Hace poco, en una
clase, dije a mis alumnos, hablando del matrimonio: hay una diferencia
esencial entre “compra mutua” y “donación mutua”. El matrimonio no es poseer al
otro, es donarse al otro. Si eso es mutuo, puedo hablar, si, de “mi” cónyuge,
pero no porque lo compré, sino porque se me donó.
La donación no es
explicable con la relación costo-beneficio que se da en el mercado con bienes
materiales. Obsérvese: “…que se da en el
mercado con bienes materiales”. Subrayo
eso porque en ambientes liberales se ha malinterpretado muchas veces el axioma
central de la praxeología de Mises. Por supuesto que toda acción humana implica
el paso de una situación menos satisfactoria a otra más satisfactoria. Cuando
hice mi compatibilización entre dicho axioma y la antropología de Santo Tomás
de Aquino, el contexto era mostrar a diversos ambientes católicos que la
praxeología de Mises no es utilitarismo ni tampoco el neokantismo de Mises.
Pero ingenuamente supuse que bastaba aclarar que la situación más satisfactoria
era compatible con acciones altruistas y punto. No me daba cuenta que muchos
interpretaban la acción beneficiosa para el otro como una acción focalizada en
mí, no en el otro. Como cuando muy agudamente alguien me dijo en un debate: es
perfectamente coherente que Gabriel piense que la praxeología es compatible con
el Cristianismo, porque él va a obtener su beneficio en el cielo.
Detengámonos en esto.
Hace mucho tiempo, en la sala de profesores de la Unsta, le ofrecí un café a un
prestigioso y consumado escriturista. El me dijo “gracias” y lo le dije “no
Padre, no lo hago por usted, sino por mis tesoros en el cielo”. El sacerdote en
cuestión, conocedor de tooooooooooooodas las discusiones al respecto, se rió
con ganas. Entendió perfectamente.
¿Qué entendió? Que si
el objetivo de mi acción sigo siendo yo, no hay amor al otro en tanto otro, aunque yo “done” todos
mis bienes y ofrezca mil cafés. El amor cristiano es un amor de donación, donde
la mirada está concentrada en el otro… En tanto otro. Cuando hago algo por
alguien, es por ese alguien, no es por mí. Ahora
bien, ello redunda en mí, sí, porque la acción buena me perfecciona como
persona. Pero no es ese el fin de la acción: el fin de la acción es el otro.
Razonar, por ende, con
una lógica de costo-beneficio de mercado para toda acción humana es una mala
interpretación de la praxeología de Mises y el error antropológico de todos los
economistas que han querido llevar el análisis micro a dimensiones de la acción
humana que tienen que ver con la donación.
¿Cuál es mi diferencia
con muchos colegas católicos y cristianos, por ende? Que ellos creen que la
donación es algo que pasa por el estado. Cómo
han podido creer que el estado puede obligar a alguien a donar, es un misterio
más grande que la mente de Dios.
Mientras tanto, el
hereje soy yo.
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