer el capítulo sobre Dios me dirán, ¿y?
Nunca mejor dicho, Dios sabrá. No me queda, ahora, más que citar a mi querido Woody Allen: “…le
pregunté al rabino el sentido de la existencia………… El rabino me dijo el sentido
de la existencia….. Pero me lo dijo en hebreo………. Yo no sé hebreo” (Zelig).
Por eso digo: sigo estando de acuerdo con Santo Tomás en su pregunta (utrum Deus sit) y en su respuesta,
pregunta que era posterior a otra (utrum
Deum esse sit demostrabile), que no era ninguna conversación con ningún
agnóstico. Pero, ¿de qué estoy hablando? ¡Pues no sé! ¿Cómo voy a saberlo,
si estoy hablando de Dios?
Perdón. Si, perdón en serio. Aquí hay que pensar. Y a
fondo. Está comprometida la raíz de nuestra existenca, el sentido de la vida.
No queda más que la fortaleza del humor, no queda más que cierto (aliquo modo) silencio.
Pero este silencio es para tí, estimado lector. Por eso,
espero haber escrito… Algo altruista, a pesar de mí J.
Gabriel J. Zanotti
Buenos Aires, Noviembre de 2006.
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