(Cap. 6 de mi libro JudeoCristianismo, Civilización Occidental y Libertad, Instituto Acton, 2018).
El discurso en La Sapienza
Aquí
tenemos otro síntoma: el discurso de Enero a 2008 a La Sapienza[1]
no sólo no pudo ser dirigido a sus muy tolerantes profesores, que impidieron la
visita de Benedicto XVI, sino que además tampoco fue escuchado en absoluto por
católicos encerrados en sus pequeños paradigmas ideológicos de izquierda y
derecha.
Este discurso es el paso de la potencia al
acto de esa nueva interpretación de Santo Tomás que propuse y de cómo
presentarlo al mundo moderno, algo que Benedicto XVI prosiguió haciendo en todo
su pontificado bajo oídos sordos de la Iglesia y el mundo, que no están en condiciones
de entenderlo.
A pesar de la
intolerancia de los “intelectuales” de La Sapienza –sapienza, justamente– el
discurso, gracias a Dios, no a ellos, quedó escrito, como un programa de acción
que hoy debemos rescatar.
Se pregunta
Benedicto XVI, retóricamente, que tiene que ir a hacer un Papa a una
universidad, esto es, en nombre de qué razón va a hablar, si supuestamente
habla desde una fe sin razón: “…surge
inmediatamente la objeción según la cual el Papa, de hecho, no hablaría
verdaderamente basándose en la razón ética, sino que sus afirmaciones
procederían de la fe y por eso no podría pretender que valgan para quienes no
comparten esta fe”.
Pero
entonces hay que replantear el tema de la razón: “Deberemos volver más adelante
sobre este tema, porque aquí se plantea la cuestión absolutamente fundamental: ¿Qué es la razón? ¿Cómo puede una
afirmación –sobre todo una norma moral– demostrarse “razonable”? En este punto, por el
momento, sólo quiero poner de relieve brevemente que John Rawls, aun negando a doctrinas religiosas globales el carácter de
la razón “pública”, ve sin embargo en su razón “no pública” al menos una
razón que no podría, en nombre de una racionalidad endurecida desde el punto de
vista secularista, ser simplemente desconocida por quienes la sostienen”.
O
sea, comienza con algo que refuta las injustas acusaciones que se hicieron a
Benedicto XVI. Para responder la pregunta comienza citando a John Rawls, algo
que los lefebvrianos seguramente no hubieran hecho. Lo elogia, por un lado,
recordando que Rawls ve algo de racionalidad en las doctrinas metafísicas que no podrían integrar la razón pública, y
recuerda al mismo tiempo esa noción rawlsiana de razón pública: aquella que
puede ser un punto en común entre ciudadanos que en metafísica y religión no
podrían entenderse.
Pero
entonces, va respondiendo lentamente a la acusación de que las posiciones
metafísicas y religiosas no podrían formar parte de una razón pública. O sea,
de que no son “razones”. Y para ello recuerda nuevamente los inicios del
Cristianismo y de la Patrística, donde se da el diálogo entre razón y fe: “…los
cristianos de los primeros siglos… Acogieron su fe no de modo positivista, o
como una vía de escape para deseos insatisfechos. La comprendieron como la disipación de la niebla de la religión mítica
para dejar paso al descubrimiento de aquel Dios que es Razón creadora y al
mismo tiempo Razón-Amor. Por eso, el
interrogarse de la razón sobre el Dios más grande, así como sobre la
verdadera naturaleza y el verdadero sentido del ser humano, no era para ellos una forma problemática de
falta de religiosidad, sino que era parte esencial de su modo de ser
religiosos. Por consiguiente, no necesitaban resolver o dejar a un lado el
interrogante socrático, sino que podían, más aún, debían acogerlo y reconocer
como parte de su propia identidad la búsqueda fatigosa de la razón para
alcanzar el conocimiento de la verdad íntegra. Así, en el ámbito de la fe
cristiana, en el mundo cristiano, podía, más aún, debía nacer la universidad”.
(Las itálicas son nuestras).
O
sea, las preguntas de la razón son parte
esencial de su modo de ser religiosas, esto es, Judeocristianos. Y
precisamente por ello, con los siglos, nace la universidad, institución
esencial en la historia de Occidente que debe su origen al Cristianismo.
Saltando
por un momento al presente, Benedicto XVI hace algo que tampoco ningún
“conservador” se habría atrevido a hacer: elogia a Jürgen Habermas: “un salto
al presente: es la cuestión de cómo se puede encontrar una normativa jurídica que
constituya un ordenamiento de la libertad, de la dignidad humana y de los
derechos del hombre. Es la cuestión que nos ocupa hoy en los procesos
democráticos de formación de la opinión y que, al mismo tiempo, nos angustia como cuestión de la que depende
el futuro de la humanidad. Jürgen Habermas expresa, a mi parecer, un amplio
consenso del pensamiento actual cuando dice que la legitimidad de la
Constitución de un país, como presupuesto de la legalidad, derivaría de dos
fuentes: de la participación política igualitaria de todos los ciudadanos y de
la forma razonable en que se resuelven las divergencias políticas. Con respecto a esta "forma
razonable", afirma que no puede ser sólo una lucha por mayorías
aritméticas, sino que debe caracterizarse como un "proceso de
argumentación sensible a la verdad" (wahrheitssensibles
Argumentationsverfahren)… Yo considero significativo el hecho de que
Habermas hable de la sensibilidad por la verdad como un elemento necesario en
el proceso de argumentación política, volviendo a insertar así el concepto de
verdad en el debate filosófico y en el político”.
O
sea, rescata la idea central de la filosofía del diálogo de Habermas, donde
diálogo no es lucha de intereses, o luchas dialécticas entre mayorías y
minorías, sino un proceso para alcanzar el
entendimiento con el otro. Razón es comprender. No es calcular ni negociar…
Pero
entonces vuelve al s. I. “Pero entonces se hace inevitable la pregunta de
Pilato: ¿Qué es la verdad? Y ¿cómo se la reconoce? Si para esto se remite a la
“razón pública”, como hace Rawls, se plantea necesariamente otra pregunta: ¿qué
es razonable? ¿Cómo demuestra una razón que es razón verdadera?”
Y
luego de algunas consideraciones sobre la evolución de la universidad como
institución, coloca a Santo Tomás como modelo de diálogo entre razón y fe para
contestar la pregunta: “… Históricamente, es mérito de santo Tomás de Aquino –ante la diferente respuesta de los Padres a causa de
su contexto histórico– el haber puesto de
manifiesto la autonomía de la filosofía y, con ello, el derecho y la
responsabilidad propios de la razón que se interroga basándose en sus propias
fuerzas”.
Pero
esto podría ser leído como un racionalismo en Santo Tomás. Para despejar esa
duda, Benedictino XVI presenta su relación entre razón y fe como la de un
teólogo, precisamente como lo habíamos interpretado antes: “… Yo diría que la
idea de santo Tomás sobre la relación entre la filosofía y la teología podría
expresarse en la fórmula que encontró el concilio de Calcedonia para la
cristología: la filosofía y la teología deben relacionarse entre sí “sin
confusión y sin separación”. “Sin confusión” quiere decir que cada una de las dos
debe conservar su identidad propia. La filosofía debe seguir siendo
verdaderamente una búsqueda de la razón con su propia libertad y su propia
responsabilidad; debe ver sus límites y precisamente así también su grandeza y
amplitud. La teología debe seguir sacando de un tesoro de conocimiento que ella
misma no ha inventado, que siempre la supera y que, al no ser totalmente
agotable mediante la reflexión, precisamente por eso siempre suscita de nuevo
el pensamiento. Junto con el “sin
confusión” está también el “sin separación”: la filosofía no vuelve a comenzar
cada vez desde el punto cero del sujeto pensante de modo aislado, sino que se
inserta en el gran diálogo de la sabiduría histórica, que acoge y desarrolla
una y otra vez de forma crítica y a la vez dócil; pero tampoco debe cerrarse
ante lo que las religiones, y en particular la fe cristiana, han recibido y
dado a la humanidad como indicación del camino” (Las itálicas son
nuestras).
Esto
es, el “sin separación” implica que la razón razona en Santo Tomás asumida
desde la Gracia y elevada desde la Gracia. Y por ello puede ser al mismo tiempo
Fe (por la Gracia de la Fe) y razón, con algo esencial a la razón: su capacidad
de comunicarse con los demás y por ende ser “pública”: “es verdad que la
historia de los santos, la historia del humanismo desarrollado sobre la base de
la fe cristiana, demuestra la verdad de
esta fe en su núcleo esencial, convirtiéndola así también en una instancia para
la razón pública. Ciertamente, mucho de lo que dicen la teología y la fe
sólo se puede hacer propio dentro de la fe y, por tanto, no puede presentarse
como exigencia para aquellos a quienes esta fe sigue siendo inaccesible. Al mismo tiempo, sin embargo, es verdad que
el mensaje de la fe cristiana nunca es solamente una “comprehensive religious doctrine” en el sentido de John Rawls,
sino una fuerza purificadora para la razón misma, que la ayuda a ser más ella
misma. El mensaje cristiano, en virtud de su origen, debería ser siempre un
estímulo hacia la verdad y, así, una fuerza contra la presión del poder y de
los intereses”.
O sea, la Fe no es sólo
una Fe exclusiva para los que creen en los dogmas, sino una fuerza purificadora
de la razón misma, esto es, la eleva hasta sus potencialidades máximas
convirtiéndola así en una sensibilidad especial para el diálogo con los demás. O sea, una “razón pública cristiana”, un conjunto de sensibilidades cristianas para
ciertos temas que son relevantes para todo
ciudadano habitante de la ciudad temporal
con sana laicidad.
Sin
esto, el peligro es que “Hoy, el peligro del mundo occidental –por hablar sólo de éste– es que el hombre, precisamente teniendo en cuenta la grandeza de su
saber y de su poder, se rinda ante la cuestión de la verdad”. Y el peligro de
que “la filosofía, al no sentirse ya capaz de cumplir su verdadera tarea, degenere en positivismo; que la
teología, con su mensaje dirigido a la razón, quede confinada a la esfera privada de un grupo más o menos grande.
Sin embargo, si la razón, celosa de
su presunta pureza, se hace sorda al gran
mensaje que le viene de la fe cristiana y de su sabiduría, se seca como un
árbol cuyas raíces no reciben ya las aguas que le dan vida. Pierde la
valentía por la verdad y así no se hace más grande, sino más pequeña. Eso,
aplicado a nuestra cultura europea, significa: si quiere sólo construirse a sí
misma sobre la base del círculo de sus propias argumentaciones y de lo que en
el momento la convence, y, preocupada por su laicidad, se aleja de las raíces de las que vive, entonces ya no se hace más razonable y más pura, sino
que se descompone y se fragmenta (las itálicas son nuestras).
O
sea: la razón no es sólo ciencias
naturales, y la fe no es un ámbito de
creencias sin ninguna razón, y por ende tan incomunicable e intrascendente como
mis gustos para los helados. No: la
razón es razón que deriva en metafísica que a su vez dialoga con la fe, y la fe
es tan razonable que puede dialogar con todos y en ese sentido es pública,
y es entonces la base para el estado
laico vitalmente cristiano del que hablaba Maritain. Esas son las raíces de la razón, sin la cual se seca y se queda
precisamente como la ve el post-modernismo: como nada, como sólo pequeños
relatos incomunicados: “se aleja de las
raíces de las que vive, entonces ya no
se hace más razonable y más pura, sino que se descompone y se fragmenta”.
¿Qué
nos dijo Benedicto XVI en este discurso, que no hemos escuchado en absoluto? Que abandonemos, los creyentes, la
táctica (que ya hemos criticado), imposible y peligrosa, de abandonar nuestra
fe parta hablar con el mundo, desde una supuesta escolástica basada nada más
que en las solas fuerzas de la razón. No, para hablar con el mundo, hay que
presentar nuestra fe como es: como una fe razonable, que tiene mucho que decir
al no creyente, desde un Santo Tomás teólogo, que tiene mucho para decir como
teólogo al no creyente, precisamente porque fue el que más dialogó con una
razón que la Gracia asumió, universalizó, y purificó.
Mientras
no entendamos este mensaje de Benedicto XVI, seguiremos llorando nuestra
ineficacia comunicativa, nuestra tibieza, nuestro temor ante el mundo, del cual
debíamos ser sal, y nos convertimos sin embargo en obsoleta curiosidad y
molestia.
[1]Véase
https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2008/
january/documents/hf_ben-xvi_spe_20080117_la-sapienza.html.
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