En 1900 aparece la primera gran
obra de Husserl: Investigaciones Lógicas.
Allí, de la mano de Brentano, heredando una línea que se había dado en la
escolástica, 2da. escolástica, Frege y Bolzano, Husserl distingue entre los
productos de los actos de pensamiento y estos últimos, para refutar al
psicologismo de Mill que afirmaba que el principio de no contradicción era un
hábito mental y nada más.
Pero al final de esa obra,
Husserl se da cuenta de que ese puede ser el nacimiento de una nueva manera de
hacer filosofía en un fin de siglo XIX atrapado entre el neokantismo, el
positivismo, el idealismo alemán y el historicismo. O sea, distinguir entre el
acto subjetivo de pensar, noesis, y
el contenido objetivo de ese acto de pensar, o sea lo pensado, el noema, era la clave para evitar caer en
un relativismo que impidiera un conocimiento “objetivo” en ese sentido. Ese fue
el mensaje principal de Ideas I, de 1913.
Para lograr la objetividad del
contenido del pensamiento, había que poner entre paréntesis la existencia
concreta de las cosas, que no era el acto de ser de Santo Tomás, sino lo indefinidamente
concreto en relación a la esencia concebida en sí misma. (Que no es nada TAN diferente a
la esencia concebida en sí misma, que Santo Tomás admitía perfectamente).
Pero a Husserl se le ocurre
llamar eso “idealismo trascendental”, y para qué. ¡Idealista!!!! Fue inútil su aún desatendida aclaración en el epílogo
de Ideas I, donde con toda razón protesta sobre cómo se pudo confundir ello con
el idealismo psicológico que hacía depender la existencia concreta de las cosas
de un acto de pensamiento. Se quedó sólo. Los tomistas lo ignoraron y además,
retrospectivamente, lo comenzaron a acusar de idealista, y conozco uno, sólo
uno, que incorpora Husserl a Santo Tomás en una síntesis (Francisco Leocata) y
no sólo en un condescendiente “no estaba
tan mal” o porque les llega algo de la fenomenología del cuerpo o de los
valores. Los positivistas, ni hablar. Y su discípulo Heidegger estaba muy
metido ya en su conflicto con el logos como para seguirlo y eso fue clave como
para que la filosofía continental posterior no pudiera volver a Husserl allí
donde Husserl la había dejado.
En 1927 –cuatro años después de
Ser y Tiempo- Husserl publica Meditaciones
Cartesianas, donde en el cap. V toca el tema de la intersubjetividad, donde
la realidad del otro en tanto otro quedaría incorporada como el salto a la
realidad externa al propio yo. Se expande el diagnóstico de Ricoeur según el
cual esa intersubjetividad cumple el rol que Dios tenía en la filosofía
cartesiana: aquello por el cual el mundo externo queda demostrado como
existente. Para colmo la noción de mundo, superadora de todo ello, es trabajada
muy intensamente en su último y gran libro La
Crisis de las Ciencias Europeas, la gran crítica al neopositivismo sin
tener que seguir los avatares marxistoides de la Escuela de Frankfurt, pero
queda olvidado como el libro por el cual Husserl pretendía seguir a su gran
discípulo Heidegger. Otra gran injusticia, un disparate total, pero así de
injusta es a veces la historia de la filosofía.
La verdad es que Husserl no se
levanta un día de 1927 y “descubre” la intersubjetividad. Esta última estaba
siendo trabajada desde sus clases y lecciones de 1910 en adelante, donde ya se
manejaba la noción de “mundo circundante” que va evolucionando hacia mundo como
intersubjetividad, cuya historicidad es trabajada ya en Experiencia y Juicio, escrito entre 1919 y 20 pero no publicado,
lamentablemente, hasta después de su muerte. La noción de intersubjetividad aparece otra vez muy bien
tratada en Ideas II, sobre todo para
antropología filosófica y para filosofía de las ciencias sociales pero, de
vuelta, queda casi en manuscritos sueltos si no fuera por la paciente labor de
sus alumnos Ludwig Landgreve y Edith Stein.
La intersubjetividad no es
simplemente otro puente cartesiano para un mundo externo puesto verdaderamente
en duda. Es un planteo radical de la realidad misma, donde la relación con el
otro re-plantea la noción misma de realidad y de conocimiento, que lleva a
trascender la dialéctica entre sujeto y mundo externo, aunque Husserl siguiera
hablando de subjetivo y objetivo para referirse a la noesis y al noema. La
superación entre sujeto y objeto cartesiano no es un logro de Heidegger, por
ende, sino de su maestro, que su discípulo mezcla luego con su propio conflicto
luterano con el logos escolástico, confundiendo con ello a gran parte de la
filosofía europea, al fabricar con ello todo el postmodernismo posterior, del
cual se salva Gadamer en la medida que sea reinterpretado desde Husserl como
núcleo central de la noción de horizonte.
Husserl es, pues, la madurez del
realismo, donde el “mundo de la vida” es la realidad radical cuyo análisis
implica luego el giro hermenéutico (conocer es comprender), lingüístico (hablar
es vivir los juegos de lenguaje que son en el mundo de la vida) y
epistemológico (las ciencias tienen incorporadas ya las nociones básicas del
mundo de la vida donde son concebidas). Ortega cita y a la vez trata de
distanciarse de Husserl pero su famoso yo
y su circunstancia, que todos creyeron entender, no era sino la traducción castiza
del mundo intersubjetivo husserliano. La filosofía de la ciencia también ignoró
a Husserl pero el giro histórico introducido por Koyré, Kuhn, Lakatos y
Feyerabend no es sino advertir el mundo, el horizonte filosófico en el cual y
desde el cual emergió eso tan extraño, y que damos por dado, que se llama
ciencia en Occidente.
Husserl es el gran re-conductor
de la filosofía occidental. Back to Husserl o en el postmodernismo morirás,
filosofía. Algunos ya están contentos con ese certificado de defunción. Pero yo
no. No solamente no estoy en ningún funeral sino que estoy viendo el
renacimiento de la mejor metafísica de Santo Tomás de Aquino en el otro, en la
intersubjetividad, porque la finitud pasa por la experiencia de la finitud de la vida como mundo de la vida o se
pierde en la biología más obvia.
La filosofía nace en un acto de
misericordia en el cual salimos de la modorra y advertimos al otro. Y en ese otro confluyen, en un
replanteo nuevo, la gnoseología, la metafísica, la antropología y la ética. Es
una nueva etapa. Es la vuelta a la filosofía como razón, como certeza vital,
como sabiduría existencial; es el abandono del escepticismo erudito y de la existencia inauténtica disfrazada de ponencia académica. Y esa vuelta tiene un padre: Edmund Husserl.
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