Hace poco vi un video sobre “por
que es difícil hacer amigos en Japón”, y el latino en cuestión que hablaba
demostró cuán difícil le era entender dónde estaba. Dio la misma razón se afirma
habitualmente para ambientes anglosajones: que son fríos.
¿Fríos? Yo me pregunto si un ser
humano puede ser frío, y respondo: no. Todos tienen pasiones y sentimientos.
Todos sienten amor, odio, ira, alegría, todos tienen ganas de abrazar, ganas de
matar, todos sienten dolor por la traición, todos se mueren de amor por un
bebé. Todos.
Sencillamente, hay algunas
culturas, como las criticadas por las latinas, que han aprendido a custodiar
algo que nosotros no: la intimidad.
¿Es fácil hacer amigos en
Argentina? Oh, claro, seguro que sí. Todos te reciben y te tratan como si
fueras el hermano de toda la vida. Qué lindos los abrazos, los besos, el “entrar
en confianza”. Pero el problema es que eso es más hipócrita de lo que
suponemos. No sólo vienen los comentarios por atrás, las maledicencias mientras
te llenan de abrazos, las traiciones posteriores, tan efusivas como el abrazo
inicial, sino que aunque no pase nada de ello, hay algo que queda expuesto
desde el principio: la intimidad personal.
No se debe invadir el fondo del
corazón del otro. Hay que llegar lentamente, hay que ir pidiendo permisos, hay
que ir mostrando nuestro sacrosanto respeto, para que el templo de lo más
íntimo del otro se vaya develando. Lleva su tiempo, lleva sus caminos de
diálogo, de pruebas de nuestra sinceridad, de mostraciones permanentes en
nuestro mirar y en nuestro hablar, que ratifiquen que no vamos a agarrar al
corazón del otro y hacerlo pedazos como una basura que sólo merecería el
descarte.
Y para eso hay normas de etiqueta.
Nos pueden parecer frías, pero eso es no entender la naturaleza humana. El
pudor no es una moralina sexual. Es taparse, precisamente, porque desconocemos
si el otro nos respet a en tanto nosotros o no. Es abrirse lentamente en la
medida que descubramos el corazón limpio del otro. Es saber que hay cosas que
no pueden ser públicas porque la mirada de los otros puede ser malvada, cruel,
hiriente.
Cuando no lo sabemos, estamos desprotegidos.
Ciertas culturas –como ciertas costumbres de algunos porteños (no todos)- pueden parecer cálidas al
principio, pero en verdad estamos desprotegidos. El otro cree que tiene el
derecho a tratarte desde el principio como si fueras directamente una especie
de hermano gemelo, y la realidad es que no es así. Y es tan NO así que luego
vienen las grandes peleas: ¿cómo, vos no eras mi amigo? No, la verdad es que no
lo eras y nunca lo fuiste. Así de triste.
Las formas, las proper manners anglosajonas o las normas
de etiqueta japonesas, que tanto nos cuesta entender, tienen como función cultural la protección de la intimidad. Cuando
finalmente hay amistad, es más en serio, mas cálida en verdad, porque el fondo
del corazón puede realmente descansar. Las juegos de lenguaje forman parte de
esa etiqueta. Aquí en Guatemala, que es una cultura latina, pero no “canchera y
confianzuda”, tiene un Español lleno de
delicadísimas formas que lejos están de la hipocrespía, sino que son formas de
convivir precisamente con el que no conocemos; formas que nos protegen del
conocimiento disperso, como diría Hayek. Pase
adelante, para servirle, qué manda, no tenga pena, fíjese que (para no decir
directamente que no), etc…
Hay juegos de lenguaje de algunos argentinos
que lo que tienen por detrás es una agresividad latente por más que digan que
ya están acostumbrados. Che boludo, boludo,
che tarado, qué hacés papá, dale tarado, no seas pelotudo, etc., y todas
dichas desde el ppio, sin mediación, sin aviso, en medio de las palmadas en la
espalda. Claro, van luego a EEUU –y ni que hablar de Japón- y no entienden
nada. Pero qué fríos que son estos tipos. Hay que portarse bien, claro –el porteño
tiene terror al ridículo- pero qué aburrido no? ¡Volvamos por favor, a ver si
nos agarramos a las piñas con alguien o nos morimos!!!!
La intimidad, los amigos
verdaderos, son muy pocos, y está perfectamente bien que sea así. Para los
demás, está la cordialidad en el trato, las palabras amables, totalmente
compatibles con la sinceridad cuando hay un corazón respetuoso. La intimidad es
un templo sagrado. El que no lo entiende es como el general romano que entró
con su caballo al templo de Israel. Frente al horror, seguramente contestaba
“y a vos qué te pasa?”
1 comentario:
Muy buena reflexión, mueve a pensar.
Publicar un comentario