sábado, 10 de octubre de 2009

TEXTO PUBLICADO EN EL 2002

Nunca publico en sábado. Simplemente estoy preparando el terreno para lo que saldrá mañana.
Reitero que este texto fue escrito EN FEBRERO DEL 2002.
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PASÓ LO QUE TENÍA QUE PASAR

Por Gabriel J. Zanotti

Publicado en Criterio, nro. 2270, Abril 2002.



Es muy común que, sobre la crisis argentina, una de las primeras cosas que se pregunte es “¿cómo pudo pasar?”. Uno de los objetivos este artículo( 1) es desarrollar una tesis tal ese enfoque cambie. En efecto, nuestra tesis es que ciertas circunstancias histórico-culturales de la Argentina condujeron naturalmente al resultado que hoy todo el mundo contempla con asombro, sin caer por ello, desde luego, en ningún tipo de determinismo histórico, sino utilizando conjeturas generales que en ciencias sociales nos hagan pasar del caos absoluto a una hipotética explicación(2).

Ahora bien, ¿a qué “ciertas circunstancias” nos referimos?
La Argentina fue siempre una cultura autoritaria. Como todas las comunidades emergentes de la colonización española. Ninguna novedad al respecto.
Antes de su organización constitucional (1853), y extinto el Virreinato del Río de la Plata, la Argentina era sencillamente una permanente lucha entre diversos amantes del poder absoluto, llamados caudillos, que buscaban ocupar el espacio dejado por la caída del régimen colonial. La mayor parte de ellos heredaban la concepción del poder de monarquías absolutas con cierta orientación religiosa. Pero, desde Buenos Aires, el poder lo disputaban ciertos líderes con formación en el iluminismo francés, de tipo positivista; lo que Hayek llamaría constructivismo.

Así, desde 1853 en adelante, la organización constitucional argentina significó una especie de “empate” entre dos tradiciones, diferentes en cuanto a la impronta cultural del poder (tradiciones “hispano-católicas” por un lado vs. positivismo laicista y pro-“democrático”, al estilo Rousseau, por el otro) pero coincidentes en que la sociedad se “construye” y se planifica desde el poder hacia los gobernados. Casi nadie tenía la noción anglosajona de derechos individuales, de orden espontáneo, de gobierno limitado. El único que intentó “plantar” algo así, en ese terreno culturalmente hostil, fue J. B. Alberdi, el redactor de la Constitución de 1853. Dicha Constitución intentó ser liberal clásica pero la interpretación que le dieron tanto gobernantes como gobernados (desde el principio) fue muy distinta, creo, a la interpretación que le diera el redactor original.

De todos modos, desde 1853 a 1930 la Argentina logra un período sin guerras civiles y con cierta libertad en materia económica. Sólo esos dos factores producen esa Argentina que después de la 1ra guerra mundial compite con Canadá y Australia en cuanto a nivel de desarrollo económico.

Las circunstancias culturales de fondo, sin embargo, están lejos de ser ese supuesta aplicación del liberalismo clásico, al menos como Hayek lo concibe. El país se estructura tal como el constructivismo iluminista lo prescribe. La educación comienza a ser absorbida drásticamente por el estado (3); la codificación y no el common law es el sistema jurídico; la democracia es sólo una palabra y el fraude y la manipulación electoral es “norma”, al menos hasta 1916, y las culturas indígenas son barridas y aniquiladas brutalmente hacia fines del s. XIX y ppios. del XX.
A pesar de todo eso, ciertos elementos buenos compensan. La inmigración encuentra un gobierno que económicamente los deja hacer y estabilidad de la propiedad y los contratos hace el resto.

Sin embargo, ese “empate” al que nos hemos referido era una bomba de tiempo a punto de estallar. Los militares de 1930 eran sencillamente pro-nazis que querían barrer incluso con la división formal de poderes que hasta entonces regía. De 1930 a 1945 el “factor militar”, de corte nacionalista, con c o con z, según los matices, comienza a mostrar la inestabilidad política latente hasta entonces dormida. Juan Domingo Perón, un militar admirador de Mussolini, no inventa nada nuevo (4) excepto su especial habilidad para ganarse demagógicamente al electorado más manipulable. Encuentra la alfombra cultural desplegada para todo lo que quiere hacer. Y lo hace.
Nunca serán demasiadas las veces que se intente explicar el drama cultural del peronismo, parte de la crisis actual. Perón instaura, de 1945 a 1955, un régimen mussoliniano en lo político y socialista en lo económico. La afiliación al partido es obligatoria, los que verdaderamente se oponen deben exiliarse y, además, toda los servicios públicos son estatizados, toda la industria es protegida, y comienza la inflación y el déficit financiero del presupuesto. La Universidad argentina, hasta entonces verdadera universidad, comienza un camino sin final de degeneración. La adulación al poder, la prepotencia del poder, la soberbia del poder, llegan con su furia cultural más extrema y no se van nunca de las llamadas clases dirigentes argentinas.

En el 55 Perón pierde el poder porque, extrañamente, comete un error: se pelea con la jerarquía elesiástica. No por otra cosa. Eso hace reaccionar a los militares “católicos” y, con ellos, a todo el antiperonismo restante: miembros del partido radical, socialistas democráticos, comunistas, etc.
Esa coalición sustituye a Perón. A partir de ahí, nadie intenta privatizar, ni desregular, ni nada que se le parezca (5). Son antiperonistas porque se oponen a Perón como persona, pero heredan y practican su concepción del poder y la economía.
Vuelvo a insistir en que pocas veces se repara en el drama cultural que esto significa. Es como si en Italia existiera aún un partido mussoliniano, en Alemania un partido Nazi o en España un partido franquista, y como si los demás partidos hubieran copiado sus costumbres. Europa sería hoy lo que era en el 30. Así de simple. Que en Argentina exista, con toda su fuerza política, un partido “peronista”; que muchas y cultas personas se digan peronistas, que estudien y digan practicar la “doctrina” del “líder desaparecido”, que aún canten su adulona, grotesca y promarxista cancioncita (la “marcha peronista”) es una muestra del drama al que me estoy refiriendo y parte de la explicación de la “natural” decadencia argentina.

Pero la historia, a partir del 55, no se detuvo en ese letargo nazifascista. Fue peor. En medio de todas las inestabilidades de partiduchos, militarotes y supuestos civiles ilustrados, los comunistas pro-castristras y demás facciones marxistas intentan tomar el poder. A partir de los 70 siembran el terror. Hoy todos se han olvidado. Asesinan inocentes, ponen bombas, violan todos los derechos humanos que hoy dicen defender. Los nenitos de 20 años que entonces levantaron las armas están hoy en la política y en los medios de comunicación diciendo que lo que hicieron, “en esa época”, estaba bien. Casi logran tomar el poder, con los “peronistas” (¡qué casualidad!) en el poder. Hoy todos lo han olvidado.

Una coalición civil-militar toma el poder en el 76. Excepto su anticomunismo, no tienen idea de nada. No planifican una salida democrática. Reprimen bestialmente, sin ningún límite, a la guerrilla, y la exterminan de igual modo que a principios de siglo se hizo con el indígena. Económicamente siguen con el gasto público, el endeudamiento y la inflación.

En el 82, uno de estos militares iluminados invade las islas Malvinas, con todo el apoyo de la población civil, que lo vitorea en la Plaza de Mayo, y de casi todos los supuestos intelectuales argentinos. Pocos se oponen a semejante locura. Hoy todos lo han olvidado también.

Como consecuencia de semejante locura, y la obvia derrota, los militares dejan el poder y en 1983 la socialdemocracia del partido radical, con R. Alfonsín a la cabeza, gana las elecciones. Se vuelve, al menos, a la formalidad constitucional, y la guerra civil entre guerrilla y militares, al menos en las armas, termina. Pero todo el aparato estatista –en economía, educación, salud, seguridad social- sigue sencillamente intacto.

En 1989 Carlos Menem gana las elecciones. Su persona y su gobierno implicarían todo otro análisis. Por lo pronto digamos que los argentinos de ningún modo votaron a un programa transformador. Si Menem pensaba en 1989 en alguna reforma sustancial de la economía, jamás lo dijo. Ganó sobre la base de decir lo que una cultura autoritaria y estatista gustaba oír.

Después de terribles vacilaciones que duraron 2 años, Menem hace sencillamente tres cosas. Una, restaura relaciones con EEUU, con Gran Bretaña y saca a la Argentina del movimiento de naciones del “tercer mundo”. Dos, privatiza las empresas estatales. Mal: con privilegios, monopolios, protecciones. Tres: deja de emitir moneda para el déficit del presupuesto.

Esas tres cosas, un equivalente a 2 más 2 son 3,5, bastan para que esta argentina mussoliniana y estatista tenga un gran progreso. Pero, claro, el estatismo seguía.
Menem no derogó las regulaciones a la economía “privada”. Tampoco derogó ni rebajó impuestos, sino que los aumentó y extendió. Tampoco derogó la legislación mussoliniana de los sindicatos, impuesta desde Perón y no derogada por nadie. El gasto público siguió aumentando pero ahora el que lo financiaba no era la emisión monetaria sino el FMI, con el obvio crecimiento de la deuda externa. Y se fijó la famosa convertibilidad de 1 a 1. El valor del dólar no depende de la voluntad del gobierno, obvio, pero una repentina amnesia del abc de la economía inundó a los asesores de Menem, casi todos con hermosos doctorados en la Universidad de Chicago y un maravilloso inglés.

Que Menem, al lado de otras opciones, pareciera poco menos que un Reagan, no hace más que mostrar la espantosa decadencia cultural argentina en cuanto a las “demás” opciones.

En 1999, radicales y partidos de izquierda forman una coalición para vencer a Menem. Levantan la bandera de la lucha contra la corrupción, pero ellos jamás habían sacado un mínimo de corrupción en sus respectivos gobiernos estatistas. Sencillamente no le perdonan a Menem la privatización de empresas y se presentan ante la opinión pública como una combinación de Gandhi y la Madre Teresa de Calcuta. El electorado argentino, ingenuo a más no poder, los vota.

De la Rúa, un honesto radical y nada más, es sencillamente superado por las circunstancias. Sigue con el 1 a 1, el FMI, la presión impositiva, un gasto público enorme y ese conjunto de absurdos a los cuales ahora se llama “neoliberalismo”. La situación les explota, a él y a su ministro, en las manos, como la bomba H.
Pero el detalle cultural interesante es cómo se les pudo pasar por la cabeza, a estos técnicos de saco, corbata, inglés, Borges y música clásica, hacer lo que hicieron. Ante la obvia corrida bancaria, reaccionan con el paroxismo del estatismo e impiden por ley el retiro de depósitos.

¿Por qué? ¿Cómo se les pudo ocurrir algo así?

Lean todo este ensayo de vuelta, que Dios quiera esté equivocado, y si está acertado tendrán la respuesta: eran y son culturalmente argentinos. Sencillamente autoritarios. Sencillamente drogadictos del poder.

Lo que siguió, ya se sabe. Lo importante es la interpretación de la historia, porque no hay historia sin interpretación.

Claro, el encerramiento legal de los depósitos (“corralito”) fue la primera medida estatista en décadas que tuvo dos catacterísticas: visible e impopular.
Las personas, por primera vez en décadas, se sintieron robadas y ultrajadas. Menem ya había confiscado las cuentas corrientes en la hiperinflación del 89, pero la “bancarización obligatoria” agregó a esto niveles de crueldad insólitas. La inflación y la presión impositiva, armas que Perón dejó en la cultura, siempre fueron robos, pero las gentes no lo advierten. Ahora, en cambio, cuando el gobierno le dice cuánto puede sacar del banco, sí.

Pero es muy dudoso que las personas que ahora protestan tengan idea de las opciones. Su respuesta emocional no es indicadora de que han leído a Mises o Hayek. Son las mismas personas que votaron y apoyaron, una y otra vez, las medidas estatistas que llevaron a esta tragedia, y las incoherencias que barruntan entre medio de gritos comprensibles no son ningún síntoma de esperanza.

Si hay esperanza, no lo sé. Qué va a pasar, tampoco lo sé. Hay sociedades que sufren espantosos procesos de disolución y luego se recuperan. Otras, no. Alemania se libró de Hitler.
Los argentinos, no.

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(1) Estamos escribiendo estas líneas el 11 de Febrero de 2002. Dada la aceleración de los tiempos políticos en la Argentina, es importante aclarar la fecha.
(2) Ver Popper, K.: La miseria del historicismo, Alianza, Madrid, 1973, cap. IV.
(3) No queremos dar la impresión de estar criticando despectivamente a la idea de escolaridad obligatoria del siglo XIX, muy entendible en su momento. Sólo queremos destacar la tradición estatista que con ello se inicia en el ámbito cultural.
(4) Es verdad que Perón, independientemente de sus ideas fascistas mussolinianas, tomó la bandera de la legislación laboral, cuya aplicación había intentado sin éxito, años atrás, Joaquín V. González.
(5) Por supuesto, había en esa coalición algunos liberales clásicos, que se podían contar con los dedos de una mano, literalmente. Obviamente no fueron escuchados en absoluto ni lograron nada.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente que lo hayas publicado , lo recordaba . Hay mucha ignorancia y pasividad que les es funcional a los malintencionados K. No hay que bajar los brazos .
M.S

Juan Manuel Bulacio dijo...

Me parece interesante complementar el artículo de Gabriel con las notas sobre el autoengaño de el suplemento adncultura de la Nación de hoy. Saludos. JMB

Oscar Alberto Amiune dijo...

Cuando publicaste, Gabriel, la última vez este post, en marzo de 2008, hiciste un comentario duro pero cierto:

«Así que, mi buen amigo, prepárate para lo peor. A estas personas no hay realidad que los frene, porque ellos no ven la misma realidad que vos ves. Lo que ven es la lucha de clases. Cuando todo se les venga abajo, es que la clase dominante habrá triunfado nuevamente. Pero, ¿se les vendrá abajo? Lamento decirte que la decadencia no tiene límites...................................»

(http://gzanotti.blogspot.com/2008/03/pasar-de-vuelta-lo-que-tena-que-pasar.html?showComment=1206907800000#c3359910804898042528).

Anónimo dijo...

A modo de consuelo podemos pensar que en las ultimas elecciones el pueblo voto sabiamente, mas allá de todas las triquiñuelas y engaños K. A mi criterio, es un dato fundamental. Es decir, antes el populismo era acompañado por el pueblo seducido y engañado. Hoy, al menos, el pueblo, la "masa", le dio la espalda, lo cual es un dato esperanzador (aun cuando nuestros impresentables “representantes” sigan cómodos en el papel de felpudos del patrón de turno). Por último, en mi opinión, creo que Perón no llego a ser Hitler ni Mussolini. Si así hubiese sido, hoy (casi) nadie lo reivindicaría. Sus perjudiciales acciones llegaron hasta el límite exacto para evitar ser repudiado masivamente a futuro, permitiendo que el engaño de sus políticas sean reivindicadas permanentemente por mediocres y patéticos dirigentes.
Gabriel, excelente el articulo y muchas gracias por esta columna. Algún día prenderá las nobles ideas y podremos disfrutar de un país mejor, en libertad!!!!!!
Abrazo. Mariano Alvarez

Hugo Landolfi dijo...

Muy claro, realmente. Y desesperanzador. Tendremos que buscar la esperanza en otro lado ;)

Saludos, Hugo