(De mi libro "JudeoCristianismo, Civilización Occidental y Libertad", Instituto Acton, 2018, cap. 7, última parte).
La
eliminación del Estado del Vaticano
Finalmente,
hablando de cientos de años, hablemos de algo que también puede tardar mucho
tiempo.
Hemos
visto cuál fue el origen del Estado del Vaticano: un acuerdo con Mussolini que
le costó la vida política a Sturzo e impidió que Italia se hubiera vuelto una
Italia demócrata-cristiana que NO se hubiera aliado con Hitler, con todas las
implicaciones que ello hubiera tenido.
Alguien
me puede decir: comprendamos y perdonemos eso. Ok. Pero la cuestión es: ¿para
qué la Iglesia quiere un Estado?
¿Para
tener independencia? Ya la tiene, es la Iglesia de Cristo. ¿Para tener libertad
religiosa? Es un derecho de toda persona, católica o no. ¿Y si no se respeta?
La gran enseñanza de la Iglesia, el martirio. La Iglesia no es el Estado de
Israel (con el cual, valga aclarar, siempre hemos estado de acuerdo). No
necesita una Declaración de la ONU para existir. Existe de por sí y en sí,
sostenida en su Cabeza, que es Cristo, que es in-finito.
¿Para su subsistencia económica? Para eso están los laicos y su ayuda a sus iglesias, conventos y etc. ¿Y si no? Pues se vivirá de la limosna y la oración. ¿Qué temen los católicos, desaparecer? ¡Hombres de poca fe! La Iglesia es indefectible: “… yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo, 28, 19). La Iglesia no desaparecerá nunca. La Iglesia no es sus edificios.
¿Para qué quiere la Iglesia un banco? ¿Para tener su propio dinero? ¿Y para qué quiere la Iglesia su propio dinero? ¿Qué tiene que ver ello con su misión apostólica? “Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y a nadie saludéis por el camino. En cualquier casa que entréis, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si hay allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; pero si no, se volverá a vosotros” (Lucas, 10, 3-6).
¿Para qué quiere un Pontífice un Estado? ¿Para tener una curia, una especie de organización humana, con organigrama, ministerios y subsecretarías? ¿Y eso de dónde salió? La misión del Pontífice es confirmar en la fe a los hermanos. Lo puede hacer desde un convento, una iglesia, el camino, una plaza. ¿Para qué tener a todos esos cardenales y monseñores en esos pocos kilómetros cuadrados? ¿Para qué se peleen como siempre en vergonzosas intrigas vaticanas? ¿Que no sucederá ello necesariamente? ¿Acaso se desconoce la naturaleza humana? Si hay intrigas en un convento de carmelitas, ¿qué esperan de un Estado del Vaticano?
¿Y para qué quiere un Pontífice ser un “jefe de Estado”? ¿Para recibir embajadores y hacer diplomacia? ¿Y de dónde hemos sacado que la diplomacia es la función de la Iglesia? ¿Dónde quedó la denuncia profética?
“Entonces dijo Natán a David: Tú eres aquel hombre. Así ha dicho Jehová,
Dios de Israel: Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de
Saúl, y te di la casa de tu señor, y las mujeres de tu señor en tu seno;
además te di la casa de Israel y de Judá; y si esto fuera poco, te habría
añadido mucho más. ¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová,
haciendo lo malo delante de sus ojos? A Urías heteo heriste a espada, y tomaste
por mujer a su mujer, y a él lo mataste con la espada de los hijos de Amón” (Samuel,
II).
¿Dónde estuvo allí la diplomacia de Natán?
“¡Ay de vosotros, maestros de la ley y
fariseos hipócritas, que cerráis a la gente la entrada en el reino de los
cielos! Ni entráis vosotros ni dejáis entrar a los que quieren entrar. ¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que
devoráis las haciendas de las viudas y que, para disimular, pronunciáis largas
oraciones! ¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que
recorréis tierra y mar en busca de un prosélito y, cuando lo habéis conseguido,
hacéis de él un modelo de maldad dos veces peor que vosotros mismos! ¡Ay de vosotros, guías de ciegos, que decís: “Jurar por el Templo no
compromete a nada. Lo que compromete es jurar por el oro del Templo”! ¡Estúpidos
y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro o el Templo por el que el oro queda
consagrado? Y decís
también: “Jurar por el altar no compromete a nada. Lo que compromete es jurar
por la ofrenda que está sobre el altar”. ¡Ciegos! ¿Qué es más
importante, la ofrenda o el altar por el que la ofrenda queda consagrada? El que jura por el
altar, jura también por todo lo que hay sobre él; el que jura por el Templo,
jura también por aquel que vive dentro de él. Y el que jura por el
cielo, jura también por el trono de Dios y por Dios mismo, que se sienta en ese
trono. ¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos
hipócritas, que ofrecéis a Dios el diezmo de la menta, del anís y del comino,
pero no os preocupáis de lo más importante de la ley, que es la justicia, la
misericordia y la fe! Esto último es lo que deberíais hacer, aunque sin dejar
de cumplir también lo otro. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay
de vosotros, maestros de la ley y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera
la copa y el plato, mientras por dentro siguen sucios con el producto de
vuestra rapacidad y codicia! ¡Fariseo ciego, limpia primero la copa por dentro, y así quedará
limpia también por fuera! ¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos
hipócritas, que sois como sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, pero
llenos por dentro de huesos de muerto y podredumbre! Así también vosotros: os
hacéis pasar por justos delante de la gente, pero vuestro interior está lleno
de hipocresía y maldad. ¡Ay de vosotros, maestros de la
ley y fariseos hipócritas, que construís los sepulcros de los profetas y
adornáis los monumentos funerarios de los justos diciendo: “Si nosotros
hubiéramos vivido en los tiempos de nuestros antepasados, no nos habríamos
unido a ellos para derramar la sangre de los profetas”! Pero con ello estáis
demostrando, contra vosotros mismos, que sois descendientes de los que
asesinaron a los profetas. ¡Rematad, pues, vosotros la obra que comenzaron vuestros
antepasados!¡Serpientes! ¡Hijos de víbora! ¿Cómo podréis escapar al castigo de
la gehena? Porque mirad: yo voy a enviaros mensajeros, sabios y maestros de la
ley; a unos los mataréis y crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras
sinagogas y perseguiréis de ciudad en ciudad. De ese
modo os haréis culpables de toda la sangre inocente derramada en este mundo,
desde la sangre del justo Abel hasta la de Zacarías, el hijo de Baraquías, a
quien asesinasteis entre el santuario y el altar. ¡Os aseguro que todo esto
le ocurrirá a la presente generación!” (Mateo, 23).
¿Dónde está la “diplomacia” de Cristo allí? ¡Cuántos gobernantes
merecerían las mismas invectivas!
¿Qué preocupa al pontífice? ¿El no poder recibir a todos? ¡Para eso
tiene el confesionario!
La Iglesia necesita un nuevo Santo Domingo. Alguien que recorra el
mundo con su sola autoridad moral, dialogando con todos, denunciando a los
tiranos, confesando a todos, sin casas, sin aviones, sin nada de nada, sin nada
ni nadie más que la ayuda de cualquiera que quiera ayudarlo.
Esa será la autoridad moral de la Iglesia, para creyentes y no
creyentes.
Mientras tanto, “Entonces
intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar
así?” Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.”
(Juan, 2).
Hubo que renunciar al templo. Así se hizo el Cristianismo, y así se
tendrá que hacer de vuelta.
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