La noticia de una eventual visita de Hebe de Bonafini a Bergoglio ha
despertado ya una gran polémica. Para no ser menos y contribuir a la confusión
reinante, vamos a hacer algunas reflexiones sobre el tema.
Ante todo, vamos a analizar lo que van a decir los defensores de Bergoglio.
Que él hace lo que hace Jesucristo, que se reunía con todos y estaba con todos.
Veamos, pues, los casos más importantes de visitas de grandes personajes de
la farándula política de entonces al Vaticano de Jesucristo.
Ante todo, la parábola de la oveja perdida:
“Muchos recaudadores de impuestos y pecadores se acercaban a Jesús para
oírlo, de modo que los fariseos y los maestros de la ley se pusieron a
murmurar: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos.» Él entonces
les contó esta parábola: «Supongamos que uno de ustedes tiene cien ovejas
y pierde una de ellas. ¿No deja las noventa y nueve en el campo, y va en busca
de la oveja perdida hasta encontrarla? Y cuando la encuentra,
lleno de alegría la carga en los hombros y vuelve
a la casa. Al llegar, reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: “Alégrense
conmigo; ya encontré la oveja que se me había perdido.” Les
digo que así es también en el cielo: habrá más alegría por un solo pecador que
se arrepienta, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse.”
Como vemos, la oveja
está perdida, es el pecador que se arrepiente.
Veamos ahora el caso de
Jusucristo comiendo con pecadores y recaudadores de impuestos:
“Al ver los escribas de los fariseos que El comía con
pecadores y recaudadores de impuestos, decían a sus discípulos: ¿Por qué El
come y bebe con recaudadores de impuestos y pecadores? Al oír esto, Jesús les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de
médico, sino los que están enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a
pecadores.”
Es claro que Juscristo tiene claro que come
con pecadores, a lo cual se agrega, como si fuera equivalente –qué interesante-
la categoría de recaudadores de impuestos. El come con enfermos que tiene que
sanar, o sea con pecadores. Jesucristo considera pecadores a sus comensales,
pecadores para los cuales él es fuente de redención.
El caso
del hijo pródigo también es claro en ese sentido: “Un hombre tenía dos hijos. El más joven le dijo:
‘Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde.’ Y el padre repartió
los bienes entre ellos. Pocos días después, el hijo menor vendió su parte y se marchó lejos, a
otro país, donde todo lo derrochó viviendo de manera desenfrenada. Cuando
ya no le quedaba nada, vino sobre aquella tierra una época de hambre terrible y
él comenzó a pasar necesidad. Fue a pedirle trabajo a uno del lugar, que
le mandó a sus campos a cuidar cerdos. Y él deseaba llenar el estómago de
las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Al fin se puso a pensar:
‘¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras
que aquí yo me muero de hambre! Volveré a la casa de mi padre y le diré:
Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco llamarme tu hijo: trátame
como a uno de tus trabajadores.’ Así que se puso en camino y regresó a
casa de su padre. Todavía estaba lejos, cuando su padre le vio; y sintiendo
compasión de él corrió a su encuentro y le recibió con abrazos y besos. El hijo le dijo: ‘Padre,
he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco llamarme tu hijo.’ Pero
el padre ordenó a sus criados: ‘Sacad en seguida las mejores ropas y vestidlo;
ponedle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traed el becerro cebado
y matadlo. ¡Vamos a comer y a hacer fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha
vuelto a vivir; se había perdido y le hemos encontrado!’ Y comenzaron, pues, a
hacer fiesta”.
Nuevamente parece claro
que el hijo pródigo tiene claro que ha pecado contra el cielo y contra su
padre, se reconoce pecador y vuelve implorando, curiosamente, justicia, y se
encuentra en cambio con la misericordia de su padre. Es más, por ese pecador
arrependito hay una fiesta, que produce celos a quien supuestamente no era
pecador.
Lo mismo sucede con el
fariseo y el publicano:
“….Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro
publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios,
te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos,
adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a
la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano,
estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba
el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro;
porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será
enaltecido.
Es claro que será
enaltecido quien se reconoce como pecador, no el que NO reconoce sus pecados.
Lo mismo con el
famoso Zaqueo: “…….. Jesús entró en Jericó. Allí vivía Zaqueo, un hombre muy rico que
era jefe de los cobradores de impuestos. Zaqueo salió a
la calle para conocer a Jesús, pero no podía verlo, pues era muy bajito y había
mucha gente delante de él. Entonces
corrió a un lugar por donde Jesús tenía que pasar y, para poder verlo, se subió
a un árbol de higos. Cuando Jesús pasó por allí, miró hacia arriba y le dijo:
«Zaqueo, bájate ahora mismo, porque quiero hospedarme en tu casa.» Zaqueo
bajó enseguida, y con mucha alegría recibió en su casa a Jesús. Cuando
la gente vio lo que había pasado, empezó a criticar a Jesús y a decir: «¿Cómo
se le ocurre ir a la casa de ese hombre tan malo?» Después de la comida, Zaqueo
se levantó y le dijo a Jesús: Señor, voy a dar a los pobres la mitad de todo lo
que tengo. Y si he robado algo, devolveré cuatro veces esa cantidad. Jesús
le respondió: Desde hoy, tú y tu familia son salvos, pues eres un verdadero
descendiente de Abraham. Yo, el Hijo del hombre, he
venido para buscar y salvar a los que viven alejados de Dios.”
Es evidente que la salvación de Zaqueo y su familia viene de su
cambio de actitud, de su verdadera conversión, o sea, nuevamente, de reconocerse
como pecador ante Jesús.
El caso del diálogo con la samaritana es igual: “…Vino una mujer
de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. Pues
sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer. La
mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que
soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí. Respondió
Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame
de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva. La
mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde,
pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que
nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y
sus ganados? Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que
bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo
le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una
fuente de agua que salte para vida eterna. La mujer le
dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla. Jesús
le dijo: Ve, llama a tu marido, y ven acá. Respondió la
mujer y dijo: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque
cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho
con verdad. Le dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros
padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar
donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer, créeme, que
la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros
adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación
viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es,
cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad;
porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu;
y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. Le
dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga
nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: Yo soy, el
que habla contigo.”
Este caso es muy particular, porque mujer reconoce a Cristo como
profeta luego que este último le desnuda ante ella su vida interior. La mujer
no defiende su estilo de vida, sino que reconoce que hay un salvador que habrá
de venir, ante lo cual –dichosa ella- responde Cristo: “Yo soy, el que habla
contigo…”.
Y, finalmente, la mujer adúltera: “…los escribas y los fariseos le
trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron:
Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y
en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas
esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el
suelo, escribía en tierra con el dedo. Y
como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros
esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose
de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero
ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando
desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que
estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a
nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban?
¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces
Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más”.
De vuelta, lo mismo: este memorable ejemplo de sabiduría y
misericordia termina con esta expresión: “ve y no peques más”. Jesucristo,
primero, ha negado autoridad moral a los condenadores, y él mismo, que sí la
tenía, la convirte en misericordia, la cual no niega, sino que requiere conceptualmente,
el pecado cometido.
En todas estas parábolas y episodios, encontramos varias cosas que
siempre se cumplen. La primera y fundamental es que Cristo se reúne con
pecadores que se reconocen como tales. Su misericordia es concomitante a la
verdad: la verdad de su condición de pecadores y la verdad de su condición de
redentor. Porque, a su vez, él siempre se presenta como lo que es, lo que él va
revelando hasta el último momento en el que habla por la cruz: que él es
Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios Vivo, el Redentor, el que ha venido a
salvar, no a condenar, ante el cual, por ende, no vale presentarse sino como
arrepentido, y por eso el publicano es exaltado y el fariseo es humillado, y
por eso Cristo se enoja con los hipócritas pero no con los que reconocen
sinceramente su pecado.
La “imitación de Cristo” en este tema tiene, para nosotros,
los sólo humanos, características especiales. Primero, en una sociedad con libertad
religiosa y laicidad de estado, los católicos estamos acostumbrados a convivir
con personas de diferentes credos y actitudes vitales, ante los cuales
mostramos siempre nuestro corazón abierto a la amistad. NO como táctica, no
como proselitismo, sino por la amistad
por la amistad misma, porque el amor del cristiano a los demás es incondicional.
Ello implica, sí, que si el otro se abre al diálogo de su intimidad, entonces,
con ese permiso para aterrizar en delicada pista, sí podemos hablar de nuestra
Fe, pero la prédica de nuestra Fe no es condición para la amistad.
Ello implica que convivimos con toda sencillez y sin ninguna
táctica con personas cuyo estilo de vida es contrario a nuestra Fe, sin que
ello signifique aprobación o indiferencia, sino sencillamente respetar la
conciencia del otro y saber que nunca la Fe puede imponerse por la fuerza, ni
física ni lingüística. Y saber, además
–esto es fundamental- que conforme al propio Cristo NO debemos, ninguno de
nosotros, juzgar la conciencia subjetiva del otro.
Ahora bien, hay convivencias y convivencias. Aún con toda nuestra
amistad y con todo nuestro corazón abierto al otro, hay convivencias que, según
ciertas circunstancias, pueden resultar en ocación de escándalo para los demás.
Yo no puedo ir a un bar conocido públicamente como de cierta clase de
costumbres como si nada, aunque sí pueda ir en carácter de médico, de psicologo
o de sacerdote, y ello en principio tiene que estar claro para los demás,
excepto circunstancias heoricas donde uno deba sacrificar el propio nombre.
Di un ejemplo, nada más, de una norma general, cuya aplicación es
prudencial y por lo demás no podemos en este momento hacer casuística. Pero
como vemos nunca fue el caso de Jesucristo, donde nunca hubo confusión alguna.
Por lo demás, los jefes de estado, actualmente, se ven obligados,
por la propia naturaleza del cargo, a hacer diplomacia, y tiene que encontrarse
muchas veces, para evitar un mal menor, con verdaderos tiranuelos psicopáticos
ante quienes lo mejor sería absolutamente huir o callar, como Jesús ante Herodes, com quien, recordemos, Jesús NO dialogó. Pero
lo que hacen se explica por su función.
Ahora bien, hace décadas que el Pontífice es Jefe de Estado. Por
lo tanto debe hacer diplomacia y encontrarse con embajadores, presidentes, etc.
Qué horror. Hace rato que escribí que el Estado del Vaticano, en nombre
precisamente de Jesucristo, el Pontificado y la Iglesia Católica, debería ser
sencillamente eliminado. ¿Lo ven a Jesucristo haciendo diplomacia? ¿Dando un
discurso de bienvenida a Herodes? ¿Teniendo largas conversaciones con Pilatos
sobre la política internacional romana? ¿Dónde está, en la diplomacia, la
imitación de Cristo?
Pero no volvamos ahora a ese debate. Comprendamos a los pontífices
que han tenido que tragarse algunos sapos por esa función. Juan Pablo II
recibió a Arafat. Posiblemente estaba convencido de que hacía bien. Podríamos
seguir dando lindos ejemplos de algo que es humano damasiado humano….
Pero ello implica, necesariamente, estar en el medio de la línea
del escándalo, según sean nuestras lecturas políticas de la realidad social. O
sea, esa función diplomática de los pontífices los pone en el centro de obvios
debates que necesariamente se van a dar, según el personaje en cuestión sea más
o menos pasable para los diversos interesados en la cuestión.
De todos modos hay una distinción que me resulta extraña. No he
visto a ningún pontífice reunirse con el Director de Abortos Mundiales, o con
el Jefe de Abusadores Unidos de Niños, o con el Director de la Oficina Mundial
de Corruptos. En esos casos parece haber un línite. Sin embargo sí se han
reunido con líderes que han hecho del asesinato su modus operandi habitual.
Con ello han cruzado una línea peligrosa
que, si no existiera el Estado del Vaticano, no debería haber sido cruzada
nunca.
Por lo tanto los pontífices eligen, en esos casos –dije en esos
casos- con quién reunirse y con quién no según sus particulares opiniones
políticas del momento. Pueden haber tenido razón o no, pero no es una cuestión
de dogma, ni de caridad ni nada por el estilo. A Juan Pablo II le gustaba la
política. Se reunió con Reagan para hacer alianza ante los soviéticos. Pudo
haber estado muy bien. Pero era una función ajena a la naturaleza misma de la
Iglesia, que es más bien denuncia profética y martirio.
Por lo tanto, en la reunión de un pontífice actual con “alguien”
hay un mensaje. Siempre hay un mensaje. Puede ser la misericordia. Pero puede
ser también que considere que el “alguien” en cuestión NO está detrás de la
línea que ellos consideran in-franqueable incluso por razones diplomáticas.
Hebe de Bonafini, ¿en qué lugar de la lína se encuentra? Si
Bergoglio la recibe, es obvio que en el “más acá”, o sea en aquellos que, a
pesar de sus defectos, “pueden pasar”, porque NO serían ocasión de escándalo
públco.
Y ese es el debate en el que
necesariamente se introduce todo sumo pontífice cuando recibe a cualquiera en
el actual estado del vaticano.
Dabate, esto es, un tema que no es de Fe. Para mi, Hebe de
Bonafini es el símbolo de la reivindicación de la violencia y la crueldad de la
guerrilla marxista, de la hipocresía y la mentira en la defensa de los derechos
humanos, de la indefendible defensa de Irán y el ataque a las torres gemelas,
del atropello total a las instituciones republicanas, del robo y la corrupción
en sus propias instituciones, etc.
Pero todo eso, para Bergoglio, no parece estar en la línea de los
abusadores de niños, las clinicas abortitas o los corruptos. Parace ser una
mera cuestión política perdonable en aras del diálogo, la conciliación, etc.
Pero él tiene que saber que para muchos argentinos Hebe de
Bonafini es el símbolo de la violencia hecha política, y que por más pontífice
que él sea, no sólo no vamos a cambiar de opinión sino que nos vamos a escandalizar
mucho más. Y que si la quiere recibir,
que sea él en su condición de sacerdote y ella en su condición de ser humano
pecador. O sea, en el confesionario. No hay otro lugar.
Por lo tanto no me vengan con la misericordia porque como ven no
se trata de eso. Tampoco me vengan con Jesucristo que como vemos recibía y
estaba con todos los pecadores en función
de tales. No me vengan con Jesucristo, dos, porque como ven Jesucristo no
hacía diplomacia, ni jugaba a la política ni creo que la politiquería argentina
hubiera invadido su santo territorio.
“……..¡Ay de vosotros, escribas y fariseos,
hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera
lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda
inmundicia.”
Eso sí es Jesucristo.
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