Una mañana, al
estar esperando en un giro a la derecha que me lleva a la entrada del Campus de
la Universidad Austral, un limpiavidrios hizo un excelente trabajo. Limpió
ambos parabrisas con una eficiencia y velocidad asombrosas. No es la primera
vez y ya nos conocemos algo.
Yo pensaba (mientras el
auto se manejaba solo :-) qué bien que encajaría mi nuevo amigo
en las exigencias de la vida académica actual. Podría escribir un magnífico
ensayo en un journal especializado.
Eso sí, ni una palabra de limpiar un centímetro del techo, porque para eso es
necesaria toda otra bibliografía, es otra especialidad y puede aparecer un
referee que la exija.
Las normativas de los journals con referato, indexados, con
sistema de doble ciego (ya ser ciego una vez es un problema….) y qué se yo, se
han convertido en el nuevo dios de la vida académica. Para colmo las
universidades “ranquean” principalmente por el nro. de artículos que sus
profesores publican de ese modo, y de ese ranking viene la publicidad, las
inscripciones, el dinero……
Yo no tengo un rechazo
apocalíptico frente a ello. Ya más de una vez he dicho que esas costumbres se
explican bien por las estudios de Kuhn sobre la sociología de la ciencia. Los
paradigmas se protegen, se auto-encierran, y ello es comprensible. Ese es el
modo en el que se precipita la crisis pero, mientras tanto, larga vida al rey. Por
supuesto todo se ha arruinado a la enésima potencia porque los Estados
monopolizan y vigilan todo ello, pero, aunque todo fuera privado, la tendencia
podría haber sido la misma (aunque habría posibilidades legales de hacer lo
contrario y eso ya es mucho).
Hay heroicas personas
que, aunque sepan que todo ello es síntoma de la racionalidad instrumental y de la barbarie del
especialista profetizada por Ortega, se adaptan a todo ello y tratan de que tal
o cual universidad o revista sobreviva en medio de estos nuevos desiertos,
porque saben en el fondo que lo importante es la línea de pensamiento que está
detrás. Ante esas personas, ante esas existencias estratégicas, mansas como
palomas y astutas como serpientes, no hay más que sacarse el sombrero y
agradecer: a muchos de ellos, otros muchos debemos nuestros puestos y nuestros
sueldos. Conozco a varias de esas personas.
Pero hay un riesgo,
un riesgo terrible: creérsela. Esa expresión es un juego de lenguaje que en
estas lastimadas latitudes usamos para aquellos que creen verdadero aquello de
lo que deberían haberse distanciado. O sea, en medio de los lobos, los corderos
deben ser mansos como palomas y astutos como serpientes. Pero de allí a pasar a
creer que todo eso es muy bueno, y actuar en consecuencia, hay un paso
terrible, que es nada más ni nada menos que convertirse en un lobo más.
Un lobo que además
tiene modales finísimos. Pero por más que el lobo se vista de seda, lobo se
queda. Así, se convierte en funcionario de la más cruel racionalidad
instrumental, y te encierra como las mandíbulas de un cocodrilo sin darse
cuenta, sin culpa, convertido verdaderamente en un psicópata tranquilito.
Matará toda creatividad, toda diversidad, te obligará a ser parte de esa
máquina de producción de ideas muertas y de pasión sumergida en el fondo de la
nada. Eso sí: seguramente alguno de ellos habrá escrito contra la racionalización
del mundo de la vida, citando a Habermas, para luego pasar a ser parte de esa
misma racionalidad instrumental. O como decía mi padre, será como esos
profesores que enseñaban la tesis de Freire sobre la educación bancaria para
luego, sí, exigirla de memoria y destrozar al que no la repetía, porque eso sí
que se debía “depositar” en el banco intelectual del inmundo capitalista que la
criticara.
Hablando de mi padre,
toda mi adolescencia fue presenciar el modo de producir la mejor revista de
educación de toda América Hispana, la única que tenía un lugar en la biblioteca
de la UNESCO, antes de que internet existiera. Era la “Revista del Instituto de
Investigaciones Educativas”. No había referato, doble ciego o triple sordo.
Estaban simplemente los mejores especialistas en pedagogía y política
educacional de todo el país que no habían sido absorbidos por el marxismo. La
revista comenzó a salir en 1974, en medio de las bombas del ERP y Montoneros.
Cada artículo se analizaba y se decidía por una especie de senado presidido por
mi padre que se reunía periódicamente. El nivel de seriedad de la revista fue
inapelable, indiscutible, intachable. ¿Ven? Hay otro modo de hacer las cosas.
Hubo otros modos. Mi vida siguió, luego, siendo parte del Departamento de
Investigaciones de ESEADE, de 1985 a 1991. Su revista “Libertas” procedía del
mismo modo. Allí escribí mis primeros artículos académicos; las personas que me
juzgaban estaban sencillamente en la oficina de al lado y su autoridad moral e
intelectual no era ciega sino muy luminosa.
Hay otros modos de
hacer las cosas, pero ahora todo se ha arruinado. No queda sino adaptarse, sin caer en discursos apocalípticos pero, por favor, no se la crean. No se
conviertan en funcionarios de una racionalidad robótica. No se conviertan en
sepulcros blanqueados. No confundan estrategia con sabiduría, ni rutina con
seriedad. Porque, finalmente, ¿qué es serio y qué no? ¿Qué es mejor y qué es
peor? ¿Quién es el genio y quién el ignorante de su ignorancia? ¿Quién es el
que escribe difícil sobre estupideces o quién es el que escribe, ya denso, ya
fácil, sobre lo profundo? ¿Quién es el que luego será un clásico?
¿Alguien tiene un
criterio de demarcación claro y distinto?
Mientras tanto, déjate
evaluar por los referatos, sé manso como paloma pero, por favor, jamás escribas
lo que no salga de tu corazón.
1 comentario:
"Jamás escribas lo que no salga de tu corazón"...
Se me ocurre cambiar el verbo "escribir" por cualquier otro verbo...
¿Cuánto quedaría de lo escrito si aplicara ese criterio?
¿Cuánto me quedaría de todo lo hecho si aplicase ese criterio?
Bello, dejarse llevar por el ritmo del corazón, por su expandirse...
Gracias por tus palabras,
que sé de donde salen.
Ema López Muro
Publicar un comentario